diciembre 08, 2022

Tuteladas, discriminadas: así vive la mujer de Qatar

Las cataríes son una doble minoría en un país donde rige la ley islámica y en el que el 70% de la población son hombres

Varias mujeres veían un partido del Mundial en una pantalla gigante en la Fan Zone de Doha, Qatar.JAIME VILLANUEVA

“Ni siquiera los animales lo hacen. Relacionarse con alguien del mismo sexo es enfermo. ¿Cómo va a ser eso derechos humanos? ¿Por qué nos presiona Occidente con las banderas y los brazaletes [LGTBI]? ¿Y cómo es posible que permitan a la gente cambiar de sexo, hormonarse, decidir si quieren ser hombre o mujer? No podemos entenderlo”, afirma E.A.M, catarí, de 43 años, en un lujoso café de Doha. Ella y su amiga, F.H., de 45, han accedido a charlar con EL PAÍS sobre su vida en Qatar con la condición de ocultar sus nombres completos y sus rostros.

Les preocupa que alguien piense que buscan atención, pero creen que hay una campaña contra su país y aceptan ofrecer su punto de vista. Son dos mujeres cataríes en un país donde solo el 15% de sus habitantes son autóctonos y donde más del 70% de la población son hombres; es decir, una doble minoría. Viven en un lugar donde la religión es ley. Necesitan la autorización de sus padres o maridos para casi todo lo importante; su testimonio vale la mitad que el de un varón en un juicio; en idéntico grado de parentesco, heredan la mitad que ellos; no pueden transmitir la nacionalidad a sus hijos si se casan con un extranjero (al revés sí) y mientras que el hombre puede divorciarse unilateralmente, ellas tienen que acudir a la justicia arriesgándose a perder la custodia de los hijos.

'No cuesta nada imaginar un Francia-Brasil en la final'

Hablamos del régimen de tutela masculina. F., casada, propietaria de una tienda de vestidos de novia, responde: “Podemos elegir, pero necesitamos su aprobación porque no queremos apenarlos, queremos verlos felices, orgullosos de nosotras. Nuestros padres y nuestros maridos saben lo que nos conviene, quieren lo mejor para nosotras”. E. añade: “Claro, es que ellos tienen más experiencia. Pedimos esa aprobación porque queremos. Todo se dialoga y hay una confianza mutua. Por ejemplo, a nosotras nos cuesta mucho entender que, en Europa, si una chica tiene novio deje a su familia sin más”. “Es que no me lo puedo ni imaginar”, replica F.

Prueba de virginidad

La sharía (ley islámica) prohíbe en Qatar el sexo fuera del matrimonio. Cuando la mexicana Paola Schietekat acudió en junio de 2021 a la policía catarí para denunciar que un hombre la había atacado en su habitación mientras dormía, terminó acusada de mantener una relación extramarital porque el agresor, que quedó libre, dijo que eran novios. La abogada local que le asignaron le recomendó “casarse con él” para evitar problemas y en un interrogatorio de tres horas —a ella— le plantearon que se hiciera una prueba de virginidad. Paola logró salir del país —”nunca había respirado con más alivio que cuando me sellaron el pasaporte”—, pero el caso —contra ella, nunca contra él— no se cerró hasta el pasado abril. Al teléfono desde México, explica que había llegado a Qatar en 2020 muy ilusionada para trabajar como economista en el comité organizador del Mundial. “Era el trabajo de mis sueños. Hablo árabe y me encanta el fútbol. Pensé que podía ayudar a cambiar las cosas desde dentro”. Quiso denunciar a su agresor en Qatar porque cuando su primer novio la violó cuando tenía 16 años no se había atrevido. El sueño se convirtió en pesadilla.

Hoy, con 28 años, aún sufre las secuelas de aquel terrible episodio: “He trabajado muchísimo en recuperarme, voy a terapia, pero sigo teniendo que medicarme para poder dormir y todo esto ha afectado a la confianza hacia otras personas”. No era la primera y mañana puede volver a ocurrir. En 2016, una turista de Países Bajos fue condenada a un año de cárcel y a una multa tras sufrir una violación. Las autoridades de su país lograron rebajar el castigo por haber sido violada a tres meses de prisión.

