Dicen que a las mujeres de la Organización Femenina Popular (OFP) de Barrancabermeja es más fácil cortarles la cabeza que las ideas. Porque hace falta mucha perseverancia, casi tozudez, en unas ideas para conservar la llama de la lucha en una ciudad como Barrancabermeja, capital de la región del Magdalena Medio, uno de los puntos más calientes de Colombia y no sólo por sus tórridas temperaturas (con medias de 40 grados anuales), sino sobre todo por la violencia con la que históricamente se ha escenificado el conflicto armado.
En Barrancabermeja puede rastrearse sin mayor problema la huella de la guerra civil que devasta Colombia desde hace décadas. En el Magdalena Medio –región rica en agroindustria (palma africana), ganadería y sobre todo petróleo- surgieron las bandas paramilitares; se rubricó la gran alianza entre gobierno, narcotraficantes, paramilitares y multinacionales que vertebra la historia contemporánea de Colombia; y a mediados de los 80 del siglo pasado emergieron las guerrillas del ELN y las FARC. Todos los actores de un conflicto que sobrevive hasta hoy.
Siempre el petróleo. Son los hallazgos del “oro negro” los que impulsaron la fundación de una ciudad muy marcada en sus orígenes por los intereses de la Texaco; incluso hoy, Barrancabermeja acoge la refinería más potente de Colombia, en manos de la estatal Ecopetrol; y buena parte de la economía de esta ciudad que ronda los 200.000 habitantes (con muchas oscilaciones por los desplazamientos) gira en torno a la industria petroquímica. Las condiciones lamentables de una economía basada en la pura extracción derivaron en un hervidero de protestas sociales durante las primeras décadas del siglo XX. De hecho, Barrancabermeja exhibe una de las historias de sindicalismo reivindicativo más meritorias de Colombia.
Fueron muy sonadas entonces, por ejemplo, las movilizaciones de prostitutas. Hoy recoge el testigo la Organización Femenina Popular que, tras sobrevivir al asedio de ejército y paramilitares (que aún continúa), cumple este año su 40 aniversario “en un proceso organizativo, social y político de mujeres basado en la resistencia activa no violenta, para defender sus derechos de clase y género; la autonomía como mujeres y como sujetos de derechos; y la civilidad inspirada en modelos democráticos”, según proclaman.
En la hora del balance, Gloria Amparo Suárez, coordinadora de la OFP, recuerda cómo en el río Magdalena (el río “vida”, el más grande de Colombia) muchas mujeres rezan por la muerte de sus hijos, “pues los mataban y después los arrojaban a sus aguas”. La historia de Barrancabermeja es sobre todo la de sus muertos, heridos y desplazados: En diciembre de 2000 los paramilitares toman la ciudad y acusan a sus habitantes de colaborar con la guerrilla. “Entran a sangre y fuego”, evoca Suárez. Antes de la escabechina la ciudad contaba con 250.000 habitantes; en 2005, como consecuencia de la represión y los desplazamientos, la población se reduce a 150.000 personas.
En 2001 los grupos paramilitares destruyen la Casa de la Mujer, uno de los símbolos de la organización. Mediante donaciones particulares de ladrillos se acaba reconstruyendo la casa. “Es éste un ejemplo de la capacidad de resistencia de la gente de Barranca ”, apunta la coordinadora de la OFP. Los hechos ya figuran en un capítulo señalado de la memoria histórica. Y del presente porque, según Gloria Amparo Suárez, “la situación no ha cambiado tanto, sólo que es más difícil visibilizarla porque el gobierno de Santos vende la idea del postconflicto y de que posee la llave de la paz ”.
