noviembre 30, 2020

La doble resistencia de las defensoras de América Latina

En el día internacional de las defensoras del territorio y los derechos humanos, mujeres defensoras de distintas latitudes de América Latina denuncian cómo el patriarcado también está al interior de sus procesos organizativos sin ser aun colectivamente diagnosticado.

La madre, la hermana y el sobrino de Cristina Bautista en su resguardo indígena, Tacueyó, en el departamento del Cauca, Colombia BERTA CAMPRUBÍ
El sistema capitalista es entendido y visto por la mayoría de organizaciones sociales, medioambientales, étnicas y culturales de los territorios de América Latina como el principal obstáculo o incluso enemigo de sus procesos organizativos en tanto que estos defienden la vida y el capitalismo la destruye. Ese es un diagnóstico construido desde hace décadas con un claro aporte de los movimientos marxistas del continente, pero al que también se ha llegado partiendo de las cosmovisiones de los pueblos campesinos, indígenas y afrodescendientes.

Aquellos que hacen un análisis más amplio, notan que el capitalismo llegó con y sigue formando parte del colonialismo y que este es el que instala otro pesado eje de opresión para estos pueblos, el racismo. El patriarcado, sin embargo, según denuncian defensoras desde Brasil, Honduras y Colombia, no está aún en la lista de estructuras por deconstruir.

Es por eso que miles de mujeres ejercen todos los días dos procesos de resistencia o más —según la perspectiva interseccional, tantas como ejes de opresión las atraviesen—, uno junto a toda su comunidad o movimiento social y otra con sus pares de género que ven necesaria esta lucha, aunque a veces también en solitario.

“Yo defiendo el derecho a defender derechos porque, por ahora, a las mujeres nos toca luchar por vivir una vida digna defendiendo nuestro territorio-tierra y nuestro territorio-cuerpo”, asegura Jesica Trinidad, defensora hondureña militante de la Iniciativa Mesoamericana de Mujeres Defensoras. “Hoy, la defensa de la vida tiene cara de mujer a nivel de América Latina y a nivel del mundo”, asegura la lideresa del pueblo garífuna Miriam Miranda. Pero esa defensa de la vida, tiene doble cara.

“La resistencia dentro de la resistencia”“Cómo mujeres dentro de la organización caminamos con paso firme por la unidad, la tierra, la cultura y la autonomía, ratificando que ninguno de estos principios son posibles con la violencia contra las mujeres en nuestros territorios, si las violencias contra nosotras caminan a la par del proceso, no será posible una resistencia real”, afirmaba el pronunciamiento del 25 de noviembre del Programa Mujer del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), una organización que agrupa a 10 pueblos indígenas de Colombia liderada actualmente por ocho consejeros y una consejera.
“Aquí está instalado el patriarcado. El sistema imperante nos los ha impuesto en nuestros territorios y, hasta el momento, nuestra organización aún no lucha contra ese patriarcado”

“Aquí está instalado el patriarcado. El sistema imperante nos los ha impuesto en nuestros territorios y, hasta el momento, nuestra organización aún no lucha contra ese patriarcado”, asegura Claribel Musicué, defensora del territorio del pueblo nasa, desde el departamento del Cauca de Colombia. “Las mujeres somos la resistencia dentro de la resistencia. Porque, a pesar de que estamos luchando por un proceso organizativo colectivo que nos abraza como comunidad originaria, también está la lucha de las mujeres dentro de ese proceso organizativo para que se reconozca la voz y el rol de las mujeres”, asegura firme Musicué.

“Para el caso de las comunidades negras colombianas, la doble resistencia de las mujeres es un hecho. El liderazgo visible femenino está asumiendo dos frentes de luchas fuertemente activos”, explica Harrinson Cuero, miembro de Proceso de Comunidades Negras original de Guapi, Colombia. Según él, las mujeres enfrentan a la vez un “neoextractivismo que las golpea de manera específica” y “los efectos del colonialismo, el capitalismo y el patriarcado” que han “moldeado las lógicas de poder de los hombres”. Desde Vallecito, en Honduras, Miriam Miranda reafirma que “las mujeres siempre hemos estado ahí, invisibilizadas, calladas pero constantes, lo que pasa es que los hombres muchas veces ponen la cara en los resultados de un trabajo colectivo que hemos hecho las mujeres”.

“Desde las violencias sexuales hasta el cuestionamiento de si somos buenas madres, a nosotras la defensa de derechos nos desprestigia. Un hombre que va a una movilización es un hombre que va a luchar por su país, una mujer que va a una movilización es una mujer que abandona a sus hijos”, expresa Trinidad. Mujeres que participaron de las últimas movilizaciones en Colombia experimentaron como al llevar los hijos a la movilización junto a ellas, también se las acusaba de “mala madre” por exponerlos al peligro de la represión policial.

