Dolors Comas d’Argemir: “Hay que romper con el estereotipo de la mujer vieja que es sumisa y dependiente”
Comas ha coordinado un estudio sobre el trabajo de las personas que cuidan a mayores y dependientes en tiempos de la covid-19.
Dolors Comas, catedrática de antropología social y cultural de la Universitat Rovira i Virgili. No CC DAVID F. SABADELL
Dolors Comas d’Argemir (Tarragona, 1951) es catedrática de antropología social de la Universitat Rovira i Virgili. Ha compaginado su trayectoria investigadora con su trabajo político como concejal del Ayuntamiento de Tarragona y diputada del Parlamento de Catalunya por Iniciativa per Catalunya Verds. Sus publicaciones abordan el derecho al cuidado, el envejecimiento y la implicación de los hombres en el cuidado. El pasado miércoles se presentó en el salón de actos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid un adelanto del informe del proyecto de investigación “El cuidado importa. Impacto de género en los y las cuidadoras de mayores y dependientes en tiempos de la Covid-19”, del cual es investigadora principal.
En junio del 2020 se iniciaba el proyecto de investigación de Cumade, acrónimo de “Cuidado de Mayores y Dependientes”. ¿Cuál era la gran pregunta que se buscaba responder?
Nos preguntábamos qué había pasado durante la pandemia con el cuidado de las personas mayores, sobre todo en residencias, pero también en otros ámbitos como los cuidados familiares o el trabajo del hogar remunerado. Al delimitar el objeto de estudio nos centramos en las personas que cuidan y en cómo la covid había impactado en sus formas de cuidar. ¿Por qué el cuidado había quedado relegado y hasta qué punto el modelo de atención a las personas mayores estaba funcionando? Esas eran las grandes preguntas. La hipótesis de partida era que la pandemia había agravado una situación que ya existía y que estaba revelando cosas que no queríamos ver.
Somos seres vulnerables pero nuestra sociedad valora a las personas sanas y masculinas, no asumimos la decrepitud y las disfunciones del cuerpo
¿Hubo una respuesta a este “por qué”?
La respuesta es doble. La gran hipótesis que constatamos es que al tratarse de cuidados a personas mayores y con discapacidad, existe una doble devaluación. Los cuidados sociales, al contrario que los cuidados sanitarios, no se valoran, porque son tareas que tradicionalmente han realizado las mujeres, tareas naturalizadas para las que se cree que no es necesaria la formación, y esto dificulta su profesionalización y su valoración. Además, la vejez y la discapacidad tienen estigmas, un estigma con el que nos es difícil reconciliarnos. Somos seres vulnerables pero nuestra sociedad valora a las personas sanas y masculinas, no asumimos la decrepitud y las disfunciones del cuerpo. Si lo comparamos con el cuidado a la infancia, este último parece más satisfactorio, porque la infancia tiene futuro, es nuestro futuro… Sin embargo, las personas mayores ya no valen, porque no son productivas.
Os centráis en el cuidado social y no en el sanitario.
Era necesario delimitar. El cuidado social es el que menos vemos y al mismo tiempo, el que más condiciona a las familias. El cuidado sanitario es muy importante y salva vidas, pero mientras este cura, el cuidado social cuida. Cuando a una persona se le diagnostica alzhéimer, por ejemplo, poco se puede hacer desde el punto de vista médico más allá del diagnóstico y de intentar frenar la enfermedad. Pero cuando la persona pierde la autonomía y la capacidad de hacer las actividades de la vida diaria, ¿quién la levanta de la cama? ¿quién la acompaña si ha de salir a la calle? ¿quién le hace la compra? De esto se encargan las familias, y cuando ya no pueden, es lo que hacen las residencias. Esto nos interpela a todas y cada vez será más común, porque somos una sociedad longeva en la que los cuidados se harán más complejos y de mayor intensidad. Para muchas familias, decidir llevar a una persona a una residencia es un proceso de duelo… Sobre todo para las mujeres de las familias, por esa obligación moral de cuidar que genera sentimientos de culpa.
Durante los primeros meses de la pandemia se reivindicaban los trabajos esenciales y parecía que la sociedad era realmente consciente de la relevancia de los trabajadores que estaban en primera línea. De hecho, el título del proyecto afirma “El cuidado importa”. ¿Es una realidad o un deseo?
Creo que es más bien un deseo, nos olvidamos fácilmente de lo que no queremos recordar. Como dice la escritora Siri Hustvedt, recordemos a nuestros muertos. Los fallecimientos en las residencias fueron muchísimos, insoportablemente demasiados… Me sorprende la falta de reacción política. Sé que se están haciendo cosas y que el Gobierno español está intentando modificar la Ley de Dependencia, que se está intentando integrar toda una reflexión sobre un Sistema Nacional de Cuidados. Todo esto es bienvenido, pero es insoportablemente lento cuando hay unas necesidades tan acuciantes. Si este tema no tiene prioridad ahora, con todo lo que ha pasado, ¿cuándo la tendrá?
