Manipulación emocional: Del «amor romántico» al «poliamor»
Según sus partidarios, el poliamor es una relación establecida entre un grupo de personas que mantienen una relación de carácter afectivo y sexual entre ellas de forma duradera y simultánea. En estas relaciones, todas las personas involucradas son conscientes de la existencia de las otras personas y de las relaciones que existen entre las demás. La estructura de estas relaciones no es siempre idéntica: Alguien puede tener dos amantes estables que no estén con nadie más, o tres amantes que a su vez tengan otros amantes, o dos amantes como relación principal y otro como relación secundaria, o ser bisexual y tener amantes de dos sexos, o estar en un trío (o grupos de más personas) en el que todos sean amantes de todos y a la vez tengan relaciones esporádicas con personas que no pertenecen al grupo original. Hay personas poliamorosas que viven con uno o varios de sus amantes, en la misma o distintas viviendas; hay otros grupos poliamorosos que prefieren vivir en casas separadas; otras que están criando un hijo con dos madres y un padre, etc. (Fuente: poliamormadrid.org).
Lo habitual es que entre las personas que tienen una relación poliamorosa existan una serie de reglas (algunas veces, formalizadas en un contrato o acuerdo escrito) en las que se consensuan las condiciones en las que debe producirse y desarrollarse la relación entre todas las personas que forman el grupo poliamoroso, de modo que todas conozcan el tipo de vínculos que mantienen, ellas mismas con el resto y el resto de personas entre sí. Estos acuerdos explicitan, generalmente, el número de personas implicadas, quién puede relacionarse con quién, a qué nivel –“afectivo”, sexual o ambos– qué tipo de prácticas sexuales están permitidas y entre qué miembros del grupo, con qué tipo de protección contra las ETS, dónde se pueden llevar a cabo los encuentros, cada cuánto se ve a cada pareja, si las relaciones sexuales pueden practicarse por separado entre algunos componentes del grupo o siempre en grupo, etc. Precisamente, que este tipo de condiciones sean conocidas y “consensuadas” por todos/as los componentes del grupo es lo que aducen sus defensores y practicantes para legitimar su modelo de relación “afectivo”-sexual como un modelo entre personas libres e iguales que eligen por voluntad cómo quieren que se desarrolle su relación.
Sus defensores y practicantes aseguran que las relaciones poliamorosas son libres e igualitarias, al contrario de lo que sucede en las relaciones afectivo-sexuales de parejas cerradas y estables, sean estas heterosexuales u homosexuales. Consideran opresor la exclusividad amorosa y sexual que se exigen mutuamente los/las componentes de una pareja cerrada, asegurando que demandar de alguien esa exclusividad compromete su libertad como persona de relacionarse con otras del modo que considere oportuno con otras, cercenando su libertad y sus experiencias afectivas y sexuales. En este sentido, impugnan el amor monógamo, por represor, que se profesen dos personas entre sí y advierten del componente de dominio que implica privar a alguien de otras experiencias amorosas y sexuales y además exigirle fidelidad exclusiva para toda la vida.
El feminismo ha impugnado, y a mi juicio con total acierto, el amor romántico en tanto que instrumento patriarcal para alienar a las mujeres y hacerlas dependientes de los hombres. Se ha denunciado así que el amor haya servido para camuflar las relaciones de poder entre los sexos, poniendo a las mujeres al servicio sexual, doméstico, económico, reproductivo, etc. de los hombres. Ahora bien, ¿el amor es impugnable en sí mismo o lo es solamente la utilización patriarcal del mismo para asentar el poder de los hombres sobre las mujeres? Aún más, ¿acaso es legítimo considerar amorosa una relación patriarcal de dominio? ¿No convendría dejar de llamar “amor” a la instrumentalización patriarcal del mismo? Aceptemos, por un momento, que todo amor monógamo es opresor. Si así fuera, ¿extenderlo y ejercerlo sobre más personas –al convertirlo en poliamor– lo haría menos represor? En definitiva: ¿Qué nos asegura que las relaciones poliamorosas no se rijan por las mismas lógicas patriarcales?
