Entrevista a la filósofa italiana Alessandra Chiricosta: "a los varones se les invita a experimentar corporalmente, a las niñas se les enseña a pedir permiso"
Estudiosa de la historia de la autodefensa desde una perspectiva feminista, la autora de Contra el mito de la fuerza viril (Tinta Limón) explora los usos de la fuerza y profundiza en el eje mente-cuerpo para comprender las violencias como un todo que no puede compartimentarse. Chiricosta habla de la educación de las niñas como mutilantes en sus comportamientos posteriores pero sostiene que en la unión colectiva y en la investigación de los propios poderes se crea una fuerza amorosa y sinérgica que no puede detenerse con una trompada.
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Imagen: Jose Nico
“Descubrir historias de mujeres luchadoras, en las que el significado de la práctica del arte combativo era diferente de lo que se define como el mito de la fuerza viril, me permitió explorar otros tipos de uso de la fuerza que no tienen que ver con la violencia, ni con una perspectiva masculina, sino con prácticas de liberación y de afirmación de la justicia”. Esta es una de las tesis que articula la filósofa italiana Alessandra Chiricosta en su libro Contra el mito de la fuerza viril , recientemente publicado por la editorial Tinta Limón.
Chiricosta, quien vive en Roma, Italia, es filósofa, experta en Estudios de Género y especializada en las culturas del Sudeste Asiático, vivió diez años en Vietnam y desde joven practica y enseña artes marciales de origen asiático: kung fu-wushu, jiu jitsu, muay thai, tai chi chuan.
En su reciente ensayo, parte de la definición de "cuerpo-realidad" para luego repensarla en la unión y desarrollo entre “cuerpo, mente y realidad” yendo hacia una subjetividad completa que se niega a existir en dualismos, sino que viven en un constante movimiento que se enriquecen entre sí, ya que en las estructuras rígidas, según sus palabras, se encuentran alojadas dispositivos de biopoderes que históricamente generaron estructuras binarias y jerarquías patriarcales. Por el contrario, esta pensadora feminista, investiga y saca a la luz otro tipo de fuerza, una expresión que no se basa en la muscular y por lo tanto en la violencia, sino en la fluidez, capaz de canalizar las energías, otras formas de determinaciones y de justicia.
En esta revisión de fuerzas no hay prepotencia, sino deseo y capacidad de transformar mundos creando nuevas formas de vincularse, donde el conflicto sea un aprendizaje y no una forma de violencia.
Las artes marciales -que usted practica en conexión con la meditación, el feminismo y la filosofía- son una parte central en su vida. ¿En qué sentido? ¿Cree que la filosofía, el feminismo y las artes de combate pueden generar un cambio en el sistema patriarcal?
--Para mí, practicar las artes de combate es una forma de conocimiento personal como así también del universo, pero además, lograron ser aspectos fundamentales sobre mi existencia. Cuando era adolecente me permitió reconocer mi centro psicofísico y emocional que aún hoy me sostienen en un eje que no me dispersa sobre “cómo debo ser” según lo que indica la estructura de este sistema social, sino que me ayuda a volver a mi verdadero centro, un equilibrio único e irrepetible que reside, literalmente en mi vientre. También me permitió despojar la idea de mi debilidad corporal (o la debilidad corporal en tanto los cuerpos feminizados) e incapaz de contrarrestar la injusticia de las fuerzas opresoras y violentas por el mero hecho de ser mujer y menuda, me mostró que todo cuerpo-realidad tiene su propio acceso a la fuerza. Es posible levantar la cabeza y crear un mundo a la medida personal y también para les otres. La práctica combativa, por tanto, no se limita únicamente al cuerpo, sino que, es en sí misma una práctica filosófica, meditativa e incluso política, que, al no separar cuerpo y mente, enseña a reflexionar con la totalidad de une misme, muestra caminos y senderos invisibles para quienes se pierden en el surco cartesiano. En mi vida, la declinación de la práctica marcial en un sentido feminista tuvo una importancia radical. Incluso el mundo de las artes de lucha está impregnado de machismo y patriarcado.
