Las Chelemeras y su misión de recuperar y revivir los manglares de Yucatán
Keila Vázquez, 43 años, Guadalupe Eklira, de 36, Claudia Vera, de 37, son tres de las 18 integrantes de "Las Chelemeras".
México es el cuarto país del mundo con mayor extensión de manglares. Un grupo de 18 mujeres de Chelem, un pueblo pesquero al norte de Yucatán, se encarga de devolverle la vida a los manglares de la costa de la península; amenazados por las construcciones, la deforestación, la pasividad de las autoridades y la emergencia climática. Muchas eran amas de casa sin estudios, diez años después lideran proyectos de recuperación y buscan financiación para continuar con su oficio y ampliar sus conocimientos a otras comunidades.
Bajo la sombra de un denso manglar, punto de encuentro e improvisada oficina, tres mujeres se calzan las botas de neopreno, se arremangan los pantalones hasta las rodillas –ahí donde llegará el agua de la ciénaga–, se ajustan las gorras, se estiran las mangas dejando pocos centímetros de piel morena al descubierto y sacan pequeñas palas de sus mochilas. No es día laboral.
Todavía no ha llegado la financiación, que reciben a cuentagotas a través de becas y donaciones, en su mayoría internacionales, consecuencia de la pasividad estatal. Aún así, deben revisar el estado de su trabajo: plántulas y canales que le devuelven la vida a las más de 100 hectáreas de manglar rojo (Rhizophora mangle) y negro (avicennia germinans) aledañas al puerto de Progreso, en el estado de Yucatán, México.
Keila Vázquez, 43 años, Claudia Vera, 37 años, y Guadalupe Eklira, 36 años, iniciaron la recuperación de los manglares, cuya importancia medioambiental desconocían entonces, hace más de una década.
Todo comenzó con una de esas preguntas que, en 2010, todavía se hacían en voz baja, cuando los hombres abandonaron una reunión al ver poco beneficio económico en el empleo: “Profesor, ¿hay algo por lo cuál nosotras no podamos hacer este trabajo?”, cuestionó la esposa de un pescador al biólogo Jorge Herrera Silveira, del Centro de investigación y de Estudios Avanzados de la Universidad de Mérida (Cinvestav), que había llegado hasta la comunidad de Chelem, un pueblito pesquero yucateco, para ofrecer a sus habitantes un trabajo temporal de dos meses en un programa de recuperación de este ecosistema.
De las más de 900.000 hectáreas de manglares de México, el 60% se halla en la península de Yucatán. © Marina Sardiña
Primero llegó el empleo, después el nombre. Pronto se hicieron uno: oficio y apodo. Ellas mismas se bautizaron como Las Chelemerasy no hay paisano que no las reconozca. “Ya la gente identifica que somos las mujeres que estamos por el rescate de los manglares”, dice Keila, líder del grupo conformado por 18 mujeres con edades comprendidas desde los 27 hasta los 84 años de Teresita, la más adulta de la colectiva.
“Nos cambió la vida. Éramos amas de casa que no teníamos tanto conocimiento. A pesar de que somos de una comunidad que está rodeada por manglares y que vive de la pesca, no sabíamos la importancia y los beneficios que nos traían a nosotros mismos este tipo de plantas”, reitera Keila.
México y sus más de 900.000 hectáreas de bosque de manglar
De las más de 900.000 hectáreas de manglares de México, el 60% se halla en la península de Yucatán. Su protección es crucial para la supervivencia tanto de las comunidades como del hábitat; fauna y flora locales. Los manglares son pulmones vegetales capaces de captar cuatro veces más carbono que los bosques tropicales, actúan como barreras naturales frente a los huracanes y dan cobijo a una gran cantidad de especies: aves, peces y moluscos que son también el sustento económico de estas comunidades pesqueras.
"La mayor amenaza es la indifenrencia de las autoridades. No hay ningún apoyo y no veo que estén preocupadas por su degradación"
Solo en Yucatán hay cerca de 40.000 hectáreas de manglar degradado. © Marina Sardiña
Si bien el calentamiento global, la deforestación y las adversidades climáticas extremas están agravando su destrucción, para Herrera la mayor amenaza es “la indiferencia de las autoridades. No hay ningún apoyo y no veo que estén preocupadas por su degradación”.