Como decía, el feminismo y la izquierda han hecho una crítica al “amor romántico” por ser patriarcal y por asentar una forma de familia funcional al Estado burgués. Ahora bien, ¿acaso el poliamor no es un modelo relacional perfectamente funcional al patriarcado actual con su componente individualista y depredador propio del neoliberalismo?
El poliamor normaliza el consumo constante de personas. Bajo la parafernalia contractualista de negociaciones, acuerdos y consensos no se esconde sino un elaboradísimo ejercicio de dominio y sumisión que recaerá principalmente, y me atrevería a decir que necesaria y exclusivamente, sobre las mujeres. El poliamor se sustenta, por más que lo disimule con la noción de “consenso”, en una base de dominio y poder aderezada con una dosis significativa de manipulación emocional (bastante agresiva, por cierto, sólo hay que debatir un rato con sus defensores para comprobarlo). Al tiempo que se predica las relaciones libres, sin opresión monógama, se firman contratos en los que se decide quién tiene derecho a relacionarse con quién y de qué manera. Del mismo modo, en el poliamor, bajo la noción de “gestionar los celos”, se criminalizan las inseguridades y malestares emocionales obvios de constatar lo que evidentemente sucede en una relación poliamorosa: saberse utilizable, reemplazable, sustituible y no amada. Dichos malestares no se atienden en absoluto, al contrario, se demonizan en tanto que supuesta herencia de la educación monógama patriarcal, como si consumir compulsivamente a otras personas (léase mujeres) no fuese propio patriarcado del más rancio y rígido. Porque ¿acaso no es humillante estar en una relación afectiva en la que la persona no es considerada por su compañero/a un fin en sí misma sino un medio con el que satisfacer el propio ego y el propio deseo, sin vínculo emocional o si acaso, con una ficción utilitaria y desleída del mismo? Sostengo que el poliamor no es sino el modo relacional producto de esta etapa neoliberal y postmoderna del patriarcado, tan opresor como el contractualismo matrimonial o prostitucional interpelado por Carole Pateman.
No veo una sola ventaja del poliamor frente a la monogamia. No advierto en qué se es más libre siendo poliamorosa que monógama. Al contrario, considero profundamente inadecuado denominar “amor” a relaciones de sujetos individualistas en pugna por satisfacer su ego, llegando a acuerdos contractuales en los que las partes intentan asegurarse el mayor beneficio afectivo y sexual a cambio del mínimo compromiso personal con el resto. Pero lo que encuentro más intolerable es que esta despiadada competición individualista y egocéntrica se recubra de una retórica dulzona y vacía disfrazando el puro dominio e interés individual de “consenso, libertad, respeto, igualdad, liberación sexual, comunicación, impugnación de la opresión monógama,…” en fin: mismas cadenas, pero barnizadas con purpurina progre.
Igualmente, considero que el feminismo debe elaborar una propuesta teórica firme y sólida sobre el amor de pareja. La despiadada crítica al amor romántico era imprescindible en tanto que máscara de una alienación sobre las mujeres indudablemente inaceptable. Ahora bien, tan necesario como detonar un modelo injusto, como el amor romántico entendido en su versión patriarcal, es proponer una alternativa apropiada. El poliamor no puede ser la alternativa a la monogamia patriarcal en tanto que es tan opresora o más que esta misma. En román paladino: la solución a no ser sometida por uno no parece que sea ser sometida por varios.
Por ello, a mi juicio, sostengo que el feminismo no debe conformarse con decir que el amor ha sido el opio de las mujeres. Creo que, en primer lugar, ha de precisar que lo que ha sido el opio de las mujeres es la construcción patriarcal del amor (en su versión monógama o poliamorosa) y no el amor en sí mismo. De hecho, no debería considerarse amorosa ninguna relación donde impere el desequilibrio de poder. Y, en segundo lugar, creo que el feminismo ha de proponer un modelo relacional amoroso sólido que sustituya tanto al matrimonio patriarcal o el amor romántico en su peor versión, como al “amor” depredador y consumista del poliamor. Negar que el amor sea una experiencia humana profunda que tenga significativa relevancia en nuestras vidas no parece justo ni necesario ni la solución a nada. Criminalizar un sentimiento bueno en sí mismo porque un sistema lo haya retorcido hasta volverlo irreconocible y un instrumento de sometimiento tampoco parece lo oportuno: reestablecer el amor como sentimiento digno, de profunda unión entre dos personas y bienestar para las mismas, exento de toda manipulación y subordinación patriarcal sí parece lo más adecuado, y no creo que sea imposible ni, mucho menos, conservador.
