Amelia Valcárcel: «El feminismo no es algarada o calle: es el día a día en que cada mujer gana un espacio de libertad»
La pensadora habla en esta entrevista de su obra pionera, del movimiento feminista y de la ajetreada y cambiante actualidad que toca vivir
La filósofa y escritora, en una imagen de archivo. L. O.
Han pasado 30 años de la publicación de Sexo y filosofía. Sobre mujer y poder, que se convirtió en una de las obras fundamentales del movimiento feminista español. Y vuelve de nuevo.o hoy, en este 2020, es un acto de fe?
Hay dos libros fundadores del feminismo filosófico en español, Hacia una crítica de la razón patriarcal, de Celia Amorós, y este. Cuando salió, en 1991, hace ya treinta años, se hicieron de él decenas de ediciones en diversos formatos. Nunca llegué a saber, ni aproximadamente, cuántas. Pero otro tanto le sucedió a un libro de mi mentor, Carlos Castilla del Pino, que nunca supo cuántas ediciones se habían realizado de su La alienación de la mujer. Esas primeras ediciones me las han presentado para firmarlas o dedicarlas en América infinitas veces y también en España, por supuesto. Ha sido un libro leído, estudiado y subrayado. Los libros se editaban entonces para leerlos, no para citarlos en las bibliografías. El feminismo español contaba ya además con una fuerte tradición vindicativa, la encarnada en Lidia Falcón y Aurelia Campmany, por citar solo a un par de referentes indiscutibles. La novedad era incardinarlo dentro de la historia general del pensamiento político. Para ello el estudio de la Ilustración resultó decisivo. El Seminario Feminismo e Ilustración que se desarrolló durante años en la Universidad Complutense fue fundamental.
¿Qué sigue vigente y qué no de las ideas que usted recogió entonces?
Este libro aborda ante todo dos asuntos: la naturaleza del poder y el uso impropio del término mujer. El feminismo de la tercera ola, el que habitamos, es el primero en plantearse a fondo el tema del poder, y, por tanto, de la paridad en el poder. Despeja el campo para permitir aflorar una agenda nueva de presencia pública relevante. El feminismo no es solamente una lucha por la igualdad y el reconocimiento. Es un trabajo constante en teoría de las élites, así como la exigencia de élites meritocráticamente establecidas. El lenguaje necesario para asentar la nueva dinámica política tiene que ser creado. Algunas de las distinciones que aparecen en Sexo y filosofía se han vuelto fundamentales. Feminismo de la igualdad frente a feminismo de la diferencia, por ejemplo. Este libro decantó bastantes polémicas que pretendían copar el horizonte. Las volatilizó. Abrió un nuevo campo de estudio.
¿Cuánto ha cambiado desde entonces el movimiento feminista?
Se ha hecho más extenso, más conocido, más presente. Y eso, que es deseable, lo ha puesto en la mira de todo el mundo. Me tuve que acostumbrar hace décadas a que, cuando me presentaban a alguien de cierta entidad, siempre apostillaran «le presento a fulanita, persona valiosa… pero que es feminista». Dicho eso con pena real o simulada. Ser feminista no te aseguraba nada bueno. Cuando te querían alabar, imagine, te decían cosas como «para qué eres feminista si tú no lo necesitas». Sin embargo, eran los mejores tiempos. Se heredaba una gran tradición política llena de fuerza y legitimidad. Había que seguir dándole aliento. Fue el feminismo español quien ganó la batalla de la ley de plazos al ministro Gallardón... El movimiento nos ha dado lo maravillosos beneficios de la amistad. Pienso en Comadres y veo toda nuestra trayectoria. Sin embargo, el feminismo no es fundamentalmente algarada o calle: es el día a día en que cada mujer gana un espacio de libertad o respeto del que antes no disponía. Se hace con tales infinitésimos. El 8 de marzo no es un Día del Orgullo. En fin, la vieja polaridad entre intensión y extensión: la cantidad no implica profundidad.
¿Cuál es la naturaleza del verdadero feminismo?
