Lo que no queremos del amor
Acabo de terminar la última obra de Mari Luz Esteban: ‘Crítica del pensamiento amoroso’. No voy a abordar temas tan profundos; aún tengo mucho que reflexionar, que procesar, que repensar. Es cierto que ya tenía ganas de leer algo así, de toparme de frente con una lectura feminista del amor, y debo decir que no me ha dejado indiferente.
Las feministas no hemos renunciado al amor. De hecho, no tenemos nada en contra del amor, ya que nosotras también nos enamoramos locamente, igual que las demás. Eso sí: aunque lo intentemos, es cierto que nos cuesta gestionar ese amor sin obedecer a la norma hegemónica.
Las feministas siempre hemos defendido que el amor romántico hegemónico ha perjudicado mucho a las mujeres: sí, me refiero a esa idea del príncipe/la princesa azul; y qué decir del concepto de media naranja o del odioso estribillo “sin ti no soy nada”. Podemos identificar fácilmente la violencia con varias ideas asociadas al amor (y, más que nunca, ahora que se acerca el 25 de noviembre), y, cuando nos paramos a reflexionar sobre el tema, nos suelen surgir preguntas increíblemente largas y contradicciones profundas. No obstante, este libro me ha ofrecido alguna que otra respuesta (o, seguramente, más preguntas) a esa otra pregunta que ya me rondaba la cabeza desde hace tiempo: ¿cómo queremos o deberíamos querer las feministas?
He encontrado en diferentes espacios varias fórmulas que no me han convencido o no me han funcionado. Ya tratamos de romper con la monogamia, pero, muchas veces, el llamado poliamor no nos funcionó. Muchas rompimos también con la heteronorma y con la heterosexualidad obligatoria, pero eso tampoco nos ha liberado a la hora de romper con todo lo que queríamos romper (y qué decir sobre las contradicciones de las heteropracticantes feministas). Nos quisimos deshacer de los términos “novia” (o “novio”), “pareja”, etc., pero tampoco hemos conseguido encontrar la manera de nombrar a la que, al fin y al cabo, es nuestra pareja o nuestra novia, y, de esta manera, hemos llegado incluso a desvirtuar a nuestra pareja, convirtiendo nuestras relaciones en una especie de nebulosa. Tampoco nos gustó el término “amiga/o especial”, ya que sabemos muy bien que existe algo (o mucho) más que eso.
Igualmente, hemos tratado de romper patrones. Ya no hacemos la maleta lésbica al segundo día para irnos a vivir juntas sin pensárnoslo dos veces, y, a menudo, hemos postergado más de lo que hubiésemos deseado eso de decir “te quiero”.
Pero todo eso no ha impedido que dijéramos y sintiéramos que estamos enamoradas. Las feministas no hemos renunciado al amor. De hecho, no tenemos nada en contra del amor, ya que nosotras también nos enamoramos locamente, igual que las demás. Eso sí: aunque lo intentemos, es cierto que nos cuesta gestionar ese amor sin obedecer a la norma hegemónica.
Yo estoy enamorada desde hace un tiempo, no lo voy a negar. Tampoco me cuesta admitir que estoy locamente enamorada, pero sí que me cuesta pensar en todo lo que eso implica. No comprendo la frase “el amor puede con todo”. Quizás es que soy joven, será eso; y no sé si se trata de una filosofía feminista o de una filosofía egoísta, pero debo decir que, al menos hasta el momento, esa fuerza del amor me ha durado sólo mientras las relaciones me aportaban algo bueno. No se me da bien rescatar, ni luchar, ni aguantar. No me malinterpretéis; claro que lucho y trato de cuidar, endulzar y embellecer lo que tengo con esa persona que está a mi lado (o delante, o detrás, o encima o debajo); y tampoco le pido más a esa persona (siempre que le apetezca). Las historias se viven, no se tienen. Yo no quiero tener una relación; quiero vivir mis relaciones, sentirlas, amarlas (y eso lo extrapolo al resto de mis relaciones, sea con las amistades, con la familia, o con cualquier otra persona); y, si no es así (y a esto me refería con lo del egoísmo), no me interesan esas relaciones.
