agosto 11, 2024

Andrea García-Santesmases: “El feminismo y el anticapacitismo comparten mucho más de lo que pueda parecer"

Andrea García-Santesmases: «El feminismo y el anticapacitismo comparten  mucho más de lo que pueda parecer» | lamarea.com
La socióloga acaba de publicar 'El cuerpo deseado', un ensayo en el que analiza la intersección entre patriarcado y capacitismo

La doctora en Sociología Andrea García-Santesmeses. CEDIDA

Andrea García-Santesmases (Madrid, 1988) es doctora en Sociología por la Universidad de Barcelona y antropóloga social y cultural. Su vida como activista, primero en el movimiento feminista en Madrid y luego en el movimiento anticapacitista de Barcelona, ha sido determinante a la hora de plasmar sus experiencias en el libro El cuerpo deseado, donde se analiza la intersección entre patriarcado y capacitismo de forma amena y efectiva.

Me he unido con entusiasmo a Andrea en la necesidad de convocar ese diálogo a través de coloquios en varias ciudades de España.


Cuéntame por qué este título y qué pretendes al colocar el feminismo y el anticapacitismo al mismo nivel en tu imaginario reivindicativo.

Porque El cuerpo deseado atrae más que, por ejemplo, Estudios feministas de la discapacidad. Este último título podría reflejar mejor mi vocación académica, mi labor activista y mi experiencia directa e intima con la discapacidad. Pero ese título no encaja con el espíritu del libro. Cuando decido hacerlo, quiero que sea un libro fácil de leer, que te atrape, que sea entretenido, que esté lleno de películas, poemas, canciones, porque quiero que este tema tan complejo esté a disposición del público de forma amena y divertida. Así, El cuerpo deseado es más sexy.

Sin embargo, no quería llevar a equívocos al lector, por eso el subtítulo es La conversación pendiente entre feminismo y anticapacitismo. Aunque aquí también hay trampa, porque el feminismo y el anticapacitismo no es que estén al mismo nivel como para mantener un diálogo. El feminismo está mucho más avanzado, tiene mucha más presencia, poder político-mediático, representación y enunciación que el anticapacitismo. Así, al no estar en el mismo nivel, creo que tienen la misma legitimidad en la enunciación y que es necesario una interlocución entre ellas, porque comparten mucho más de lo que puede parecer a primera vista.

Yo creo que habría sido muy interesante no colocar un subtítulo. Así la gente hubiera entrado en una piscina para hablar de cosas que a todos nos obsesionan: el deseo de nuestro cuerpo, ya sea el propio por otros cuerpos o el de otros cuerpos por el nuestro. En el libro, además de deseo, hablas del antideseo, del cuerpo discapacitado como la encarnación de lo indeseable.

Te refieres al mecanismo que utilizan en algunas campañas para prevenir los accidentes de tráfico por consumo de drogas y alcohol, donde lo que se muestra es la consecuencia, un cuerpo discapacitado. En resumen: si bebéis y conducís, podéis quedar así. Usar esta amenaza se puede considerar normal y aleccionador para los jóvenes, pero no para las personas con discapacidad. Quedaría más claro el despropósito si utilizamos el mismo mecanismo de amenaza en otras categorías. ¿Qué tal llevar a personas sin hogar a empresas para hacer charlas motivacionales? Si no trabajas bien, terminarás como yo… Hay una delgada línea cuando se hacen este tipo de discursos sobre el horror absoluto de determinadas condiciones, porque es deseable disminuir las tasas de siniestralidad por consumo de alcohol, pero lo estamos haciendo a partir de personas reales.

En el libro también hablas de otras circunstancias que ponen en evidencia ciertas paradojas. Por ejemplo, el aborto.

Hay una discusión en términos bioéticos sobre el aborto en supuestos de malformación fetal. Los planteamientos feministas y progresistas han defendido la autonomía de la mujer, y sobre eso no hay discusión. Uno de los principales supuestos para practicar un aborto es por malformación fetal. En abstracto tiene sentido, pero cuando se concreta qué quiere decir malformación, empezamos a definir rasgos de funcionamiento y corporalidad de personas que, de facto, viven con esas condiciones. ¿Cómo enfrentan estas personas su derecho a la vida, su deseo de vivir?

El documental El dilema del Down presenta el caso de Islandia, un país donde ya no hay nacimientos con este síndrome porque en todos los test prenatales se evalúa esta condición. En España, por ejemplo, solo se evalúa en los embarazos de riesgo. En Islandia no han llegado al 0% de casos porque nace uno cada diez años, ya sea porque su madre es ultraconservadora o por el margen de error en los test. ¿En este caso estamos hablando de una decisión individual o de una dinámica social? En el documental sale una mujer de 30 años que dice que es la última persona con síndrome de Down. Entonces, ¿qué tipo de sociedad estamos creando? Esta pregunta no pretende entrar en la decisión individual de cualquier mujer que quiera finalizar o no su embarazo, pero sí quiere determinar a nivel social qué vidas esperamos, a qué corporalidad damos la bienvenida y a cuáles no.

