El feminismo tiene un significado distinto para cada mujer»
Nacida en 1985 en Tupelo (Mississippi), tres novelas han bastado para convertirla en una de las voces más personales de la literatura estadounidense. Tanto su primera obra, «Nunca falta nadie» (2014), como «Las respuestas» (2018), fueron incluidas en las listas de los mejores libros del año por medios como «The New Yorker», «Vogue» o «The Wall Street Journal» y le valieron para comparar su prosa con la de autoras como Joan Didion o Rachel Cusk. Ella, sin embargo, rehúye estas analogías y se declara una escritora caótica. De ese caos surge una inventiva envidiable, como la que desarrolla en «Biografía de X», publicada en castellano por Alfaguara.
(J. Danae | FOKU)
«Esa idea cristiana del alma como sustancia inalterable que nos define, aunque puede ser útil de cara a justificar nuestra diversidad, me resulta difícil de asimilar»
«Los déficits del sistema educativo son uno de los grandes problemas que arrastra EEUU. Yo creo que ahí podríamos localizar el origen de la fractura social que vive el país»
«Buscamos controlar el relato que hacemos de nuestra vida, pero a menudo terminamos por ser contados por otras personas»
Biografía de X” es una obra tan apabullante como adictiva. Jugando con las posibilidades que ofrece la ucronía (ese subgénero de la literatura fantástica que se aventura a construir realidades alternativas partiendo de lo que pudo haber pasado si en un determinado momento de la Historia las cosas se hubieran dado de otro modo al que se dieron), Catherine Lacey habla de EEUU como un país fracturado en fase de recomposición. La excusa es la investigación llevada a cabo por la protagonista sobre el pasado de su esposa, de la que acaba de enviudar, una misteriosa mujer de orígenes inciertos, conocida como X y que logró el éxito como artista multidisciplinar en la América de los años 70 y 80. El empeño por reconstruir su vida la lleva hasta el sur del país, un territorio en transición que ha vivido las últimas cuatro décadas bajo un régimen teocrático de reminiscencias fascistas. En los estados del Norte, por el contrario, vemos arder los últimos rescoldos de la utopía socialista, lo que evidencia la difícil implantación de un modelo social igualitario. Y, en medio, una mujer con miedos, con dudas e iniciativa que acaba por ser víctima de sus contradicciones.
El carácter intrincado e irreverente de su prosa se traslada a la conversación con la autora, quien defiende la obsolescencia de los arquetipos sociales mientras se afana en jugar con ellos, ocultándose más que mostrándose, reacia a ser encasillada. Quizá por eso, queriendo restarse importancia, Lacey se confiesa una persona escasamente rigurosa, pese a lo cual, su interlocutor intuye que semejante aseveración únicamente revela la coraza con la que la autora intenta revestirse.
Su novela tiene un punto de partida similar a «La verdadera vida de Sebastian Knight», de Nabokov. En ambos casos, los protagonistas se sienten impelidos a enmendar la biografía de un ser querido escrita por una tercera persona para acabar constatando que ellos tampoco conocen nada del ser con el que han convivido.
La verdad es que no he leído mucho a Nabokov y ese título que comentas no lo conocía. Únicamente después de publicar “Biografía de X” alguien me hizo notar que el punto de partida era parecido y pensé ‘tengo que leerlo’. Lo que sí es cierto es que me gustan mucho las biografías y siempre había aspirado a escribir una novela que tuviese una estructura biográfica. La idea de este libro me vino mientras trabajaba en otra obra, una novela corta que no tenía mucho que ver con lo que había escrito antes. Fue entonces cuando pensé que, si quería salir de mi zona de confort, igual podría probar con una novela biográfica.
¿Piensa que, como le sucede a X, todos somos capaces de vivir muchas vidas en una?
