enero 16, 2024

Andrea García González: “No callar ni olvidar supone desvelar las violencias para eliminarlas”

La antropóloga aporta al relato sobre ETA sus propios apuntes feministas en ‘Calla y olvida’, un libro para poner palabras al conflicto en el País Vasco y mirar a todas las violencias, también las que son invisibles.

Andrea García González. Foto: Mariana Reyes

Andrea García González (Madrid, 1979) es licenciada en periodismo y antropóloga. En su infancia y adolescencia en Madrid, lo que llegaba hasta ella sobre la situación en el País Vasco eran noticias aterradoras que no llegaba a entender. Fue en la universidad donde empezó a cuestionar las narrativas hegemónicas de los medios y a tratar de acceder a otro relato, después de ser también consciente de cómo la violencia ha marcado una historia en la que su familia se fue de Errentería hacia el exilio para no volver.

En Calla y olvida: violencias, conflicto vasco y la escucha vulnerable como propuesta feminista (Katakrak, 2023), la antropóloga aporta al relato sus propios apuntes: unos apuntes feministas con los que quiere complejizar los hechos para desvelar las violencias, todas, y acabar con ellas. 

“Calla y olvida” son las palabras que le dice la madre de Axun Lasa, hermana de Joxean Lasa, asesinado por los GAL, después de que ella ha sobrevivido a torturas tras su detención. ¿Por qué eliges eso como título del libro?
Me parecía muy significativo que el título viniera de esas palabras que le dice la madre de Axun a ella para protegerla. En lo que la madre le expresa, ya sentimos la contradicción. Desde el amor y desde la protección, le está diciendo que calle sobre algo tan importante en su vida y que va a afectarla, algo que se le va a quedar en el cuerpo para para siempre, porque es una violencia extrema que ella sufre. 

Según Axun va procesando lo que le sucedió y a través de de los encuentros con otra gente que ha sufrido distintos dolores, distintas experiencias de violencia, escuchando a esas personas y dándose cuenta de las distintas violencias que han sucedido, ella también decide hacer ese quiebre sobre lo que se le aconsejó hacer. Ella lo quiebra hablando sobre esto tan doloroso que le sucedió, que en el libro es lo único que pongo en primera persona, porque sentía que que tal cual me lo transmitió a mí, la gente tenía que escucharlo. Entonces “calla y olvida” viene de esa experiencia que me parece muy relevante en el libro, pero además conecta con todos los silencios que no solo son del contexto del conflicto armado en el País Vasco. Son de la dictadura franquista, son de otros contextos de conflictos, de dictaduras, donde digamos que los movimientos de víctimas han reivindicado precisamente lo contrario.

La demanda de muchos movimientos de víctimas es “ni olvido ni silencio”. Lo dicen las madres de falsos positivos de Colombia, las Madres de Plaza de Mayo o las buscadoras de México. Y no solo es un lema, sino que es una práctica, no callar y no olvidar supone desvelar las violencias para contribuir a su eliminación, para que no vuelva a suceder. 

Es difícil hablar de un tema como ETA cuando solamente eligiendo según qué palabras ya te estás posicionando y posiblemente siendo encasillada. ¿Cómo eliges con qué palabras hablar de este tema?
Los términos dividen, los términos, separan, enfrentan… son marcas de otredad. Y de ahí la dificultad. Yo utilizo los términos que me parece que complejizan más el fenómeno y permiten el entendimiento. Por ejemplo el término “terrorismo”, aunque su significado sí puede representar las vivencias de muchas personas que han sentido terror, ese miedo cotidiano que provocaba un grupo armado, muchas veces bloquea el entender las causas por cómo ha sido utilizado a nivel de nuestro país y a nivel global. Pone una marca y demoniza de una manera que al final termina simplificando el fenómeno. Para mí era importante usar términos que nos lleven a conocer las causas y que nos permitan entender que las violencias no son excepcionales. O sea, no es solo la violencia de ETA o no es solo la violencia de los agentes armados estatales, sino que esas violencias que son visibles, que son extremas, están también conectadas con otras no tan visibles, pero que tienen la misma base que es esta jerarquía dicotómica donde tú eres una otra o un otro. Si reducimos lo sucedido durante un conflicto armado a solo un agente perpetrador, no damos la complejidad del fenómeno como para analizar cómo han sido las dinámicas de la violencia.
Me parecía interesante rescatar las violencias que no suelen ser tan representadas en los escenarios de reconocimiento político y social porque son violencias que incluso las personas que las han vivido no las reconocen como lo suficientemente importantes
A ti te interesa poner el foco en las “violencias difusas”. ¿Por qué te interesan por ellas en un contexto en que hay violencias muy poco difusas, como secuestros, asesinatos y torturas?
Me parecía interesante rescatar las violencias que no suelen ser tan representadas en los escenarios de reconocimiento político y social porque incluso las personas que las han vivido no las reconocen como lo suficientemente importantes. O bien plantean que son violencias que ellas han vivido personalmente, como si no fuera socialmente relevante. Creo que ahí se nos dan claves para poder identificar violencias que nos suceden en el día a día y que están normalizadas y, por tanto, ocultas. Identificar las violencias no es tan fácil cuando no es una violencia extrema. 

