mayo 01, 2023

Mundo del trabajo: Las mujeres en todas partes y la igualdad en ninguna

Mujeres de la etnia minangkabau de Sumatra trabajando en el campo Anna Boyé

La desigualdad se percibe en especial en el trabajo, tanto en el acceso -las mujeres suelen entrar sobre todo en sectores de cuidados o trabajo doméstico- como dentro -los menos pagados-. Han aumentado las mujeres en puestos directivos, pero aún más en trabajos cualificados

Mujeres de la etnia minangkabau de Sumatra trabajando en el campo Anna Boy

El trabajo es una clave para comprender las lógicas de género, aprehender las transformaciones y recomposiciones de la dominación masculina, sus ropajes nuevos y sus viejos harapos.

El lugar de los hombres y las mujeres en el mercado laboral no sólo nos habla de su posición profesional: el trabajo es un hilo conductor para leer el lugar de los hombres y las mujeres en la sociedad, en todas las sociedades contemporáneas; para descifrar las relaciones sociales de sexo en la familia y la sociedad. Abordar el trabajo de unos/as y otros/as es interesarse por su categoría social, su posición en la sociedad.

En ese sentido, el derecho al empleo de las mujeres, que es mucho menos evidente que el de los hombres, es sin duda una cuestión económica y social, pero también política e ideológica. Una cuestión que afecta a las representaciones y las prácticas sociales, las políticas económicas y las legislaciones, la evolución del mercado laboral y las relaciones sociales de sexo en el ámbito familiar.

Es uno de los hilos conductores más importantes para comprender la situación de las mujeres: la historia del lugar de las mujeres en la sociedad se lee, en cierto modo, en sus capacidades, reales y simbólicas, para tener acceso al empleo y en las condiciones de ejercicio de su actividad profesional.

En el umbral del mercado laboral y en el seno del trabajo se representa la jerarquía entre lo masculino y lo femenino. Ahí se desanudan y vuelven a anudar las mallas de la red de la dominación masculina

Es ahí, en el umbral del mercado laboral y en el seno del mundo del trabajo donde se representa y vuelve a representarse la jerarquía entre lo masculino y lo femenino. Es ahí donde se desanudan y vuelven a anudarse las mallas de la red de la dominación masculina.

Toda la historia del trabajo es una historia económica y social, pero también cultural e ideológica. Cada sociedad, cada época, cada cultura produce formas de trabajo femenino y masculino y segrega imágenes y representaciones.

La actividad profesional es a la vez una realidad económica y una construcción social. Las fluctuaciones del empleo femenino y masculino, al igual que los movimientos de la división sexual del trabajo, nos informan sobre el estado de una sociedad: sobre el funcionamiento del mercado laboral, el lugar del trabajo en el sistema de valores, la posición del segundo sexo y las relaciones entre hombres y mujeres.

¿Y qué podemos decir hoy, en este principio del siglo XXI?

1. UNA JERARQUÍA GLOBALIZADA

A escala mundial, observamos una jerarquía de lo masculino/femenino que se construye y se estructura en torno al trabajo y que vemos en acción en todas partes. Por supuesto, esa construcción jerárquica es móvil. Se transforma, se renueva y se reconfigura a lo largo de las épocas y los territorios.

¿Y cómo ha evolucionado, desde la década de 1980, el lugar de hombres y mujeres en el mundo laboral en Europa, Estados Unidos, China, Japón, América Latina, África, India, Magreb y Oriente Medio?

¿Podemos comparar, desde el punto de vista del trabajo, el empleo, el desempleo y la formación, unas regiones del mundo con historias, culturas y niveles de desarrollo económico tan contrastados?

¿Se logra ver, en unos universos laborales tan diversificados, cómo es el encuentro del género con las clases sociales y las divisiones étnicas?

A pesar de los contrastes, hay permanencias que sorprenden. Las brechas salariales, la precariedad y el desempleo femenino, la segregación de los empleos, la división sexual de trabajo adquieren formas diferentes según los países, pero están en todas partes.

En realidad, cierto número de núcleos duros de discriminaciones existe y resiste en todas las latitudes, aunque con declinaciones muy diversas. El trabajo doméstico y el trabajo de las empleadas domésticas, los cuidados a niños y mayores (lo que hoy llamamos la asistencia) siguen siendo ámbitos reservados a las mujeres en todo el mundo.

La concentración de los empleos femeninos es otro rasgo dominante y omnipresente: sean cuales sean las legislaciones en vigor, sean elevadas o no las tasas de actividad laboral de las mujeres, perduran los bastiones femeninos y las fortalezas masculinas, por más que no sean los mismos en todas partes: no hay ninguna obrera de la construcción en Europa occidental o Estados Unidos, cuando son legión en Rusia...
Las lógicas de género no neutralizan las lógicas de las clases sociales. Las alimentan y refuerzan.