No solo somos capaces sino que, de hecho, pienso que es una obligación que todos tenemos. Obviamente, a los 30 años no eres la misma persona que cuando tenías 10. Sería trágico si así fuera. Esa idea cristiana del alma como sustancia inalterable que nos define de un modo permanente, aunque puede ser útil de cara a justificar nuestra diversidad, me resulta difícil de asimilar. Por el contrario, pienso que los seres humanos estamos en constante proceso de transformación. Todo tiene que ver con el modo en que gestionamos nuestros recuerdos, nuestra memoria, eso es algo universal que puede llegar a generarnos angustia en la medida en que, a veces, nos cuesta aceptar que el paso del tiempo nos ha llevado a ser otras personas. Me parece un tema apasionante y de ahí mi interés por el género biográfico. De hecho, me cuesta entender que otros escritores no lo vean así (risas).
Sin embargo, las biografías casi siempre dan una visión lineal y simple de una existencia y, como usted misma acaba de decir, una vida es algo tremendamente complejo. ¿Cómo explica esa aparente contradicción?
Es cierto que muchas biografías siguen un modelo narrativo tradicional cuando hablan de tal o cual persona relatándonos dónde nació, qué le hizo destacar, cómo envejeció y cómo murió y sí, esa es una visión un tanto esquemática de lo que puede llegar a ser una vida. Sin embargo, también es cierto que la mayoría de las personas tienen una visión lineal de su propia vida, como si fuera una sucesión de estadios, de etapas muy definidas. Supongo que es más fácil asumir la propia vida a partir de un relato así, ordenado, conciso, claro, pero para mi eso equivale a falsear la existencia y, por otro lado, como escritora, tampoco me estimula acogerme a una estructura tan articulada. Prefiero los relatos que avanzan del pasado al presente y que luego vuelven al pasado para lanzarse a explorar el futuro, y me temo que los lectores también prefieren ese tipo de narrativas.
Al final se trataría de saber gestionar la frustración, de aceptar el misterio y la falta de certezas que encierra toda existencia, ¿no?
Exacto. Es un poco lo que le ocurre a la protagonista de mi novela. Hay un sufrimiento humano básico que tiene que ver con la pérdida, con el duelo que sigue a la muerte de un ser querido. A partir de ahí, nos lanzamos a buscar respuestas que nos sirvan de consuelo, pero ese dolor va a estar siempre ahí y tenemos que asumirlo, del mismo modo que hemos de asumir que rara vez vamos a encontrar esas respuestas y que, en el caso de encontrarlas, puede que en lugar de aliviarnos acrecienten nuestra inquietud o nuestro dolor.
Uno de los elementos más llamativos de «Biografía de X» es que no solo evidencia las limitaciones del género biográfico, sino que también refuta esa hibridación tan en auge en la narrativa actual y que contribuye a diluir las fronteras entre ficción y no ficción.
No se trata de un fenómeno reciente. Hay una larga tradición de novelas escritas como si fueran libros de memorias y de ensayos o relatos de no ficción cuya estructura narrativa está muy próxima a la de la novela. Cuando yo asistía a clases de literatura en 2007, me acuerdo que ya había un cierto debate sobre cuáles deberían ser los límites de la ficción en aras de no generar confusión en el lector. Pero me parece un debate absurdo y aburrido. Yo confío lo suficiente en la inteligencia del lector como para pensar que este sabe diferenciar perfectamente lo ficticio de lo real. Aunque quizá peco de optimista ya que, si tú llevas a cabo una búsqueda en Google de “Biografía de X”, hay muchos comentarios acerca de su carácter híbrido, algo que me resulta inquietante. ¿De verdad hay lectores que piensan que esa evocación de los territorios del sur como un Estado teocrático de corte fascista tiene fundamentos reales? En todo caso, me gusta escribir novelas para lectores adultos, para personas capaces de discernir y de tomar decisiones por ellas mismas sin tener que estar pensando cuál es mi responsabilidad como autora.
Pero ese problema está ahí, ¿no? Me refiero a la dificultad de algunas personas para diferenciar lo real de lo inventado. De hecho, todo el fenómeno de las «fake news» surge de anteponer la eficiencia del relato a la veracidad de lo narrado.
