enero 16, 2025

Desafiando el machismo académico: una mirada feminista necesaria



En la academia, el machismo no solo persiste como una estructura de poder, sino que se invisibiliza a través de prácticas que excluyen, silencian y marginan a las mujeres, especialmente en los espacios de decisión y liderazgo. A pesar de los avances en la igualdad de género, los logros académicos de las mujeres siguen siendo sistemáticamente desvalorizados, y el acoso y la discriminación continúan afectando su desarrollo profesional. Sin embargo, el feminismo académico y las luchas por la igualdad están tomando fuerza, desafiando las estructuras patriarcales y reescribiendo el conocimiento desde nuevas perspectivas que buscan una transformación radical de la academia.

El machismo en la academia es un grito ahogado en las aulas, un silbido de viento invisible entre los pasillos llenos de libros que invisibiliza, a diario, el trabajo de las mujeres que ahí resisten. En una sociedad patriarcal, no es extraño que el ámbito académico, considerado la cuna del conocimiento y la sabiduría, sea también un escenario donde las estructuras de poder establecidas por siglos siguen relegando a las mujeres a un lugar secundario. La academia, ese espacio tan lleno de promesas de igualdad, se erige como un campo de batalla donde las luchas por el reconocimiento, el poder y el acceso a los recursos se ven teñidas por una sombra de discriminación de género que no cesa de agazaparse. 

Cuando se aborda el tema del machismo en el ámbito académico, la comunidad educativa suele mostrarse reacia a profundizar. En ocasiones, se argumenta que, debido a que hay más mujeres que hombres en las aulas, las mujeres tendríamos la ventaja numérica. Incluso se llega a afirmar que el trato desigual que algunas de nosotras experimentamos por parte de ciertos profesores es solo un producto de nuestra subjetividad. Sin embargo, el fenómeno es mucho más complejo y tiene raíces profundas en las estructuras patriarcales que aún permean el sistema académico.

Por ejemplo, cuando una mujer cuestiona o argumenta sobre un tema en clase, a menudo se le interroga repetidamente, como si su respuesta necesitará ser validada para ser aceptada como válida o verdadera. Este fenómeno se interpreta como un acto de soberbia cuando una estudiante demuestra tener las capacidades para comprender incluso conceptos que el profesor aún no ha profundizado. Lo curioso es que este tipo de cuestionamientos y descalificaciones no se presentan con la misma intensidad cuando la que imparte la clase es una mujer. Sin embargo, cuando se trata de un hombre, su conocimiento y sus respuestas se consideran naturales, mientras que las mujeres deben demostrar constantemente que tienen la capacidad para pensar, entender y contribuir al debate académico.


Esta doble vara con la que se mide el conocimiento femenino en las aulas es la manifestación palpable del machismo en el ámbito académico. Se trata de una constante desvalorización de las mujeres y de un rechazo al reconocimiento de sus capacidades intelectuales. La comunidad académica, en lugar de cuestionar estas actitudes, a menudo las minimiza, sugiriendo que las desigualdades de género son solo percepciones subjetivas de quienes las viven. Este círculo vicioso sólo perpetúa la exclusión y el menosprecio de las mujeres, dificultando su plena participación y desarrollo dentro de la academia.
La academia: un reflejo del patriarcado

El sistema académico no es más que una réplica del mundo que lo rodea, un microcosmos de las desigualdades que marcan la historia. No se trata solo de una discriminación en términos cuantitativos, sino también de una violencia sutil, invisible, que se cuela por cada esquina de las instituciones educativas, invisibilizando las voces, las contribuciones y las luchas de las mujeres. A pesar de los avances en la igualdad de género, las mujeres siguen siendo una minoría en los espacios de poder dentro de las universidades y centros de investigación.

El Informe de CLACSO (2024) sobre feminismos y la academia revela la profunda brecha en el acceso a puestos de liderazgo académico, donde, por ejemplo, las rectoras de las universidades latinoamericanas representan solo el 25% del total de cargos, una cifra que ilustra el muro invisible que sigue cerrando las puertas a las mujeres. La evidencia es clara: a pesar de la participación creciente de las mujeres en las universidades, la jerarquía del conocimiento sigue estando en manos masculinas. ¿Acaso no es este otro mecanismo de control y dominación, disfrazado de meritocracia, que favorece las estructuras patriarcales?. El patriarcado no está solo en la calle, está en las aulas, en las cátedras y en los pasillos de las universidades.
La brecha invisible

Cuando las mujeres se abren paso entre este mar de invisibilidad, enfrentan una barrera sutil, pero contundente: la brecha salarial. Aunque las académicas cuentan con los mismos méritos que sus colegas masculinos, y muchas veces incluso con una preparación superior, los desajustes económicos son una constante. Esta es una de las formas más directas de violencia machista: la desigualdad económica que no solo socava su capacidad de desarrollo, sino también su autonomía y bienestar. La brecha salarial refleja lo que el sistema patriarcal se niega a reconocer: las mujeres, en muchos campos académicos, siguen siendo consideradas inferiores o menos valiosas que los hombres. En el ámbito de la ciencia y la tecnología, esta desigualdad alcanza niveles alarmantes. Las mujeres académicas, a menudo relegadas al ámbito de la enseñanza, rara vez ocupan posiciones de poder en los proyectos de investigación, a pesar de su capacidad y dedicación.