¿Cuándo comienza la identificación de la fuerza y la virilidad?, ¿Qué consecuencias existen en esta asociación cultural?
--Comienza incluso antes del nacimiento, en esa familia que deposita sus expectativas. Así lo afirma también la pedagoga italiana Elena Gianini Belotti, en su clásico Dalla parte delle bambine (Del lado de las niñas), y lo confirma la filósofa Iris Marion Young, en su célebre Lanzar como una niña. La forma en que nos dirigimos a los bebés tiende a diferenciar entre niños y niñas, tratándolos como objetos frágiles y delicados, al menos eso es lo que ocurre en muchas culturas. Pero si nos fijamos en los datos estadísticos, las niñas en el periodo perinatal y en los primeros meses de vida son más fuertes, en el sentido de que tienen una mayor tasa de supervivencia de enfermedades y problemas infantiles que los niños. La educación tiene un impacto feroz sobre los cuerpos: a los varones se les invita a experimentar corporalmente, a definir el espacio con sus movimientos, mientras que a las niñas se les suele educar para que "pidan permiso" para ocupar el espacio, para que se limiten a fin de ser gráciles. A la larga, estos códigos se incorporan en nuestros cuerpos. Por lo tanto, ya no es necesario que alguien obligue a la niña a limitarse, lo hará ella misma. La motricidad desempeña un papel decisivo en el desarrollo del niño: una menor libertad de movimiento y de exploración del espacio y de las interacciones corporales se traduce en una posibilidad más limitada de desarrollo neuromuscular e intelectual. Pero también la prohibición en sí y la razón que hay detrás de ella -es decir, vincular la posibilidad de realizar determinadas acciones a un género- conduce a un profundo sentimiento de frustración que desemboca en la aceptación de la inevitable superioridad del cuerpo-realidad masculino. Incluso cuando tienen la posibilidad física, las chicas tienden progresivamente a renunciar a expresar especialmente aquellos rasgos de fuerza que las situaría fuera de la esfera de la feminidad aceptada.
No poder ocupar el espacio
Iris Marion Young sostiene que el condicionamiento cultural y social que impide a las niñas experimentar y expresar sus capacidades psicofísicas con la misma libertad que los niños muestra sus efectos desde una edad temprana: en torno a los 3 años, las niñas observadas por Young tienden a "no ocupar espacio" y a bloquear la expresión de su fuerza incluso cuando se trata de lanzar una pelota. El género femenino se construye socialmente disuadiendo a las niñas de realizar actividades corporales, deportivas y lúdicas que les permitan adquirir los patrones motores y las habilidades técnicas necesarias para optimizar su rendimiento en campos considerados "masculinos". Entre esas actividades, coinciden Belotti y Young, se encuentra la lucha libre, precisamente por la supuesta inadecuación y fragilidad del cuerpo de la niña, dando lugar a una profecía autocumplida.
¿Cómo es posible repensar la fuerza desde una perspectiva feminista?