Sí, ese problema existe y es real, al menos en EEUU lleva siéndolo mucho tiempo. Cuando yo le digo a alguien que soy novelista, enseguida me preguntan: ‘¿pero escribes ficción o no ficción?’. Ahí ya hay algo inquietante porque lo que denota esa pregunta es que mucha gente tiene dificultades básicas para distinguir lo que es ficción de lo que no lo es.
Su novela también tiene elementos de ucronía presentando una historia de EEUU alternativa. En este sentido, ¿piensa que el género histórico está sujeto a las mismas tensiones que comentábamos antes respecto al género biográfico? Es decir, ¿también la historiografía apuesta, en ocasiones, por dar una visión lineal de algo complejo?
Sí, en parte sí. Para mí hay un libro de referencia cuya lectura me ayudó a escribir “Biografía de X”. Se trata de “La otra historia de los Estados Unidos” de Howard Zinn, que ofrece una visión alternativa sobre la historia de mi país atendiendo al punto de vista de los nativos americanos, de los negros, de las mujeres, de los homosexuales… de todos aquellos que fueron excluidos de los centros de toma de decisión. La historia cambia mucho en función de si la cuentas desde el punto de vista de los vencedores o de los que fueron derrotados. Cuando lo haces desde el punto de vista de los vencedores, el relato tiende a simplificarse porque todo son loas, de ahí esa visión lineal que comentas. A mí me interesa más lo otro, es decir, atender al punto de vista de los marginados, más aún hoy, cuando tenemos unos políticos de derechas a los que parece que les molesta que se hable de la esclavitud, como si eso no fuese parte de nuestra historia, como si fuera una cosa turbia del pasado que hubiese que enterrar en algún rincón de la Historia sin posibilidad de traerla al presente.
¿En qué medida la situación política actual de EEUU resultó motivante para usted de cara a escribir una novela como «Biografía de X»?
A ver, nunca me planteé escribir esta novela como una especie de aviso sobre lo que puede llegar a pasar en EEUU. Entre otras cosas porque llevamos tiempo instalados en ese clima de confrontación y es probable que nos queden unos cuantos años más por delante hasta que las cosas se calmen. Por eso, más que elucubrar sobre un futuro indeseable, mi novela, indirectamente, habla sobre nuestro presente. Es verdad que ahora mismo no hay una teocracia fascista en el sur de mi país, pero hay actitudes y conductas que no están tan distantes de eso. Yo soy de Mississippi y el año pasado el gobernador aprobó una ley para poder portar libremente armas en el interior de las iglesias. ¡Tenías que haber visto el boato con el que anunció la medida! Lo hizo rodeado de un grupo de acólitos que portaban la Biblia en una mano y un rifle en la otra. Cuando pienso que un tipo así es la máxima autoridad política del Estado, me entran sudores fríos. Y fue un poco el hecho de normalizar ese tipo de imágenes el que me llevó a imaginar un escenario como el que evoco en la novela. Puede que en Europa esto no llegue a entenderse porque aquí los valores son distintos y resulta inimaginable tener a un político así dirigiendo un país. Pero, desgraciadamente, en EEUU vivimos en medio de ese desastre.
En Europa lo que puede a llegar a sorprender más de EEUU son las tensiones que cohabitan en un país que está a la vanguardia de la ciencia, la técnica y la cultura pero donde, a la vez, hay territorios que viven aferrados a la Biblia.
Sí, yo entiendo que de ese escenario hipotético que planteo en el libro, lo que más llame la atención es ese Sur de los EEUU sumido en el fascismo. Además, cuando C.M., la protagonista, va a recabar información sobre X, es el primer sitio al que se dirige, con lo cual es como entrar en un territorio ignoto y peligroso. Pero en el libro también hablo de la situación del norte del país, donde han triunfado las tesis socialistas y donde, en teoría, existe un Estado proteccionista que, sin embargo, tampoco alcanza a resolver los problemas reales del ciudadano, más allá de legislar a golpe de eslogan. Esa fractura aspiracional entre ciudadanos de uno y otro territorio es la que ha conducido a EEUU a un punto de no retorno. Entre otras cosas porque vivimos muy atentos a la imagen pública que unos y otros son capaces de proyectar, eso nos lleva a no poner el foco en lo esencial, que son las ideas. A mí me gustaría vivir en un país donde la gente votara a aquellos políticos que mejor encarnasen sus ideas, sin entrar en otras consideraciones como si es un hombre o una mujer o si es blanco o negro. Pero para eso tendríamos que tener una población educada y los déficits del sistema educativo son uno de los grandes problemas que arrastra EEUU. Yo creo que ahí podríamos localizar el origen de la fractura social que vive el país.