Lo afectivo está siendo reducido a lo sexual y, a su vez, lo sexual está siendo reducido, simplificado y condicionado a la sexualidad masculina más patriarcal. Es esto y no el amor lo que oprime a las mujeres. Y es esa lógica, y no el amor en sí mismo, la que parece digna de interpelación. De hecho, el amor nos hace ver en la persona amada eso, una persona que merece ser tomada en consideración, con el mayor respeto a su dignidad y libertad, y por tanto, nos imposibilita desear su cosificación y su supeditación a nuestros deseos. Esto es: justo lo contrario a la noción patriarcal del “amor” y de la “sexualidad”, que precisamente es la que valida modelos relacionales donde el compromiso, el afecto, la lealtad, la complicidad y la reciprocidad amorosa y sexual sean denostados y sustituidos por relaciones esporádicas, fortuitas, sin afectividad ni complicidad, reducidas a la obtención de gratificación sexual individual (del hombre), acumulando experiencias tomadas como trofeo (por los hombres) y como medio de satisfacción del propio ego (de los hombres).
Por ello, poner en valor las relaciones monógamas sustentadas en los valores de libertad, igualdad, solidaridad, complicidad y atención equilibrada y recíproca me parece lo verdaderamente revolucionario en tiempos ultraindividualistas. Por supuesto que deben defenderse aspectos como la independencia y la libertad individual, el derecho a perseguir el proyecto vital que cada persona considere y mantener siempre una autonomía personal, económica y emocional (especialmente de las mujeres, en tanto que somos quienes hemos carecido de ella). De modo que para las mujeres (especialmente las mujeres heterosexuales), tener pareja deje de significar supeditarse a los deseos y prioridades de su compañero. Pero una cosa es velar por relaciones en pie de igualdad y otra denostar la monogamia –en bloque y sin matices– tachándola de necesariamente patriarcal, al tiempo que se elevan e idealizan relaciones más desequilibradas y patriarcales que la monogamia misma.
Denostar y despreciar el amor me parece muy desafortunado, especialmente en una sociedad neoliberal y patriarcal donde el debilitamiento de los vínculos humanos profundos (y el amor me parece el vínculo humano por excelencia) es tremendamente funcional a un sistema económico depredador. Dicho de otro modo: sin vínculos sólidos igualitarios y sanos (no sólo de amor, también amistosos y familiares e incluso militantes) se es más vulnerable, especialmente a los sistemas de poder. Por ello, el feminismo debe proponer una educación afectiva (no sólo sexual) donde el amor no sea negado cínicamente y se defienda (siempre como opción) como vínculo positivo y enriquecedor, señalando que cuando es verdadero y libre no implica sacrificio, renuncia ni, por supuesto, el más mínimo desequilibrio.
Por último, matizo que me parece igualmente consumista, utilitarista en el peor sentido y depredador si el “poliamor” se produce exclusivamente entre personas del mismo sexo, pero que a nadie se le escape que el poliamor responde, fundamentalmente a intereses masculinos patriarcales principal y casi exclusivamente.
Por ello, considero que despreciar una relación profunda de compromiso y lealtad, de apoyo y ayuda mutua, de camaradería, de estabilidad en un mundo donde todo caduca y las relaciones humanas se devalúan a excepción de las rentables económicamente no parece lo más revolucionario, mucho menos si se substituye por una tiranía ególatra donde “yo soy yo y el resto las intercambiables que me complacen cuando yo quiero”, pues esa parece la regla del patriarcado. Y del neoliberalismo. Y del poliamor.
Graduada en Filosofía por la UVA. Máster en Filosofía Teórica y Práctica por la UNED. Feminista abolicionista, republicana y defensora de la educación pública. Anticapitalista.
Fuente: Tribuna Feminista