--La filósofa italiana Ángela Putino dice que cuando hablamos del arte guerrero necesitamos destruir los cimientos y encontrar las raíces. En este caso, desde una perspectiva feminista, los cimientos son las ideologías y prácticas patriarcales que han naturalizado nuestra debilidad, impidiéndonos explorar otras declinaciones de la fuerza que no coincidan con la violencia y la opresión. Las raíces penetran en la tierra y encuentran su alimento y su fuerza como los pies lo encuentran en las artes del combate. Partir del propio cuerpo, experimentarlo de forma imprevista, ofrece la posibilidad concreta de refutar los supuestos que hemos interiorizado. Sin embargo, no es suficiente con practicar las artes de combate ya que muchos instructores la siguen transmitiendo a través de códigos machistas y patriarcales: la larga historia de la defensa personal feminista -que en "Occidente" comienza a finales del siglo XIX- nos lo dice. Muchos cursos de autodefensa impartidos por varones -a menudo pertenecientes a las fuerzas del orden, al menos en Italia- no hacen más que mantener intacto el paradigma que asigna a la masculinidad el monopolio de la fuerza, de ese tipo particular de fuerza que es la fuerza-violencia: una fuerza que, como sostiene Weil, tiene como único objetivo revertirse a sí misma a través de la cosificación y anulación del otro, en este caso de la otra o de todas las subjetividades no conformes. Por esta razón, las diversas metodologías de autodefensa feminista -incluyendo la Autodefensa Feminista, que propongo en mis talleres- se desarrollan como una práctica que, reconociendo la carga sistémica y estructural de la violencia de género, no se limita a enfrentarla sólo proporcionando técnicas de defensa corporal en caso de ataque sino que, partiendo de las realidades corporales, se propone transformar las dinámicas que originan y sostienen la violencia de género también a nivel cultural, social y político, contrarrestando de manera práctica y teórica, la naturalización de la inferiorización de las subjetividades femeninas y feminizadas. Cambia la forma de enseñar, nunca es jerárquica ni abstracta, sino que parte de las singularidades y vulnerabilidades de cada une, nunca eliminándolas, al contrario, considerándolas tesoros preciosos a investigar: es a partir de las propias heridas que se aprenden las verdaderas causas y modalidades que las originaron; son las personas que han sufrido la opresión en su propia piel las que realmente saben cómo se manifiesta y lo que significa.
La transversalidad de cuerpo, mente y práctica que se da en tus talleres, ¿logran armar un modus colectivo?
--En los talleres que dicto, es el cuerpo colectivo de practicantes el que apoya al individuo, recordando que une nunca está solo en este proceso. Si la violencia de género es sistémica, afecta a todes pero a cada une según sus características específicas, es la elaboración colectiva la que saca a une del aislamiento y se convierte en un arma contra el divide y vencerás. Siguiendo una perspectiva feminista, en los encuentros 'partimos del yo', con un trabajo autoconsciente que ayuda a identificar y trabajar los bloqueos que hemos incorporado, y continuamos en 'pensar/actuar en relación', para identificar aspectos comunes y especificidades de cómo la violencia de género impacta prácticamente en nuestras realidades corporales. A partir de esta percepción renovada de nosotres, podemos no sólo aprender técnicas combativas más eficaces -ya sean corporales, verbales, psicológicas o políticas-, sobre todo, elaboramos las propias reescribiendo totalmente la gramática de la relación entre género, fuerza y violencia. Es así como las diferentes estrategias experimentadas encuentran un lugar de aplicación sobrepasando el mero conflicto físico: son experiencias más allá del binarismo y lo oposicional, capaces de proporcionar inspiración y encontrar aplicación en los más diversos contextos de la vida.
¿Cuáles son las formas de combate no violentas y cómo pueden experimentarse?, ¿se puede utilizar la fuerza de forma no "tradicional"?
--A menudo asociamos a la violencia como fuerza física. Pensamos que la violencia es la fuerza de un cuerpo. Pero las filosofías feministas y transfeministas nos dicen que la violencia no es solo de los cuerpos: es violencia económica, es violencia psicológica, es violencia cultural, es violencia emocional. No podemos entender inmediatamente este razonamiento porque estamos influenciados por las filosofías occidentales, las filosofías que dividen la mente y el cuerpo. Pero la violencia es violencia aunque no sea violencia física. De manera similar, la fuerza es fuerza incluso si no es fuerza física. Esta parte de mi razonamiento proviene de la filósofa Simone Weil y su libro La Ilíada. Según Weil, la violencia es una fuerza opresiva que tiene el único deseo de afirmarse aniquilando. Si miro esta fuerza como un artista marcial, lo veo muy claro: es una trayectoria. De acuerdo con una vista lineal, esta fuerza puede ser contrarrestada por una fuerza igual en la dirección opuesta. Sin embargo esto no te permite salir del juego de la violencia: solo te permite cambiar su punto de origen. Pero la física me enseña que una fuerza lineal también puede transformarse en fuerza centrífuga y centrípeta, cambiando totalmente su forma y su destino. Una fuerza no violenta es una fuerza física pero que no tiene el objetivo de destruir al adversario: esto puede ser una consecuencia, si la fuerza agresiva permanece en su intención. En otras palabras: dirijo mi fuerza hacia mi bienestar para crecer y florecer, como un árbol que echa raíces en la tierra. El árbol se expande hasta donde puede, según su conatus como diría el filósofo Spinoza. Si una fuerza lineal y opresiva intenta entrar en mis espirales de crecimiento personal, se desvía naturalmente en dinámicas circulares. Si insiste, la misma fuerza que quiere actuar contra mí se vuelve contra él multiplicada por diez: podríamos decir que el agresor recupera lo que eligió para actuar. Algunas artes marciales se basan en este principio, como el ju-jitzu japonés que, como es lógico, fue la primera forma de combate estudiada por las sufragistas entre finales del siglo XIX y principios del XX.