Llama la atención el modo en que reflexiona sobre esa sociedad socialista y feminista del Norte como un proyecto político fallido, donde un supremacismo ha sido sustituido por otro supremacismo.
Alguien me ha llegado a preguntar incluso si esa visión desencantada responde a un cuestionamiento de lo postulados del actual feminismo y yo, sinceramente, no lo siento así. De hecho, creo que si no fuera mujer no harían esa lectura de la novela. A ver, el feminismo tiene un significado distinto para cada mujer, actualmente no cabe verlo como una ideología aglutinadora. Por ejemplo, hay mujeres que llevan a cabo una interpretación del feminismo muy existencialista donde directamente se excluye a las personas trans, mientras que otras abogan por una interpretación más laxa acerca de lo que significa ser mujer. Para mí el fallo radica en intentar imponer una visión unívoca de las cosas. Por eso soy reacia a ser parte de ningún colectivo. Una de las cosas que más me gusta del personaje de X es que ella vive en un mundo que tiene una definición más amplia de lo masculino y de lo femenino, y eso le da a ella más libertad para ser una persona distinta. En el momento en que vas estrechando esa definición para que las cosas únicamente puedan ser percibidas de un modo, vas perdiendo esa libertad. Pero ese es un pensamiento que tengo yo, que nací en los 80. Las mujeres que nacieron antes que yo sufrieron la discriminación de otra manera y es muy probable que tuvieran que enfrentarse a episodios de machismo sin llegar a identificarlos como tal, porque había actitudes que estaban muy normalizadas. Por lo tanto, para ellas igual sí que es positivo percibirse como parte de un colectivo.
Otro tema que trata su novela es el papel del arte en la configuración de arquetipos sociales. Quizá el problema de quien diluye su singularidad en un colectivo con una visión unívoca de la realidad viene justamente de ahí, de la necesidad de ajustar nuestra personalidad a un arquetipo, ¿no?
Yo creo que en la medida en que estamos desmontando la cultura del patriarcado, estamos rompiendo con muchos arquetipos sociales. Actualmente no hay tantos límites sobre lo que una mujer puede ser y eso es muy positivo cuando hasta hace apenas un par de décadas se nos marginaba socialmente. A través del personaje de X quise explorar esos márgenes de libertad en la mujer, su necesidad de reivindicarse adoptando varias personalidades y desarrollando su talento en varias disciplinas en su deseo de no ser poseída, de no ser convertida en un simple cliché. Cuando empecé a desarrollar el punto de partida de esta novela, lo primero en lo que pensé fue en una mujer que enviuda de un hombre de éxito y que localiza unos documentos sobre él que la llevan a descubrir cosas que no conocía acerca de su marido. Pero justamente por no caer en el tópico deseché esta idea y pensé que sería más interesante si ese hombre fuera una mujer. Con esto quiero decir que no creo que haya una necesidad de ajustar nuestra personalidad a un arquetipo, puede que en los años 80 y 90, en los que transcurre mi historia, fuera así, pero ya no. Hoy incluso veo a muchos hombres, que se dedican a la literatura, paralizados ante la idea de que lo que puedan llegar a escribir se ajuste demasiado a un arquetipo. Hay una necesidad compartida por huir del lugar común.
Puede que huyamos de eso, efectivamente, pero no deja de ser interesante el modo en que, en su novela, la protagonista descubre haber dejado de ser sujeto para convertirse en objeto de representación, con lo cual queriendo ser libres al final acabamos siendo instrumentalizados.
