agosto 04, 2024

Vandana Shiva: el rastro de miguitas de una vida ecofeminist

En 'Terra Viva. Mi vida en una diversidad de movimientos', la activista y pensadora india recoge sus memorias, un recorrido por décadas de lucha por la biodiversidad y la soberanía alimentaria.

Vandana Shiva es física, activista, filósofa y escritora. En 1993 recibió el Premio al Sustento Bien Ganado —también llamado Premio Nobel Alternativo—. La han descrito como la Gandhi de las semillas y una de las voces más importantes para la gente de los países empobrecidos. Foto: voces.org

Rara vez tenemos ocasión de leer de primera mano la historia de los movimientos sociales. Más allá de algún testimonio puntual o de aproximaciones académicas recogidas por terceros, el jaleo del hacer deja poco espacio a que el relato se fije y se comparta. Para la activista y pensadora Vandana Shiva (Dehradun, India, 1952), esto tiene causas y consecuencias que son también muy políticas: «En la historia de los movimientos políticos y sociales, por lo general, se ha ignorado la evolución de estos y solo se ha prestado atención al resultado final (…) [Por ello,] la futura labor de organización no se beneficia de las lecciones de perseverancia y paciencia que se extraen de años de construcción del movimiento; la gente empieza a buscar soluciones instantáneas porque lo que la pseudohistoria ha vendido son los éxitos inmediatos».

Por eso escribe Terra Viva. Mi vida en una biodiversidad de movimientos, recientemente editado en España por Continta Me Tienes. Un libro de memorias que recoge su camino de lucha y pensamiento durante más de medio siglo, que la ha convertido en una referente del ecofeminismo, las políticas medioambientales y la batalla por la soberanía alimentaria. Como estuvo presente (y fue, de hecho, determinante) en muchos momentos cruciales en estos ámbitos en el último medio siglo, este texto se convierte en algo así como un sendero de miguitas que permite ver el camino que nos trajo hasta aquí: la construcción del desastre y también de su respuesta.
La construcción de una vida política

Como en otros de esos pocos relatos de vida de activistas que nos llegan de primera mano —pienso, por ejemplo, en ciertos paralelismos con ese otro clásico que es Mi vida en la carretera, de Gloria Steinem—, la historia se cuenta no solo desde lo público, sino también a partir del componente personal. Así, Terra Viva nos da también la ocasión de ver cómo nace y se desarrolla una vida política.

En el caso de Vandana Shiva, el compromiso está muy ligado a dos circunstancias determinantes de su infancia: el bosque que rodeaba a la casa en la que se crió, y el hecho de que por esta pasaran sin cesar activistas e intelectuales. Se dibuja así, desde los primeros años de su biografía, un orgullo de esa mezcla entre pertenecer a la tierra y pertenecer a la élite que puede sonar paradójico a nuestros oídos, pero que tiene mucho sentido si se entiende en el contexto de los movimientos anticoloniales, y en concreto los de un país como la India, donde las luchas desde la no-violencia tuvieron un papel fundamental. De igual modo, en el repaso de su trayectoria también conjuga sin contradicción su estudio de la ciencia dura (es física teórica) con la admiración e incorporación de lo que aprende de los saberes ancestrales y la tradición cultural de la que proviene.

Aunque se trate de unas memorias, el relato que contiene el libro es indudablemente colectivo. «Gracias a mi labor en torno a las semillas y los alimentos, he conocido a algunas de las personas más valientes y comprometidas del mundo», afirma Shiva, que recoge concienzudamente —en el cuerpo de texto pero también en notas detalladas al final de cada capítulo— los nombres personales y colectivos de las compañías de esa vida política. Como apuntes para una genealogía que tal vez no conocemos, podemos anotar algunos: el movimiento Navdanya, que se encarga de proteger «la libertad de las semillas»; el Chipko, que pasó de la lucha contra el alcoholismo llevado a la India por la colonización a la batalla contra la deforestación; o Lokayan, una iniciativa para hermanar distintas luchas.

Mujeres del movimiento Chipko abrazan un árbol para defenderlo. Uttar Pradesh, 1973. Foto: Store norske leksikon.
El «mal desarrollo»

El telón de fondo de este recorrido personal es, también, una historia también de cómo se ha ido articulando a lo largo de las últimas décadas una pata fundamental del sistema en que vivimos, que es la industria alimentaria. Con una gran exhaustividad a la hora de poner nombre a los responsables de lo que llama el «mal desarrollo», repasa los mecanismos con los que se han afianzado las grandes empresas biotecnológicas —particularmente el Cártel del Veneno, integrado por multinacionales como Monsanto y Do Chemical—, con especial énfasis en el papel que juegan los organismos genéticamente modificados (OGM).

