octubre 31, 2023

Quemar a la bruja



Hace unas semanas, quise actualizar mi cuenta en la red social Good Reads, la cual es como Facebook, pero para lectoras y lectores. Acababa de terminar de releer un libro interesantísimo llamado Woman (Mujer) de la escritora estadounidense Natalie Angier, un estupendo volumen que mezcla información y agudos comentarios sobre anatomía femenina con antropología, historia y sociología. En Good Reads, me llamó la atención una crítica a Woman, viniendo de una chica joven autoidentificada como feminista, quien escribió “está a la altura de feministas de una cierta edad, el tipo de cosas que mi madre pone en Facebook, que me da vergüenza, pero lo peor”, añadía el comentario “es que encuentro este cierto concepto de “mujer” restrictivo. (El libro) asume que todas las mujeres son heterosexuales y cis”.

Otra crítica explicaba que había tenido que leer el libro como parte de un curso universitario titulado Biología Femenina, un título, “problemático” lo mismo que el libro, el cual es realmente “esencialista” y “excluyente”, obsesionado con el género binario. He leído, con mas frecuencia de la que me gustaría, comentarios similares a estos en medios sociales, viniendo de feministas jóvenes, rechazando al feminismo radical, el cual asocian al feminismo de generaciones anteriores, burgués, de mujer blanca. De hecho, cuando participé en una manifestación por el 8 de marzo en Bristol, Inglaterra, allá por 2018, un grupo de autodenominadas “transfeministas” nos chillaron que el movimiento de las sufragistas había sido racista y para mujeres blancas privilegiadas.

Volviendo a Woman, es tremendo que un libro sobre el cuerpo de la mujer tenga tanta capacidad de ofender. Encuentro esta perspectiva, lejos de ser liberada y progresista, muy parecida a la de tantas religiones patriarcales que se empeñan en esconder el cuerpo de la mujer, de invisibilizarlo. Y que sean chicas jóvenes las despreocupadas cómplices del borrado del cuerpo de la mujer, es inquietante.

Se han vertido ríos de tinta escribiendo sobre el feminismo radical y su versión liberal tan inspirada en el pensamiento queer y sus consecuencias, pero poco se ha comentado sobre el edadismo que alimenta estos desencuentros entre nosotras.

Tal y como lo veo, el edadismo está detrás de ese afán por despreciar el feminismo de antaño, considerado ahora como uno que carece de relevancia y sigue obcecado en causas ya resueltas, y se prefiere substituirlo, en nombre del progreso y de la inclusión, en uno que desea centrar a personas trans o la identidad de género. Por ejemplo, las palabras de la escritora trans Elizabeth Duval al aceptar el fichaje de Sumar hace unos meses “Siempre he afirmado que la juventud tiene que hacerse cargo de la enorme tarea de transformar su país, hacer de él algo mejor”. Y continúa “haremos todo lo posible por impulsar desde Sumar un feminismo abierto, dialogante e integrador, que amplie derechos para todo el mundo” lo dicen todo. Quien no quiera oír que el antiguo feminismo radical es el de las feministas viejas y excluyentes, está duro de oído. Lo nuevo es siempre lo mejor, lo guay, lo progre. Y lo viejo, lo antiguo, lo pasado de moda, lo rancio. En ese momento Sumar anunció que estaba apostando por un feminismo “diverso”. No me queda claro si ese tipo de diversidad incluye a las mujeres de mediana edad, pero teniendo en cuenta que Duval tiene 23 años, no creo.

El tema trans ha hecho y sigue haciendo daño a la hora de diluir el mensaje del feminismo y fomentar que nos separemos entre nosotras, y lo ha conseguido, en gran medida aprovechándose del edadismo que existe en la sociedad. El edadismo ha canalizado el pavor a la vejez, devaluado a la mujer madura y mayor, esa identidad a la que ninguna mujer joven aspira, como tampoco aspira a otros horrores asociados a la edad como la muerte, o peor en esta sociedad ultra-individualista, a la dependencia. Esta sociedad edadista y machista, al separar a las mujeres por edad, y demonizar a la mujer mayor, mete miedo a las mujeres jóvenes. Esta táctica no es nueva, he aquí algunos dibujos de marcado estilo machista y edadista, para criticar a las sufragistas estadounidenses que lucharon por el voto femenino en los siglos 19 y principios del 20.