Hace tiempo decidí que quiero relaciones basadas en el cuidado. Pero Aspaldi erabaki nuen zaintza oinarri duten harremanak nahi ditudala niretzat. No significa que “voy a estar ahí pase lo que pase”, ni que voy a poner tu dolor, tus necesidades ni tus penas por encima de las mías. El cuidado significa ponerse en un mismo nivel de relevancia a la hora de compartir algo. Cuidar a las demás significa dejar que la cuiden a una
Trato de llevar hasta el final el concepto del cuidado (una idea que, últimamente, está volviendo a cobrar fuerza entre nosotras). No dentro de los parámetros de dependencia o del “todo por ti”, no; sino con la intención de que eso a lo que he denominado “egoísmo”, eso de dejar algo cuando ya no me sirve, mantenga una coherencia en mí. Como ya tomé la decisión hace un tiempo, suelo decir que quiero relaciones basadas en el cuidado. Una vez más, no me malinterpretéis: el cuidado no consiste en hacerle un favor a una amiga cuando lo necesita; el cuidado es algo mucho más complejo y grande. No significa que “voy a estar ahí pase lo que pase”, ni que voy a poner tu dolor, tus necesidades ni tus penas por encima de las mías. El cuidado significa ponerse en un mismo nivel de relevancia a la hora de compartir algo. Estar ahí. Cuidar a las demás significa dejar que la cuiden a una; mostrar debilidad y fortaleza a un mismo nivel que las demás, cuando así corresponda.
Yo aprecio muchísimo cuidar a mis amigas, y que ellas me cuiden a mí. Me siento muy especial y afortunada por eso, y, cuando lo trasladamos a un parámetro más “íntimo”, o, digámoslo tal cual, a una relación de pareja, también me hace sentir afortunada. Ése es el amor que quiero. Pero, atención: la intención de practicar ese cuidado no te salva de perjudicar a alguien o de ser perjudicada; pero también se puede hablar de eso.
El amor es algo muy hermoso. Sí, es así; tanto el amor entre amigas, como el amor denominado como “de pareja”. Tiene la capacidad de convertir un simple desayuno en la cosa más especial del mundo. Lo mismo ocurre con un buen vino o con una buena cena. Incluso caminar por la calle puede convertirse en algo especial cuando se dispone de buena compañía. Y no quiero extenderme en el tema de follar, en eso a lo que llaman “hacer el amor”. Quizás sea cuestión de tópicos, o quizás se trate de ese peso que las feministas tratamos de quitarnos de encima, pero yo no tengo ninguna duda: follar con esa persona que me vuelve loca y me apasiona no es lo mismo que follar con cualquier otra persona. En ese caso, el amor es capaz de provocarte incluso lágrimas.
No voy a decir que yo tengo la solución, pero sí que sé lo que no quiero, y eso es lo que las feministas debemos asimilar
De todos modos, mi percepción del amor no siempre ha estado relacionada con toda esa alegría ni con todas esas cosas bonitas; y, con esta idea, quiero abordar el tema más agridulce que me ha sugerido la obra ‘Crítica del pensamiento amoroso’. Esteban, como antropóloga, suele valerse de entrevistas para realizar su trabajo; en este caso, las ha utilizado para crear una etnografía muy especial, y la última entrevista me ha afectado especialmente. Se trata de una entrevista a una joven de 21 años y a un hombre(cillo) que es su pareja. Es justamente la última entrevista del libro, y, yo que me disponía a terminarlo felizmente, me he topado de bruces con la dura realidad: las feministas tampoco nos libramos.
Puede que mi heterofobia haya tenido algo que ver, pero, a medida que leía la entrevista, no podía parar de repetir: “¡deja a ese capullo!”. Se trata de una tía feminista que tiene una relación con un tío pseudo-majo pero juerguista, medio alcohólico, bastante baboso en ocasiones, y dudoso cuidador. Y la chica con sus dudas. El chico, en cambio, bien tranquilo, haciendo poco o nada por cuidar su relación; tranquilo, lejos de cualquier idea que implique trabajar y cuidar su relación. Y, a mí, si algo me enfada es la falta de cuidado, aunque no haya malos tratos.
No sé, pero cuando se acerca el 25, tiendo (y tendemos muchas) a observar las relaciones amorosas, y me acabo sintiendo inquieta. No voy a decir que yo tengo la solución, porque probablemente no exista una solución mágica, y estoy segura de que muchas veces no he acertado; pero sé, o, al menos, he ido aprendiendo qué es lo que no quiero, y eso es lo que las feministas deberíamos asimilar. Siempre ha sido así, amo las utopías, y los caminos que vivimos son precisamente los que nos sirven para construirlas, y nos pasamos el tiempo viviendo esos caminos en contra de todo lo que no queremos. Deberíamos hacer lo mismo con el amor. Leed el libro de Esteban, y seguid haciéndoos preguntas, seguid preguntándoos después de cada entrevista: ¿qué haría yo si fuera esa mujer? Y seguid viviendo, pensando, y, por supuesto, amando.
Texto y foto: Kattalin Miner / Traducción al castellano: Maialen Berasategi
Fuente: Pikara