De múltiples maneras, observamos también fenómenos de bipolarización. Entre las propias mujeres, las brechas se amplían: es algo evidente entre países y continentes, pero también dentro de los países o zonas geográficas observados, entre las mujeres tituladas y cualificadas que tienen éxito (por más que no logren la paridad con los hombres) y las que se concentran en la categoría de asalariadas en Europa y Estados Unidos, concentradas en empleos informales en India, América Latina o África.

Las lógicas de género, no son un descubrimiento, no neutralizan las lógicas de las clases sociales. Las alimentan y refuerzan.

Sin embargo, hay fracturas más recientes. Lo que, desde la década de 1960, construye las líneas de demarcación se llama escolarización y salarización. Lo que sabíamos desde hace años en relación con Europa se verifica en casi todas partes: en el mercado laboral, lo que empuja los límites de la desigualdad es la formación. Y ahí existen muchas diferencias.

Entre Europa, Estados Unidos, muchos países latinoamericanos donde las niñas tienen éxito, salen victoriosas en la competencia escolar, se superan a sí mismas, superan a los niños, y África subsahariana, India, algunos países asiáticos, donde las puertas de las escuelas apenas se abren para ellas... ahí está la gran brecha.

El salarización constituye otra línea de división entre los empleos visibles, identificables, retribuidos con un salario, y el trabajo informal oculto en la penumbra de las actividades domésticas o campesinas que no siempre son remuneradas.

El empleo asalariado, como se ha desarrollado en muchos países occidentales, no tiene el mismo sentido para hombres y mujeres. Para los hombres, se trata de un cambio en su situación profesional. Para las mujeres, es una transformación que va mucho más allá del mundo profesional.
Hay un mercado laboral femenino poco valorado e infrapagado; empleadas del hogar, cuidadoras domésticas o asistentas sociales salen de Asia o África para trabajar en Estados Unidos o Europa occidental

El empleo asalariado consuma el divorcio entre la situación profesional y la situación familiar: como asalariadas, las mujeres ya no son mujeres de (de agricultor, comerciante, artesano, etcétera). Por lo tanto, lo que se perfila al final del régimen salarial es la autonomía económica de las mujeres, por más que gravemente en peligro por la precariedad, el desempleo y el subempleo que hacen estragos en la mayoría de los países occidentales.

El régimen salarial es también lo que hace visible y cuantificable la actividad laboral de las mujeres, por más que en ese ámbito la cifra siempre sea cuestionable. La porosidad de las fronteras entre empleo, desempleo e inactividad, que observamos todos los días en Europa, es aun más pronunciada cuando nos trasladamos a África o India, donde predomina el trabajo informal. Donde incluso progresa, como ocurre en India, donde ha habido recientemente una “informalización masiva del trabajo de las mujeres*”.

Por último, no podemos cerrar este repaso sumario sin una mirada sobre las migraciones en femenino. Porque empezamos a darnos cuenta –por fin– de que, en ese terreno, las mujeres no se limitan a seguir a sus cónyuges. Como trabajadoras de todo tipo, las migrantes no son mujeres de.

Las encontramos de modo particular en todas las reflexiones sobre la asistencia: más allá de los problemas de ética, hay ahí todo un mercado laboral femenino poco valorado e infrapagado que organiza una división muy desigual entre los países del norte y los del sur. Empleadas del hogar, cuidadoras domésticas, asistentas sociales o niñeras salen de Asia, África, América Latina y el Caribe para trabajar en Estados Unidos, Canadá, Europa occidental y Japón. La división internacional del trabajo es también sexual y racial.

2. PARADOJAS EUROPEAS

Lo mismo ocurre con la división del trabajo en Europa. En este principio del siglo XXI, la situación de las mujeres en el mercado laboral está hecha de paradojas, contrastes y contradicciones. Asistimos a una transformación sin precedentes del lugar de las mujeres en el régimen salarial que no ha ido acompañada de una disminución significativa de las desigualdades.

El período reciente, desde la segunda mitad del siglo XX hasta la actualidad, está marcado por brechas, estancamientos y regresiones. Cuarenta años de desempleo y racionamiento del trabajo no han frenado la continuidad del movimiento de feminización del trabajo asalariado que tiene lugar en toda Europa. La continuidad de la vida profesional de las mujeres parece ya inscrita en los comportamientos de actividad al modo de una norma social dominante.