Es un conjunto coherente de ideas modernas, de la Modernidad, imbricadas profundamente con lo que llamamos Occidente y que nos distingue como civilización: racionalismo, que en filosofía política se traduce en las ideas de igualdad, libertad, dignidad, derechos individuales, mérito. Todas se aplican al análisis de la situación social y política de las mujeres, tanto en las sociedades tradicionales como en aquellas que han evolucionado hacia formas abiertas. El feminismo, aplicadas esas ideas, se transforma en una agenda de cambio social.
¿Qué es ser feminista hoy en día? ¿Y por qué?
La agenda feminista ya cumplida y alcanzada ha transformado profundamente nuestras sociedades, nuestros comportamientos y nuestras ideas. Ha conseguido para todas las mujeres los derechos educativos plenos, los derechos políticos y la equidad en derechos civiles. También nos ha cambiado, tanto que ni lo vemos. A todos. Ha transformado nuestra manera de ocupar el espacio y vivir el tiempo. Es responsable hasta de nuestros hábitos posturales y proxémicos. En realidad, habitamos en el feminismo. Se ha vuelto tanto parte de nuestro ambiente que dejamos de percibirlo. Por ello mismo ha afinado nuestra visión de lo injusto y grotesco del patriarcalismo en bruto. El feminismo es un maestro moral. La democracia no viene de serie; el feminismo tampoco.
Si alguien le dice «soy mujer, pero no soy feminista», ¿qué le respondería?
Nada. No me gusta responder tonterías. Y casi siempre a las tonterías se corre el riesgo de responderlas con nuevas tonterías. Antes he señalado la parte del feminismo que tiene que ver con la formación de élites. Ahora toca hacerlo con el fondo social: algunos de los agravios que todavía sufren las mujeres en su conjunto tienen que ver con su historia de subordinación y envilecimiento. Pues bien, aunque muchas mujeres puedan vivir su vida en la tranquilidad de que la violencia masculina no las tocará personalmente, todas padecen una enorme masa inercial de violencia del sistema, sin percibirlo. Por eso la lucha contra la violencia, la de fondo y la esporádica, o el paralizar lacras como la prostitución son luchas obligadas. En el corazón del abusivo poder patriarcal está y permanece la tentación de deshumanizar a las mujeres. Hay que vigilar sin descanso porque consolidar es complejo. Por ejemplo, embrutecimientos morales como los vientres de alquiler se presentarán ataviados de innovaciones. El feminismo, ya lo dejó escrito Clara Campoamor, es un humanismo.
Usted es una de las ocho firmantes de la Carta abierta al presidente de España en la que alertan de que las propuestas incluidas en la futura ley Trans, ahora en tramitación, «vulneran» los derechos de las mujeres al reconocer el género como identidad. ¿Por qué? Es un debate, quizás, difícil de abordar y entender en la calle. ¿Qué peligros se esconden detrás de tal planteamiento? ¿Tienen esperanza de que les hagan caso?
Tengo la completa seguridad de que nos hacen caso. Mucho más del que suponemos. Nos siguen, nos leen y por supuesto nos vigilan. Otro asunto es que quieran rectificar. Tal ley es un empeño de Podemos, que la intenta por segunda vez. Si se lee un articulito publicado por la élite de Podemos, por el propio [Pablo] Iglesias hace unos años, se encontrarán apoyadas en él, con la mayor adhesión y vehemencia, todas las marcianadas queer. No es de hoy. Pero tampoco es algo que solamente pase en España. Es un fenómeno de corrupción en las ideas a la que todas las democracias terminan por enfrentarse. Además, tal despropósito de ley cuenta con apoyos puntuales en el PSOE, puntuales, de escaso rango y menos formación, pero activos y adictos al teléfono. De hecho, el PSOE hubo de sacar hace meses un argumentario sobre el asunto por ver si se conseguía ponerlo en perspectiva, pero los cuatro cabecillas de este delirio no se han dado por aludidos. Me enfada un poco, porque de las mismas manos salieron ya iniciativas, otras y terribles, que hubo que parar: los vientres de alquiler o la reglamentación de la prostitución. Digo que me enfada, aunque me consta que ellos están mucho más enfadados conmigo. Lo que no lamento. La ministra [Irene] Montero, por otra parte, lleva camino de hacer falsa una expresión que se ha tenido por muy cierta: «Alguien vendrá que bueno me hará». Va a ser difícil.
