diciembre 19, 2011

La dependencia emocional: Una cárcel invisible

El viernes por la mañana estuve en un instituto de secundaria explicando el terrible tema de la violencia de género a un grupo de chicas y chicos de primero y segundo de bachillerato. Preparé una intervención participativa para que fueran ellas y ellos quienes a través de sus propias palabras pudieran ir desmontando los mitos que siguen justificando este fenómeno tan monstruoso.

Preparé diez estereotipos para que los fueran desmontando. Creo que el que más les costó de entender fue el que dice que “si una mujer es maltratada continuamente, la culpa es suya por continuar conviviendo con su maltratador”. Y creo que les costó de entender porque no tenían en cuenta un factor tan decisivo en este tema como lo es la dependencia emocional.

Les hablamos del ciclo de la violencia y sus tres fases y de la dependencia emocional, esa potente herramienta que si no se controla adecuadamente y se va frenando poco a poco a partir de su reconocimiento, puede causar grandes estragos.

El agresor puede comenzar a aislar a la mujer de su entorno, de su familia y además a naturalizar ese tipo de amor posesivo y exclusivo que si no se reconoce a tiempo por parte de la víctima como consecuencia del enamoramiento o de otros factores externos, puede causarle un perjuicio extremadamente doloroso.

Esto va a redundar en una autoestima cada vez más baja y sustentada básicamente en la necesidad de afecto por parte del agresor que, a su vez necesitará controlarla cada vez más haciéndola creer que si él, la vida de ella no tiene sentido.
Es muy complicado salir de esa situación y dar el paso de separarte o de denunciar a tu agresor cuando además te han hecho creer que sin él tienes pocas posibilidades de ser o de existir como persona.

La libertad de la víctima deja de existir y es frecuente que se culpen de las reacciones hostiles que reciben,  dando lugar a inversiones constantes de la responsabilidad respecto del malestar. Asimismo, demandan aquello no les es dado espontáneamente y que se supone que han de estar  en las bases de un vínculo estable (atención, afecto, cuidado); los dependientes suelen entregar estos componentes de manera maximizada, por eso también  estos vínculos carecen de simetría.

Me he permitido recordar estos factores para poder exigir socialmente que no se siga victimizando a las víctimas de este tipo de terrorismo, culpándolas de mantenerse al lado de sus agresores y de seguir recibiendo agresiones, porque la dependencia emocional es algo de lo que nadie, ninguna persona, estamos exentos cuando hay lazos afectivos o se está en la fase del enamoramiento.

Estoy muy harta de comentarios de algunos profesionales del sector sociosanitario en este mismo sentido.

A las víctimas se las tiene que ayudar, escuchar y no cuestionar sus palabras. A las víctimas se les tiene que ofrecer con delicadeza todo el apoyo institucional. Se las tiene que ayudar a que reconozcan su situación y reforzarlas para que se alejen de esa realidad perniciosa en la que viven. A las víctimas se las ha de saber entender entre líneas para saber que a veces dicen bastante más de lo que estamos escuchando. Hay que reconocer cuando piden ayuda, a veces desde el propio silencio.

Creo que ya está bien de culpabilizarlas de su propia situación de la que son sólo víctimas y no culpables. Hay de dar la vuelta a los mensajes neomachistas que encierran estos estereotipos que buscan culpabilidades entre las actuaciones de quienes las sufren.
Hay que desmontar estas trampas fáciles en las que en aras a una libertad inexistente en estas situaciones, se les exige que actúen como si realmente lo fueran.

Las prisiones no son sólo las de los barrotes. Hay otro tipo de prisiones que son invisibles, pero que existen y son mucho más represivas que las que se gestionan institucionalmente. Y si el estado de derecho busca la integración de las personas privadas de libertad temporalmente por sus errores, ¿por qué no actuamos de la misma manera con las mujeres que ya son víctimas de una situación de privación de libertad dentro de su propia situación de pareja?, ¿por qué seguimos negándoles la condición de víctima de una difícil situación y les prestamos toda la ayuda que necesitan?
Las trampas del patriarcado, su inmensa capacidad de trasformarse y adaptarse a los nuevo tiempos para subsistir tienen mucho que ver en esto.

Pero las trampas se pueden desmontar y en ello somos muchas las personas comprometidas. Quizás tantas o más de las que se puedan imaginar. Y por tanto seguiremos denunciando estas situaciones y intentando desmontarlas.
                                               

                                               Teresa Mollá Castells
                                               tmolla@teremolla.net
La Ciudad de las Diosas


Sí a la Diversidad Familiar!
The Blood of Fish, Published in