La dicotomía que ve al hombre como fuerte y a la mujer como débil es lo que alimenta al sistema patriarcal, generando una visión tóxica de la masculinidad. ¿Es posible construir y reflexionar sobre el concepto de fuerza más allá de la lógica de debilidad/víctima?
--Este es precisamente el objetivo que me planteo con mi trabajo: deconstruir el paradigma que vincula género a fuerza, liberando, en un solo movimiento, ambos términos discursivos. Titulé mi primera monografía sobre este tema Otro tipo de fuerza, y para mí es un proyecto cultural, social y político, el encorsetamiento que conecta fuerza y género nos impide ver otros tipos de fuerza que no coinciden con la violencia como la fuerza de otros géneros. A esto yo lo llamo el mythos de la fuerza viril -una narrativa que, literalmente, se convierte en cuerpos- la fuerza está inextricablemente conectada a la virilidad y a la violencia, como capacidad de oprimir, de aplastar, de aniquilar otro cuerpo-realidad: en este proceso de inferiorización, la fuerza se realizaría a sí misma, creando jerarquías entre los vivos. La fuerza se concibe únicamente como masculina y musculosa, en oposición a una femenina débil y sumisa. Y es precisamente una mayor fuerza lo que caracteriza al género masculino en este paradigma, decretando una especie de "derecho" a su ejercicio. Desde esta perspectiva, la violencia de género aparece como un proceso de subjetivación de una masculinidad opresora. Para ello es necesario devolver la integralidad a las realidades corporales, más allá de los roles. La práctica combativa como actividad lúdica y gozosa de autoexploración y conocimiento mutuo de los propios límites y posibilidades, como práctica de liberación, articula una historia y un sentido totalmente diferentes de las fuerzas y los géneros, invitándonos a verlos en su fluidez. Las fuerzas son fluidas, nunca binarias, al igual que los géneros.
¿Aprender otra forma de luchar y otra manera de hacer circular la fuerza significa también generar otras relaciones?
--Claro que sí. Citando a Ángela Putino, el conflicto entre compañerxs no enseña que “enfrentarnos" al mismo, tiene una dimensión formativa, siempre y cuando no sean de forma competitivas violentas. El conflicto no debe ser eliminado, sino tratado de forma constructiva y amorosa. Soy consciente de que el uso de este término puede resultarnos alienante, al igual que el de "amabilidad", que utilizo mucho en mis talleres. Pero es precisamente el pensamiento transversal, más allá de las particiones binarias, lo que nos enseña el combate amazónico. En esto también se generan relaciones de género diferentes: las leyendas fundacionales de muchas artes marciales generadas por mujeres, que recopilé en el sudeste asiático, hablan precisamente de esto: aprender a luchar por la alegría, el disfrute, el amor propio y la plenitud no sólo permite a las mujeres salir de su condición de sometidas, sino sobre todo, cambian las formas de vincularse. Lo que se derrota, de hecho, no es tanto la persona antagonista -esto entraría dentro de los cánones del mito de la fuerza viril- sino la lógica violenta que encarna. La destrucción del macho alfa, como recuerdan los combatientes kurdos, permite liberar las masculinidades de la toxicidad, abrirse a nuevos escenarios relacionales y esto es un proceso de liberación para todxs.
