marzo 29, 2023

Quién fue Jeanne De Brigue, la primera mujer asesinada por bruja


Un recorrido por la pedagogía patriarcal del punitivismo, desde la caza de brujas en la Inquisición hasta una cerda encarcelada y condenada a la horca. ¿Por qué se dice que está bajando la identificación con el feminismo pero no con sus luchas? Además, ¿qué tienen en común los femicidas con los terroristas?

Jeanne De Brigue, la primera mujer asesinada por un juicio de brujería, fue acusada de "endemoniada" por sus poderes adivinatorios que usaba para encontrar cosas perdidas.

Cuando el dueño de un hotel de Villeneuve Saint Denis acusó a su esposa de haberle robado una copa de plata para regalársela a su amante, una misteriosa joven, a quien se le atribuían dotes de adivinación, indicó que la verdadera culpable era una camarera. Y ahí, tal como ella advirtió, estaba la copa. Este evento no hizo más que acrecentar la reputación de Jeanne De Brigue. Incluso los ladrones a veces le pedían, a cambio de alguna cosa, que no los denunciara. Era 1389 y al obispo de la ciudad no le gustaba nada el éxito de la mujer que encontraba cosas perdidas. Después de ayudar a desentrañar un robo a un cura, el obispo la mandó a arrestar: estuvo un año en prisión.

Tiempo después, Jeanne conoció a Macette, una mujer que le era infiel a su marido, que la golpeaba. Una vez el marido de Macette enfermó y la madre de éste le pidió ayuda a Jeanne. Fue en esas circunstancias que Macette le contó en secreto a Jeanne que era ella quien enfermaba al marido con sus pócimas. De Brigue decidió ayudarla y pedirle a cambio que le diera una mano para conseguir, con hechizos, que el padre de sus hijos de una vez por todas se casara con ella. Por supuesto, se hicieron amigas.


A ambas las acusaron de endemoniadas. En 1391, Jeanne fue la primera mujer asesinada por un juicio de brujería. La segunda, fue su amiga.

El historiador francés Jules Michelet escribe que las brujas nacen de la soledad y de la observación atenta. Dice también: la invención de la bruja ocurre en tiempos de desesperación. Desde niña, Jeanne pasaba horas en el bosque y recibía instrucción de su madrina sobre plantas y hierbas. Jeanne observa, aprende, se convierte en una mujer que sabe cosas: es una mujer ilustrada. Sabe cosas que los juristas y filósofos de la Iglesia de su tiempo no aceptaban como un saber oficial pero que, no obstante, creían en los poderes de ese saber tránsfugo. En el tiempo de Jeanne y Macette, las hechiceras eran consideradas las hijas directas de Eva: la responsable de la caída de la humanidad que, como ellas, también fue una mujer que quiso saber.

En el siglo XVI, las hechiceras eran consideradas las hijas directas de Eva, la primera mujer condenada por su deseo de conocimiento. (Getty Images)

Eva, Nietzsche y la cerda encarcelada

Creo que a veces la misoginia no es nítida porque no se trata de un odio hacia la mujer a secas –aunque no lo descarto –, es más bien un odio hacia el saber atribuido a la mujer, el saber de Eva. ¿Qué supo Eva?

Primero, otra pregunta: ¿por qué Dios habría puesto en medio de su jardín un árbol prohibido, si no es para que la ley fuera trasgredida? Nietzsche pensaba que Dios estaba aburrido – no lo descarto –, pero Teófilo de Antioquia propuso una solución interesante. Todo el problema de este cuento es un asunto de tiempo. Cada cosa tiene su tiempo, y Adán y Eva eran infantiles; la imprudencia habría adelantado el conocimiento, que no es otro que el del sexo y la muerte; conocimiento para el que no hay un tiempo justo, siempre llega a destiempo.

El de la caída es un conocimiento muy particular porque no es posible reducirlo a una cifra: el deseo y la finitud no son cosas que se puedan mirar de frente, no son medibles ni calculables, son cosas cuyo arte es parecido al de la adivinación. Si Jeanne encontraba cosas perdidas era porque algo sabía de los circuitos de deseo: si había un sospechoso obvio –y conveniente– de un crimen, ella seguía una cierta psicología nocturna para seguir la pista del crimen: leer los gestos mínimos, mirar debajo de la mesa y, de algún modo, leer las intenciones no dichas.

El saber de Eva es engorroso, mejor echarle la culpa a la serpiente. Por cierto, también hay una tradición de culpar a sus hijos directos, los animales. Hay una historia loca en 1385 en Falaise, un poco antes del primer asesinato de las brujas. Una cerda entró a la casa de un albañil una noche fría y comió parte del muslo de un niño de meses. La bestia fue atrapada y juzgada, pero juzgada en serio: la cerda fue encarcelada.

