febrero 11, 2013

A pesar de que “no se pueda cambiar el destino”, las mujeres siempre se atreven


No es algo nuevo que las personas se atrevan a buscar nuevos horizontes cuando no tienen proyección para sus vidas, y que pongan en riesgo todos los lazos que los hacían mantenerse como grupo cohesionado. Obligados por la falta de recursos económicos a explorar nuevos lugares se separan de sus familias, desarraigándose y exponiéndose a los peligros que acarrea la inestabilidad constante. Esto lo demuestra claramente la propia historia de las modernizaciones en América Latina que condujo a los habitantes del mundo rural a migrar vendiéndose como mano de obra barata hacia las grandes ciudades, al mismo tiempo que se instalaban en los lugares más peligrosos para vivir, y se apilaban en los faldeos de los cerros y orillas de los ríos, donde habitualmente los pobres se reúnen en un intento por permanecer con vida. Así, debieron asentarse en las callampas que poblaron las orillas de Santiago convirtiéndose para el resto de la sociedad en territorios vedados y temidos. Miles de chilenos que venían a buscar mejor vida debieron soportar el frío y el hambre alejados de todo centro de intercambio y tratando de subsistir en los márgenes de su miseria, ampliamente conocida y reconocida como para haber sido ubicada en los bordes de la ciudad. Años después, un movimiento poblacional poderoso surgía de la humedad y peleaba con rabia por el derecho a una casa que los pudiese albergar más dignamente. De ahí surgieron proyectos colectivos que agrandaban los espacios de vida. Ahora las familias podían imaginar mejores futuros. La lucha por la vivienda en Chile había sido protagonizada por los mismos trabajadores que la dictadura trataría de exterminar con el objetivo de descabezar al movimiento poblacional y perseguir a sus dirigentes. Pero hoy día en plena democracia pareciera que los parámetros objetivos de la pobreza muestran una cierta constancia, a pesar que la percepción que se pueda tener de la misma haya cambiado, si bien esta imagen no tenga gran importancia. Son miles los chilenos que viven en la precariedad y que carecen de un trabajo decente que les permita enfrentar la cotidianeidad. La cesantía que los agobia, los empleos precarios e informales, la falta de capacitación y la inestabilidad en el trabajo los llevan a mirar con sospecha a estos trabajadores extranjeros que llegan con su pobreza a cuestas para intentar mantener a sus familias.

No hay que olvidar que fueron varias generaciones de emigrantes quienes, alejándose desde el mundo campesino para instalarse en la ciudad, ingresaron a las fábricas durante el período industrialista. Ocurre que, a pesar de años de trabajo y de esfuerzo muchas familias hoy día en Chile “siguen siendo pobres”, afirmación que podemos escuchar a menudo saliendo de sus bocas cuando consideran la reproductibilidad de su situación. A pesar de las esperanzas que los años noventa trajeron bajo el brazo con la llegada de la democracia, en 1990 todavía cinco millones de personas eran pobres en Chile, y a fines de la década, las cifras de la CASEN aseguraba que se había logrado bajar a tres millones2. De ellos, la gran mayoría habita en la Región Metropolitana por ser el lugar privilegiado para encontrar cualquier tipo de trabajo3, de ahí que los que se considera niveles relativos de pobreza e indigencia hayan aumentado entre 1990 (14%) y 1998 (15,4%). Hay que considerar que más de un 40% de los chilenos vive en esta Región, lo que demuestra un desarrollo desigual vinculado al tipo de sociedad que tenemos. Es cierto que el país crece en términos macro económicos, pero al mismo tiempo se han hecho más visibles las desigualdades económicas y sociales. En razón de lo anterior, en un país poco acostumbrado a recibir grandes masas de emigrantes sin recursos, no es raro que se instale en los mismos sectores más empobrecidos de la sociedad chilena un sentimiento de rechazo y un proceso estigmatizador que crece y se caracteriza por múltiples actos discriminatorios contra los peruanos.


