junio 20, 2022

Borgen: Birgitte Nyborg y la soledad de las mujeres en el pode


“El hombre es el único animal cuyos deseos aumentan a medida que se alimentan”. Con esta cita del economista Henry George comienza la cuarta, y 9 años tardía, temporada de una de las series políticas de culto, la danesa Borgen.

La cita resume a la perfección de lo que va esta nueva entrega: el deseo de poder por encima de todo. El poder como esencia de la existencia de Birgitte Nyborg. Y la soledad que ello conlleva o, más bien, la necesidad de aferrarse al poder, precisamente, por no tener nada más en lo que sostenerse. Birgitte está más sola que nunca y es en este contexto de soledad en el que el deseo de poder se convierte en su máxima vital. Incluso si ello supone renunciar a sus principios más fundamentales. Todo vale para seguir siendo Ministra de Exteriores. O no.

En 2012 Borgen nos enseñó la importancia del consenso, los valores del pacto entre diferentes, a anteponer los intereses de la nación a los del partido, y que comprar cosas personales con una tarjeta oficial del gobierno podía costarte el puesto de Primer Ministro. Pero, sobre todo, nos enseñó que los buenos podían ganar. Birgitte Nyborg, el personaje femenino más importante de la ficción política, interpretado magistralmente por la actriz danesa Sidse Babett Knudsen, era ese deber ser aspiracional. Esa mujer sencilla, madre de dos hijos, que iba en bicicleta al Parlamento, donde lideraba un partido de centro modesto, un tanto inocente y confiada, que aspiraba a ser bisagra y entrar en el gobierno danés con dos o tres ministerios.

Birgitte es una mujer que dimite por ser coherente con sus valores. En pleno 2012, en España, ver Borgen era contemplar un Olimpo. Y se convirtió, como lo había hecho The West Wing con Jed Bartlet a la cabeza años atrás, en la ficción que queríamos que se hiciera realidad. El listón de la ética política en España venía del pasado (para los nostálgicos que pensamos que todo se ha ido degradando con el paso de los años) y de la ficción. Esta vez, sin embargo, Borgen madura y Birgitte se convierte en cisne negro.

10 años después Borgen ya no es Borgen. Se parece más a House of Cards. Y Birgitte ya no es Birgitte. Se parece más, al menos sí en algunos momentos de la temporada, a Francis Urqhart- que no Underwood- el protagonista de la novela de Michael Dobbs (ex asesor de Margaret Thatcher) en la que se inspira la serie, primero en la versión de la BBC y luego en la de Netflix.

Es la evolución natural. Porque 10 años después sabemos que los ideales platónicos se van deformando, que no todo es blanco o negro, y que la fuerza que impulsa y motiva al principio va dejando paso a una cierta desconfianza y, a veces, resignación. Y porque sabemos que, como a Birgitte, el poder te cambia, para bien o para mal. O te tritura o te engancha. Y Birgitte acaba enganchada porque, como ella misma afirma, en la cena con su Embajador del Ártico “si no soy Ministra 19 horas al día ¿qué soy?”

Pero esta soledad y ambición de Birgitte no es un hecho aislado. Es una constante que las series políticas contemporáneas tienden a mostrarnos en los personajes femeninos con poder. Merece la pena recordar a Amélie Dorendeu en Baron Noir, interpretada de forma sublime por la actriz francesa Anna Mouglalis, cuyo final no debe ser anticipado en este artículo, pero que las personas que hayan visto la serie completa comprenderán perfectamente la razón de mi referencia.

Birgitte descubre que se siente más realizada dedicándose por completo a ser Primera Ministra y no a ser madre de familia “ideal” danesa. Es ella quien decide renunciar a su familia. En el caso de la que se convertirá en la primera Presidenta de la República Francesa, el poder no le permite tener una familia, lo desee o no.

Es como una suerte de maldición. Si eres mujer y quieres dedicarte a la política sabes lo que te espera. Al menos es ficción, pero la ficción casi siempre actúa como una proyección de la realidad. Si las ficciones políticas representan casi siempre a las mujeres con poder de esta forma deberíamos preguntarnos por qué. ¿Es así realmente como ven los guionistas a las mujeres en el ejercicio del poder?

Es importante destacar que, en este caso, la ficción no se corresponde con la realidad. No es bueno que se siga mostrando esa falsa imagen de soledad de las mujeres en el poder. En la realidad hay mucha más sororidad y complicidades compartidas que en las series de ficción.
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Aunque sí podemos ver un atisbo de realidad en la evolución de Birgitte, que se suele corresponder con la de cualquier persona que lleve varios años en política. La ilusión y la inocencia, los primeros golpes y decepciones y, al final, la redención o la claudicación.

