La ola roja
La menstruación tiene un impacto económico y social en la vida de las mujeres, pero también ecológico por el uso mundial de productos desechables. Feminismo y ambientalismo deben unirse para resolver ambos problemas
MONIKA KOZUB (UNSPLASH)
Como la mayoría de los bienes manufacturados, los productos de uso menstrual (compresas desechables y de tela, tampones, copas y discos, ropa interior absorbente, esponjas marinas...) tienen un coste. Esto obliga a las mujeres a incurrir en un gasto que no existe para quienes no menstrúan. Se habla, entonces, de pobreza menstrual y de discriminación económica.
Las estadísticas públicas han invisibilizado históricamente este gasto necesario y las políticas de Estado tuvieron poca o nula injerencia en el asunto; tampoco las instituciones médicas investigaron los posibles efectos en la salud del uso de productos descartables. Las consecuencias que tienen sobre el planeta, como la deforestación para la fabricación de estos productos así como los miles de toneladas de residuos de toallas y tampones descartables, también se desconocen.
La menstruación ha tenido históricamente un papel recluido al mundo de lo privado y lo individual, al interior de nuestros baños. La mirada feminista la socializa y busca convertirla en una experiencia colectiva, ya que, como hemos aprendido de las feministas de los años 70: lo personal es político. La menstruación es política también y, como tal, debe ser analizada en clave social y económica además de sanitaria y biológica.
Desde la campaña #MenstruAcción buscamos evidenciar desde hace años que los impactos de la regla, además de sanitarios y ambientales, son económicos.
¿Desigualdad o pobreza menstrual?
Si bien varios organismos internacionales y organizaciones feministas eligen hablar de “pobreza menstrual”, es importante traer a la discusión el concepto de desigualdad. Esto se debe a que la pobreza en economía es entendida como una carencia y no podemos evitar preguntarnos de qué carencia estamos hablando en lo que se refiere al periodo. Incluso a la hora de generar datos, ¿cómo medimos esa privación?
Cuando hablamos de justicia menstrual, ¿estamos exigiendo solamente la provisión material de productos o también podemos abordar la cuestión desde una mirada más amplia, que incluya la pobreza de información, de tiempo, de infraestructura y servicios básicos, entre otros?
La falta de condiciones materiales y simbólicas para gestionar la menstruación de manera sana y su injusta distribución no son excepciones, sino más bien la regla: quienes se encuentran en la base de la pirámide en lo que al período se refiere, se encuentran en la base de todas las pirámides socioeconómicas. Es problemático no entender que detrás de la dificultad de mujeres, niñas y demás identidades menstruantes para gestionar su sangrado se encuentra un complejo entramado de opresiones sistémicas.
Menstruación verde
La menstruación pone también sobre la mesa la discusión ambiental que la economía tan largamente ha postergado, empezando por la producción de productos desechables, que genera enormes cantidades de basura. Solo en Argentina, se tiran anualmente 3.380 millones de unidades entre toallas y tampones descartables. Esto se traduce en 132.000 toneladas de residuos no reciclables ni biodegradables cada año que tardan entre 500 y 800 años en degradarse. Urge una lectura ecologista y feminista desde la sostenibilidad de la vida para pensar alternativas al escenario actual.
La economía feminista no solo se pregunta por la falta de contabilización del trabajo doméstico no remunerado en el PIB, o por las brechas de ingresos en el mercado laboral, sino también por el futuro de este sistema capitalista extractivista y por los pueblos a los que afecta. ¿Crecer por qué? ¿Para qué? ¿La definición de economía que habla de recursos escasos no tuvo en cuenta los recursos naturales?
Cuidar y ser cuidado es un derecho humano que la economía tradicional ha fallado en reconocer. Hay preguntas básicas que, según sostienen varias autoras, debemos plantear para repensar la economía desde una doble lógica: la de la vida humana y la de la naturaleza, ambas invisibilizadas y dadas por sentado.
Además, las mujeres son un grupo especialmente vulnerable al cambio climático. La sociedad en la que vivimos tiene problemas de discriminación estructural, por lo que cualquier crisis afectará de forma desproporcionada a personas que ya están discriminadas. La feminización de la pobreza y la mayor vulnerabilidad de este grupo frente a la crisis climática surge de que son las feminidades las que se echan a la espalda las tareas domésticas y de cuidado, que además de no ser remuneradas, están mucho más expuestas a las consecuencias de la debacle ambiental: fenómenos como sequías, inundaciones y falta de alimentos afectan con más fuerza a quienes se hacen responsables de solventar las necesidades familiares o comunitarias.
Las mujeres son más vulnerables a desastres naturales. “A menudo, son las últimas en comer o en ser rescatadas; se enfrentan a mayores riesgos de salud y seguridad cuando los sistemas de agua y saneamiento se ven comprometidos; y asumen una mayor carga de trabajo doméstico y de cuidado cuando deja de haber recursos”, describe la ONU.
La apuesta por productos de gestión menstrual reutilizables, siempre y cuando existan las condiciones materiales para utilizarlos, es un aporte enorme al cuestionamiento de nuestros hábitos de consumo. En algunos casos, incluso donde no existe recolección de residuos, las copas menstruales o toallas de tela representan una opción viable para evitar la contaminación. Sin embargo, la falta de agua potable o de una infraestructura acorde pueden significar un obstáculo a la hora de pensar un horizonte más sostenible en territorios donde los derechos humanos más básicos son vulnerados.
El futuro es feminista y ambientalista
En los últimos años hemos visto cómo varios Estados del mundo han escuchado los reclamos de las activistas, implementando en sus territorios la provisión gratuita de estos productos y en algunos casos también se legislaron exenciones impositivas para los mismos. Los próximos desafíos se relacionan con la dispersión de este tipo de políticas por todo el globo, pero también tienen mucho trabajo por delante quienes ya gozan de políticas públicas al respecto. Considerar los distintos contextos en relación con la vivienda y el acceso a servicios básicos, impulsar un horizonte de productos de gestión menstrual 100% sustentables e incluir la perspectiva integral y feminista de la menstruación en la educación sexual integral son algunos de los retos que se presentan a futuro. Esperemos que la ola roja sea un ejemplo de lucha feminista y ambientalista por un mundo donde quepan todos los mundos.
Por Lucía Espiñera es economista e integrante de Economía Feminista.
Nicole Becker es activista por la Acción Climática de Fridays for Future Argentina y Campeona de la Juventud de Sanitation and Water for All.
Fuente: El País