Es la interpretación más rigurosa del islam la que impide en estos casos concebir que la agredida es la víctima, aunque el Código Penal de Qatar establece penas de 15 años para quien fuerce a una mujer “a cometer adulterio”. Pero F. y E. no temen la sharía, sino todo lo contrario. “La religión es como un gran paraguas que te protege y en nuestro país, además, es la ley. Eso implica que desde pequeños nos enseñan cómo debemos comportarnos, cuál debe ser nuestra manera de estar en el mundo y estamos muy agradecidas por ello”, dice F. “El islam hace nuestra vida más fácil en todos los aspectos porque es una referencia sólida y común. Es un alivio saber que a tu alrededor todos se rigen por tus mismos valores. Eso es la sharía. Y dependiendo de lo que hagas, hay una recompensa o un castigo. ¿Por qué el testimonio de un hombre vale más en un juicio? Porque los hombres no tienen nuestra sensibilidad y hormonas. No es un asunto de igualdad, sino de justicia. ¿Y por qué heredan más dinero? Porque ellos tienen que atender a todas las mujeres que hay en sus vidas. Todo tiene un sentido”, abunda E.

Ambas se muestran preocupadas por las nuevas generaciones de cataríes. “Tienen más presión porque reciben muchos impactos externos. El mundo está abierto gracias a internet y los padres cada vez tienen más dificultades para controlar lo que piensan sus hijos. Deben ser conscientes del peligro”, afirma F.

Qatar ocupa el puesto 137 en el índice de Brecha Global de Género del Foro Económico Mundial, que mide la desigualdad en términos de salud, educación, economía e indicadores políticos. Los arabistas españoles Ignacio Álvarez-Ossorio e Ignacio Gutiérrez de Terán explican en su libro Qatar, la perla del Golfo, que en parámetros europeos “resulta ciertamente deficiente”, pero si se compara con “otras petromonarquías”, el emirato ascendería “a los primeros lugares”.
Primeras voces feministas

Un 51% de las mujeres dispone de empleo en Qatar, la mayor parte, en el sector público, aunque cobran menos que los hombres en el mismo desempeño. Ellas son mayoría en las universidades del emirato. Muchos hombres van a estudiar fuera y ellas necesitan el permiso de su padre para hacerlo. Amal Mohammed Al-Malki convenció al suyo y hoy es decana de la Facultad de Humanidades de la Universidad Hamad Khalifa. Se presenta así: “Soy madre, mujer, catarí, musulmana, árabe, profesora y feminista”. Tras pasar unos años formándose en Londres, regresó a su país, abrió un blog y actualmente tiene un podcast, Mujeres de Oriente Medio, donde entrevista a otras feministas árabes.

Al-Malki rechaza el sistema de tutela y en sus charlas suele repetir que ese tipo de normas no tienen que ver con la religión, sino con una interpretación “patriarcal” del islam. Está convencida de que la educación es “la gran palanca de cambio” y que el activismo debe hacerse desde dentro para cambiar no solo leyes, sino también mentes y actitudes. La cultura, explica, nunca es algo estático. Y no debe ser la excusa para impedir que las mujeres desarrollen todo su potencial. En 2012, con el jefe del departamento de Inglés de la facultad, publicó el libro Mujeres árabes en las noticias árabes, viejos estereotipos y nuevos medios, donde comprobaron su invisibilidad en la prensa. En uno de sus últimos podcasts, la académica entrevistó a la cantante catarí Aisha, una de las voces de la canción oficial del Mundial. “Al principio yo misma veía imposible seguir este camino por todas las dificultades que sabía que me iba a encontrar. Y en mi círculo cercano, mi familia, aunque había mucho amor, les costó procesarlo, les parecía muy extraño. Tuve que aceptar que iba a perder gente, comodidad… Sabía que al estar en el foco iba a recibir comentarios, odio… que no todos iban a aprobar lo que estaba haciendo. Y tuve que hacerme fuerte. Puede parecer que es solo una canción, pero son cinco años de proceso de todo esto. Ahora soy yo misma y creo que cuanto más soy yo misma, más ayudo a otras a que lo sean”, explica en el programa.
Cada cosa que hago depende de un hombreAsma, 40 años