El colectivo queer la acusa de tránsfoba, de TERF. ¿Cómo se mastica esto?
Es el insulto de moda. Feminazi estaba un poco gastado por su mucho uso en lugares poco recomendables. Ahora, los nostálgicos de toda la vida se estrujan las meninges y acuñan terfa. Se pasará como otros anteriores. «Mujer tenías que ser», ese sí que era un insulto radical porque suponía el desprecio completo al sexo femenino. Pero la secta queer, cuando ya decididamente delira y pontifica que el sexo se elige, no puede usarlo. Prefieren okuparlo. Mujer es… lo que tengan a bien representar o encapricharse por fingir. La turbulencia de género, de este género sentido en particular, está siendo tan intensa que me he visto en la necesidad de dedicarle una larga introducción en esta actual salida a la luz de Sexo y filosofía.
¿Son esas «turbulencias de género» uno de los peligros que acechan al movimiento?
En ellas estamos viviendo. Como agenda, el revoltijo al que se intenta señalar llamándolo trans, que es una manera poco digna de simplificarlo, carece casi de trascendencia; sin embargo, hay que afrontarlo. El enemigo principal tiene otro nombre que comienza igual: el transhumanismo. El asunto del antihumanismo, que ahora se quiere introducir de modo fraudulento llamándole también trans, es un nuevo y peligroso caballo de Troya. Y existen personajes que corren con las dos camisetas. Es necesario mucho tino para no emborracharse con las posibilidades técnicas y seguir manteniendo los valores consolidados en el mismo proceso de hominización. Algún que otro aprendiz de brujo hay y con poder que disfrutaría haciendo dinero a base de promesas imposibles: se puede cambiar el sexo, se puede modificar el genoma, se puede… Pero no todo aquello que se puede se debe. Eso es elemental. Dos severos peligros corre nuestro mundo: la ruina ecológica (no hay segundo planeta al que escapar si este colapsa)y la corrupción de la inteligencia que quiere hacer pasar por ideas asuntos cuyo nivel no llega ni a ocurrencias. Peligrosísimos además. Necesitamos ahora mucho temple puesto que la humanidad se ha hecho dueña de su destino. No sea que acabemos como Ícaro y Faetón. Los caballos del Sol son bestias poderosas. Necesitamos gente en política que dé la talla de los desafíos presentes. El feminismo siempre apoya lo correcto; está en su historia: no tiene nada de qué avergonzarse y ha conseguido, pacíficamente, enormes territorios de bienestar y sentido común.
En Wikipedia, en su biografía, se recoge esta anécdota personal: la expulsaron del colegio mayor por tener colgado un póster con el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (sobre la libertad de expresión), se lo quitaban pero usted volvía a ponerlo. Toda una vida en lucha...
Era el Colegio Mayor Santa Catalina, en Oviedo. Un lugar confortable del que fui solemnemente expulsada, en plenos exámenes, para que la medida provocara mayor daño. Claro que yo fui la primera de una docena de expulsiones que siguieron. Las personas que llevaban entonces la institución eran muy adictas al franquismo e imaginaban una revolución tras cada esquina. No sabían cuidar a las colegialas. Cuidar no es solo dar de comer, que lo hacían bien, sino aquello de que «no solo de pan vive el hombre»… o la mujer. Nos querían fuera y con el fracaso asegurado. Pero esto ha sido lo normal en lugares femeninos: no se concede entidad a las mujeres, consecuentemente, no se las cuida. No se cuida su talento ni se aprecian sus habilidades. No hay previsión. No tienen futuro, ergo no se les presume. Todo transcurre en la obediencia como única virtud. Ninguna otra tiene valor. A todo este contexto [Simone de] Beauvoir, como lo recuerdo en este libro, lo llamó el fondo de lodo del que hay que escapar.
Por Mariola Riera
Fuente: La opinión de Málaga