Según el biólogo, las instituciones permiten las "colonias" –barrios de invasión– en zonas de humedales, construyen carreteras e infraestructuras sin tener en cuenta el impacto ambiental; o edificaciones en líneas de playa uno, sobre las dunas, lo que impide el funcionamiento del sistema estuarino: “Donde el agua dulce y el agua marina está mezclada, dándole una salinidad intermedia, que es lo que ofrece el sistema más productivo que hay en el mundo”.
Pese a la vasta extensión de mangle, la degradación de este ecosistema aumenta
Solo en Yucatán hay cerca de 40.000 hectáreas de manglar degradado, lo que deja a las comunidades de la zona en una situación de mayor vulnerabilidad frente a los fenómenos climáticos extremos.
“Estas mujeres reconocen que hay una oportunidad de mejorar sus propias condiciones con la restauración de manglar. No solo reciben dinero, sino que mejoran sus condiciones para su propio bienestar, para su propia seguridad”, apunta Herrera.
Durante el primer trabajo, no se plantó ninguna semilla. © Marina Sardiña
Sin plantar una sola semilla, los primeros meses del trabajo “bien fuerte” de Las Chelemeras consistió en la creación de canales dentro del humedal: “Hasta los maridos vinieron a ayudarnos a sacar y transportar la materia”, cuenta Claudia. Para ello, explica Herrera, desde el centro de investigación realizaron una “ecología forense” para determinar así las causas por las que el manglar se estaba muriendo y poder hacerlo revivir.
El biólogo mexicano empleó un nuevo método experimental: la creación de canales que permitieran el flujo de agua dulce y agua salada. “El manglar es un bosque que depende de dos factores ambientales: la hidrología y las condiciones del suelo”, explica. Debido a los vertidos de lodo, tierra y relleno –que impedían el “efecto marea”– el agua no estaba llegando a la ciénaga y las condiciones topográficas eran de muy alta salinidad. “Los canales tienen esta doble función: reducen la salinidad y transportan las semillas y los propágulos de mangle”, agrega.
"Los canales tienen esta doble función: reducen la salinidad y transportan las semillas y los propágulos de mangle"
Desde el centro de investigación realizaron una “ecología forense” para determinar así las causas por las que el manglar se estaba muriendo. © Marina Sardiña
La segunda financiación llegó con una medida de compensación por la construcción de un puente y una pista de canotaje en el puerto de Progreso, a poco más de cincuenta kilómetros de la capital estatal, Mérida, puesto que durante las obras se habían arrojado toneladas de desechos y sedimentos sobre la ciénaga.
La medida compensatoria tendría una duración de cinco años, pero los fondos solo llegaron los dos primeros. La inestabilidad de la financiación hace que no todas las mujeres del grupo participen con la misma intensidad, pero para muchas este ya es su único empleo y un aporte a la economía familiar: “Algunas prefieren buscar fuentes de ingresos seguras, pero la mayoría, 11 o 12, somos fijas”, dice la lideresa.
El grupo de Las Chelemeras está compuesto por 18 mujeres, la mayoría desempleadas y amas de casa
Para este segundo ensayo se adentraron más profundo en la ciénaga, con ayuda de barcazas, puesto que el agua estaba más alta, provocando que “los arbolitos pequeños se ahogaran”. Necesitaban darle altura, elevar el nivel de sedimento para permitirle a las semillas arraigarse a la tierra y crecer. Para ello, Las Chelemeras crearon, con estacas y malla, las denominadas “tarquinas”. Una especie de cuna para las plántulas de mangle.
Entre risas, Keila explica su estrategia para que las muchachas cuiden de sus semilleros con el mismo cariño con el que maternan, las reparte y enumera: “Así ninguna se relaja porque son responsables de sus semillas”.
“Voy a ser abuela”, dice una cuando ve que su arbolito está floreciendo.