Desde Brasil, Natasha Neri, antropóloga y directora del documental “Letal” sobre la organización de las mujeres ante el asesinato masivo de jóvenes negros de las favelas de Rio de Janeiro, cuenta que “el movimiento de familiares de víctimas de violencia de estado está formado en un 98% por mujeres, son pocos los hombres que salen para esa lucha”. Esas madres de jóvenes asesinados que emprenden un proceso judicial y una campaña social en busca de justicia, también se encuentran con una lucha interna en sus entornos familiares. “A menudo acaban sufriendo el machismo de sus compañeros y muchas veces se deshacen matrimonios, los compañeros las tratan como locas, como si no pararan de hablar de la misma cosa”, explica Neri.

“El movimiento de familiares de víctimas de violencia de estado está formado en un 98% por mujeres, son pocos los hombres que salen para esa lucha. Las tratan como locas, como si no pararan de hablar de la misma cosa”

La defensa del territorio-tierra“A los grupos armados: esta es nuestra casa y como autoridades y desde los núcleos familiares, les decimos, no son bienvenidos”, así de claro habló la autoridad tradicional del pueblo nasa Cristina Bautista durante el funeral de dos kiwe thegnas —cuidadores del territorio en la lengua del pueblo nasa— asesinados por las disidencias de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia el mes de agosto de 2019. En los primeros 10 días de ese mes habían sido asesinados cuatro kiwe thegnas o guardias indígenas en la región del Norte del Cauca.

“No son bienvenidos los que están reclutando a los menores: hay unos mandatos establecidos desde la comunidad: personal de afuera que esté desarmonizando el territorio se va”, aseveró Bautista. Dos meses después, el 29 de octubre de 2019, ella fue asesinada junto a cuatro guardias indígenas más por el mismo grupo armado.

“Cristina defendía el territorio porque, como ella decía, de aquí a mañana si nosotras no defendemos nuestro territorio estaremos en las ciudades pidiendo limosna”, recuerda su hermana, Amalfi Bautista. “A nivel intercontinental, atraviesa la Abya Yala una estrategia de despojo que es la implementación del desarrollo económico a través del proyecto neoliberal”, explica Camila Rodríguez, activista y defensora de los derechos colectivos, desde Bogotá.

“Los proyectos extractivos están sobre el 80% de los territorios colectivos y eso evidentemente genera un grave conflicto”, apunta Rodríguez. Se trata de proyectos instalados dentro del marco de la legalidad —que no siempre de la legitimidad—, como represas hidroeléctricas, monocultivos extensivos, megaminería o extracción de hidrocarburos, pero también de proyectos que funcionan desde la ilegalidad como los cultivos de coca y marihuana para uso ilícito, la minería y la deforestación ilegales, el tráfico de drogas y armas, la trata de personas, etc.

“No es que directamente las empresas busquen los territorios colectivos, sino que ancestralmente Abya Yala es un territorio colectivo, siempre habitado por pueblos indígenas y a partir de la colonia también habitado y cuidado por comunidades negras y afrodescendientes”, explica Rodríguez.

Como el pueblo nasa de Colombia o el garífuna de Honduras, existen miles de comunidades en el mundo que enfrentan la llegada y la instalación de estos proyectos sea con herramientas que contemplan las distintas legislaciones como la consulta previa establecida por el Convenio 189 de la OIT o a través de acciones directas y movilización social. Comunidades como la Lumad de Filipinas o los Wetʼsuwetʼen de Canadá que resisten a gasoductos o grupos paramilitares son reportados en los informes de entidades como Global Witness o Front Line Defenders.

Casi mil defensores asesinados en cinco añosSegún el informe de esta última ONG, 304 defensores del territorio y los derechos humanos fueron asesinados durante el año 2019 en el mundo y desde 2015 hasta ese año fueron 959. Un 68% de los que fueron asesinados en 2019 perdió la vida en América Latina y un 40% formaba parte de comunidades originarias —representando éstas solo un 5% de la población mundial—.

De 304, más de una tercera parte, 106, han perdido la vida en Colombia, y 43 en Filipinas, los dos países que encabezan el desangrante ránquing. Colombia, que este mes de noviembre cumple 4 años desde la firma de un acuerdo de paz considerado ampliamente fallido, ha registrado en este año 2020, 74 masacres y lleva más de mil líderes sociales, defensoras del territorio y excombatientes de las FARC asesinados desde esa firma. El segundo, Filipinas, desde la llegada al poder del presidente autoritario Rodrigo Duterte, ha alcanzado la cifra de 200 defensores asesinados, la mayoría por la policía o grupos paramilitares.

Lo que tienen en común la mayoría de personas perseguidas es que son parte del 44% de la población mundial que sigue viviendo en áreas rurales y que mayoritariamente sigue cultivando la tierra con métodos ancestrales.

