Luciana Peker y su libro La revolución de las hijas "El movimiento feminista fue la gran resistencia al macrismo"
En su cuarto trabajo la periodista traza un exhaustivo recorrido sobre problemáticas como el femicidio, el grooming, el desempleo, entre otras, desde el prisma de las generaciones más jóvenes.
Peker señala que el protagonismo juvenil en la "ola verde" también interpela sobre los roles familiares. Imagen: Sandra Cartasso
Luciana Peker lleva más de dos décadas de trabajo dedicadas al periodismo de género. Supo que ese era el camino a seguir cuando en 1998, en un marco de debate social sobre anticoncepción gratuita, realizó una nota para la revista Luna donde dio voz a mujeres a quienes el Estado negaba la ligadura de trompas. La salita médica de San Martín que visitó para esa cobertura, desprovista de anticonceptivos, y sobre todo una mujer que compartía una sola cama junto con sus diez hijos, funcionó como disparador para que Peker no abandonara nunca el oficio de reclamar derechos y denunciar desigualdades.
Esa trayectoria fue la que la llevó el 24 de abril de 2018 al Congreso de la Nación para aportar su mirada al debate sobre la legalización del aborto. Frente a diputadas y diputados de todas las fuerzas políticas, dijo: “Esta es la revolución de las hijas. Y a ellas les tienen que dar el derecho a disfrutar sin morirse, sin tener miedo, sin tener menos derechos que sus novios, amigos y hermanos”. Y esa frase se volvió emblema para las miles de jóvenes que poblaron las calles con sus pañuelos verdes y para quienes también hicieron sus lecturas del fenómeno, y fue entonces ahí cuando Peker supo que tenía que dar también testimonio de ese movimiento político juvenil, inédito en la Argentina.
La revolución de las hijas (Paidós) es la síntesis de ese análisis, y su cuarto trabajo luego de Mujeres ferroviarias, experiencias de vida sobre rieles (2015), La revolución de las mujeres no era sólo una píldora (2017) y Putita golosa, por un feminismo del goce (2018). Allí traza un exhaustivo recorrido sobre distintas problemáticas como el femicidio, el abuso, la educación sexual, el derecho al aborto legal, el grooming, el desempleo, entre otras, desde el prisma de las generaciones más jóvenes.
Periodista destacada de Las 12, el suplemento pionero en género de Página/12, recuerda con emoción la llamada “ola verde” que en 2018 marcó agenda durante varios meses. “El protagonismo en la calle del movimiento feminista era algo inesperado. Más allá de que el feminismo tiene una historia, una trayectoria y una explicación política, lo que ocurrió fue inédito”, asegura.
- El debate por el aborto legal, seguro y gratuito es la génesis de este libro. ¿Cómo viviste ese momento?
- Fue muy emocionante lo que pasó el año pasado. En mi tweet está el discurso que di en el Congreso de la Nación y ahí digo que nunca me había latido tanto el corazón. Sentí la responsabilidad periodística y política más grande de mi vida, y en ese momento es cuando dije que esto era “la revolución de las hijas”. La frase empezó a ser tomada por diputados, diputadas, senadores y senadoras, y se vio en la calles. Viví, y vivo, ese momento como una lucha que cambia la historia, con un enorme protagonismo de jóvenes, adolescentes y niñas, algo inédito en América Latina y en Europa, que toman al pañuelo verde como un emblema por el aborto legal pero también por algo que lo trasciende.
- Destacás el rol de las jóvenes en ese contexto. ¿Qué motivó esa participación masiva y ese protagonismo?
- El protagonismo juvenil en las hijas y en las sobrinas es una revolución que interpela sobre los roles familiares, que genera familias más democráticas, y que empieza con las chicas discutiendo en las mesas de sus casas. Gracias a los docentes y las docentes que han llevado la educación sexual integral a los colegios, aparecieron demandas sobre sexualidad y se habilitó la palabra. Y la consigna “Ni una menos” generó también un movimiento masivo en la Argentina y en Latinoamérica. A su vez, empezar a hablar en los medios sobre los femicidios de adolescentes como Melina Romero, Ángeles Rawson y Lola Chomnalez, entre otras, conmovió también mucho a las chicas. Porque ellas son directamente interpeladas y amenazadas por esos femicidios, y reaccionan porque las están matando a ellas y las aleccionan para que no viajen, ni se diviertan, ni bailen, ni disfruten de la noche. Hay un Estado que mira para otro lado. ¿Qué política existe que garantice a las pibas poder ir a un boliche y no ser asesinadas? Ninguna. Creo que esas son algunas de las razones que las llevaron a tomar las calles y a tomar la lucha por el aborto legal como algo muy personal, que tiene que ver con su derecho a decidir y a gozar pero también con un sinfín de demandas que el pañuelo verde simboliza.
- ¿Cómo creés que continuará el reclamo por la legalización del aborto?
