La ideología de “maternidad intensiva” atraviesa a las madres, también a las feministas
Investigadoras de la Universitat Pompeu Fabra analizan los miedos y prejuicios que cargan las mujeres a través de entrevistas a ocho madres y sus hijas.

Foto: Jacob Bøtter
“La maternidad te cambia la vida. Dejas de pensar en ti. Solo está tu hijo, una persona que depende de ti y ya no puedes ni siquiera plantearte ir de vacaciones o a cualquier lugar sin él”. Así habla Múriel, madre de dos niñas, residente en una zona rural de Catalunya. Hoy sus hijas ya son mayores, pero cuando nació la mayor se quedó en su casa y apartó su vida laboral. Decidió no hacer lo mismo cuando tuvo a su segunda hija y se tuvo que servir de su madre y su hermana para poder compaginar trabajo y crianza.
Múriel, con la perspectiva de los años, relata la presión que vivió para ser la madre perfecta. Perfecta en su trabajo, en su hogar, en su maternidad… perfecta en todo. “Entre madres siempre hay comparaciones y se te juzga constantemente. A la pequeña no le di el pecho porque, como tenía que trabajar, no podía dedicarle todo ese tiempo y fue duro que todo el mundo me dijera cómo tenía que alimentar y cuidar de mi hija”, recuerda. La experiencia de Múriel (nombre ficticio) es una de las que conforman el estudio “La ideología de la maternidad intensiva como eje de violencia simbólica”, elaborado por investigadoras de la Universitat Pompeu Fabra (UPF) a través de entrevistas a ocho madres y sus hijas.
El objetivo del estudio, financiado por la Unidad de Igualdad de la UPF y con fondos del Pacto de Estado contra la Violencia de Género, es analizar las violencias a las que son sometidas las madres y si ellas mismas entienden estas situaciones como violencia. “Hemos visto que, incluso detrás de los discursos más empoderadores y feministas, se repiten patrones propios de la maternidad intensiva como creer que hay que renunciar a una carrera laboral para ejercer la crianza debidamente”, explica Mittzy Arciniega, autora del estudio, juntamente con Lorena Gómez, Nele Hansen, Pilar Medina, Sonia Páez de la Torre y Ariadna Santos.
Según las investigadoras, en el relato de las madres se repite continuamente la dicotomía entre “ser madre y renunciar a todo, o ser libre”, a la vez que sienten que procrear no es una opción, ya que la maternidad es parte esencial de su identidad femenina. “A veces pienso que ser madre es una obligación social, que hay que tener hijos para que continúen engrasando la maquinaria, pero precisamente por eso tú no puedes dejar de trabajar. Y ahí te entra un sentimiento tremendo de culpa por las horas que pasas en el trabajo, durante las cuales te pierdes el crecimiento de tus hijas”, explica Maribel, otra de las madres participantes del estudio.
La idea de la maternidad intensiva en un momento de la historia en que la mujer es esencial en el mercado laboral, y cuando es casi imposible criar a un hijo con un solo sueldo, pone a las madres entre la espada y la pared
La idea de la maternidad intensiva en un momento de la historia en que la mujer es esencial en el mercado laboral —y cuando es casi imposible criar a un hijo con un solo sueldo—, pone a las madres entre la espada y la pared. “Tenemos que ser brillantes en casa y en el trabajo. Se nos exige una doble presencia y no conseguimos éxito en ningún lugar. Muchas madres han intentado brillar en la esfera profesional, pero no pueden con las exigencias del sistema y optan por volver a casa”, explica Arciniega, quien define esta situación como la ‘trampa de la libre elección’. “Tú no has decidido nada, es el sistema que te ha expulsado del trabajo y te manda a casa”, añade.
El tabú del arrepentimiento
“He tenido que dejar trabajos porque no tenía quien fuera a buscar a la niña al cole. Fue un momento muy duro; era muy joven y me cambió la vida. Y no para bien. Yo tenía perspectivas y sueños, que tuve que cambiar. Me han ido mal las cosas y no he podido llegar donde quería, pero aun así no me arrepiento”, explica Alejandra, una madre migrante que tuvo que dejar pasar su doctorado para criar de su hija. El perfil de Alejandra es bastante común, según la investigadora, quien cuenta que “a la vez que asumen lo duro de la maternidad, muchas te dicen que es lo más maravilloso que les ha pasado nunca”.
Esta contradicción, para la investigadora, se debe a que “si hay algo peor que no tener hijos, es arrepentirse”. Según el libro Madres arrepentidas, de Orna Donath (2016), el 9% de las madres están arrepentidas y un 18% están desengañadas y reconocen que, aunque volverían a tener hijos, la experiencia no les ha hecho felices. Estas cifras, en opinión de Arciniega, “seguro son más altas pero pocas mujeres se atreven a verbalizar su descontento”. Esta decepción se debe a la imagen que se vende de la maternidad, en la que todo es amor, dulzura, autorrealización y madres que son felices aun cuando no duermen. “Se nos exige un canon de belleza, trabajar, salir por ahí, y ser grandes madres. Y eso es lo que se intenta aparentar, pero de puertas para dentro, todas sabemos que es imposible. Si queremos aparentar esta imagen ¿realmente hemos evolucionado las mujeres?”, se pregunta Andrea, otra de las madres participantes del estudio.