Lo que tienen en común la mayoría de personas perseguidas es que son parte del 44% de la población mundial que sigue viviendo en áreas rurales y que mayoritariamente sigue cultivando la tierra con métodos ancestrales. Con tan solo el aguante ante las dinámicas e inercias del éxodo rural y la urbanización de los estilos de vida, con tan solo su presencia en los territorios, éstas comunidades indígenas, afrodescendientes y campesinas, logran poner a resguardado y no dejar a disposición de las multinacionales o el narcotráfico, selvas, pampas y montañas. “Sin embargo cada vez están más cerca”, se lamenta Camila Rodríguez.

“Las formas de gobierno y de economía que se han globalizado nos llevan a la destrucción de los territorios, de los pensamientos propios y de los pueblos y por eso hay que destruirlas”, asegura Roseli Finscue, coordinadora del Programa Mujeres del CRIC y cofundadora de la Red Nacional de Mujeres Defensoras de Derechos Humanos de Colombia.

Rodríguez analiza también el “discurso legalista”, que no nace de las cosmovisiones propias, desde el que el mismo sistema hegemónico ha logrado que los defensores se protejan: “Se apropian de todo un discurso de defensa de derechos: los derechos humanos, los derechos territoriales y eso lo que hace también es visibilizar donde están y son los mismo ejércitos legales e ilegales que logran identificar donde están las luchas y las movilizaciones y generar impactos colectivos al asesinar líderes sociales y defensores de manera sistemática y selectiva”. Una estrategia de terror utilizada históricamente a lo ancho y largo del mundo.
Las múltiples violenciasDe las 304 defensoras asesinadas en 2019, 40 eran mujeres. En Honduras, quinto país en el ranquing de defensoras asesinadas, la Red Nacional de Defensoras de Derechos Humanos desarrolla hace una década una imprescindible tarea de registro y denuncia de las violencias más invisibilizadas. En su informe “La normalidad siempre ha sido el problema” —en referencia a la situación por el COVID-19—, exponen que durante el primer semestre de 2020 se han dado 530 agresiones a mujeres defensoras. Recalcan las agresiones con carácter de odio y discriminación racistas, y las seis mujeres transexuales asesinadas durante este periodo, y denuncian que la mayor parte de agresiones han sido perpetradas por la policía en primer lugar y por “actores vinculados a los movimientos sociales” en segundo lugar, por delante de las perpetradas por “actores vinculados a empresas y negocios”.

Las violencias para ellas vienen de afuera y de adentro: existen las que puedan sufrir por parte de actores armados públicos y privados y las que puedan sufrir por parte de miembros de su espacio de militancia, su comunidad o su familia

Efectivamente, las violencias para ellas vienen de afuera y de adentro: existen las que puedan sufrir por parte de actores armados públicos y privados y las que puedan sufrir por parte de miembros de su espacio de militancia, su comunidad o su familia. “Además de la violencia de la que fue víctima por parte de grupos armados, mi hermana también sufrió discriminación dentro de la organización por su defensa de los derechos de las mujeres”, asegura Amalfi Bautista.

La división de tareas por género que deja a la mujer en la esfera privada y al hombre en la pública, la falta de participación política y social, la invisibilidad de sus esfuerzos y la objetivación de sus cuerpos, son algunas de las grandes problemáticas que atraviesan las defensoras del territorio.En el caso de las comunidades negras, que en muchos casos podría ser extrapolable a otros colectivos, según Harrinson Cuero “los hombres negros aún no dimensionamos el grado de afectación que padecemos y aplazamos el debate justificados en el recrudecimiento de la violencia neocolonial”. Mientras tanto, “continuamos ejerciendo violencias contras nuestras hermanas y perpetuamos patológicos modelos de liderazgo”. Cuero comparte el punto de vista de la mayoría de mujeres consultadas: el próximo paso necesario para diagnosticar el patriarcado como un obstáculo e incluso como una amenaza para las organizaciones sociales y para el territorio es poner fin a “la resistencia de los compañeros hombres a reconocer el problema”.

“No quiero que más mujeres del campo vivan en estas circunstancias. Las mujeres indígenas necesitamos oportunidades para participar en la vida política, económica, en la sociedad y en la cultura”, afirmó la defensora asesinada Cristina Bautista en un discurso ante las Naciones Unidas en 2017. “¿Porque hoy la defensa de los territorios tiene cuerpo de mujer? Pues es porque las mujeres como dadoras de vida entendemos la importancia de contar con los recursos que nos darán la vida en el futuro”, explica Miriam Miranda. Por esa defensa de la vida, la defensora Roseli Finscue concluye, “como más comunidad y más colectividad hagamos, más cerca estaremos de quitarle el poder que tienen al capitalismo, al colonialismo y al patriarcado”.

Fuente: El Salto

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