Yo bebo mucho de mi trabajo en prevención de violencia de género. Entonces en prevención de violencia de género hablamos del iceberg de la violencia. En la punta de lo que se ve están los asesinatos de mujeres o incluso el maltrato físico. Pero todo lo que no se ve está sosteniendo esa violencia extrema, y todo eso muchas veces se incorpora en el día a día como no tan relevante. Muchas veces no se denomina como violencia y al no denominarlo como violencia nos es más difícil actuar sobre ello, dejar de sentirlas o dejar de reproducirlas. 

Pero, escuchando a las mujeres entrevistadas, se ve cómo muchas de las violencias, aunque no las denominaran como tales, habían supuesto experiencias de violencia en sus cuerpos, en sus vidas. Y muchas veces las traían a las entrevistas o a sus experiencias vitales a través de elementos simbólicos. Un ejemplo es el de Zoraida cuando, en su primera experiencia de una carga policial, ella solo piensa en que va a perder las alpargatas. Ese simbólico de los zapatos, de lo que te sostiene, de lo que te va a hacer poder moverte, huir de la violencia, pareciera que no es importante cuando en realidad es tan relevante que nos hace ver todas las características que tiene la violencia: el despojo, el dejarte desnuda, la desposesión, la pérdida de control sobre tu cotidiano. 

Eso aparece en muchas experiencias de mujeres que están en el libro. Y eso también nos puede vincular a todas las que leemos el libro con experiencias que hemos tenido nosotras, que no tienen por qué ser parte de un conflicto armado. Y eso también me parece una potencia del libro, esa no desconexión entre violencias. 

El concepto de la violencia como un contínuo que se hace desde elanálisis feminista de las violencias contra las mujeres, ¿sirve para el conflicto vasco?
El contínuo de violencias, que también ha sido muy teorizado desde académicas feministas y desde movimientos feministas, se da en contextos de conflicto armado cuando se pone el foco en las experiencias de las mujeres. Las violencias contra las mujeres se dan antes, durante y después, y se dan en distintos niveles y espacios. Ese continuo que se ha analizado en conflictos armados, también es un continuo con quienes recibimos esas experiencias en otros contextos que no son conflicto armado. 

¿Por qué entrevistar solamente a mujeres?
El tema de mi tesis principal era analizar el proceso sociopolítico tras el alto el fuego de ETA. Y el incluir voces de mujeres suponía no mantener las voces hegemónicas que podían estar liderando ese proceso. Tomando en serio las experiencias de las mujeres, se puede enriquecer el análisis del contexto. Luego también, me fui dando cuenta de que era una apuesta política, no solo por dar visibilidad a voces que normalmente no la tienen, sino también porque el espacio de la entrevista en sí mismo tenía mucha potencia de valoración de experiencias que muchas veces no eran valoradas ni desde fuera ni incluso desde dentro de quienes lo habían vivido, porque no entraban dentro de de los marcos de valoración de los escenarios públicos de conformación de la memoria y de lo que se suele considerar como lo político con mayúsculas. En el espacio de la entrevista sí había una valoración de la experiencia propia muy interesante y en sí misma tenía la potencialidad de que a esa voz se les diera el valor que tiene. Pero el trabajo de campo no fueron solo las entrevistas, el material etnográfico fue también un año de trabajo de campo de observación participante, de estar con distintos grupos, desde familiares de víctimas de ETA a familiares de presos y presas vascas, a grupos que fomentaban el desarrollo de la convivencia en esos pueblos. Y esos eran grupos mixtos.

El alto el fuego de ETA fue en el 2011, la disolución en 2018. ¿Crees que este análisis feminista o esta aproximación feminista a los años de existencia de ETA había tenido ya lugar o es novedoso de tu libro?
Yo creo que suma a un trabajo que se ha hecho. Desde distintos colectivos feministas, desde encuentros entre mujeres, se está haciendo un análisis feminista de la situación y de los años de conflicto armado y de los años posteriores a la disolución de ETA. No es que presente algo que haya creado yo sola,, sino que se ha creado en diálogo con otras.

Desde el feminismo hay una atención tanto a entender las violencias como interconectadas como a analizar las violencias múltiples y los conflictos múltiples, o sea, ampliar el foco sobre las violencias. Y hay que entender como importante y trascendental la violencia de ETA y la violencia de los agentes armados estatales, pero también dar relevancia a las otras violencias que comparten la base común y que tienen que ser visibilizadas para la construcción de paz. Porque si no, se pone solo el foco en una violencia que se entiende como excepcional y como ya situada en el pasado, cuando hay muchas otras violencias que 

Precisamente tras un alto el fuego, o tras negociaciones de paz —que en este caso no ha habido— son periodos de posibilidad para poder poner todas las violencias sobre la mesa y poder ver cómo avanzamos hacia su eliminación. En eso creo que el feminismo está aportando mucho y también en dar relevancia de lo cotidiano, no solo a los hitos del conflicto armado que han sido más visibles, más mediáticos, sino en cómo ha afectado a las relaciones del día a día. Poder analizar eso y los quiebres que ha habido en las relaciones del día a día en el País Vasco, y la potencialidad del encuentro y de la escucha para la transformación social, eso es la base del análisis feminista.

  • Para seguir leyendo la entrevista: https://www.elsaltodiario.com/feminismos/andrea-garcia-gonzalez-no-callar-olvidar-supone-desvelar-violencias-eliminarlas 

Fuente: El Salto

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