Periodismo feminista 6 euros la hora
La orientadora laboral del colegio en el que estudié Bachillerato me dijo en varias ocasiones que estudiar Periodismo no era una buena idea. Puede que pensara que no estaba capacitada para juntar palabras, pero quizá simplemente estaba pensando en mi futuro. Vivir del periodismo es (casi) una utopía. Puedes estar meses trabajando en un tema que, si tienes un poco de suerte, te pagarán una miseria mucho después. El periodismo no se valora, no se reconoce, no se reivindica ni se trata con el respeto que se merece (sic). Este oficio está enfermo, tanto como la sociedad que acoge nuestro trabajo, y los problemas a los que nos enfrentamos aumentan a diario sin que sepamos bien cómo hacerles frente.
La perspectiva feminista, integrada en la práctica periodística de manera integral, podría aportar grandes mejoras en unas lógicas laborales completamente atravesadas por una mirada patriarcal que rigen el día a día de las grandes redacciones: los horarios y su incompatibilidad con la conciliación o la toma de decisiones en espacios informales son dos de los ejemplos más claros. Las mujeres siguen enfrentándose a un techo de cristal blindado en el periodismo mientras la agenda feminista irrumpe con fuerza en las páginas de muchas cabeceras. ¿Cómo y por qué entonces sucede esto?
Quizá todavía sea pronto para conocer las causas exactas, pero me voy a aventurar con una hipótesis: el movimiento feminista es el movimiento social que mejor ha aprovechado el salto a lo virtual. Las nativas digitales y todas las feministas que han aprendido, algunas veces con mucho empeño, a manejarse en redes sociales con objetivos políticos han logrado que las preocupaciones del movimiento feminista tengan probablemente más visibilidad que nunca. Esto, sin embargo, es difícil de valorar debido a la falta de genealogía y memoria feminista que sufrimos.
Los medios, que rastrean las redes en busca de noticias rápidamente viralizables, se han dado cuenta de este éxito virtual y han incorporado muchos debates feministas a sus agendas mediáticas. Eso es una buena noticia. Supongo. No solo porque ahora podemos leer en grandes cabeceras reportajes o crónicas que antes solo podríamos encontrar en medios feministas, sino porque ha supuesto también que se incorporen a las redacciones algunas periodistas feministas más. Esto también ayuda a entender los éxitos incuestionables de las últimas movilizaciones feministas en el Estado español y en otros muchos territorios del mundo. Para muestra, Argentina.
La red y las fronteras invisibles
A pesar de la brecha generacional, de los cambios de paradigma en el movimiento feminista y de las eternas discusiones sobre el sujeto político de esta lucha, feministas de aquí y de allá hemos encontrado en Internet un espacio real e impagable de articulación política. La red se ha incorporado como nuevo escenario de acción y reacción hasta lograr traspasar muchas fronteras invisibles.
Desde los grupos de WhatsApp a las campañas en Twitter, Internet no es el espacio en el que nos desarrollamos sin la presión de las normas de género como soñó la ciberactivista Donna Haraway, pero es un lugar de encuentro, a medio camino entre lo público y lo privado, que ofrece muchísimas posibilidades a las activistas feministas. Hemos sabido aprovecharnos de ello con mucha inteligencia.
Pero las buenas noticias, demasiado a menudo, esconden detrás grandes problemas: la presencia, tan generalizada últimamente, de cuestiones feministas en los medios de comunicación invisibiliza también algunos retos que debemos enfrentar con urgencia.
La tiranía del click mantiene sometidas a las grandes redacciones. Los resultados que arroja Google Analytics se miden a diario tratando de encontrar en ellos respuestas a lo que quizá solo sea falta de compromiso de la población con un periodismo que pocas veces hace honor a su nombre. Los malditos clicks, las visitas, los visitantes únicos, los ‘Me gusta’, los retuits y las veces que se comparte un contenido rigen la línea editorial de muchos medios de comunicación. Al fin y al cabo, todos estos indicadores tienen una relación directa con los contratos de publicidad, una de las principales vías de financiación de la prensa.
La búsqueda del titular
Esto nos aboca a la búsqueda de titulares estúpidos que, a veces pero solo a veces, esconden dentro buenas historias. Muchas y muchos buenos periodistas asisten cada día, entre resignados y rabiosos, al momento en el que sus superiores deciden cómo se titulará su pieza según los últimos y más novedosos criterios del marketing digital. Hay algunas claves que, dicen, nunca fallan. Los titulares tienen que ser llamativos, directos, ingeniosos. ¿Por ejemplo? “Ivanka, la cuidadora de ancianos de Orihuela estrangulada por su novio lisiado” o “Adela buscó el amor por internet y encontró un maltratador reincidente que la mató a puñaladas”. Ambos titulares forman parte de la serie ‘La vida de las víctimas’, del diario El Español.
El proyecto, impulsado por periodistas con perspectiva de género de indudable profesionalidad como Noemí López Trujillo, ha contado con piezas periodísticas interesantes para la reivindicación de la memoria de las mujeres asesinadas, pero siempre precedidas de titulares demoledores. Porque sin visitas, no hay publicidad. Sin publicidad, no hay periódico. Sin periódico, no hay historia. Sin historia, no hay memoria. Sin memoria, no hay justicia. ¿Nos tragamos, pues, las palabras del titular? Esa es una de las grandes decisiones editoriales y políticas a las que tienen que enfrentarse todas las cabeceras hoy. Pero es solo una de las muchas consecuencias que acarrea que la agenda feminista haya entrado con tanta fuerza en los medios de comunicación.
La doble o triple, qué sé yo, moral de la prensa se evidencia con mucha soltura también cuando se aplica perspectiva feminista en el análisis de sus informaciones. No es especialmente llamativo que hoy, en muchos medios de comunicación, nos encontremos con piezas periodísticas que tratan cuestiones propias del movimiento feminista en una página mientras, justo en la siguiente, siguen reforzando los roles y estereotipos de género, cosificando a las mujeres o, simplemente, invisibilizando nuestras aportaciones en cualquier ámbito de la vida pública. Marchando una de cal, otra de arena y doble de machismo.
La práctica
Así, en medios de comunicación que no filtran la publicidad ni se caracterizan por promover los Derechos Humanos de las mujeres nos encontramos con articulistas que hablan de feminismo, con reportajes sobre los derechos de las mujeres o de la población LGTBQI+, mientras observamos, atónitas, cómo no han aprendido nada de todo lo que puede aportar el pensamiento feminista al conjunto del proyecto.
El feminismo no atraviesa las lógicas de producción de la prensa en prácticamente ningún caso y, ¿es posible hacer prensa feminista si no se tienen en cuenta la conciliación a la hora de plantear los horarios laborales de la plantilla que va a producir ese periodismo? ¿Podemos hablar de periodismo feminista si las lógicas internas de producción reproducen las prácticas patriarcales más habituales? ¿Puede alguien, que cobra menos que sus compañeros, hacer periodismo feminista? ¿Es compatible hacer periodismo con perspectiva de género si eres una periodista freelance que apenas llega a fin de mes tratando de contar historias desde otra perspectiva? ¿Quién limpia los baños de las redacciones que apuestan por hablar de feminismo?
Por Andrea Momoitio es periodista. Actualmente trabaja en la coordinación de Pikara Magazine.
Artículo publicado en el nº 78 de Pueblos – Revista de Información y Debate, “¡Hasta siempre!”, tercer cuatrimestre de 2018.