marzo 03, 2024

La cruzada contra el porno de Andrea Dworkin, la feminista incómoda a la que acusaron injustamente de “odiar a los hombres”

Aseguró que el consentimiento es imposible en un sistema de opresión, y fue, según Gloria Steinem, una figura clave. Sin embargo, su obra no ha sido aún traducida al castellano y la polémica y el odio siguen rodeando a sus escritos


Andrea Dworkin fotografiada en la feria del libro de Edimburgo.COLIN MCPHERSON (CORBIS VIA GETTY IMAGES)



La escritora estadounidense y activista del feminismo radical Andrea Dworkin, cuyos textos sobre el consentimiento y los abusos sexuales tienen hoy más peso que nunca a la luz del #MeToo, predijo también el ascenso de Donald Trump y aseguró que la pornografía refuerza el poder de la derecha sobre las mujeres. Su amiga Gloria Steinem dijo de ella que fue “una profeta del Antiguo Testamento que siempre estaba advirtiendo lo que iba a ocurrir”, y al revisar su obra, razón no le faltaba.

Acusada de odiar a los hombres, su incesante lucha contra la prostitución y la pornografía le valieron el odio tanto de los hombres como de ciertos segmentos feministas liberales. Al denunciar la deshumanización de la mujer en la pornografía, que aseguraba es un producto del poder del hombre dentro de la cultura patriarcal occidental, se topó con diversas voces que la acusaban de ofrecer una mirada represiva de la sexualidad. Aunque su obra más famosa es Pornografía, hombres poseyendo a mujeres, libro en el que retrata la industria pornográfica como un interminable foco de violencia contra las mujeres, al tiempo que asegura que los efectos del consumo pornográfico son la erotización de la sumisión y la perpetuación de la violencia contra las mujeres, su primer libro fue El odio a las mujeres, que publicó a los 27 años, en l974.




En su escrito ya aseguraba que la pornografía incitaba a la violencia contra las mujeres, y al ser acusada de censura, tuvo que defenderse en diversos ensayos. De hecho, sus escritos se encontraron siempre con diversas trabas para ser publicados, aunque fue precisamente Estados Unidos el lugar que finalmente dio el ok a su publicación. “Ese país de mentiras y perogrulladas que nos dice que podemos hablar de lo que queramos”, aseguraba ella misma con ironía. Al final de su vida, ante las zancadillas con las que se encontró para seguir publicando sus polémicos textos en América, se reunió con editores de The Guardian, medio que publicó algunos de sus textos poco antes de su muerte. Confesó que jamás había sentido semejante respeto por parte del mundo editorial, una prueba más de que su vida, tanto fuera como dentro de la literatura, no fue nunca fácil. “Jamás había sentido que los editores con los que trabajo me traten con este tipo de respeto. Lo aprecio mucho”, le dijo a su amiga, la periodista Julie Bindel (responsable de orquestar estas reuniones) en el último email que recibió de Dworkin.

Precisamente ahora el consentimiento vuelve a situarse en la mesa de debate con la publicación de El sentido de consentir, un ensayo en el que la filósofa Clara Serra reflexiona sobre el consentimiento partiendo de tres bases: el sexo consentido no tiene por qué coincidir necesariamente con el sexo deseado; existe el derecho a tener todo tipo de deseos sexuales y también, existe el derecho a explorar y equivocarse. Por supuesto, Andrea Dworkin habló en su obra del consentimiento. En su caso, para cuestionar su validez en un mundo repleto de desigualdades estructurales y no exento de relaciones de presión. De esta forma, reflexiona acerca de cómo en un marco caracterizado por la desventaja o vulnerabilidad a causa del género, la raza o la clase social, el consentimiento libre y autónomo se encuentra en una situación comprometida.”El consentimiento no puede existir en un sistema de opresión”, aseguró.
Una batalla que empleó las palabras como misiles

La autora se aseguró de componer su obra desde un lugar personal, pero lejos de quedarse en la anécdota, extrapoló lo ocurrido en su vida para emplearlo, como ella misma aseguró, “como brújula”. Comprender sus escritos e incluso su ira sin hablar de lo que le ocurrió al margen de los libros es esencial. Fue abusada tanto por su padre como por su primer marido, y cuando con 18 años fue arrestada durante una manifestación contra la guerra del Vietnam, fue abusada por dos doctores en la cárcel de mujeres del Village. Después de estudiar literatura en el Bennington College, hizo del feminismo el epicentro de su lucha y decidió dedicar su vida a fortalecer el movimiento. Alzó la voz contra la pedofilia, la pornografía y la violencia contra las mujeres y defendió con vehemencia la idea de que los hombres emplean el sexo para asentar su poder patriarcal. Lo hizo mediante un estilo muy característico, repleto de rasguños y aristas, y la propia Dworkin aseguró que su objetivo era emplear “una prosa más aterradora que la violación, más abyecta que la tortura, más insistente y desestabilizadora que una paliza, más desoladora que la prostitución, más invasiva que el incesto, más llena de amenazas y agresiones que la pornografía”. La columnista Moira Donegan dijo que su estilo era “estridente, enfurecido, y sus conclusiones son a menudo duras, expresadas sin rodeos y difíciles de leer”.