(ATENCIÓN SPOILERS) A PARTIR DE AQUÍ, SI NO HAS VISTO LA SERIE ENTERA, TE RECOMIENDO QUE NO SIGAS LEYENDO.

Al igual que la serie, también maduran sus personajes Birgitte Nyborg, Katrine Fonsmark y Torben Friis. Nos queda la pena de no saber cómo hubiera evolucionado el querido y odiado (a partes iguales) Kasper Llul. El único personaje real de la etapa anterior ya no sale en esta (seguramente porque el caché del actor era muy alto o por incompatibilidad de proyectos) porque su existencia perdía toda razón de ser. Ya no necesitaba ser el contrapunto del ideal platónico porque el ideal en esta Borgen ya no existía.

También vemos un Borgen más femenino, que no tiene que ser feminista (de hecho, no lo es), donde el poder está copado por mujeres. La primera Ministra, diez años más joven que Birgitte, es su rival natural en la serie. Condenadas a estar enfrentadas hasta casi el final de la temporada, Birgitte no acepta no ser ella la Primera Ministra y esto la hace todavía más egoísta y más obsesionada con el poder.

Si tuviera que destacar algo sobre las relaciones de los personajes femeninos es la falta de cooperación y de sororidad entre las mujeres de la serie. Me llama también la atención la frialdad con la que se tratan de Birgitte y Katrine, después de haber trabajado juntas codo a codo tantos años. Este distanciamiento entre ellas se ve también en cómo ambas gestionan el poder, Birgitte convirtiéndose en cisne negro y Katrine en cisne blanco, incapaz de soportar las presiones y de lidiar con sus nuevas responsabilidades. Esta dualidad la vemos hasta en su vestuario. Birgitte aparece casi siempre de negro con un grueso eyeliner de ese mismo color rodeando sus ojos mientras que Katrine aparece casi siempre de colores claros y sin una gota de maquillaje.

El hecho de que Birgitte esté aislada, prácticamente sin trato con sus hijos y con sus amigos del pasado, sirve para entender mejor su evolución y que el espectador pueda identificarse mejor con ella. Entender mejor por qué aferrarse al poder es lo único que le queda… o eso parece.

No se puede abordar un análisis de esta temporada sin analizar al personaje revelación, el contrapunto del anterior Kasper Llul, el personaje que contrapone esa pérdida de idealismo y aterrizaje en la realidad. Es el Embajador del Ártico, interpretado por Mikkel Boe Følsgaard.

Nos hace recordar tiempos mejores. Representa la inocencia política y profesional. Él nos reconcilia y nos conecta con aquella Borgen del pasado. Creo que esto precisamente es lo que intentó el creador de la serie Adam Price con el último capítulo. Tratar de reconciliarnos con la Birgitte que no tenía un vestido que le sirviera para ir al debate electoral, que no presidía la mesa en la que le tocaba negociar la formación de gobierno y que iba en bicicleta al Palacio de Christiansborg.

Adorábamos a aquella Birgitte, pero también a esta otra que es más egoísta, más oscura, que evoluciona de manera coherente con el sino de los tiempos y con la realidad del desgaste y transformación de la mayoría de la gente que se dedica a la política, que no es otra que la lucha por el poder. La diferencia está en que unos se venden y otros no.

Adam Price, el creador de la serie, no sabe que no hacía falta que nos reconciliara con la anterior Birgitte porque la madurez política de Birgitte es la natural y realista. La esperada, que también se expresa con la menopausia del personaje. Birgitte no es que venda sus valores, es que hay momentos en que parezca que no tiene ninguna decisión clara. Pero lo habíamos comprendido, habíamos empatizado con ella, desde su aislamiento, desde su soledad, ya solo le quedaba la política en un mundo cada vez más complejo, como a Norma Desmond en el Crepúsculo de los Dioses solo le quedaba el cine mudo.

Nos gustará siempre Birgitte porque es humana. Como nosotros/as.

Ese cambio repentino de Birgitte al final de la temporada tal vez sea lo más incoherente de las 4 temporadas de esta serie maravillosa.

No es porque las cosas sean difíciles por lo que no nos atrevemos. Es porque no nos atrevemos por lo que son difíciles. Con esta cita de Séneca comienza el último capítulo de la cuarta temporada. Tal vez para ayudarnos a entender la decisión de Birgitte. Su renuncia al poder para ganar tiempo en aras, seguramente, de volver a tener más poder.

Esperemos ver, dentro de poco, a Birgitte en Bruselas, liderando la gestión del Mecanismo de Recuperación y Resiliencia, la transición energética y la invasión de Ucrania. No hay duda de que esta Birgitte, más oscura, más fría y que viste de negro, se atrevería a hacer frente al mismísimo Putin.

Experta en comunicación y activista feminista
Fuente: Tribuna Feminista

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