Por supuesto, no todas las jóvenes son feministas, ni feministas liberales, ni automáticamente ser una mujer de mediana edad te convierte en feminista radical, pero lo cierto es que todos y todas vivimos en un sistema patriarcal que se apropia de la capacidad sexual y reproductiva de la mujer, para luego despreciar a ésta cuando pasa de los cuarenta y pocos, esa edad en la que muchas de nosotras empezamos a darnos cuenta de algunas cosas y a molestar cuando abrimos el pico, por lo cual algunas voces han sido censuradas.

No es casualidad que algunas de las voces más críticas con el tema trans, como JK Rowling, Julie Bindel, y Germaine Greer en el mundo angloparlante o aquí en España Lucía Falcon, Amelia Varcárcel o Lucia Extebarria, sean mujeres maduras, ni tampoco, añado, que sean las más perseguidas. Es el mismo afán de siempre por quemar a la bruja, no vaya a ser que la vieja hable.

Muchas mujeres de mediana edad sabemos que, lejos de haberse resuelto, los problemas de la desigualdad entre hombres y mujeres siguen existiendo, lo mismo que la violencia machista. Sabemos que el género no es una identidad de quita y pon, sino una jerarquía construida por el sistema patriarcal para mantenernos a nosotras abajo y que, cuando ya no sirvamos de nada a dicho sistema, nos condenará a la obsolescencia. Y que esa obsolescencia puede conducir en muchos casos a la devaluación de nuestra experiencia laboral, lo cual deriva en precariedad económica y social, impactando nuestra calidad de vida. Dependiendo de la carrera de cada una, y también debido a factores como la deslocalización del trabajo y automatización, hay cada vez menos opciones a la hora de acceder a trabajo digno, un hecho que afecta especialmente a la mujer de mediana edad en adelante. Sabemos que no nos convertimos, como por arte de magia, en invisibles de la noche a la mañana, sino que nos invisibilizan y esto es porque no se considera importante mirarnos, y que de ahí a la deshumanización y la falta de derechos solo hay un paso. De invisibilidad sabemos mucho las mujeres de mediana edad. Y es que, como dice Victoria Smith en su libro Hags, The Demonisation of Middle Aged Women (Viejas, la demonización de la mujer de mediana edad) “cuanto más tiempo vives en un cuerpo de mujer, más difícil es el negar el impacto de tu posición en el mundo”.

vivimos en una cultura que especialmente valora la juventud y la belleza en la mujer y que asocia el envejecimiento con fealdad y le asigna a la mujer madura y anciana un estatus muy inferior

Muchas de nosotras sabemos también que estos conocimientos que hemos tardado toda una vida en aprender se podrían transmitir de madre a hija si las mujeres tuviéramos un patrimonio histórico, un hilo que nos uniera entre nosotras a través de las generaciones, para que, a través de esa memoria colectiva las chicas no tuvieran que disociarse de su condición de mujer para sobrevivir, y no tuvieran que estar en guerra con esa mujer mayor en la que se convertirán cuando ellas también envejezcan. Como explico en mi libro La mujer obsoleta, el problema no es el envejecer, es como la sociedad te condena. También le podríamos recordar a nuestras jóvenes que, por mucho que piensen que “esto”, la devaluación de su persona que es el edadismo, podrán evitarlo si no cometen los mismos errores que sus madres y otras mujeres, no podrán, les llegará también, porque son mujeres y viven en un mundo misógino y edadista. Creo yo que el sistema patriarcal sabe muy bien que tal memoria colectiva sería enormemente poderosa y por eso hace todo lo que puede por destruirla, es la forma perfecta de limitar la solidaridad entre nosotras. El ridiculizar a la vieja es una manera muy efectiva de conseguir que las mujeres jóvenes no conecten con las más mayores y esto, como grupo nos afecta socialmente y políticamente.

Espero que algún día no sea así, pero vivimos en una cultura que especialmente valora la juventud y la belleza en la mujer y que asocia el envejecimiento con fealdad y le asigna a la mujer madura y anciana un estatus muy inferior. Mientras el edadismo sea tan potente y nos enfrente entre nosotras, mientras no entendamos que la juventud no está automáticamente relacionada con la apertura de mente, y la experiencia debe tener su lugar, no avanzaremos.

Feminista, profesora de inglés y antes profesional del marketing. Vive actualmente en Cádiz tras más de veinte años en Estados Unidos, cuatro en Reino Unido y tres en Japón.
Fuente: Tribuna Feminista

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