Los rincones femeninos y el universo masculino
La diferenciación entre la ocupación del espacio en el ámbito público y privado entre hombres y mujeres, es un tema del que ya hemos hablado en demasiadas ocasiones, aunque también al tema voy a hacer referencia en el presente artículo; sin embargo respecto a espacios urbanos, prácticas de deportes condicionadas por los espacios, posturas, composturas y quietud en las relaciones sexuales, queda mucho de qué hablar , y hacerlo nos hará reflexionar como, a la par que hoy las mujeres seguimos arrinconadas, ocupando un espacio circunscrito, a ellos se les permite ser los dueños del universo. Y esto no forma parte del pasado, ni de la historia, sino que es una realidad actual que refleja en su obra el pintor ruso contemporáneo Andrey Remnev, una superestrella en ascenso en la escena artística actual.
La incorporación de la mujer a la esfera pública ha supuesto su introducción en una sociedad y mundo laboral patriarcal y masculinizado. Ni sus necesidades, ni sus derechos, ni su función reproductora o cuidadora se ha tenido en cuenta en la modificación de estos espacios, de modo que la mujer, para integrarse, se ha tenido que masculinizar, por ende debemos seguir hablando de desigualdad o falsa igualdad. Las mujeres han accedido a estos espacios público-laborales, pero sin que estos espacios hayan sido transformados para pasar a tener como modelo universalizado un sujeto de referencia que no sea el hombre. Las mujeres se incorporan al trabajo pero sin que se modifique una concepción del trabajo ni sus tiempos ni sus relaciones de sesgo claramente masculino, en detrimento del cuidado por la vida que es originariamente femenina. Ello hace que las responsabilidades familiares o la capacidad de parir sean desventajas en el mundo laboral, creando una incorporación femenina al trabajo pero en una situación desigual Aunque la mujer se haya incorporado en ellos, estos continúan siendo espacios donde predominan los paradigmas relacionales masculinizados. Esto hace que la relación de la mujer con la ciudadanía laboral continúe siendo una relación incompleta.
En cuanto al ámbito privado, la incorporación de la mujer al ámbito público tampoco ha ido acompañada de una redistribución del trabajo doméstico, que continua recayendo sobre la mujer. No hay una ruptura con la división sexual del trabajo ni de la explotación patriarcal. En tanto que el hombre no produce trabajo doméstico, y que la mujer con estudios ha deshabitado el espacio privado-doméstico para desplazar su centro de vida al espacio público-laboral, no pudiendo asumir la carga doméstica, esto hace surgir la necesidad de creación de otro nuevo sujeto que habite el espacio privado doméstico y haga el trabajo del hogar. Aunque ambos cónyuges de la familia haya desplazado su centro de vida al espacio público-laboral, la familia continúa necesitando a alguien que realice las tareas de reproducción necesarias para la vida en el espacio privado-doméstico. En consecuencia, el fenómeno que está ocurriendo en la familia, es que la mujer moderna con estudios ha abandonado su rol social de mujer para adoptar un rol social masculino en un espacio público-laboral masculinizado.
En los espacios urbanos nos encontramos con un ejemplo muy esclarecedor que son los parques y zonas escolares donde la gran parte de los espacios están destinados a extensas áreas donde practicar el fútbol, deporte pese a los intentos de mujeres, masculinizado y que impide a las niñas disfrutar quedando obligadas a ocupar rincones y esquivar balones. Otro desequilibrio abismal.
Los deportes son también una clara evidencia de la diferente educación que, aún hoy, recibe el hombre y la mujer (y por supuesto que hay excepciones, pero abordo el tema en general). Tanto en el colegio como en el tiempo extraescolar los niños juegan al fútbol, al baloncesto, al voleibol, a deportes que les permiten llevar prendas holgadas y sueltas, cómodas zapatillas, saltar, correr, despeinarse, sudar y, especialmente, divertirse en grupo, crear hermandad y complicidad. A diferencia de ello, a las niñas se las continúa llevando a ballet, a gimnasia rítmica, natación sincronizada o deportes similares que requieren fuertes disciplinas, actitudes controladas, peinados cuidados y meditados, calzado que martiriza, prácticas de interior, aislamiento y contención. El ocio de las niñas no tiene ninguna relación con la diversión. Sus espacios de nuevo son limitados.
