noviembre 29, 2008

El cuento de nunca acabar

No importa que las monarquías estén en declive ni que sus integrantes pequen cada vez más de vulgaridad, en el universo infantil que se construye para las niñas las princesas siguen teniendo su podio intacto y con valores apenas aggiornados: podrá valer su inteligencia más que su belleza –como en la Fiona de Shrek–, pero siempre que un hombre la reconozca; podrá ser valiente y aguerrida –como Pocahontas–, pero capaz de dejar todo por amor. Las princesas son bellas y casaderas por definición, están a la espera del rescate masculino y corren sólo hacia el final feliz del casamiento. ¿Por qué sigue teniendo peso esta oferta de consumo para niñas que crecen manejando computadoras?
Hay un botón que dice “Padres”. Cualquier persona adulta que ande por el sitio www.disneylatino.com/hadas y encuentre una leyenda semejante, ¿qué irá a suponer? No, eso no. Aquello tampoco. Ningún/a especialista en educación explica cómo acompañar a las niñas cibernautas o algo por el estilo. La página de las hadas arranca con dibujos de las hadas, señoritas bien parecidas a los personajes de Desperate Housewives (¡ni siquiera a los de Casi ángeles!) por sus pómulos brillosos, por su ropa ajustada, por sus ojos revoleteadores que sin disimulo se entornan en dirección a la más blonda. Hay una de pelo castaño (Fawn), una morocha (Silvermist), la del centro es justamente la rubísima (Tinker Bell), una morena (Iridessa), una pelirroja (Rosetta). Por su nombre, por su simpatía, por su atuendo, por sus rollitos, por sus poderes, sin dudas Campanita parece la tatarabuela de las hadas y princesas de la era actual. De hecho, Campanita nació en 1904, y hoy Peter Pan sólo es, para muchas, el nombre de una marca de ropa interior toda llena de encajes.

¿Qué dice en el botón que dice “Padres”? Adivina, adivinador: consejos. “Este es el mundo de las hadas de Disney, un mundo que puedes compartir con tus hijos usando imaginación y estas grandes ideas.” ¿De qué van esas grandes ideas en nombre del talento y la fantasía y del mundo que existe pero que no se ve? De, por ejemplo, el “juego de poses de hadas” que invita a participar a grandes y chicos. Con brillantina en el bolsillo. Puntas de pie, una mano sobre la cabeza, otra sobre la panza, y a ver quién las imita mejor... “Dependiendo del espíritu de juego de los participantes, pueden incluir algunos gritos alentadores”, dice la consigna digna de un sketch de Peter Capusotto.

Las hadas hicieron régimen y parecen recién bajadas de una pasarela. Las princesas aparecen por todas partes: en el cine, en las vidrieras, en la tele –por supuesto–, en las madres, en las hijas y hasta en boca de ¡Cacho Castaña! (su mujer abrió una boutique infantil ad hoc). Están omnipresentes justo en estos tiempos: cuando sus inspiraciones reales se esfuman como por arte de magia, cuando a la monarquía se le escapa la nobleza y ellas piden vivir en este mundo, el que se ve. Como referentes, intentan mostrarse aggiornadas, abanderadas de algunos valores como la independencia pero pronto caen en los brazos de su destino: no ser ellas sin un caballero cerca, pasar horas atándose lazos en el pelo. Mientras, paradójicamente, resultan coronadas otras que no viven en castillos sino en gigantes escenarios, y reinan incluso en su rebeldía: desde Shakira y las patito-feo hasta Britney y por qué no, la princesa triste Amy Winehouse. No importa el abolengo, tampoco la fortuna. No alcanza con la belleza (menos con la inteligencia): ser princesa hoy es ser sexy y popular.

¿Cómo impacta en las nenas y adolescentes la artillería ofrecida en torno del mundo de las princesas? ¿Cómo resisten ellas al monopolio de referentes femeninos? ¿Por qué la industria del entretenimiento se resiste a jubilarlas? ¿Para qué necesitamos princesas si hasta las verdaderas princesas patean la corona? ¿Por qué ahora hasta Barbie es una princesa si ni siquiera tiene sangre azul? ¿Por qué ni el ramo de flores ni el título de Miss Simpatía ya no consuelan a nadie? ¿Por qué? ¿Por qué? ¡Por qué!
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Por María Mansilla
Fuente: Página/12

Sí a la Diversidad Familiar!
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