enero 10, 2025

Caso Gisèle”: cuando lo personal es político



Politizar las relaciones privadas puede convertirse en arma de reflexión crítica y de transformación social. El feminismo radical de los 60 y 70 del siglo pasado ya lo puso de manifiesto. Pero desde entonces ha llovido mucho y ha habido, y hay, muchos obstáculos e intereses intelectuales, ideológicos o políticos, para cortocircuitar referentes clave para la emancipación de más de la mitad de la sociedad. A modo de esbozo, podemos mencionar el auge del constructivismo radical y el relativismo cultural que obvian las estructuras de dominación y los análisis de las relaciones de poder; el laminado de lo común como horizonte ético y político así como la grave erosión de diferentes servicios públicos que el rodillo neoliberal está propiciando; la desmedida y misógina reacción patriarcal frente a los avances de los derechos de las mujeres, que vende las (viejas) servidumbres como formas de empoderamiento o fruto (del mito) de la libre elección, etc.

El lema lo personal es político, por consiguiente, no se refiere, precisamente, a defender que los deseos personales se conviertan en derechos, situación a que nos viene habituando el ubicuo capitalismo finisecular…La inteligencia neoliberal ha interpretado, lógicamente pro domo sua, un lema del feminismo radical y pretende sustituir el derecho de todos y todas a una vida más libre y más justa por el simulacro de felicidad de los deseos satisfechos. El capitalismo trabaja para conseguir que la emocionalidad más primaria y ramplona y el individualismo narcisista —el “yo quiero”, ”yo me siento”, “yo me identifico”, etc., etc.,— se impongan sobre una racionalidad no instrumentalizada o la capacidad de conversar de las personas: es decir, la posibilidad de argumentar, contraponer y valorar lo que puede beneficiar al conjunto social. Porque para patriarcado del neoliberalismo es vital borrar cualquier nosotras/os, especialmente, las mujeres. El caldo de cultivo del capital es la exacerbación del individuo, la fragmentación del sujeto, la proliferación de subjetividades. Por tanto, el desarme de las comunidades o el aislamiento de los sujetos resulta clave: se trata de adobar identidades, diferencias, diversidades…especial y obsesivamente las sexuales.

Hace décadas, la publicidad de una conocida marca de ropa para jóvenes fue pionera en poner de manifiesto el modus operandi del capital finisecular para manufacturar y vender la inclusividad, la diversidad, la multiculturalidad, etc., domesticadas, a la altura exacta del mercado: en las vallas publicitarias podíamos observar criaturas limpias, saludables y alegremente vestidas, de todos los colores, sanas y sonrientes, formando un seductor mosaico multicolor, multiétnico… Ni rastro de la infancia o la adolescencia sucia o antiestética explotada laboral o sexualmente o imágenes de la triste vida arrebatada a niños y niñas en países arrasados por el hambre o las guerras del capital; ni asomo de famélicos y agotados niños o jóvenes supervivientes que cruzan mares para escapar de la miseria… La maquinaria capitalista, a partir del uso torticero de palabras fetiche, produce un eficaz borrado de la diversidad real y de cómo funciona la explotación, de cómo se produce la desigualdad…Esas atractivas imágenes dejan fuera a quienes no pueden sino sobrevivir cada día, o sea, una mayoría de seres humanos que crece a medida que la desigualdad avanza.

La astucia capitalista, convenientemente engrasada discursivamente por el pensamiento débil de una academia woke, ha conseguido ocultar cómo se produce la construcción de estímulos perfectamente diseñados por el artefacto generador de deseos sin fin del capitalismo global, su carburante esencial en estos momentos. El dispositivo propagandístico de las sociedades del espectáculo traslada a la gente que los intereses del mercado coinciden con nuestros deseos; el poder del diseño social de la sociedad de la información hace que se desvanezca la realidad de las estructuras sociales que nos condicionan y nos convencen de que no somos sino individuos (básicamente, para consumir). Las necesidades del capital se convierten en diferentes y diversos estilos para mercadear: de vida, de música, alimenticios, sexuales, etc., etc. Ilusiones que la gente cree propias, libremente elegidas para realizarse, para poder ser quien realmente es; esto significa —en una sociedad de mercado — para consumir y convertir-se en objetos de deseo que atraigan likes, en un simulacro de mundo feliz a través de las pantallas.

Ilusiones y quimeras que, sin embargo, resultan vitales para el mantenimiento del sistema de extracción y explotación del capitalismo finisecular. No hace tanto tiempo en el mundo occidental se trataba de poseer cosas, cuantas más mejor; pero las necesidades materiales tienen límites reales; el capitalismo financiero, global, dio un paso más cultivando a fondo los deseos, ad infinitum…en un planeta que hace mucho está mostrando sus límites. Promover supuestas elecciones de ser, de vivir, de comprar experiencias, etc.,etc., no tiene fronteras. Un nicho de mercado de la tecnociencia propone remodelar el cuerpo a nuestro antojo (que, por supuesto, en las mujeres coincide con lo que viene predicando el patriarcado), también, seleccionar el sexo que se sienta o se desee; o comprar la posibilidad de romper los límites biológicos, como sugiere el transhumanismo capitalista.

