diciembre 07, 2022

De la virago a la feminazi: siglo y medio de antifeminismo

A lo largo de la historia, los movimientos misóginos han empleado diferentes términos y estrategias para ridiculizar a las mujeres que pedían el reconocimiento de sus derechos

Así trataba de ridiculizar la propaganda misógina a las sufragistas.TWITTER.COM/FEMERENAS

El movimiento sufragista y sus oponentes

En Occidente, el problema femenino se planteó en la segunda mitad del siglo XIX, cuando un porcentaje significativo de mujeres de clase media y alta comenzó a reclamar derechos políticos que se reconocían a los varones. Se trataba del movimiento sufragista y sus integrantes exigían la posibilidad de votar cuando los varones podían hacerlo, en la convicción de que este derecho abría la puerta a muchos otros: al poder votar, las mujeres serían escuchadas por los representantes democráticos de la nación. La exigencia de derechos políticos iba de la mano del incremento de la educación, tanto de varones como de mujeres, pero especialmente de estas últimas, pese a los tradicionales obstáculos para ser admitidas en las facultades universitarias; tal es la reclamación central de Virginia Woolf en su opúsculo Tres guineas.

El movimiento sufragista estaba relacionado con los internados laicos para muchachas, que fueron las primeras instituciones donde las jóvenes de familias adineradas adquirían estudios cualificados lejos de sus hogares. Los conservadores atacaron tales instituciones con el argumento de que los internados eran lugares donde algunas profesoras masculinizadas, a las que denominaban “viragos” (o varonas), apartaban a sus alumnas del camino recto; esto es, del matrimonio y la maternidad. Los misóginos sospechaban que las docentes que se dedicaban a la docencia podían ser pervertidas para rodearse de jóvenes que siguieran sus preferencias. Las obras de Sigmund Freud ayudaban a desconfiar de los motivos de una mujer que no pretendiera ser una buena esposa y madre. Desde luego, las enseñantes debían estar solteras y carecer de descendencia para consagrarse a su tarea; sin embargo, para quienes se oponían a tales novedades, ello constituía motivo para una nueva crítica: no alumbraban niños que engrandecieran la patria. En contrapartida, defendían la continuidad de las instituciones caritativas dependientes de alguna iglesia y pensadas para huérfanos. A los conservadores también les preocupaba que entre las jóvenes surgieran pasiones inconvenientes. Su base eran los comentarios de admiración que las discípulas expresaban por sus maestras y los arrebatos (raves) de amor que se profesaban entre sí.

El periodo de la moral victoriana se caracterizó por el crecimiento de los mercados, una renovada expansión imperial y el surgimiento de grandes fábricas y bancos. En tal contexto, los internados proporcionaban a las jóvenes una formación que les resultaba necesaria para contraer un buen matrimonio, puesto que todo hombre de éxito necesitaba que su esposa tuviera una mentalidad cosmopolita, además de servirle de consejera sobre ciertos asuntos. Para aprovechar las dinámicas industrialistas e imperialistas eran precisos dirigentes lúcidos y mujeres con una visión realista de su tiempo. A las solteras, su formación les ayudaba a administrar su patrimonio; si las circunstancias las obligaban a buscar un empleo, la educación de calidad les abría las puertas del trabajo asalariado. Pese a las críticas misóginas, todo coadyuvaba para que los progenitores desembolsaran un buen dinero con el fin de que sus hijas se formaran en instituciones de calidad, al igual que hacían sus hermanos. Para costear tantos dispendios, las parejas redujeron su descendencia.

En el mundo del arte, la misoginia se reflejó en la renovación del mito de Pandora, a quien se puede considerar la primera femme fatale de la historia, así como por la aparición de la vampiresa; la primera abocaba a la desesperación y ruina a los varones que la rodeaban, mientras la segunda los agotaba. En opinión de los conservadores, tales mujeres actuaban por capricho y resentimiento. También sospechaban que estas mujeres mantenían relaciones íntimas solo para contagiar la sífilis a sus amantes, en reciprocidad a lo que había sucedido durante siglos. Las bostonianas (1886) de Henry James, cuyas protagonistas son precisamente sufragistas, inicia un ciclo literario que concluye medio siglo después con el personaje de Lulú, protagonista de novelas y óperas, quien acepta propuestas homoeróticas como vía para el ascenso social.

En el mundo del arte, la misoginia se reflejó en la renovación del mito de Pandora, la primera femme fatale de la historia

El progreso femenino en el siglo XX

La ola misógina decayó con el estallido de la Primera Guerra Mundial y se hundió definitivamente con la Gran Depresión de 1929 y el posterior estallido de la Segunda Guerra Mundial. Los motivos son dos. El primero radica en que, merced a su contribución al desarrollo, muchos gobiernos concedieron el voto femenino durante el periodo de entreguerras; por ejemplo, España y Portugal lo autorizaron en 1931, mucho antes que Francia. El segundo motivo consiste en que resultaría absurdo calificar de “virago” a quien era animada por su gobierno a trabajar en siderurgias y astilleros para reemplazar a los obreros que iban al frente de batalla como soldados; si las mujeres no se empleaban en industrias pesadas, el país sería derrotado en breve plazo. Las guerras mundiales fueron enormes desgracias, pero a las mujeres les sirvieron para demostrarse a sí mismas, y al conjunto de la sociedad, la relevancia de sus tareas.