La cesantía y la exclusión no son características de un solo país. Se trata de problemas universales y no tan nuevos, que vienen a recordarnos desde la ferocidad de sus consecuencias, que las desigualdades y los sufrimientos sociales continúan, y que el racismo y la xenofobia forman parte de esas mismas consecuencias. La lucha por la libertad y los derechos de los seres humanos no pueden dejar de lado estos fenómenos que están cada día más presentes4, casi banalizados en frases cotidianas como: “¿hasta cuando se quedan en Chile?”; “nos quitan nuestros trabajos”; “ensucian nuestras calles”; “son sucios y delincuentes”, y tantos otros epítetos que por lo general van acompañados por la afirmación de: “¿Yo?, yo nunca he sido racista, pero…” Es como volver a escuchar a los padres de chicas francesas decir que prefieren que su hija se case con un árabe y no con un negro, o con un judío en lugar de un árabe. El “pero”, esa palabra que surge con posterioridad a la afirmación que pretende asegurar una no- culpabilidad, como puro agregado de la frase, denota toda la fuerza de los discursos racistas que afirman no serlo. Es paradojal sin embargo, que al interrogarlos sobre sus propósitos se sientan casi ofendidos por el calificativo de racistas:
4 Desde hace algún tiempo se pueden ver en la ciudad diversos rallados dirigidos contra los peruanos:(...)

Yo nunca he sido racista, conozco un montón de extranjeros que son hasta amigos míos, aquí vienen turistas y uno es amable con ellos, pero no es lo mismo con estos peruanos, pasan todo el día en el centro, no hacen nada, se ríen a carcajadas y escuchan música a todo chancho; claro que no es lo mismo que otra gente tranquila que viene a conocer y después se devuelve”, dice Pedro, vendedor ambulante de Santiago.

El discurso racista no está cerrado todavía, tal como lo advierte Albert Mammi, aunque pareciese terminado y para muchos aparezca como la acostumbrada repetición de las mismas y conocidas frases e insultos. Pero debemos escuchar a un racista cuando afirmamos “que dice estupideces” para analizar lo que se desprende de su discurso. Sabemos que en Europa, por ejemplo, es común encontrar gente de diversos rasgos y colores, en la calle, en el metro, en los trenes, en las grandes ciudades, sin que ningún grupo puede reivindicar la exclusividad de pertenecer a una u otra constelación5. Y aunque existan constelaciones dominantes, ellas también son relativas, tal como acontece en Chile cuando se advierte que los chilenos son más oscuros en el norte, pero una vez que nos internamos en el altiplano nos es casi imposible diferenciar entre peruanos, argentinos, chilenos o bolivianos.

Con todo, la diferencia surge con fiereza en el centro de Santiago donde los peruanos han encontrado la zona ideal para detenerse. Ahí es preciso mirar con atención a los chilenos que pasan para sentir el desprecio que se desprende de sus miradas, y la molestia cuando los rozan y se atreven a pedirles disculpas. Allí hemos sentido la gran vergüenza por los escupitajos que algunos lanzan enrabiados o los insultos brutales, ante los cuales desde un silencio cómplice otros transeúntes establecen su acuerdo mientras los policías miran con indiferencia.

Múltiples preguntas nos rodean cuando pasamos unas cuantas horas observando: ¿Qué les ocurre a estos hombres y mujeres cuando perciben este rechazo? ¿Cómo viven esta experiencia? ¿Pueden soportar las humillaciones cotidianas? ¿Es posible que puedan continuar viviendo en Chile? Y con respecto los chilenos: ¿Por qué ese rechazo? ¿De dónde viene ese temor que los inunda y los lleva a discriminar?

Es preciso que nos demos más tiempo y que sigamos buscando parte de las respuestas que nos ayuden a entender lo que subyace a la producción de este dolor. Queda claro que el racismo es una experiencia que se vive, que se socializa, y que se expande con una rapidez insospechada, prendiendo como una mecha que ha estado siempre lista para ser encendida. Podemos sin duda hacer el ejercicio de oposición al discurso racista, argumentando y analizando desde distintos puntos de vista el contenido de sus propósitos. Pero colocados en medio de un lugar donde se tejen hasta aparecer en toda su brutalidad los actos y gestos del odio dirigido a personas provenientes de un país cercano, enmudecemos. Es en este plenocentro donde sale tranquila la gente después de la misa en la Catedral, cuando los niños disfrutan de un helado, y algunos enamorados se besan, que se vive la experiencia del racismo.

