Por una apuesta feminista de corresponsabilidad y revalorización de los cuidados
Hacer que el trabajo de cuidado pase de la centralidad de la vida al centro de las políticas sigue siendo un empeño arduo y universal, también casi siempre con el empuje de las mujeres, que son las principales cuidadoras, con o sin remuneración.
Ellas realizan más de las tres cuartas partes del trabajo de cuidados no remunerado en todo el mundo y constituyen las dos terceras partes de la mano de obra que lo hace de forma remunerada, indican datos de Oxfam Internacional.
Esa organización internacional también señala el efecto que ello tiene en la vida de las mujeres cuidadoras. En todo el mundo, 42 por ciento de las mujeres no puede acceder a un empleo remunerado por tener que asumir el trabajo de cuidados, en comparación con tan solo el seis por ciento de los hombres.
Se trata de un panorama desigual y bastante generalizado, que Nasheli Noriega, de Oxfam América Latina y el Caribe, coloca en clave de desafíos de cara a los cambios que son necesarios para transformar esa injusta y cotidiana realidad.
Un gran reto es que los sistemas de cuidados tengan contenido y un presupuesto que abone a una transformación cultural y política desde una lógica feminista, asegura Nasheli Noriega, de Oxfam América Latina y el Caribe. Foto: SEMlac Cuba
¿Cuál es la apuesta de Oxfam de cara al trabajo de cuidados?
Uno de los nudos más importantes de desigualdad, no solo dentro de los hogares sino entre hogares, es la división sexual del trabajo y lo que representa que el trabajo no remunerado siempre se recargue en las mismas personas –en este caso las mujeres– sin una redistribución, un reconocimiento y una revalorización, como lo han colocado las economistas feministas.
Esta es nuestra apuesta desde Oxfam: tenemos proyectos específicos donde hablamos del tema de cuidados y además tratamos de colocarlo en otro tipo de proyectos que pudieran no tener una conexión directa con este asunto. Cuando hablamos de justicia climática, pasa también por un tema de cuidados, si son las mujeres quienes mitigan los efectos de ese fenómeno, además de las labores que ya tenían de cuidados. Es una apuesta amplia y transversal, porque nos regimos por una visión y principios feministas.
¿Qué es la red “Trenzando cuidados” y qué propone?
Es una articulación en red de organizaciones de la sociedad civil y la academia de Bolivia, Perú, Cuba, Colombia, España y México, también con Oxfam y el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso). Está presente en países de la región, pero también fuera.
Tenemos tres ejes de trabajo. Uno tiene que ver con la movilización de recursos públicos suficientes para esta agenda de cuidados, con mucho énfasis en la fiscalidad, en cambiar la arquitectura financiera internacional y movilizar recursos desde la cooperación internacional. Luego, otro eje se enfoca a la formulación o fortalecimiento de narrativas transformadoras desde el feminismo y un tercer eje va hacia la amplificación de las voces que exigen servicios de cuidados; es decir, visibilizar esa demanda de servicios públicos para que sea la propia ciudadanía la que los exija.
Se trata de la movilización de actores locales que ya están haciendo incidencia dentro de sus propios países de manera articulada, con muchas otras. La red “Trenzando cuidados” es una red de redes: eso quiere decir que nos articulamos en red, pero ellas a su vez están tejiendo redes nacionales. Encontrarnos en el ámbito regional fortalece mucho, especialmente cuando hablamos de hacer incidencia. No es lo mismo llegar en soledad, aunque de forma legítima, que tener detrás un consorcio de organizaciones que opinan igual, a pesar de las diferencias que podamos tener.
La propuesta es fortalecer esa red y contar con mejores capacidades y recursos para hacer ese trabajo de incidencia en las políticas públicas.
¿Hasta qué punto se ha avanzado en estos sistemas nacionales de cuidados en la región?
Actualmente casi todos los países, independientemente de su nivel de desarrollo económico y social, están pensando en tener sistemas de cuidados. Pero este boom, por así decirlo, puede llevarlos a crear sistemas o políticas carentes de contenido, con enorme burocracia, que no terminan de aterrizar o implementarse.
Los sistemas integrales de cuidados son un desafío por muchas razones. Probablemente un sistema es lo ideal, pero se puede empezar por integrar las políticas que ya existen. En la medida que esto ocurra, puede pensarse en un sistema nacional de cuidados como fin al cual aspiramos.
Pero ir fortaleciendo las políticas públicas y hacerlas complementarias, articuladas, también puede ser una muy buena práctica.
Los cuidados no son de las mujeres ni pueden quedarse en los mecanismos de las mujeres, que suelen tener menos recursos y atribuciones jurídicas, fuera del Estado. Foto: SEMlac Cuba
Entonces, uno gran reto es que ese sistema tenga contenido y un presupuesto que abone a una transformación cultural y política desde una lógica feminista, que cierre la brecha que existe entre hombres y mujeres cuando hablamos de cuidados.
El cuidado debe verse como algo integral y central para la vida; no como algo escondido, destinado a un cuarto de servicio, o a un asilo para personas mayores. Estamos en un momento aún muy inicial. Lo comparo con la agenda a favor de erradicar la violencia contra las mujeres, un cambio que se inició hace muchos años, con América Latina como pionera, poniéndolo en la Convención de Belén do Pará. Aún no terminamos de erradicar esa violencia contra las mujeres, pero estamos viendo los cambios, colateralmente, en esa transición de que las mujeres cada vez participen más de forma activa y sin ser violentadas.
En la agenda de cuidados, todavía la academia, las organizaciones de la sociedad civil y los movimientos organizados de mujeres estamos poniendo las piezas claras para que no termine siendo cualquier cosa, todo y nada.
¿Cuáles podría mencionar como buenas prácticas para avanzar en este camino?
Es central tener en cuenta dónde se ubica el tema de cuidados. Se puede colocar en el Ministerio de Trabajo, el de Asistencia Social o el de Desarrollo Social, por ejemplo, pues los cuidados no son de las mujeres ni pueden quedarse en los mecanismos de las mujeres, que suelen tener menos recursos y atribuciones jurídicas, fuera del Estado; tienen que transitar a espacios de corresponsabilidad social y que se entienda que el cuidado es un trabajo.
También es clave cómo se financia, identificar en los presupuestos lo que ya se designa para el cuidado y cómo se potencia con otros presupuestos. No se trata solamente de hacer un ajuste de piezas; definitivamente hace falta financiar la agenda de los cuidados desde lo público. Hay quienes han avanzado en el etiquetado por género de los presupuestos, pero habría que hacer además un etiquetado por tema de cuidados, para poderlos potenciar con mayor financiamiento. Destaco además la responsabilidad del Estado de regular que el sector privado se involucre en el financiamiento desde la corresponsabilidad social.
Finalmente, otra buena práctica desde la mirada feminista tiene que permitirnos hablar y articularnos con las diferentes actoras locales; no solo con las organizaciones de mujeres, sino con la diversidad de las mujeres y sus experiencias, entre ellas las indígenas, las migrantes, las cuidadoras. Tenemos que dialogar y reconocer todas las diferencias de cara a un gremio y sector que está viviendo actualmente la carga más desigual.
Por Sara Más
Fuente: SEMLAC