Creo que estamos sometidos a esas tensiones. Basta con ver cómo es nuestra relación con la tecnología y con las redes sociales. Por un lado, nos servimos de estas herramientas para afianzar nuestra singularidad como sujetos, pero al hacerlo estamos convirtiendo nuestra vida en un show y a nosotros mismos en objetos. Buscamos controlar el relato que hacemos de nuestra vida, pero a menudo terminamos por ser contados por otras personas. Al final todos intentamos convertir nuestra existencia en algo legendario, no hace falta ser un narcisista para hacerlo, basta con tener memoria y tirar de esa memoria para acabar convertidos en un personaje. Cuando antaño escribíamos un diario también participábamos un poco de esas tensiones. Pero no estoy tan segura de que eso nos lleve a perder complejidad como individuos ni a convertirnos en un arquetipo. Más bien nos lleva a protegernos, a construir una coraza en torno a nosotros mismos y eso es una necesidad que todos tenemos, todos necesitamos tener una narrativa en torno a nuestra vida, nadie puede escapar de eso.
Me gustaría también preguntarle por el aspecto formal de la novela. ¿Hasta qué punto esa proliferación de citas y de fuentes falsas que va mezclando con el nombre de personajes e instituciones reales supone una sátira de cierta literatura académica?
La estructura de la novela presenta dos capas, una la de la mera biografía de X en la que, a pesar de algunas digresiones, fui bastante lineal y otra en la que intento poner en contexto a los personajes, sobre todo a la protagonista en sus trabajos de investigación y vaciado de fuentes. Ahí reconozco que me metí en un berenjenal y si lo hice no fue con afanes de satirizar un determinado tipo de prosa, llamémosle “académica”, sino por intentar huir de esa linealidad que antes te comentaba. Porque, como escritora, necesito de estímulos que me hagan salirme del camino narrativo que previamente me he trazado, dar rodeos, divagar… La verdad es que no sé ni cómo hice lo que hice ni por qué lo hice, pero me divertí mucho haciéndolo.
Sobre todo por cómo altera al perfil y la evolución de ciertos personajes, convirtiendo, por ejemplo, a Ronald Reagan en candidato del Partido Verde a la presidencia…
¡Oh sí! Pero eso obedece a que soy una persona que adolece de una absoluta falta de rigor. ¡Y me encanta ser así, estar siempre abierta al juego! A veces me sorprendo a mí misma preguntándome cómo puedo desenvolverme como una persona adulta tomándome la vida así. Como escritora soy un poco igual, empiezo a escribir algo, lo dejo a la mitad y luego me encuentro en un escenario donde tengo ocho textos distintos comenzados y me pregunto, ¿esto funcionaría bien si lo encajo con esto? ¿Y si meto este cambio aquí y altero esto para que encaje mejor? La estructura de esta novela y el modo en que traiciono deliberadamente los hechos que marcaron la historia de mi país, hasta subvertirlos con la idea de alumbrar una historia alternativa, tienen que ver un poco con ese caos en el que vivo.
Muchos han comparado sus novelas con la de autores como Joan Didion o Dom de Lillo, pero no sé si esa deliberada falta de rigor que dice usted que la define como escritora la permite reconocer influencias claras en su modo de escribir.
Sinceramente, no me veo reflejada en la literatura de otros autores. Tengo algunas referencias, eso sí, pero mi escaso rigor me impide analizar hasta qué punto su influencia está presente en mi obra. Siempre me gusta leer lo que escribo como si lo hubiera escrito otra persona, pero me resultaría presuntuoso decir ‘esto está en una línea muy próxima a lo que escribe fulano o mengano’. Aparte, luego los lectores van descubriendo otras voces de otros autores que tienen reflejo en mis obras, autores a los que apenas he leído. Y eso es algo que me llena de curiosidad, pensar que hay otros autores que antes que yo experimentaron cosas parecidas y las plasmaron en sus libros.
Por Jaime Iglesias
Fuente: Naiz