La pandemia no es sólo un problema de salud colectiva, también de desigualdad, que ataca más según diferentes factores sociales como pueden ser el género o la clase
En el informe con los resultados que se publicará en unas semanas afirmáis que la pandemia es también una sindemia.
Sí, la sindemia es un término académico reciente que sale del marco de la antropología médica. Nos habla de cómo se asocian las enfermedades, las pandemias, y las vulnerabilidades sociales. Con la pandemia se ha visto claramente que el impacto ha sido diferente no sólo por grupos de edad, sino por sectores. Los trabajadores esenciales gracias a los cuáles hemos podido confinarnos han sido las personas con peores salarios y más dificultades, los barrios más empobrecidos de las ciudades han sido los más afectados… La pandemia no es sólo un problema de salud colectiva, también de desigualdad, que ataca más según diferentes factores sociales como pueden ser el género o la clase.
Tú investigas sobre vejez y a la vez te reivindicas como “vieja”. Hace poco Anna Freixa publicaba su libro Yo, vieja (Capitán Swing) . ¿Cuál es el potencial político de esta afirmación?
Es necesario superar este tabú. Los años pasan y todos nos hacemos viejos, pero la manera de abordar la vejez es muy desigual entre clases sociales, porque las desigualdades se acumulan, pero también es desigual entre géneros. Existe una concepción de la vejez diferente entre hombres y mujeres. A nosotras se nos penaliza más: mientras que para ellos las canas son experiencia y les favorecen, nosotras nos teñimos… ¡yo misma lo hago! Llamarme a mí misma vieja es romper el tabú. Es muy interesante El manifiesto de las mujeres viejas, un libro de Mari Luz Esteban. La mujer, cuando llega a la vejez, se empodera. Es necesario romper con el estereotipo de la mujer vieja que es sumisa y dependiente, hay que reconocer la sabiduría acumulada por las mujeres viejas y positivizarla. Y como decía Simone de Beauvoir, dejemos de esconder la vejez detrás de otros términos como “tercera edad” o “abuelos”, como si fuese un secreto vergonzoso del cual es indecente hablar.
Las personas que cuidan, especialmente las de residencias, se han sentido muy juzgadas. Han hecho esfuerzos titánicos por salvar vidas y se les ha colocado como culpables de las muertes
Mientras gran parte de la población estaba confinada, vosotras iniciabais una investigación cualitativa. ¿Qué retos ha supuesto esta situación a la hora de realizar una etnografía en la que se trataban temas tan íntimos?
Ha sido un desafío total, más como antropóloga. Era una investigación de emergencia y la posibilidad de hacer trabajo de campo era limitada. El confinamiento frenó la posibilidad de la presencialidad y tuvimos que recurrir a lo virtual. Yo era muy escéptica, no sabía si saldría bien… pero salió. Nos hemos reconciliado con los instrumentos virtuales, el Zoom, la videollamada… Hemos tenido que adaptarnos a las diferentes situaciones, para entrevistar a una trabajadora del hogar interna era más útil el Whatsapp y las notas de voz, por ejemplo. Hemos aprendido incluso a emocionarnos a través de la pantalla.
Nuestro informe se centra en la voz de la experiencia directa de las trabajadoras que se encargan del cuidado
Ha habido entrevistas emocionantes, la gente tenía ganas de hablar… Las entrevistas abordaban los cuidados, pero parece que la realización de la entrevista en sí también ha servido para cuidar.
Efectivamente, las personas que cuidan, especialmente las de residencias, se han sentido muy juzgadas. Han hecho esfuerzos titánicos por salvar vidas y se les ha colocado como culpables de las muertes. Se han sentido tan injustamente tratadas que tenían ganas de contarlo, de hablar de la gestión de la muerte. En los hospitales las personas pasan, pero en las residencias las personas están, viven, y las trabajadoras crean vínculo. Hubo una entrevista donde esto fue muy evidente. Sofía Ugena-Sancho, de la Universidad Complutense de Madrid, entrevistó a una limpiadora de residencia y le contó que había ido al garaje a buscar los instrumentos de limpieza y se había encontrado con siete cadáveres que había reconocido por las pertenencias personales. Esta mujer se quedó con esto dentro, pero siguió haciendo su vida. Hasta que no hizo la entrevista, no se lo había contado a nadie. Había adelgazado diez kilos, pero los médicos le decían que estaba todo bien… Semanas después, llamó a Sofía y le dijo que le había venido muy bien hablar con ella, que ya había engordado un poco y que había llorado durante días. A veces la entrevista sirve como encuentro terapéutico.
Sabemos que sin cuidados no hay vida y que no han tenido reconocimiento, porque son tan consustanciales a la naturaleza humana que no los vemos
En la investigación habéis priorizado el abordaje fenomenológico, es decir, recoger las voces y testimonios de las protagonistas, las trabajadoras del cuidado, las verdaderas expertas. ¿Por qué era tan importante que se hiciese de esta manera?