Desde principios de la década de 1960, asistimos por toda Europa a un aumento espectacular de la actividad femenina, mientras que el empleo masculino muestras señales de inmovilismo o declive. De esa época data el inicio del movimiento de feminización de la población activa que prosigue en nuestros días.
El aumento de directivas e ingenieras coexiste con el subempleo de las cajeras y el sobredesempleo de las trabajadoras, los bajos salarios de las trabajadoras pobres y las reducidas pensiones de muchas jubiladas

En 1960, las mujeres representaban casi un 30% de la población activa europea; medio siglo después, esa cifra se eleva a un 46%. La tendencia, pues, no es reciente; pero se mantiene desde la década de 1980: la crisis del empleo no ha afectado al movimiento iniciado en la segunda mitad del siglo XX de reequilibrio entre sexos en el mercado laboral.

Constatamos en todas partes la misma tendencia al alza: desde principios de la década de 1980, la proporción de mujeres en la fuerza de trabajo ha ido en aumento en todos los países, con incrementos regulares. Esa permanencia va acompañada de movimientos de aceleración que permiten a ciertos países corregir niveles de partida más bajos que los de la media europea. Es el caso de Bélgica, Irlanda, Países Bajos, España e Italia.

Además, el crecimiento sigue siendo elevado en los países donde la participación de la mujer en la actividad laboral ha sido tradicionalmente mayor. Es el caso, en particular, de Francia, Portugal y Reino Unido. De modo que, por lo general, lo que llama la atención es la constancia: sea cual sea el punto de partida, el peso de las mujeres en la población activa aumenta en todas partes y de forma constante.

El avance de las niñas en la escuela y la universidad, su éxito escolar, es el segundo hito importante de finales del siglo XX en la mayoría de los países europeos. En la escuela y en la universidad, las jóvenes logran mejores resultados que los varones. Desde hace varias décadas, el número de estudiantes de sexo femenino es igual y a menudo superior que el de los estudiantes de sexo masculino. También es un acontecimiento determinante.
Las grandes transformaciones no han roto los mecanismos de producción de desigualdades entre los sexos

Más activas y más tituladas, las mujeres deberían ser, en toda lógica, iguales a los hombres en el mercado laboral. No es el caso. Porque esas grandes transformaciones no han roto los mecanismos de producción de las desigualdades entre los sexos.

Junto a las antiguas formas de desigualdad profesional (diferencias salariales, carreras diferenciadas, segregaciones horizontales y verticales), han surgido nuevas modalidades de disparidad: la creación de núcleos duros de desempleo y subempleo femeninos instalados sólidamente en ciertos sectores, y ampliamente tolerados.

La crisis del empleo no ha expulsado a las mujeres del empleo, pero ha endurecido considerablemente las condiciones en las que trabajan. Por tanto, la actividad femenina prospera, pero a la sombra del subempleo y el trabajo a tiempo parcial. Aunque haya más mujeres cualificadas, aunque haya más mezclas en las llamadas profesiones superiores, en el mercado laboral, diversidad sigue sin rimar con igualdad.

El mundo laboral todavía no es mixto. Está recorrido por todo tipo de segregaciones y discriminaciones. La feminización de la población activa no ha desembocado en un verdadero carácter mixto del ámbito profesional.

La expansión de la actividad y la escolarización femenina se ha traducido, en el plano del mercado laboral, en el acceso de cierto número de mujeres a profesiones cualificadas y en la feminización masiva... de los empleos femeninos poco valorados socialmente. Por lo tanto, el movimiento es doble.

Asistimos a un fuerte aumento del número de mujeres en puestos directivos, por más que en esas funciones no sean iguales a los hombres. Y, en el otro extremo de la pirámide social, la afluencia de las mujeres trabajadoras se ha concentrado en trabajos terciarios no cualificados.

Asistimos así a una especie de bipolarización: entre las mujeres, las brechas se han ampliado. El aumento del número de mujeres directivas e ingenieras coexiste con el subempleo de las cajeras y el sobredesempleo de las trabajadoras, los bajos salarios de las trabajadoras pobres y las reducidas pensiones de muchas jubiladas.
La escolarización femenina se ha traducido en el acceso de un cierto número de mujeres a profesiones cualificadas y en la feminización masiva de los empleos femeninos poco valorados socialmente

El sobredesempleo femenino que ha prevalecido en casi toda Europa durante varias décadas comenzó a menguar en los años 2007-2008 y desapareció a partir del 2013: las mujeres están ahora ligeramente menos desempleadas que los hombres; excepto, en algunos países, entre las obreras.

Sin embargo, en muchos países, especialmente en Francia, son mayoría en el subempleo. Y el subempleo, junto con el desempleo y su halo, es uno de los indicadores de la precariedad laboral; aunque sea un indicador discreto y desconocido.