Muchas madres son conscientes de la imposibilidad de cumplir con esas expectativas pero eso suele llevar a un sentimiento de culpa. “¿Por qué no soy feliz cuando me sacrifico así? Muchas mujeres no se dan cuenta de que se trata de un problema colectivo y piensan que les pasa solo a ellas porque son malas madres”, explica Mittzy Arciniega. Esta idea sacrificada de la maternidad se repite también en las hijas de las participantes del estudio, a pesar del auge del feminismo y la lucha por la emancipación de la mujer. “Las hijas reproducen las dicotomías e imaginarios de las generaciones anteriores, creyendo que si no son madres serán libres sin analizar por qué muchas no quieren o pueden tener hijos. Igualmente, asumen que la maternidad es sacrificio y realización y, en cierta manera, un deber pero no tanto para con el sistema, sino con sus propias madres”.
Según la investigadora, las hijas entrevistadas tienden a replicar las expectativas de sus madres y si no pudieron cumplirlas, suelen pensar que la causa estaba en ellas mismas y su contexto, no en el sistema. “Mi madre era muy joven y se agobiaba un poco porque no sabía. Cuando empecé a crecer no tenía idea de cómo ayudarme en el colegio y creo que hemos subido un poco ignorantes… pero en una burbuja de felicidad”, explica Verónica, la hija de Alejandra. “Ella nos antepuso a todo y menos mal que fue así, porque si no, las cosas hubieran sido muy distintas”, añade.
Reproduciendo las violencias invisibles
“Las jóvenes tienen mensajes muy contradictorios entre un feminismo que les pide ser libres y un deseo de feminidad que pasa por la maternidad intensiva. Les cuesta conjurar sus expectativas entre lo que quieren vivir, lo que pueden hacer y lo que querrían ser”, cuenta Mittzy Arciniega. Muchas de las hijas entrevistadas para el estudio asumen que ser madre es escoger entre una “vida plena” y poder criar a un hijo, de la misma manera que no se plantean ser madres solteras.
“¿Cómo vas a tener un hijo sola? Dejas de trabajar y de viajar, con lo importante que es eso ahora. Pero, a la vez, si no tienes hijos te ven como egoísta...hay que ser muy generosa para ser madre”, reflexiona Aina que, a pesar de pensar de esa manera, tiene claro que quiere ser madre: “hay veces que pienso que ni querría ni podría, pero en el fondo no quiero renunciar a eso. Así que quiero encontrar la manera de poder compaginarlo todo”, dice.
“Las hijas son muy críticas con sus madres desde su discurso empoderador, pero en sus emociones y deseos siguen reproduciendo ideas muy clásicas, como el hecho de construir la maternidad desde la dependencia emocional”, apunta la investigadora. Así, jóvenes como Aina considera que lo mejor de ser madre es “tener alguien que dependa totalmente de ti”. La maternidad acaba siendo la esencia de la identidad de muchas mujeres y, si ésta se construye en base a la dependencia, la relación madre hija se acaba resintiendo, según Arciniega. Por ello, la investigadora apunta a la necesidad de dejar de hablar de 'maternidad' y pasar a hablar de 'crianza'. “Hay que trabajar los imaginarios para despojarnos de la culpa, reivindicar los cuidados, entender que los problemas son colectivos y empezar a reconocer que se sufren violencias”.
Mittzy Arciniega, una de las investigadoras del estudio, cree que las jóvenes tienen mensajes muy contradictorios entre un feminismo que les pide ser libres y un deseo de feminidad que pasa por la maternidad intensiva
Y es que una de las conclusiones del estudio es que ni las madres ni las hijas reconocen las renuncias y discriminaciones laborales, sociales o económicas como violencias. “Lo viven como algo natural. Es más, las víctimas pasan a ser cómplices porque no hay nadie concreto que las obligue a vivir sus maternidades así”, dice Arciniega. Esto, además, se intensifica en las generaciones de madres futuras, que “reconocen que sus madres han sufrido y ellas no quieren reproducirlo, pero en un análisis más profundo de su discurso se ve que, aunque hablen desde un supuesto feminismo, acaban subyugándose al sistema”, sentencia la investigadora.
Así, se reproduce la idea que una mujer, cuando se convierte en madre, deja de ser mujer, trabajadora, amiga, amante o hija. La renuncia a la propia identidad y vida independiente se cuestiona poco, y mucho menos se asume la corresponsabilidad respecto la figura del padre. La crianza sigue siendo cosa de ellas, quienes, a menudo, asumen perder su identidad particular y pasan a reconocerse, simplemente, como ‘madre de’.
Fuente: El Salto