El día de su sentencia estaba echada en el piso y un guardia debió darle una leve estocada para que se pusiera de pie, porque así se deben escuchar las sentencias. Fue condenada a la horca. La idea era darle una lección de moral y teología a los animales. Para los saberes del mundo moderno, estas ideas son de una ignorancia escandalosa. No obstante, la racionalidad moderna sí cree que al llamar a un individuo “cerdo”, es posible juzgarlo, en un juico sin juicio, y enviarlo a la horca.

¿Era misoginia lo que propulsó la caza de brujas a partir del siglo XIV?

Femicidas y terroristas en busca de un paraíso

En una antigüedad no tan lejana existía algo llamado revista masculina y femenina; las primeras solían ser revistas de objetos como relojes, autos, tecnología, músculos, tetas, penes y otras partes recortadas del cuerpo. Las femeninas también tenían algo objetual, hablaban de cómo adelgazar, acentuar la cintura, levantar el trasero, pintarse los ojos, etcétera. Pero, a diferencia de los objetos de las revistas de sus hermanos, ese tratamiento del cuerpo por pedacitos era un medio para un fin, no un fin en sí mismo. Hoy no es así la cosa. La obsesión con el propio cuerpo persiste, pero no para seducir, ni ser deseada, ni buscar algún amor, sino para una misma: un fin en sí mismo. No descarto que en realidad no sea tan así, pero ese es el saber oficial.

Olvidé decir que también Jeanne y Macette adherían al saber oficial. En sus magias repetían plegarias del Evangelio de San Juan y rezaban avemarías. Pero, como todo el mundo, sabían que el saber oficial es un esfuerzo por darle sentido al mundo, aísla a la serpiente y promete que, si se sigue todo al pie de la letra, habrá paraíso. La diferencia con los juristas y curas, quienes también sabían que su saber era enclenque, es que ellas investigaban lo que ser humano es, mientras que los primeros forzaban las cosas para inventar al ser humano que querían que fuera.

Esas cosas que Macette y Jeanne discutían en secreto -el amor, la desdicha, sus vidas y las de los otros- estaban presentes en las revistas femeninas de antes. Pero, quienes leíamos esas revistas, sabíamos que en cada artículo sobre alguna dieta, o los siete consejos para seducir, follar o dormir, había un código secreto que apenas rozábamos, pero que debíamos investigar de todos modos. Nunca era certero qué era ser mujer o qué era el amor, por eso teníamos tantas ganas de hablar –aún tenemos– sobre nosotras, sobre las otras, sobre ellos, sobre todas las cosas. La lengua de las brujas es la de la adivinación, es decir, de la interpretación. Nada está escrito de una vez y para siempre.

Entre los siglos XV y XVII se asesinaron a decenas de miles de mujeres acusadas de brujería.

A las brujas las mataron por el acceso a ese saber que para algunos es angustiante, como un pozo sin fondo. Es necesario aclarar que puede ser angustiante para hombres, mujeres y todas las identidades, para quien necesita explicárselo todo y ser explicado por completo. Lo que se mataba de la bruja es lo que se mata también en un femicidio: un misterio y una complejidad desesperante, tanto que algunos están dispuestos a arruinar su propia vida con tal de hacer desaparecer a quien les provoca una angustia y una sensación de humillación incontenible.

Los femicidas, cuando son cercanos a su víctima, casi nunca matan para ganar sino que se rigen bajo el modelo terrorista: están dispuestos a morir con tal de vengarse. Un femicida, como un terrorista, no mata para conseguir un mundo mejor, sino para encontrar el paraíso. Por supuesto no cree que irá a un cielo con ochenta vírgenes. Un paraíso es la tierra donde no hay sexo ni finitud. Un paraíso es una tierra donde la presencia del otro no duele, donde hay un orden y explicación para todo lo que existe. En eso, el porno, la pedagogía y la ideología coinciden: todo puede calzar, todo se puede saber. Ni siquiera la mejor ciencia va tan lejos (aunque sí la idea sobre la ciencia).

El paraíso es un tipo de saber. Como muestra trágicamente la historia, un saber fatal.

El saber de Eva es el saber a las afueras del paraíso. Y se le da muerte cada vez que la vida es explicada como cifra o alguna teología, vieja o nueva, que diga cómo son las cosas: el exhibicionismo, el sexo deportivo, el lenguaje que se reduce a comunicación, el deseo desplazado por el algoritmo, el malestar íntimo explicado en un diagnóstico, la opinión como cliché. En un arco que va desde los totalitarismos a la narcosis, No sólo el machismo pretende domesticar lo femenino que hay en todas las personas, sino también la cultura que, a fin de cuentas, no dejó nunca de aspirar al retorno al paraíso.

  • Para seguir leyendo: https://www.infobae.com/leamos/2023/03/25/brujas-adivinas-y-las-herederas-del-paraiso-de-eva-esta-bajando-la-identificacion-con-el-feminismo/

Por Constanza Michelson
Fuente: Infobae

Sí a la Diversidad Familiar!
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