Según la definición de la Oficina Internacional del Trabajo, el subempleo incluye a las personas que “trabajan involuntariamente menos de la duración normal de trabajo para la actividad correspondiente, y que buscaban o estaban disponibles para un trabajo adicional”. Es lo que se denomina subempleo visible, es decir, el que se declara y puede contabilizarse como tal. En Alemania, se llama minijobs y afecta a millones de personas, en su mayoría mujeres. Es una pieza fundamental de lo que a veces se llama el modelo alemán, lo de modelo es un decir...

Estamos ante una población que es vecina, que colinda y a veces se superpone con la población de trabajadores pobres y de los bajos salarios, sin confundirse con ella. Al igual que los trabajadores pobres**, los subempleados son personas que trabajan sin poder ganarse la vida dignamente. El subempleo es, pues, una especie de franja invisible de la población que sufre los estragos de la precariedad laboral.
La mayoría de subempleados son mujeres que trabajan a tiempor parcial y que desearían trabajar más

En el 2017, Francia tenía casi 1,7 millones de personas en situación de subempleo, de las cuales más de 1,2 millones eran mujeres y casi 500.000 hombres. Desde 1990 (fecha en que el Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos comenzó a contar el subempleo), la categoría no ha dejado de crecer***.

¿Quiénes son esos hombres y esas mujeres? En realidad, la mayoría de los subempleados son sencillamente mujeres que trabajan a tiempo parcial y que desearían trabajar más. Cabe contar también las personas, hombres y mujeres, mucho menos numerosas, en situación de desempleo parcial.

Ese fuerte progreso del subempleo está muy estrechamente vinculado con la multiplicación de los empleos a tiempo parcial que ha desencadenado un proceso de pauperización: el desarrollo de un segmento de la población activa que no está desempleado, excluido ni asistido, pero que trabaja sin poder ganarse la vida. En su gran mayoría, son mujeres que trabajan a tiempo parcial.

Ahora bien, el trabajo a tiempo parcial, declarado con demasiada frecuencia como bueno para las mujeres, constituye la base sobre la que reposan los salarios bajos, unos ingresos procedentes del trabajo que reportan a final de mes menos o incluso mucho menos de lo que la sociedad define como salario mínimo.
Las mujeres están menos cualificadas y remuneradas en cuanto entran en el mundo laboral y son mucho más pobres cuando llega la hora de la jubilación

¿Y qué ocurre con respecto a los salarios? La evolución en ese terreno es muy lenta. A pesar de los derechos y las leyes, las directivas comunitarias, las brechas salariales entre mujeres y hombres siguen persistiendo, y lo hacen en todos los países. No existe en ninguna parte la igualdad en las retribuciones de hombres y mujeres. Todo ello se refleja, y de forma amplificada, en el momento de la jubilación.

Así, en Francia, la diferencia entre las pensiones de hombres y mujeres es de un 39% si consideramos las pensiones directas (adquiridas en contrapartida a los años de trabajo) y de un 25% si nos basamos en las pensiones globales (las que incluyen los derechos derivados, incluidas las pensiones de viudedad). En total, 1.065 euros para las mujeres y 1.739 euros para los hombres en el primer caso; y 1.322 euros para unas y 1.760 euros para otros en el segundo caso****. En el frente de las pensiones pequeñas, las mujeres están a la vanguardia.

Más formadas y más tituladas que los hombres a los veinte años, las mujeres están menos cualificadas y remuneradas en cuanto entran en el mundo laboral y son mucho más pobres cuando llega la hora de la jubilación. ¿Podría tratarse de un simple desajuste temporal? ¿De un retraso que acabará por desvanecerse con el tiempo o diluyéndose en la modernidad? La fábula del retraso, admitámoslo, ya no es creíble hoy en día.

Al término de esta breve panorámica, una constatación se impone: en el mundo del trabajo, las mujeres están en todas partes, y la igualdad, en ninguna.

Por Margaret Maruani París
Fuente: La Vanguardia

Notas:

*. Véase Kamala Marius, “Genre, travail et empowerment, un exemple en Inde du Sud”, en Margaret Maruani (dir.), Je travaille, donc je suis. Perspectives féministes, La Découverte, París, 2018.

**. Sophie Ponthieux, “Les travailleurs pauvres: identification d’une catégorie”, Travail, Genre et Sociétés, n.º 11 (2004), págs. 93-107.

***. Véase Emploi, chômage, revenus du travail, INSEE Référence, 2017

****. “Les retraités et la retraite”, Panoramas de la Drees, edición 2018.

Sí a la Diversidad Familiar!
The Blood of Fish, Published in