En ese sentido, el libro es también una gran alerta contra las manipulaciones que recibimos constantemente. Desgrana los mitos que rodean a estas tecnologías y sus prácticas, pero, de un modo más amplio, desmonta también el «lenguaje orwelliano» de instituciones como el Instituto de Recursos Mundiales o el ICRISTAT (con su programa One Agriculture, One Science, de cuya financiación participa la Fundación Gates), que encubren bajo discursos medioambientalistas prácticas que benefician a la industria. «Me encontré al Banco Mundial escondido detrás de un eucalipto», bromea acerca de su toma de conciencia sobre todo esto. 

Además de realizar un diagnóstico preciso, en su relato Vandana Shiva insiste mucho en los éxitos de los movimientos y las transformaciones que se producen por el camino gracias al trabajo de base. Algunas, enormes: gracias a las luchas, en la India la agricultura es un asunto de Estado recogido en la Constitución, y la legislación prohíbe que las semillas, animales y plantas se patenten, además de contar con una Ley de Derechos de los Agricultores y Agricultoras.

El bosque y la semilla


Más allá de lo práctico, en su planteamiento de alternativas Vandana Shiva deja florecer una mirada muy personal, poética a veces incluso, sobre el mundo. En una idea que bebe también de la cultura y la tradición india, aquellos bosques de su infancia que se convirtieron en el detonante de su compromiso político se revelan como paradigma de diversidad, armonía y naturaleza autosostenible. Frente a la industria destructiva que solo ve en ellos madera, la activista trae el recordatorio de que su clave es su multifuncionalidad: «Los bosques son alimento, pero no cuando están muertos, sino vivos». Por eso, las estrategias para su defensa que plantea pasan necesariamente por asegurar sus condiciones de renovabilidad y el respeto a las economías básicas asociadas a ellos.

Y de los bosques, a la unidad mínima que los hace posibles: la semilla, elemento clave en torno al cual gira buena parte de su acción y su pensamiento. «La semilla es la fuente de la vida. Se crea, se recrea, se regenera y se multiplica por sí sola (…) Alberga en su interior el pasado de la biología y de la evolución cultural y envuelve el futuro potencial de la evolución que se despliega en la diversidad, la vitalidad y la resiliencia», escribe. Afirmando también que «la semilla no es una máquina ni un invento», presenta su historia como la de un robo inadvertido de enormes consecuencias. Que la industria se haya permitido patentar —y así privatizar— esas semillas ha desposeído a las comunidades de su soberanía sobre la agricultura. Los monocultivos y monopolios que se establecen a cambio empobrecen a las personas, pero también a la tierra.

Ante ello, propone un cambio de paradigma que parte de la base de considerar que las semillas son un bien común. Desde esa idea, ha impulsado la creación de los bancos Seeds of Hope (Semillas de Esperanza), uno de cuyos objetivos tiene que ver con hacer frente al cambio climático, en tanto atesora «semillas tradicionales que pueden sobrevivir a sequías, inundaciones y ciclones se recolectan, se guardan, se multiplican y se distribuyen».
La propuesta ecofeminista

El marco desde el que Vandana Shiva hace estas lecturas y propuestas es el ecofeminismo. Una mirada que articula a partir de la certeza —comprobada reiteradamente a lo largo de su camino— de que la violencia que se ejerce sobre nuestros cuerpos y la que se ejerce contra el territorio son inseparables, pero también desde la celebración del papel central que tienen las mujeres en las luchas por el territorio en todo el mundo. Una perspectiva, por otro lado, que no parte de un esencialismo de las categorías, sino de una concepción que pone el foco en las interconexiones de todo lo que está vivo y en sus ritmos y necesidades.

En el prólogo a la edición en castellano, Yayo Herrero, una de las principales representantes de esta corriente de pensamiento y acción en nuestro contexto, explica que el ecofeminismo es “un movimiento de movimientos, plural y diverso, que visibiliza y alumbra conocimientos y prácticas para comprender el momento que vivimos, para aterrizar la economía, la política y la cultura en la tierra y en los cuerpos, y para proyectar un presente y un futuro que hagan del sostenimiento de la vida digna una prioridad”.

Es decir, algo así como un bosque; y también algo así como una semilla. Una que podemos coger entre las manos y cultivar. Porque, como apunta también Vandana Shiva, «permitir que lo pequeño prospere es el verdadero examen de la libertad: en la vida de un individuo, de una organización, de una sociedad y de este planeta».

Por Laura Casielles
Fuente: La Marea

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