Al hablar acerca de cómo la misoginia se adentró en el léxico del feminismo de la segunda ola gracias al libro El odio a las mujeres. Nina Renata Aron, en un artículo publicado en New York Times, explica que leer a Dworkin era en los 80 y en los 90 “una especie de rito de iniciación”. “Su escritura ofrecía una mirada estridente y cruda al sesgo sistémico que afecta las experiencias cotidianas de las mujeres. ¿Había un odio real acechando detrás de cada reunión con su jefe o oficial al mando, cada cita, sermón, novela y anuncio de televisión? Sí, insistió Dworkin. En ese momento, esta era una idea radical, y para muchos todavía lo es”, escribe la periodista. Sin duda, la rabia de sus textos es radicalmente opuesta a los escritos de autoras como Caitlin Moran, que emplean el humor para luchar y criticar al sexismo, algo que sin duda, para Dworkin habría sido un ejemplo más de cómo las mujeres habitan en “un sistema de humillación del que no hay escapatoria”.
El yugo de la violencia sexual

A comienzo de los años 70, no dudó en alzar la voz contra los abusos a los que había sido sometida, y en 1999, a los 53 años, fue drogada y violada en un hotel de París, un terrible acto que le hizo alejarse del mundo para reunirse únicamente en contadas ocasiones con su círculo cercano hasta publicar en el año 2002 Corazón roto: memoria política de una militante feminista, su autobiografía, donde se embarcó en una nueva batalla contra las violaciones. “El doctor que mejor me conoce asegura que la osteoartritis aparece mucho antes de paralizarte. En mi caso, posiblemente fue por no tener un hogar, por el abuso sexual o por mi peso. John, mi pareja, echa la culpa a Scapegoat, un estudio sobre la identidad judía y la liberación de las mujeres que me costó nueve años escribir y que asegura, es el libro que me robó la salud. Yo culpo a la violación de la que fui víctima en París en 1999″, escribió en The Guardian, en el que fue el primer texto que el medio publicó tras su muerte.

“El trabajo de Dworkin cobra mayor significado ante el movimiento #MeToo, que ha visibilizado la forma en la que la violencia sexual ha sido silenciada. Tenía más razón de lo que pensaba ella misma: la cultura dominante evita enfrentarse al rol que desempeña la pornografía a la hora de asertar la domunación sexual masculina”, dijo el Dr Gail Dines, que lleva más de tres décadas luchando contra la industria del porno.

Al conocer la forma en la que tantas mujeres blancas apoyaron la política de Trump, la estadounidense sin duda habría hablado de cómo la derecha política se asegura de explotar el miedo de las mujeres para hacerles ver que lejos de tener que cambiar las cosas, lo mejor es aceptar la situación y aprovechar cualquier medio para acceder al poder disponible. Su libro Mujeres de Derecha, que data de 1983, bien podría haberse referido a la forma en la que Donald Trump alcanzó el poder. “Si hubiésemos escuchado más a Dworkin durante sus décadas de activismo y nos hubiésemos tomado su trabajo más en serio, más mujeres se habrían adherido a un feminismo intransigente, a diferencia del feminismo sonriente y divertido, repleto del tipo de consignas que se leen en las camisetas y que aplaude una especie de girl power que lucha por poder llevar pantalones en lugar de defender un movimiento colectivo con el que emancipar a todas las mujeres de la tiranía de la opresión”, opina Julie Bindel, que conoció a Dworkin en una conferencia que organizó sobre de la violencia contra las mujeres en 1996.

Su lucha contra la pornografía no fue únicamente llevada a cabo mediante sus charlas y escritos, sino que se alió con la abogada feminista Catherine MacKinnon (ambas creían que la sexualidad está basada en la subordinación de las mujeres a través de la dominación sexual masculina, lo que se traduce en la desigualdad de género) para presentar una ley que señalaba que la pornografía no es otra cosa que discriminación sexual, una ley gracias a la cual las mujeres podrían demandar a productores y distribuidores. Tras ser aprobada en Indianápolis en l983, el Tribunal Supremo de Estados Unidos legisló en su contra ante el poder de la industria del porno.

Andrea Dworkin murió con tan solo 58 años a causa de un fallo cardíaco. Aunque su nombre es constantemente repetido a causa de la forma en la que sus textos han ayudado a comprender el porqué del ascenso al poder de Trump y cómo frente al #MeToo, su lucha contra los abusos sexuales está hoy más presente que nunca, su obra no ha sido traducida al castellano, y la estigmatización que rodeó siempre a la autora no la ha abandonado incluso tras su muerte a causa de quienes siguen asegurando que su voz defiende un feminismo puritano y trasnochado. Como recoge en ‘Andrea Dworkin’, libro en el que Jeremy Mark Robinson examina su obra, el escritor Michael Moorcock dijo que el feminismo era el movimiento político más importante de la actualidad, siendo la figura de Dworkin vital. “La gente cree que Andrea odia a los hombres. La llaman fascista y nazi, especialmente los americanos de izquierdas, pero su trabajo no indica tal cosa. En realidad, tenía una extraordinaria elocuencia, el tipo de magia que movilizaba a la gente”, aseguró.

Sus ideas fueron manipuladas y malinterpretadas, el odio y el desprecio acompañaron a sus escritos e incluso su apariencia física fue objeto de mofa durante toda su vida, pero su obra sigue presente y sus reflexiones y críticas siguen hoy tan vivas como antes. “En cada siglo hay una serie de escritores que ayudan a la especie a evolucionar: Andrea forma parte de ellos”, dijo Gloria Steinem en el funeral de su amiga, y lo cierto es que hay que aplaudir a todos quienes con sus escritos incitan a la reflexión y al debate, porque esas son las claves para poder avanzar.


Por Marita Alonso

Fuente: El País


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