A partir de la guerra entre Rusia y Ucrania los discursos se militarizaron, ¿Qué consecuencias tienen esto para las mujeres y disidencias?
--La guerra es un escenario totalizador, un monopolio machista en su narrativa. Las complejidades que podemos captar en otros lugares quedan totalmente eliminadas en la lógica virilizada de los ejércitos. No es casualidad que la gran filósofa italiana Carla Lonzi afirmara que "la guerra ha sido siempre la actividad específica del macho y su modelo de comportamiento viril". Ni qué decir que cuando prevalece la narrativa androcéntrica de la guerra, no hay lugar para otras formas, y las subjetividades inferiorizadas por razones de género sufren aún más esta violencia. Por eso es crucial destruir este monopolio interpretativo de la guerra, reflexionar sobre ella desde perspectivas no conformistas, como las de las subjetividades no binarias, feministas y transfeministas.
¿A qué puede conducir y aportar una crítica feminista sobre la guerra?
--Es como abrir la caja de Pandora, que nos permite refutar muchos supuestos implícitos en el mito de la fuerza masculina. Hay muchos indicios que muchas autoras feministas -como Cynthia Enloe o Mairiam Khalid- ya nos ofrecen. Una de ellas es, que la guerra no es un fenómeno natural, sino una especie de elección social, política y cultural que se implementa a partir de determinadas estructuras relacionales. La naturalización de la guerra es uno de los fenómenos más peligrosos, porque tendemos a pensar que nunca podrá ser eliminada de la historia. El militarismo es un proceso destinado a extender las lógicas de la guerra, compuestas de jerarquías, de visiones de ‘seguridad’ y divisiones identitarias bien definidas -de la guerra viril, a mi modo de ver- fuera de los campos de batalla, sin que este hecho se perciba claramente. Pensemos en cuántas veces, en cuántos contextos utilizamos un vocabulario militarizado, en el ámbito del trabajo, del deporte, de las relaciones e incluso de la salud. En mi país, Italia, la reciente epidemia causada por el covid estuvo marcada por discursos y prácticas que recordaban la guerra -toques de queda, héroes, mártires- en lugar de curar un cuerpo colectivo herido, o aprender a vivir con otra forma de vida.
Usted es experta en movimientos de mujeres en el Sudeste Asiático. ¿Qué tipo de fuerzas y prácticas han creado estos movimientos feministas?, ¿existen similitudes con los movimientos feministas latinoamericanos?
--Sin duda, mi reflexión sobre las mujeres combatientes se la debo en gran parte a la experiencia de mis compañeras vietnamitas, a quienes agradeceré el resto de mi vida haberme enseñado, entre otras cosas, diversas prácticas de descolonización... ¡empezando por mí misma, como europea! Siempre combinando la fuerza con la amabilidad. Mi larga historia vietnamita es un tesoro de experiencias totalmente ajenas a los cánones de feminidad sumisa que había aprendido antes de trasladarme a este hermoso país. En cuanto a la segunda pregunta, ¡también estoy aquí para descubrirlo! Tengo mucho que estudiar y aprender de las experiencias feministas latinoamericanas, creo que será una experiencia muy empoderadora este tejido intercultural feminista a través de al menos tres continentes. Me siento feliz y honrada de poder hacer mi humilde aporte.
La presentación del libro Contra el mito de la fuerza viril, así como el taller teórico práctico sobre artes de combate, se realizó en el marco de la inauguración del Espacio Ni Una Menos: Bartolomé Mitre 1767, Congreso, Ciudad de Buenos Aires.
Alessandra Chiricosta: alessandrachiricosta.it
Por Irupé Tentorio y Marta Facchini
Fuente: Página/12