Las mujeres en el Iraq de 2020: un retroceso de 50 años
Desde la calle, no hay nada que diferencie este caserón de dos plantas de las decenas que lo rodean en este área residencial a quince minutos del centro de Bagdad. Podría ser un hogar más de la exigua clase media iraquí, con sus contundentes muros protegiendo las fachadas, pero lo es de las mujeres más machacadas y abandonadas por el cada vez más sectario régimen de la Antigua Mesopotamia.
La Asociación de Mujeres de Bagdad lleva desde 2004 intentando frenar la creciente influencia de la agenda islamista en los sucesivos gobiernos y auxiliando a las mujeres víctimas de las distintas formas de violencias machistas. Hasta aquí van llegando las cinco activistas con las que nos hemos citado: tienen distintas edades, nivel de formación y creencias religiosas. Sus vidas entrelazadas mediante una larga conversación alrededor de una mesa resumen la historia reciente de los derechos de las mujeres en Iraq, esa que a menudo los libros de Historia se olvidan de incluir, pero que determina el devenir de un país.
“Con la caída del régimen de Sadam Hussein esperábamos que las leyes y los gobiernos se pusieran del lado de las mujeres. Pero sólo permitieron nuestra participación en la vida política durante los primeros años. Hoy solo hay una ministra”.
Maysoun Al-Badry es ingeniera mecánica, tiene 50 años y es la mayor del grupo. En 2004 fundó junto a otras mujeres la asociación Salam Arafidian porque “durante la dictadura no podíamos hacer nada, ni asociarnos ni defender nuestros derechos. Había un sindicato de mujeres, pero en la práctica solo defendía los intereses del gobierno. Con su derrocamiento pensamos que por fin había llegado el momento de erradicar los estereotipos que nos reducían a casarnos y ser madres, recuperar el derecho al divorcio, erradicar el matrimonio infantil…”.
Maysoun Al-Badry
Hasta la década de los 90, Iraq era uno de los países más igualitarios de Oriente Próximo: las mujeres podían estudiar en la universidad, ocupar puestos de responsabilidad, viajar solas al extranjero… Pero tras la guerra contra Irán, Hussein introdujo la religión en sus políticas para ganarse el apoyo del mundo árabe, apartando de la vida pública a las mujeres. Tras la invasión del Trío de las Azores en 2003, los grupos de poder islamistas más reaccionarios empezaron a pugnar por influir en la redacción de la nueva Constitución a la vez que promovían en las calles el acoso y los ataques contra las mujeres que no cumplían sus preceptos, como ir veladas.
“Desde entonces es habitual que los islamistas maten a mujeres por no cubrirse con hijab o niqab. Eso era algo que no ocurría durante la dictadura, en la que al menos había un respeto entre los miembros de la familia. Pero los islamistas, como en todo el mundo, están lavando el cerebro a grandes sectores de la población, hasta el punto de que los hijos se sienten con poder para decirles a sus madres o hermanas menores qué tienen que hacer”, sostiene Alyaa Eburi, licenciada en Ciencias Políticas de 36 años y activista feminista. Esta mujer se exilió durante años en Turquía mientras su país era devastado por el terror sectario que siguió a la invasión, y que se materializó en cientos de atentados con coches bomba entre chiíes y suníes. Retornó hace apenas un año con la firme intención de trabajar por los derechos de sus congéneres, aunque por su tono de voz parezca la más pesimista de todas.
La comisión gubernamental que se estableció en 2004 para desarrollar la nueva Constitución de Iraq no contaba con ninguna mujer entre sus 18 miembros y llegó a admitir una resolución no vinculante del Consejo Superior de la Revolución Islámica del país que llamaba a la aprobación de la Sharia o Ley Islámica para la regulación de los asuntos familiares. Grupos de mujeres recorrieron todo el país recogiendo firmas para que, por el contrario, se garantizase una representación de al menos el 40% de diputadas en un país en el que las mujeres representaban, en ese momento, el 60% de la población. Solo lograron un 25% y hoy solo hay una en el gabinete, Suha Al Ali, ministra de Educación.
“Fue entonces cuando empezamos a ver en las calles a la mayoría de las mujeres veladas e, incluso, niñas muy pequeñas. La realidad es que había muchas personas afines a estas versiones radicales del Islam que no podían manifestarlo durante la época de Sadam, en la que solo tenían permitido visitar los lugares de culto y celebrar sus fiestas en momentos muy determinados. Ahora sienten que tienen el Parlamento para implantar sus ideas y legitimarlas”, apunta Maysoun, quien dejó el ámbito académico para hacer lobby por los derechos de las mujeres, a costa de su estatus social y económico.