- Creo que la ley no va a aprobarse en un año electoral, pero no hay que desaprovechar la oportunidad para generar un recambio de representantes. El movimiento feminista fue la gran resistencia al macrismo, y sacamos un millón de personas a las calles. Y ese poder de movilización y representación no hay que perderlo. Hay que exigirles a los candidatos y candidatas que apoyen el aborto legal y las políticas de cambio en relación a las mujeres, y que digan qué van a hacer con el desempleo sub-29, con la moratoria jubilatoria, con las políticas para prevenir la violencia de género, y con muchos otros temas. No hay que regalar esta bandera. No podemos ser resistencia y cuando llegan las elecciones quedar afuera de las listas. Y a la vez, creo que dentro del feminismo hay que generar un pacto anti crueldad, y no dilapidar el poder que tenemos con internas o discusiones entre feministas. Puede haber diferencias, pero tienen que manejarse dentro de la sororidad y sin aplastar a quienes puedan hoy ser referentes o generar algún nivel de liderazgo. Así como los sectores antiderechos generan un enorme lobby para retroceder, el feminismo tiene que exigir avanzar a todas las fuerzas políticas e intentar respaldar a quienes quieran llegar al poder para que ese poder que construimos en lo cultural, en lo mediático y en las calles, no quede diluido. Hay que alentar a las jóvenes a que puedan participar y obtener cargos. Es su derecho.
- A partir de la denuncia de Thelma Fardin en diciembre de 2018, se desencadenaron múltiples denuncias de violencia sexual. La antropóloga Rita Segato señaló algunos cuidados que hay que tener al momento de denunciar. ¿Qué mirada adoptás al respecto? ¿Se puede denunciar cualquier situación? ¿Cómo hay que proceder?
- En el libro decido escribir sobre las diferentes reacciones que son muy dinámicas y generan un antes y un después. Hay una corporación antiderechos que está en contra del aborto legal y en contra de quienes denuncian el abuso sexual, y que a la vez defienden en la Argentina el genocidio de la dictadura militar y el retroceso del Estado. Esa reacción neofascista quiere legitimar a los abusadores sexuales y a los violentos. Esto es un movimiento mundial y ese es el mayor enemigo. Quienes podemos pensar con responsabilidad y honestidad intelectual podemos buscar una salida, pero esta nunca va a ser que las víctimas de violencia se callen y que retrocedamos. Hay nuevas formas de coacción a quienes hablan. Una es la amenaza con el suicidio o la victimización de los varones. Y eso tampoco lo podemos permitir. Sí podemos pensar cuáles son las maneras de encausar un fenómeno tan explosivo, y cuáles son las mejores alternativas al punitivismo o al linchamiento. Creo también en el gradualismo, en el sentido de que hay que decir todo lo que está mal, pero no todos los casos son iguales. Hay situaciones que se denuncian y que tienen una graduación menor al femicidio o la violencia sexual, pero eso no significa que no sean importantes y que haya que callarse. Es urgente generar dispositivos de salud pública para la atención de varones que estén imputados de cometer algún acto de incomodidad para las chicas, para que esas acciones se puedan controlar y revertir. Porque creo en el feminismo de la transformación. Los varones que quieran cambiar, y no estén acusados de delitos graves, tienen que poder hacerlo y decir: “Me equivoqué”, y que eso no implique una pena social, ni que pierdan sus redes sociales o sean imputados de abusadores cuando cometieron hechos de otra gravedad. Necesitamos varones que rompan el pacto de caballeros. Y ante los que no quieran cambiar hay que ser mucho más intransigentes, porque no vamos a retroceder en las denuncias.
- En este marco de visibilización creciente de los derechos de las mujeres, el periodismo de género recibe un mayor reconocimiento. ¿Eso se traduce en mejores condiciones de trabajo?
- En América Latina, el periodismo de género en la Argentina es muy reconocido y es tomado como un faro. Hay evidentemente muchísimo interés de las mujeres e incluso de los varones, algo que antes no sucedía, por leer a escritoras y periodistas con perspectiva de género. Y los libros de esta temática son demandados en todo el país con un interés muy federal y muy popular. El fenómeno es inédito y maravilloso, y supera cualquier expectativa de utopía. Pero las condiciones de trabajo son absolutamente precarizadas. Sigue habiendo mucha discriminación entre mujeres, varones y disidencias sexuales en la jerarquía de la palabra, y en cuánto se gana. Además, tenés que demostrar todo el tiempo lo que hacés, incluso dentro del feminismo, como si las trayectorias no importaran y no implicaran una validez para poder escribir y profundizar. En un país donde los derechos laborales están en retroceso, especialmente los del gremio de prensa, cuesta mucho generar condiciones en las que se pueda investigar. Cuesta mucho todavía que haya columnistas mujeres, y con cuerpos diversos. Hay mucho interés pero eso no necesariamente se ve representado por mejores condiciones de trabajo, y eso sucede porque el periodismo de género no sólo es una agenda nueva, sino porque también interpela puertas adentro de los canales de televisión y de las redacciones que tienen que hacerse cargo de modos de producción más justos en lo económico, y de terminar con las situaciones de violencia, acoso, intimidación o discriminación. Y muchas veces no dan lugares a mujeres periodistas porque no quieren hacerse cargo de esa interpelación.
Fuente: Página/12