La última contienda mundial fue seguida por unas décadas de acelerado desarrollo económico que duraron hasta la década de 1970. En el periodo posbélico, los empleos abundaban y cualquiera dispuesto a trabajar era bienvenido por su contribución a la prosperidad colectiva. En coherencia con su importancia, la nueva generación de mujeres trabajadoras reclamó una ampliación de derechos, para lo que se integró en movimientos sindicales y feministas. Así, sus líderes exigieron la capacidad de dirigir su salud reproductiva y, por lo tanto, el acceso a métodos anticonceptivos, así como al aborto gratuito.

A lo largo del siglo XX, las mujeres han progresado de manera acelerada, tanto en su educación general como en capacitación laboral. Primero coparon las facultades de letras, luego de ciencias (lo que incluye Medicina) y actualmente son cada vez más frecuentes en los estudios técnicos. No obstante, desde 1970 los países capitalistas han experimentado periodos de expansión seguidos de crisis, acordes con un debilitamiento de su base industrial, un incremento de la economía financiera y, como aspecto positivo, un aumento en la esperanza de vida. En la actualidad, el progreso material más acelerado tiene lugar en los países que adquirieron en las últimas décadas una potente base industrial, como China y Corea del Sur.

Las crisis que, desde hace medio siglo, cíclicamente conmocionan a los países capitalistas provocan que haya pocos empleos bien remunerados, por los que compiten tanto mujeres como varones; a menudo, las primeras están mejor formadas que los segundos, aunque ello no conlleva necesariamente que se las contrate. A su vez, la pugna por los empleos, junto a la exigencia de nuevos derechos reproductivos y laborales, conllevó una renovación del campo de la misoginia, en este caso dirigido contra las feministas (más que hacia las mujeres como colectivo). Quienes se oponen a la ampliación de derechos de las mujeres inventaron una afrenta más absurda que la precedente: el acrónimo feminazi.

El insulto “feminazi”

Las feministas que solicitan ayudas específicas como madres o trabajadoras actualmente son tildadas de “feminazis”

Como tantos conceptos de sociología política, “feminazi” tiene origen estadounidense. El término fue popularizado, en la década de 1990, por un locutor de radio de ideología conservadora para aludir a mujeres de fuerte voluntad que, supuestamente, se esfuerzan por incrementar cuanto sea factible el número de abortos con el fin de abocar la especie a la extinción; sin embargo, el impulsor del término nunca nombró una feminista que adoptara esta posición. Si las mujeres que a principios del siglo XX reclamaban el voto eran caricaturizadas como viragos, las feministas que solicitan ayudas específicas como madres o trabajadoras, junto al reconocimiento de su libertad sexual, actualmente son tildadas por sus opositores de “feminazis”. Los nuevos antifeministas aúnan los reclamos por la igualdad con el genocidio nazi, para lo que soslayan el hecho de que el nacionalsocialismo persiguió y condenó todas las demandas feministas y homosexuales, resultando que el acrónimo “feminazi” constituye un oxímoron. Por lo tanto, para la nueva misoginia, el intento de promover la igualdad entre varones y mujeres con medidas políticas conlleva el ascenso del nazismo, aunque nadie sepa cómo tiene lugar la conexión entre procesos tan dispares. Si, pese a lo absurdo del término, los antifeministas lo utilizan es para aprovechar el rechazo que conlleva etiquetar como “nazi” a cualquier opositor político.

Pese a que la campaña de desprestigio del feminismo resulta incoherente de principio a fin, el eslogan se mantiene por dos motivos. Por un lado, algunos millonarios ultraconservadores están dispuestos a gastar su dinero difundiendo su ideología en medios de comunicación, en lugar de promover la filantropía; la misoginia siempre forma parte de cualquier campaña reaccionaria. En los actuales países occidentales, los adinerados pagan tan pocos impuestos y la economía financiera resulta tan inestable, que algunas personas acumulan unos recursos que no saben cómo aprovechar. Dicho con otras palabras: gastar dinero en impedir que lleguen al gobierno partidos de izquierda les resulta más barato que pagar los impuestos que estos partidos quizás les impondrían en el caso de gobernar. En el otro extremo social, miembros de la vieja clase obrera, empobrecidos por el actual sistema económico, en algunos casos están dispuestos a echar la culpa de su situación a cualquiera que reclame nuevos derechos, ya se trate de feministas, homosexuales, personas trans o inmigrantes. Otros trabajadores, por el contrario, luchan por la conquista de derechos universales y una reducción de la desigualdad de ingresos.

Como todo insulto de raíz política, “feminazi” intenta que un grupo de personas marginadas se contengan antes de exigir una mejora de sus condiciones existenciales. En la actualidad, no tiene sentido calificar de “lesbiana” a cualquier mujer que compita por ascensos laborales con varones, cuando tantas asalariadas se muestran notoriamente heterosexuales; además, el hecho de ser lesbiana (o virago) ha dejado de constituir un estigma social, en especial a partir de la aprobación del matrimonio igualitario. El problema radica en que, en nuestros días, resulta más fácil calificar de “feminazi” a una feminista que a quien realmente defiende principios fascistas. Pese a la incoherencia del insulto, cabe lamentar que continuará utilizándose mientras persistan las crisis económicas, la competencia por los buenos empleos y la enorme desigualdad de ingresos entre las clases sociales.

Por Javier Ugarte Pérez 
Fuente: CTXT 

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