Alyaa Eburi
Ayaan establece un continuum entre el auge de los populismos de extrema derecha en el mundo Occidental y las versiones más reaccionarias del Islam en el mundo árabe. “Iraq no se ha quedado al margen de la ola reaccionaria que está viviendo buena parte del mundo, con los grupos islamistas ocupando el vacío que dejan los Gobiernos corruptos que no atienden las necesidades de su población”, analiza la politóloga.
Según avanza la conversación, las mujeres van complementando entre sí un diagnóstico de su país que no ha parado de empeorar desde 2003. Solo la región del Kurdistán iraquí cuenta con una ley contra la violencia de género desde 2011. En 2014, el Gobierno nacional puso en marcha Unidades contra las violencias contra la mujer en cada ministerio para cumplir con sus compromisos con las Naciones Unidas. Maysoun, como miembro también de la Organización para el Empoderamiento de las Mujeres, trabajó en la formación del funcionariado sobre esta cuestión. Un lavado de imagen para seguir recibiendo fondos internacionales que en la práctica no ha mejorado nada la situación de las mujeres.
“Nos llegan mujeres que cuando han ido a denunciar malos tratos a las comisarías u otras oficinas gubernamentales, han sido chantajeadas por los funcionarios. Les pedían mantener relaciones sexuales a cambio de dar curso a su demanda”, explica Amna Sadia, investigadora psicosocial de 30 años y madre de una pequeña de apenas tres.
La violencia intrafamiliar no está penada en Iraq, solo los asaltos en espacios públicos. Pero, si el violador acepta casarse con su víctima, puede evitar el castigo. La Constitución reconoce en su artículo 41 el derecho del marido a castigar sin límites a su mujer, hijos e hijas y los considerados ‘crímenes de honor’ gozan de eximentes si los asesinos alegan que motivos de infidelidad.
“Con Sadam no teníamos espacio para hablar, participar y no había forma de defendernos porque era una dictadura. Ahora estamos aún más limitadas por unas leyes islámicas y por una sociedad cada vez más reaccionaria que ni siquiera nos permiten liderar la familia”, apunta Alyaa.
A su lado asiente Sabreen Khashan, la más tímida de todas. Cuando le comunicó a su madre que le gustaría ser voluntaria en la Asociación de Mujeres de Bagdad hace un par de años, esta insistió en acompañarle para ver qué se cocía en aquel edificio. Ahora es su coordinadora de proyectos, de lo que su madre está muy orgullosa. Pero sus hermanos y padre siguen oponiéndose a su decisión. Es la única que prefiere no aparecer retratada en este reportaje.
Amna Sadia
La pandemia de la violencia de género
A mediados de abril, un vídeo se hizo viral entre los usuarios de las redes sociales de Iraq. El rostro aterrorizado de Malak Haider al-Zubaidi miraba directamente a la cámara. Resultaba difícil reconocer en esa joven hinchada y achicharrada a la que aparece posando coqueta en las fotografías distribuida por su familia. Sus ojos fuera de órbita podrían haberse convertido en el símbolo de la tortura que supone la violencia machista en todo el mundo, y en concreto en Iraq, sino fuese porque es tan habitual y endémica, que en la memoria se nos acumulan los ejemplos.
La mujer de 20 años, residente de la ciudad de Najaf, se roció en gasolina después de que su marido, un policía con el que se había casado hacía ocho meses, llevase horas golpeándola, según le contó en el hospital a su madre y esta a los medios locales. Desesperada, le advirtió que si no paraba, se prendería fuego. Se desconoce si finalmente lo hizo ella o él, pero sí que su marido la vio arder durante minutos hasta que el padre de este, también agente, la auxilió. Aún así, tardaron más de una hora y media en llevarla al hospital, donde fallecería diez días después. “Desde que se casaron solo la dejó visitarnos una vez”, contó la madre a la prensa. Según el seguimiento del caso de Human Rights Watch, lo más probable es que el caso se resuelva mediante un acuerdo no judicial entre las dos familias.
No existen datos oficiales recientes, pero una Encuesta sobre la Salud en la Familia en Iraq (IFHS) de 2006/2007, estimó que una de cada cinco mujeres de este país sufría violencia machista. En 2012, un estudio del Ministerio de Planificación reveló que al menos el 36% de las mujeres casadas padecían violencia psicológica por parte de sus maridos, un 23% agresiones verbales, un 6% violencia física y un violencia sexual.