Y hasta en las posturas y composturas a las mujeres se nos educa limitadas en el espacio. Mientras a ellos se les permite, y convierte en machotes, andar como si fueran montados a caballo, a nosotras se nos exige hacerlo con las piernas juntas. Lo mismo sucede al sentarse, un hombre con las piernas abiertas manifiesta su virilidad; una mujer con los muslos pegados, mejor aún ladeados, su feminidad, que en realidad se traduce en el punto de arranque, el arrinconamiento, la ocupación del mínimo espacio. Los brazos alzados y abiertos en los hombres simbolizan liderazgo y poder, pero cuando una mujer lo hace la tachan de “verdulera”. Y es que ¡Qué elegantes y angelicales resultan las mujeres con los brazos semicruzados, pegados al cuerpo y las piernas unidas! ¡Qué ejemplo de domesticidad!
Y en el sexo, también quietas, tumbadas, postradas y adoptando la básica postura del misionero, dónde receptivas o no aguantamos que nos encarandolen para que, con las piernas abiertas se nos penetre vaginal o analmente. A la inversa nos convertiríamos en la mujer fatal que fue Lilith, quien por no aceptarla abandonó a Adán.
Puede que para alguien, lo que he argumentado parezcan retazos de un pasado superado pero, además de ser una realidad actual y habitual nos encontramos con que a través de los medios de comunicación y del arte, esta imagen cercada de la mujer es la que se difunde y agrada socialmente, considerando lo contrario desagradable y hasta “anti-natural”, puesto que lo natural, en pleno siglo XXI, y para la mujer, continua siendo la reclusión, la limitación, el acatamiento y la abnegación. Precisamente el pintor ruso Andrey Remnev, cultivando este tipo de imágenes, se está convirtiendo en uno de los pintores vivos más cotizados y alabados a nivel mundial, y de entre muchas la más aplaudida de sus obras “Desenredo del cabello” que ejecutó en 1997 y cuya protagonista está considerada entre los rostros más bellos de la historia del arte.
Andrey Remnev nació en Yakhroma, una pequeña ciudad fuera de Moscú en 1962. Su trabajo está muy influenciado por los iconos rusos tradicionales debido a que Remnev comenzó su educación estudiando pintura con iconos en el Santo Monasterio Andrónico en Moscú, hogar de innumerables obras de arte ortodoxas rusas, muchas de las cuales fueron pintadas por el monje y artista más famoso de la abadía, Andrei Rublev (1360-1427). Remnev combina lo antiguo con lo nuevo en su propio estilo único para crear una declaración sobre nuestro mundo moderno. Según el artista «Mis cuadros se distinguen por la atención al detalle y la decoración meticulosa, en un estilo tradicional ruso». El trabajo de Remnev parece muy tradicional inicialmente con los vestidos y disfraces usados por sus personajes, pero, tras una inspección más detallada, puede ver adiciones elegantes que impulsan la pieza a la época contemporánea. Las mujeres desempeñan un papel importante en las pinturas de Remnev dándoles una calidad universal de grandeza y misterio. El mismo artista explica: “Mis personajes no son mujeres reales, sino símbolos”, creando un tipo de belleza eterna y devolviéndola al status procedente.
En “Desenredando el cabello”, con un regusto quattrocentista, ecos prerrafaelistas, matices de Art Nouveau y toques constructivistas nos presenta ese ideal de belleza que aún pervive en el más rancio patriarcado: joven, angelical, en un espacio cerrado y aislado dónde ángeles bizantinos custodian como una mujer adulta y encorvada realiza una trenza en la que inserta un cordón rojo, cordón que la joven guarda entre sus manos para adornar la del otro lado. La protagonista, complaciente, arrinconada en el espacio y también es su cuerpo soporta, cual geisha, una incomodísima postura para que su peinado quede perfecto, tanto que la tenga inmovilizada toda la jornada para pagar el precio de ser una dama.
Estilos pasados, mentalidades androcéntricas, cuerpos cosificados, encierros claustrofóbicos, bellezas idealizadas, cánones inexistentes, posturas forzadas, imágenes al servicio del varón voyerista vuelven a arrasar sin dar tregua a las reivindicaciones y necesidades de las mujeres devolviéndolas al rincón para que el dueño del universo vuelva a ser el varón. Pero esta vez va a ser que no. Rotundamente NO.
Doctoranda en Políticas de Igualdad, Licenciada en Historia del Arte, Técnica en Igualdad, Activista, Ingobernable, Investigadora y Mujer.
Fuente: Tribuna Feminista