Es una actitud investigadora, creo que desde la antropología social lo hacemos muy a menudo. Era necesario hacerlo así para conocer a fondo todo lo que pasó. Nuestro informe, que se publicará en forma de libro, se diferencia de otros en dos aspectos: toma el sistema de cuidados integralmente, en todas sus dimensiones, y además no se centra en la visión institucional, sino en la voz de la experiencia directa de las trabajadoras que se encargan del cuidado. Esto aporta una visión distinta. Es un informe con mucha profundidad académica, pero no queremos que se note (risas). Me explico, está realizado con todo el rigor académico, pero queremos que lo pueda leer cualquier persona interesada en el tema, priorizamos el impacto social.
La familia persiste porque cambia, y vamos ampliando y ensanchando lo que llamamos familia, aunque haya reticentes
Hay cierto sector de la izquierda reacio a hablar de cuidados, que considera que es un concepto vacío de sentido por haber querido abarcar demasiado. ¿Tenemos que seguir reivindicando colocar los cuidados en el centro?
Podemos llamar cuidados a muchas cosas, como podemos llamar trabajo a muchas otras. Finalmente es lo que cada sociedad define en sus términos. ¿Qué es trabajo? ¿Sólo el asalariado? Cuando hablamos de prostitución, ¿qué es? Hay todo un debate, y con los cuidados pasa un poco lo mismo. Lo que sí sabemos es que sin cuidados no hay vida y que no han tenido reconocimiento, porque son tan consustanciales a la naturaleza humana que no los vemos. Hace años no se hablaba de esto, y haberles dado visibilidad es importante porque los cuidados atraviesan las vidas de las mujeres y reproducen injusticias de género. Hay quien dice que situar los cuidados en el centro no es útil… ¿qué se está diciendo ahí? Bueno, yo creo que lo que no nos es útil es esta sociedad utilitarista que mide a las personas según sus méritos, triunfos y ganancia, una sociedad en la que la solidaridad queda reducida a la caridad. Hay que trabajar por una sociedad solidaria en la que nos comprometamos no sólo con lo que le pasa a nuestra familia, sino a todo nuestro entorno.
Si es difícil definir los cuidados, lo mismo pasa con la familia. Hay quien reivindica una vuelta a la familia…
Ya no podemos reivindicar la familia tradicional. Fíjate que la familia es un elemento tan substancial para la reproducción de la sociedad que hemos ido aceptando la modificación de las familias: las relaciones no heterosexuales, las adopciones, mujeres que tienen hijos solas… Hace años esto era impensable. La familia persiste porque cambia, y vamos ampliando y ensanchando lo que llamamos familia, aunque haya reticentes. Esto ha supuesto que las vidas de las mujeres cambien muchísimo, aunque no tanto las de los hombres.
Claro, en el acto del pasado miércoles había representantes de Servicio Doméstico Activo, de la Fundación 26 de Diciembre de mayores LGTBIQ+, viviendas colaborativas de personas mayores… Eran formas de hablar de familia sin nombrarla.
Claro, hablamos de los lazos que cuentan y los que no. Y cuando cuentan, los consideramos familia. La gente crea vínculos tan fuertes como lo son las relaciones familiares. El concepto familia se utiliza como metáfora para expresar esta unidad, la utilizan en la iglesia, en la política, hasta en la empresa. Pero, ¿por qué es útil? Porque genera esta idea de unidad, pero no cuestiona la jerarquía…
Durante la pandemia se han vivido situaciones dramáticas, pero también hay cosas positivas que podemos rescatar. ¿Cuáles habéis podido retratar en la investigación?
Ha habido vulnerabilidad, pero también empoderamiento. Se ha desobedecido, se han tomado decisiones más allá de los protocolos, en situaciones de final de vida, por ejemplo. Se han generado nuevas prácticas que posteriormente ha tenido que adoptar la administración. La ciudadanía ha respondido, se ha pensado en los vecinos, en las personas mayores que vivían solas, y han surgido iniciativas comunitarias en las que la gente se agrupó para repartir medicinas, alimentos, hacer compañía… Las trabajadoras del hogar también hicieron sus cajas de resistencia para las que se habían quedado sin empleo y sin casa. Estas reacciones son muy positivas, porque nos hablan de situaciones de solidaridad que han emergido espontáneamente.
Algunas espontáneas, pero otras ya trabajaban anteriormente. Quizá la pandemia nos ha dejado aún más claro lo importante que es estar organizadas.
Sí, algunas tuvieron que readaptar sus objetivos según la situación real del momento. Qué hacer si te han hecho un ERTE, qué pasa si eres trabajadora del hogar y el gobierno aprueba una subvención… Las asociaciones han tenido que reinventarse.
Estos son ejemplos de una sociedad que cuida… Hay un eslogan que nace de la crítica a la securitización: “Me cuidan mis amigas, no la policía”. En una sociedad que ha colocado los cuidados en el centro, ¿qué papel tendrían las fuerzas y cuerpos de seguridad?
Un papel de acompañamiento. Recuerdo que la primera vez que fui a Londres, hace ya muchos años, me sorprendía que la policía no llevara armas y que en las manifestaciones protegieran a los manifestantes. Ahora parece que pase justo lo contrario. ¿Necesitamos policía? Bueno… necesitamos servidores públicos que acompañen y protejan, sobre todo a las personas que tienen una condición de vulnerabilidad.