“ Los paramilitares, desmovilizados o no, y el capital privado que los utiliza, continúan amenazando e intimidando a las organizaciones sociales –añade- en una región, el Magdalena Medio, con muchos recursos en disputa; pero ahora se ocultan bajo el eufemismo de bandas criminales ; pretenden así que se achaque al azar sus acciones, es decir, quitarles el peso político”. Mientras se encontraba en Bogotá tramitando el visado para volar a España, donde se halla estos días, dos personajes se presentaron en el domicilio particular de Gloria Suárez, sin identificarse, preguntando por ella. El mensaje es claro: saben dónde vive y, sobre todo, dónde encontrar a su familia. Un acoso “de baja intensidad” que forma parte de la vida cotidiana de las mujeres militantes.
En 1998 se produjo otra masacre célebre en Barranca , con el balance de siete muertos menores de 25 años y otros 25 desaparecidos, después que un grupo de paramilitares entrara en la cancha de fútbol donde se celebraba una fiesta, al grito de “guerrilleros” e “hijos de puta, aquí viene la guerra”. ¿Y en 2012? Han sido asesinados en Colombia 18 sindicalistas hasta el momento, pero ahora las muertes se adjudican oficialmente a la “delincuencia común”. “El problema es que hay grandes dificultades para visibilizar las denuncias; pero lo cierto es que continúan los desplazamientos, las entregas de tierras y empresas al capital privado, y la violencia paramilitar”, asegura la coordinadora de la OFP.
En este contexto tan difícil las organizaciones sociales desarrollan su trabajo. Además de la movilización y la labor de denuncia, la Organización Femenina Popular promueve cursos de capacitación de líderes y formación de mujeres de los sectores populares; iniciativas de atención en medicina alternativa; huertos, comedores y ollas populares; artesanía y productos alimenticios, dentro de una apuesta política por la soberanía alimentaria; acompañamiento legal a mujeres y consultoría jurídica, entre otras iniciativas. “Pero si sólo hiciéramos esto no tendríamos problemas –asegura Gloria Suárez-, las persecuciones vienen realmente por nuestro trabajo de denuncia”.
Por ejemplo, con carteles en los que puede leerse el testimonio de mujeres que han sufrido la violencia sexual de los paramilitares. “Las mujeres no parimos ni forjamos hijos para la guerra”, reza uno de los afiches en un arrebato de coraje y valor en la denuncia; 16 mujeres fueron asesinadas en Barrancabermeja en el año 2011; este año han desaparecido dos mujeres y una ha resultado asesinada. Una violencia que, según denuncia la OFP, es selectiva pues se encarniza con las mujeres más combativas. El año pasado se registraron en Barrancabermeja, además, 240 denuncias por violencia sexual (según la OFP, sólo se denuncia una de cada 10 agresiones). Esto, en un país como Colombia, donde el cuerpo de la mujer se ha usado sistemáticamente como arma de guerra, sobre todo por parte del ejército y los paramilitares.
Sin embargo, en términos generales y según la estadística, hoy la violencia ha disminuido en Barrancabermeja, tras la brutal represión iniciada en la década de 2000 (en los 90 la guerrilla controlaba barrios enteros de una ciudad donde el petróleo encendía el conflicto armado). Muy pocas organizaciones, como la OFP y la Unión Sindical Obrera (el sindicato más potente de Colombia), resistieron las embestidas del estado y lograron sobrevivir en la ciudad; la OFP, incluso, ha exportado sus iniciativas a Bogotá o Bucaramanca, lo que evidencia la buena salud de la organización.
Pero la pobreza, la miseria, el hambre de tierras y los desplazamientos forzados continúan hoy en Barrancabermeja, más allá del milagro económicoque el presidente Santos vende a la prensa internacional. El gobierno anuncia inversiones masivas y brota algún que otro centro comercial por primera vez en la ciudad. ¿Una estrategia para desmovilizar y evitar que crezcan las organizaciones populares? Seguro. Pero la OFP continúa, 40 años después, empuñando la bandera de la “terquedad” en la resistencia, “porque el día que creamos que ya no hay nada que hacer, estamos acabados”, afirma Gloria Suárez.