La brecha de género no solo afecta el salario, sino también el tipo de tareas asignadas a las mujeres. Las mujeres en la academia suelen ser ubicadas en áreas consideradas «más suaves», como las ciencias sociales o las humanidades, mientras que los hombres ocupan las ciencias duras o las áreas tecnológicas, lo que refuerza la creencia sexista de que las mujeres son menos aptas para campos científicos y tecnológicos.

El acoso y la violencia en las aulas

Pero el machismo no se limita a lo invisible. El acoso sexual en la academia es otro rostro de la violencia patriarcal. En muchos casos, la jerarquía académica permite que el acoso se minimice, que las denuncias sean desestimadas o que las víctimas se vean obligadas a abandonar sus carreras por el miedo a represalias. El acoso, tanto físico como psicológico, sigue siendo una herramienta eficaz para perpetuar el control masculino. Esta violencia, lejos de desaparecer con las reformas legales, sigue siendo una sombra que se cierne sobre las vidas de miles de mujeres que, además de enfrentarse a las dificultades académicas, tienen que lidiar con este temor constante.

Clarissa Pinkola Estés en su libro “Mujeres que corren con lobos” nos recuerda que las mujeres deben recuperar su poder y su voz, que no podemos seguir silenciadas, porque la lucha no es solo por el reconocimiento, sino por la seguridad y la autonomía en los espacios que nos pertenecen por derecho. La violencia en la academia no es solo un hecho aislado: es una forma de represión, de control y de opresión que se justifica en la idea de que el patriarcado debe seguir manteniendo el orden y el control.

La resistencia feminista en la academia

A pesar de este panorama desolador, hay movimientos que se levantan en el seno mismo de las universidades. El feminismo académico y las redes de mujeres investigadoras son cada vez más fuertes, más visibles, más empoderadas. La resistencia, sin embargo, no puede limitarse a la denuncia de la opresión; debe ser un acto de creación, de reescribir las reglas del juego, de construir una academia que no sea patriarcal ni colonialista, sino que sea inclusiva, diversa y feminista. Angela Davis nos invita a pensar en una academia que se desmonte y se reconstruya desde los márgenes, desde las periferias, desde la diversidad de voces que han sido excluidas del discurso dominante.

En este sentido, es necesario repensar la producción de conocimiento. El conocimiento académico no puede seguir siendo visto como una propiedad exclusiva de los hombres y de las estructuras que ellos dominan. Las mujeres deben tener acceso a las mismas oportunidades para producir, difundir y ser reconocidas por su trabajo intelectual. 

Hacia una academia sin machismo

El camino hacia una academia más justa y equitativa es largo, pero no imposible. Necesitamos una academia que no solo se llene de mujeres, sino que sea transformada por ellas, que sus conocimientos, sus teorías y sus experiencias sean el motor de cambio. Una academia que sea, a la vez, radical e inclusiva, donde se desmantelen las estructuras patriarcales que nos oprimen.

Solo entonces, cuando se logre reescribir el relato académico desde los feminismos, podremos alcanzar una verdadera igualdad. Una igualdad que no sea un espejismo, sino una realidad construida por y para todas. Solo entonces, cuando las mujeres tomen la palabra con poder y sin miedo, podremos hablar de una academia donde todas las voces tengan el mismo peso y donde el patriarcado, finalmente, pierda su hegemonía.

El machismo en la academia sigue siendo una realidad que no podemos seguir ignorando. Pero también es una lucha que no se puede perder. Cada día más mujeres académicas se levantan para cuestionar las estructuras de poder, para denunciar la violencia y para construir una academia más justa y equitativa. El cambio está en nuestras manos, en nuestra capacidad para resistir, para visibilizar y para transformar. Este es un llamado a todas las mujeres que habitamos las universidades: no más silencio, ni más invisibilidad. Es hora de que el machismo se desvanezca de nuestras aulas y nuestras mentes, y que la academia, finalmente, sea de todas.


Por Melina Schweizer
Periodista Dominico-Argentina, ciudadana y libre pensandora
Fuente: Afrofeminas

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