Tras entrevistar a 50 mujeres residentes en Qatar y analizar 27 de sus leyes, Human Rights Watch publicó en 2021 un exhaustivo informe de 103 páginas sobre la discriminación en el emirato. “Cada cosa que hago depende de un hombre”, explicaba Asma, de 40 años. “Cuando cumplí los 17, un primo mío —en Qatar son habituales los matrimonios entre familiares— pidió mi mano. Me dijo que él viviría en EE UU por trabajo. Y yo no lo vi como un matrimonio, sino como una oportunidad de escapar”, relata. Se casó pensando que así se liberaría de la tutela paterna, pero cayó en la de su marido, que la maltrató y restringió aún más sus movimientos. Dana, de 20 años, explica en el informe que tuvo que mentir, decir que estaba casada y dar el nombre y número de un amigo como si fuera su marido para que la trataran de forma urgente de endometriosis: “Se negaban a hacerme una prueba médica por no estar casada”. Ghada, de 48, abundaba en la discriminación en caso de divorcio: “No podía casarme de nuevo porque perdería la custodia de mi hija”. El informe concluía con medio centenar de recomendaciones que HRW remitió por carta a las autoridades de Qatar. De momento, sin mucho efecto.

El emirato es una monarquía absoluta, donde no están permitidos los partidos políticos. El poder ejecutivo corresponde al emir y al Consejo de ministros, donde hay 15 hombres y tres mujeres (ocupan las carteras de Sanidad, Educación y Familia). E.A.M. recuerda el dato en el desayuno con EL PAÍS: “Hay tres mujeres gobernando. Pero no tenemos que trabajar si no queremos. No tenemos nada que demostrar. Es como lo de conducir. Se exagera en los medios que no se permita hacerlo a las mujeres —Arabia Saudí levantó la prohibición en 2018— o que necesiten la aprobación de su marido para obtener el carné —así era en Qatar hasta 2020— como una forma de atacar nuestra cultura y derribar la unidad de la familia. Yo tengo un conductor que me lleva. Y no pasa nada”. Al igual que su amiga, E. es licenciada en informática.

El jueves, la francesa Stéphanie Frappart se convirtió en la primera mujer en la historia en dirigir un partido del Mundial. Y fue en un estadio catarí, Al-Bayt acompañada, además, por la brasileña Neuza Back y la mexicana Karen Díaz como asistentes. En el festival de fans de Doha, con pantallas gigantes, estos días se veía algunos grupos de amigas cataríes siguiendo los partidos con sus abayas y quizá la camiseta de su equipo favorito bajo el manto negro. En el metro, dentro de esas pesadas prendas, también se las oía reír al ver a aficionados de distintos países con pelucas y caras pintadas. Noof al Maadeed, la joven feminista catarí que en 2020 huyó a Reino Unido tras denunciar “intentos de asesinato” por parte de familiares, regresó en 2021 porque se sentía extraña. Al abandonar las redes sociales donde había sido tan activa, organizaciones de defensa de los derechos humanos temieron por su vida. Un día volvió a Twitter para anunciar que estaba bien y difundió orgullosa, en la misma red, la foto de una entrada para el Mundial. Qatar y la FIFA quieren poner todos los ojos sobre el césped, pero la vida es lo que ocurre fuera, entre partido y partido. Y ahí, el emirato incumple cada día el artículo 35 de su propia Constitución: “Todas las personas son iguales ante la ley y, por tanto, no debe haber discriminación por razón de sexo, raza o religión”.Tres mujeres paseaban por la bahia de Doha, poco antes del inicio del Mundial.

Reportera de la sección de España desde 2006. Además de reportajes, realiza entrevistas y comenta las redes sociales en Anatomía de Twitter. Especialista en memoria histórica, ha escrito los libros 'Valientes' y 'Vidas Robadas', y la novela 'Recuérdame por qué te quiero'. También es coautora del libro 'Chapapote' sobre el hundimiento del Prestige.

Fuente: El PAÍS

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