Esta nueva eugenesia no es algo que solo determine quién nace y quién no. Aceptar que hay gente con dificultades visuales, auditivas, cognitivas o de movilidad obliga a que existan espacios habitables para todos, para quienes, de forma fortuita, les sobrevenga una discapacidad a lo largo de su vida o incluso para quienes la asuman de forma consciente, como es el caso de Chloe Jennings-White…

Mi libro empieza precisamente con el caso de Chloe Jennings-White, una científica británica de Cambridge que decidió salir del armario y explicar públicamente lo que sus allegados ya sabían, vivía en un cuerpo equivocado: un cuerpo bípedo sano que en realidad ella percibía como un cuerpo parapléjico. Chloe se provocó accidentes para lesionarse la médula espinal y convertirse en paralítica. Pero, como no lo logró, buscó ayuda médica para transformar su cuerpo sin tener que poner en riesgo su vida. No fue fácil encontrar un médico dispuesto a ello.

Sin embargo, cuando lo consiguió no pudo asumir el coste de las cirugías. Utilizaba silla de ruedas a diario para vivir acorde con su autoimagen corporal de lesionada medular. Quería compartir públicamente su experiencia para luchar contra el estigma y plantear su tránsito como equiparable al de la transexualidad. De ahí que se autodenomine como transcapacitada. El deseo de Chloe es ininteligible hoy en día, produce incredulidad, desasosiego, cuando no directamente espanto, más aún cuando ella explica que no es la única que lo experimenta como una necesidad perentoria e inevitable. Desde un punto de vista médico se considera que sufre un trastorno mental. Al fin y al cabo, ¿cómo va a desear alguien aniquilar una parte sana y funcional de su anatomía?

Porque lo que busca la medicina es rehabilitar la funcionalidad o, al menos, restaurar la formalidad procurando siempre minimizar el impacto sobre el cuerpo en términos de dolor.

Sí, pero las cirugías de reconstrucción, por ejemplo, el tratamiento de la acondroplasia para niños que nacen con enanismo, es muy doloroso, ya que requiere romper los huesos de forma sistemática para lograr el alargamiento de estos. Y este tratamiento se financia públicamente. Aquí, aparentemente, no hay problema porque lo que pasa es que se está integrando a una normalidad social lo que se ha definido como anormal, el enanismo. Y en este caso existen los medios para corregirlo, no como con el síndrome de Down. Así que volvemos a la pregunta: ¿qué clase de mundo ultranormativo y capacitista estamos diseñando? ¿Y a qué precio? Yo no estoy a favor de casos como el de Chloe, pero me parece interesante que existan porque me incomodan. A partir de esa molestia me veo obligada a pensar.

Hay algo que cruza todo el libro y son las grandes diferencias que hay entre un cuerpo masculino con discapacidad y un cuerpo femenino con discapacidad, y en cómo se ven afectados de modo diferente dentro del patriarcado.

Bueno, uno de los temas que más me ha obsesionado, y de hecho fue como el tema central de mi tesis doctoral, es cómo se coproducen género y discapacidad. En otras palabras, cómo los cuerpos normativos en términos de género son cuerpos que se leen como capacitados. Y, asimismo, los cuerpos capacitados son normativos en términos de género. Es decir, la masculinidad normativa se entiende, por defecto, como capacitada. Cuando vemos una persona que claramente se comporta como un hombre daremos por hecho, si no la conocemos, que funciona de manera normativa, que escucha, ve, se comunica oralmente, que está en capacidad de reproducirse. En la heteronorma ser mujer solo tiene sentido dentro de su relación con el género masculino y con la heterosexualidad, que es la que se supone que permite la reproducción. Con lo cual una lesbiana difícilmente es una mujer o una mujer convencional. De la misma forma, podríamos pensar que es una discapacitada, no que es una mujer a la que no se la asume a priori como deseable para la mirada masculina, o a priori como potencialmente madre, como, potencialmente, un ser que se debe reproducir. De la misma forma, los cuerpos que no funcionan de manera normativa, que presentan una discapacidad, entran en una ambigüedad de género porque se presupone que no pueden cumplir con la finalidad reproductiva.

Pero hay más: el hombre con discapacidad baja un escalón, y la mujer con discapacidad baja otro muy distinto porque deja de ser cuidadora.

Porque, además de un ser reproductor, a la mujer se le presupone que es un ser cuidador. Por ejemplo, una amiga me dijo que te había visto, Bob, con tu cuidador en el aeropuerto. Cuando le sugerí que muy probablemente no era tu cuidador sino tu marido me miro con escepticismo. No podía asumir que el marido fuese el cuidador. Sin embargo, si eso me hubiese pasado a mí con mi pareja, el comentario habría dado por supuesto que quien tenía el rol de cuidador habría sido la mujer. Cuando es la mujer la que cuida, a nadie le sorprende, le parece lo lógico. Cuando es el hombre el que cuida, el hombre es un héroe, es maravilloso, es un tipo íntegro. Es alguien muy especial por haberse hecho cargo. Es otra cosa.

Por Bob Pop
Fuente: La Marea

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