Las "tarquimas" son como cunas para las semillas del mangle. © Marina Sardiña
Para llegar a las tarquinas que se yerguen sobre el agua en calma, primero caminan sobre el lodo seco. La tierra se humedece a medida que avanzan en el interior de la ciénaga hasta llegar a un fango espeso de color rojizo que pone a prueba su equilibrio. Ninguna quiere mojarse más de lo necesario, faltan pocos días para Navidad y Guadalupe tiene la manicura roja con estampado navideño recién hecha. Mete sus largas uñas en el agua y saca una semilla de mangle, luego otra y otra. Estas se mecen al compás de los pasos de las mujeres. Es el fruto de su trabajo, más de 50 hectáreas de manglar reforestado y recuperado. “Muchas veces decimos que estas plantitas son como nuestros hijos, queremos verlas crecer", añade Keila.
Para ellas no solo es un sustento económico, también sienten la satisfacción de colaborar con el medio ambiente y por ende con sus comunidades. Si bien su mayor tristeza llega cuando una planta de su tarquina muere, a todas les da “mucha rabia” cuando la gente arroja la basura al humedal: plásticos, bolsas, botellas que tardan décadas en desintegrarse.
“El manglar es un bosque que depende de dos factores ambientales: la hidrología y las condiciones del suelo”. © Marina Sardiña
“Es inútil que estemos trabajando y poniéndole fuerzas si la demás gente no se aplica mentalmente con el cuidado de los manglares”, alega Keila, pero reconoce un cambio en la interacción de sus vecinos con el manglar. Para el profesor Herrera, “no solo estamos restaurando los ecosistemas, sino también la mentalidad o la percepción de las personas con su medio ambiente”.
“La verdad, nos hemos empoderado”
Pese a la hostilidad del entorno en el que se mueven estas mujeres –con los caimanes o largartos nadando a sus anchas– Keila reconoce el valor del camino andado de la mano de sus compañeras: “Hemos aprendido que nosotras podemos sacar adelante cualquier tipo de trabajo así sea fuerte, porque normalmente nos dicen que son trabajos de hombres y eso ya no nos asusta. Nos ha cambiado el carácter, ya podemos expresarnos, ya no tenemos tanto miedo de compartir nuestros conocimientos”.
Con el agua hasta las rodillas, a veces incluso hasta la cintura, dice orgullosa: “La verdad, nos hemos empoderado”. Sus esposos y familias admiran la labor de cada una de ellas: “Es bonito porque ya hay una igualdad de verdad en casa”.
"Hemos aprendido que nosotras podemos sacar adelante cualquier tipo de trabajo así sea fuerte, porque normalmente nos dicen que son trabajos de hombres y eso ya no nos asusta"
La recuperación del manglar fue su escuela superior empírica. Las Chelemeras están ahora más que graduadas en revivir este ecosistema. Sin apenas estudios, estas mujeres están transmitiendo todos los conocimientos aprendidos a sus hijos. “La mayoría de nosotras platicamos lo que vivimos en casa y nuestros hijos platican en la escuela toda la información que llevamos”, dice Keila, relatando con orgullo cómo su hija Sharty comenzó a estudiar biología inspirada en su trabajo.
A diferencia de los más pequeños, Las Chelemeras aprendieron “de grandes” sobre manglares y sus beneficios, “que son barreras ciclónicas, cunas para las especies”, siendo ejemplo no solo para sus familias, sino para las comunidades de otras localidades que quieren iniciarse en la protección y restauración de los manglares, como lo demuestran los talleres que imparten.
Los manglares de México, que representan el 6% del total mundial. © Marina Sardiña
El próximo objetivo: miel de manglar y proyectos de ecoturismo liderados por mujeres, cuyo beneficio económico ayude a mantener los manglares y sea una fuente de ingreso para estas mujeres y sus familias.
"Nosotros hemos enseñado en las aulas a muchos alumnos, pero el haber llevado este tema ya a la vida real... Este crecimiento de las comunidades es lo más enriquecedor, porque entonces podemos decir que el trabajo realizado durante estos años está valiendo la pena", presume Herrera.
Así como estos manglares de México –que representan el 6% del total mundial– ayudan a paliar la crisis climática global, Las Chelemeras son raigambre para sus comunidades de origen maya. “Mi sueño es que mis ojitos vean de verdad todas esas plantas grandes”, se despide Keila.
Juanjo Herranz colaboró con la reportería de esta historia
Fuente: Airfrance24