En opinión de las expertas reunidas con motivo de este reportaje, estas cifras son solo la punta del iceberg: las violencias machistas son generalizadas.
En 2019, un borrador de ley contra la violencia de género fue debatido en el Parlamento. Incluía ayudas para sus supervivientes, órdenes de alejamiento y sanciones por su incumplimiento. Sin embargo, como denuncia HRW, tenía notables deficiencias: prioriza la reconciliación a la protección de las víctimas y al castigo de los maltratadores. Una concepción que está muy arraigada aún en la sociedad iraquí, como solía ocurrir hasta hace no tantos años en España. “Los policías intentan convencer a las mujeres de que perdonen a sus maridos, y ellos en el mejor de los casos, se llevan una regañina”, explica con indignación Alyaa.
En los casos más flagrantes en los que los juzgados toman medidas de protección, las mujeres maltratadas son trasladadas a cárceles femeninas. La propuesta de ley contemplaba la creación de refugios en colaboración con las entidades de mujeres locales.
Sin embargo, nunca fue aprobado y sus detractores, para evitar tener que defender públicamente el maltrato a las mujeres, lo hicieron de los niños y niñas, cuya protección estaba incluida en la misma norma. “¿Quién me puede decir a mí si puedo pegar a mi hijo o no?” fue algunas de las objeciones más habituales pronunciadas por diputados para justificar su rechazo a la ley.
Con las medidas de confinamiento dictadas por la COVID-19, la preocupación por parte de las organizaciones de mujeres es aún mucho mayor. La ONU ha calculado en un 20% el aumento de la violencia machista a nivel mundial. En Iraq, el ratio medio de ocupación de una vivienda es de más de 10 personas. En un país con un 36% de desempleo entre los menores de 30 años, según la Organización Internacional del Trabajo, es habitual que cuando se casan, las mujeres se trasladen a vivir a la casa familiar de su marido. El hacinamiento y la precariedad no son justificantes de la violencia de género, pero sí un agravante.
Un retroceso de 50 años
“Nos hemos tenido que centrar en cuestiones que ya habíamos superado, como el matrimonio infantil o la escolarización de las niñas”, explica Amna Sadia Amir. “En muchas familias, vuelven a pensar que el que tiene que estudiar es el hijo”, añade con cara de incredulidad, como si aún le sorprendiera este pensamiento, pese a que es su trabajo habitual. Viste jeans, una sudadera con un dibujo de Disney y lleva la melena suelta.
El matrimonio solo es legal en Iraq a partir de los 18 años, pero es habitual que los clérigos celebren matrimonios concertados por las familias entre adolescentes y que se inscriban en el Registro Civil más tarde; o que se acojan a una excepción de la norma para casos especiales que permite los enlaces a partir de los 15 años. Pero no son estos matrimonios los que más violentan los derechos de los menores.
Una investigación que le llevó 11 meses a la BBC reveló que era muy habitual que clérigos chiíes concertaran, previo pago, encuentros con mujeres y niñas de hasta 9 años de edad. Retuercen así una sura del Corán para legitimar esta explotación sexual llamada ‘matrimonio por placer’. Preguntado uno de estos proxenetas si el Islam permitía estos ‘enlaces’ con niñas, la respuesta al periodista infiltrado fue: «Solamente ten cuidado de que ella no pierda la virginidad«. Y continuó: «puedes tener el juego previo con ella, acostarte a su lado, tocar su cuerpo, su pecho… no puedes penetrarla por delante. Pero el sexo anal está bien». A la pregunta de qué ocurría si la menor resultaba herida, el religioso encogió los hombros, según el reportero, y concluyó: «Es algo entre tú y ella si ella puede soportar el dolor o no».
Batool H. Ali
En Iraq, convive la Edad Media con el siglo XXI. Jóvenes universitarias, veladas o no, recorrieron con pancartas durante seis meses la céntrica plaza de Tahrir para pedir la caída del régimen impuesto en 2003 por la invasión del Trío de las Azores. Hasta la llegada de la pandemia de COVID-19, que acabó con esta y las demás revueltas que sacudían una veintena de países. A apenas 15 minutos en coche de donde han sido asesinados por las Fuerzas de seguridad y por paramilitares más de 600 manifestantes, en el conservador barrio chií Al Sadr-City, con un millón de habitantes, las mujeres y niñas llevan completamente cubierto sus cuerpos y rostros, solo dejando al descubierto los ojos. En los restaurantes, estas tienen prohibido sentarse en las terrazas: solo pueden comer en una sala destinada a las familias.