Pero el feminismo no es un sentimiento ni habla de deseos; no puede atraparse en un estilo de vida más del mercado de las identidades. El feminismo tiene que ver con derechos: pone el foco en las jerarquías sociales y las sexuales, en la explotación, en la desigualdad, en la indignidad. Como ya manifestara el feminismo radical, desvela las sutilizas de cómo en las interrelaciones personales y sociales se impone la violencia material o simbólica del fuerte sobre el débil. Politizar las relaciones privadas implica analizar, comprender, deducir, etc., que si la misma o similares situaciones se repiten histórica, social, culturalmente, etc., no estamos ante un caso aislado, sino que forma parte de un sistema estructural que vertebra la sociedad, como ocurre con la jerarquía por razón de sexo, clase o raza. El feminismo, como teoría crítica y como movimiento de transformación social viene señalando ese ejercicio de poder del colectivo de hombres sobre las mujeres. Al impugnar la razón patriarcal y capitalista se enfrenta actualmente no sólo al machismo tradicional sino, también, a la misoginia homosexual y trans que defiende la violencia y la explotación sexual y reproductiva de las mujeres, que la neolengua disfraza de disidencia, empoderamiento o transgresión.

Una de las primeras consideraciones para poder mirar de frente el patriarcado capitalista es conceptualizar de forma adecuada. Dejar a un lado el lenguaje sesgado que propone el capitalismo y la academia o los discursos de los media hegemónicos, para utilizar categorías analíticas que nos permitan ver, entender la realidad para poder cuestionarla, para buscar políticas de transformación social. Por eso, hay que seguir hablando de la violencia y la injusticia del patriarcado, o lo que el lo mismo, de la capacidad de adaptación del poder de la fratría masculina para seguir imponiendo, por la por la fuerza, por la socialización sexista, por la educación androcéntrica, etc., la sumisión de las mujeres, el segundo sexo del que hablaba Simone de Beauvoir. La injusta y desigual realidad que habitamos nos obliga a refutar la neolengua del trabajo sexual, la gestación subrogada, las personas gestantes, etc. Las industrias de la esclavitud sexual y reproductiva de las mujeres forma parte de la violencia machista; la promoción de la diversidad identitaria de mercado no sólo no anula la desigualdad estructural entre hombres y mujeres, sino que la oculta y supone un embate a la lucha de emancipación de aquellas; el abusivo diseño posmoderno de las diversidades sexuales esconde la diversidad real, borra a las mujeres, neutraliza sus demandas de autonomía y libertad…

Así, cuando las mujeres politizan su experiencia de violencia sexual, como el “caso Gisèle”, ponen delante de la sociedad un espejo de horror en el que esta debería mirarse, una barbarie de la que no se conoce sino la punta del iceberg, como denuncia Pilar Aguilar. El desarrollo del juicio a lo largo del último trimestre del año 2024 ha dejado ya imágenes para la historia. La víctima a cara descubierta mientras los victimarios, encogidos y temerosos, ocultan sus rostros, intentando negar o esconder la infamia. La voz de Gisèle —la voz de muchas mujeres— ha resonado en prácticamente todo el mundo: ha conseguido expulsar fuera de sí una vergüenza que en modo alguno le corresponde y lanzarla a los violadores, a la sociedad en su conjunto; en definitiva, ha logrado poner de manifiesto que su experiencia, aún dentro de su brutalidad, no es “un caso aislado” sino el problema de una sociedad patriarcal que, como hemos visto, promociona, tolera y sanciona la violencia machista y preferiría que las atrocidades que impunemente cometen los hombres fueran consideradas excepciones o quedaran en la oscuridad, en la privacidad.

Este y otros casos ofrecen una ocasión inmejorable para que desde diferentes instancias sociales, políticas, culturales, etc., se reflexione sobre la violenta sociedad patriarcal que habitamos…Hay que abordar de forma urgente el perverso papel que tiene la publicidad sexista, la cultura androcéntrica que legitima un mundo a la medida del colectivo masculino, el sadismo contra las mujeres que pregona la pornografía y la cosificación de mujeres que supone el sistema prostitucional. Sin reflexiones profundas sobre todo el entramado cultural, social, político, etc., que sostiene el horror que sabemos que existe y sin medidas de calado que enfrenten el sexismo y la violencia machista, no avanzamos en la construcción de sociedades más justas. Exigimos, como mantenían las Pankhurst, hechos, no palabras; políticas de calado, no postureo; medidas educativas, legislativas, laborales…no gestos vacíos: abolición del sistema prostitucional, normas que impidan la compraventa de criaturas, penalizar de forma eficaz la publicidad que vende la explotación reproductiva de mujeres, derogar las leyes trans que neutralizan aquellas que defienden y salvaguardan los derechos de más de la mitad de la sociedad, acabar con la brecha salarial, recuperar políticas educativas de igualdad entre chicos y chicas…

Gisèle ha demostrado, una vez más, que lo personal es político tomando, generosamente, la palabra ; a pesar de que, seguramente, era consciente de los riesgos que corría en una sociedad que desacredita la voz de las mujeres… Ella forma parte ya de la historia, pertenece a la estirpe de Olimpe de Gouges, de las mujeres de la Revolución Francesa, de Flora Tristán, de Louise Michel, de las sufragistas, de las heroínas de la Comuna de París que lucharon codo con codo con sus hermanos para construir una sociedad más justa… Un nuevo eslabón de una cadena de desobediencias frente a la sinrazón patriarcal, visibles unas, invisibles otras, todas ellas referentes insoslayables de la memoria feminista.

Merci, madame Gisèle, por la lección de coraje y dignidad.

Fuente: Tribuna Feminista

Sí a la Diversidad Familiar!
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