“Vamos a necesitar mucho tiempo para revertir esta situación: dos o tres décadas”, opina Batool H. Ali, licenciada en Traducción e Interpretación de 22 años y voluntaria en varias organizaciones como traductora. Participó desde un principio en las protestas de Tahrir e irradia la esperanza de los que han participado días y noches en una revuelta colectiva. “Uno de los primeros días de las protestas, chicos y chicas empezamos a bailar juntos en la plaza. Vimos que una joven temía unirse porque esto es algo inaudito en Iraq. De repente, unos muchachos enlazaron sus manos para crear un círculo en el que se sintiera protegida. Allí bailamos y bailamos. Yo me preguntaba: ¿estoy realmente en Iraq?”.
Durante años Batool había tenido que cruzar esta plaza temiendo por su seguridad. Es una zona de prostíbulos y comercios de ropa masculina y cachibaches tecnológicos baratos importados de China. “En mi país no puedes ir por una sola calle en la que no sufras acoso verbal y, a veces, físico. En esa zona es aún peor porque te asedian para hacerte proposiciones sexuales constantemente. Hasta la revolución, en la que conseguimos que fuese un espacio de respeto e igualdad”, concluye.
La plaza de Tahrir es ahora un espacio tan desolado como la mayor parte del callejero planetario. Y los jóvenes que más se comprometieron con las protestas, temen ser detenidos en cualquier momento en sus casas. Como a los cientos de encarcelados desde que empezaron a salir a la calle en octubre, el Gobierno les acusa de estar pagados por Estados Unidos o Israel para desestabilizar el país.
La misma sospecha que los grupos islamistas han sembrado sobre las organizaciones de mujeres. Aún así, según las activistas, cada vez son más las que acuden a ellas para recibir asistencia letrada, apoyo psicológico o asesoramiento de las trabajadoras sociales. A sabiendas de que las represalias por parte de sus maltratadores podrían ser mortales de enterarse.
Desgraciadamente, en los últimos años los fondos recibidos por estas entidades por parte de la comunidad internacional se han reducido sustancialmente. Iraq ya no es un país prioritario en la agenda internacional, pese a que ISIS sigue teniendo allí uno de sus principales bastiones y de que la profunda crisis económica, política y social que atraviesa la Antigua Mesopotamia es, en gran medida, consecuencia de sus acciones. Y no solo por la invasión de 2003.
El recuerdo de los efectos del embargo del comercio global total con Iraq, aprobado por las Naciones Unidas en 1990 en represalia a la negativa de Sadam Hussein de retirar sus tropas de Kuwait, sigue muy vivo entre quienes lo vivieron, incluso siendo niños. “Sufrimos hambre, desesperación. Los hombres estaban en la guerra y las mujeres tenían que buscar debajo de las piedras para darnos de comer. Este castigo colectivo al pueblo iraquí nos hizo sentirnos humillados por la comunidad internacional”, recuerda Maysoun, que era una niña por entonces.
Los bombardeos con uranio empobrecido en 2004 son otra de las heridas abiertas por el papel que ha jugado Estados Unidos en este país. “Sigue habiendo una gran incidencia de cáncer debido al uso de esas armas químicas, bebés con malformaciones, problemas para quedarse embarazadas y otras muchas otras enfermedades, especialmente en el norte de país”. Fue en esta región, en la ciudad de Faluya donde los aliados regaron a su población con fósforo blanco y uranio.
La injerencia política de Irán también está en el punto de mira de estas mujeres y fue uno de los detonantes de las últimas protestas. “Solo queremos que nos dejen en paz, que nos dejen reconstruir nuestro país y recuperar y ampliar los derechos de las mujeres y niñas, solo eso”, concluye Batool, la más joven de todas. Sus compañeras asienten mientras se dejan contagiar por su esperanza aún incorrupta. La energía de un país con una de las poblaciones más joven del mundo y con menos razones para confiar en el futuro.
Por Patricia Simón
patriciasimon@lamarea.com
Fuente: La Marea
Reportera transfronteriza especializada en derechos humanos y enfoque de género. Premio de la Asociación Española de Mujeres de los Medios de Comunicación. Le apasiona tanto viajar para reportear al otro lado del mundo, como descubrir y contar los mundos que conviven en la esquina del barrio.