El resultado: “... cada uno resiente frente al otro algún sentimiento positivo emergido de una larga cercanía, de la sospecha, del temor y de la hostilidad que se manifiestan en cada gesto, en cada frase, estallando a veces en paroxismos, donde los que más sufren son los más frágiles o los menos armados… Es cierto que hay poblaciones más homogéneas, que existen leyes más igualitarias, que el hábito de la democracia ha suavizado felizmente los rechazos recíprocos, lo que constituye un gran progreso. Pero el desprecio temeroso o irónico, de cualquier extranjero, de un uno mismo encerrado, una hospitalidad casi nula … muestra un chauvinismo siempre emergente, tal como ocurre con la ocasión de un espectáculo deportivo o de una canción, revelando que el miedo agresivo hacia el otro está siempre latente”6.Yo sé bien que aquí también hay problemas y a veces pienso que es por eso que la gente nos desprecia y nos ofende, pero me gustaría decirles que somos todos pobres, que somos todos seres humanos, que tenemos un mismo Dios y hasta una historia parecida. Entonces que no nos discriminen sólo por el color o porque somos peruanos. Nosotros no les hemos hecho nada malo, y podríamos vivir mucho mejor sin tanta discriminación, todos juntos7.

En los últimos quince años son decenas de miles los peruanos que han llegado a Chile. Entre los años ochenta y noventa miles de hombres y mujeres debieron huir de la persecución política y/o de la inestable situación económica y social. Es sabido que la política del ex Presidente Fujimori, conocida además por los escandalosos hechos de corrupción a los que estuvo asociado, obligó a desplazarse hasta distintas fronteras de América Latina a los que buscaban nuevos espacios y horizontes de vida. Las estimaciones entregadas por diversos organismos señalan que, actualmente son aproximadamente 70 mil los que residen en Chile, principalmente en la ciudad de Santiago y que sólo una parte de ellos estaría registrada en el consulado. Los años noventa han sido testigo de una masiva llegada de peruanos, dispuestos a trabajar en cualquier oficio como un medio para ayudar a sobrevivir económicamente a sus familiares que permanecen en el Perú. Muchas veces han sido probablemente atraídos por aquella imagen idealizada que muestra a Chile como un país exitoso, y que al mismo tiempo es aprovechada por los estafadores de turno que les prometen una vida nueva, además de comodidades y estabilidad económica.

Miriam es profesora de educación inicial en Perú y trabaja hace un año como “asesora del hogar”8 en la comuna de La Reina. Se puede comprender su decisión cuando su salario en Perú era de 250 soles, casi la mitad de lo que gana en Chile. Mirando fijamente al suelo nos dice con una expresión resignada:

Pero sepa usted que yo he tenido suerte, más suerte que otros de mis compatriotas, y aquí hay mucha gente sin trabajo, por eso cuando uno esta en un país ajeno, uno tiene que hacer lo que hay, no puede estar eligiendo y diciendo esto me gusta y esto no me gusta.

Para esta profesora las cosas parecen claras después de haber pasado por esta experiencia cuando nos expresa que no desea vivir nunca más en Chile, ni tampoco en Perú, y que únicamente ambiciona partir a un país europeo. “Quisiera irme para nunca más volver” afirma con fuerza. Haber llegado a Chile y no conocer a nadie ha sido una experiencia muy dura: “es tan difícil conseguir que la gente tenga confianza y crea en una, y sobre todo que se den cuenta que somos honrados”.

Segundina, de 48 años vive hace dos años en Chile y trabaja como asesora del hogar en la comuna de Las Condes: “Tuve que venirme porque en Perú no hay trabajo, hay muchos problemas y tenía que trabajar”. Aunque trabaja puertas adentro, comparte el alquiler de una pieza con su hija, su cuñada y otras amigas en condiciones de hacinamiento que ella vive como algo “normal”. Madre de nueve hijos, declara que ocho de ellos aguantan en Perú junto al padre. Cuando algo extrañados preguntamos por esta decisión nos dice: “Está bien que ellos estén allá porque todos juntos no podemos venirnos, entonces es él que se queda con los hijos”. La hija de 26 años que estudiaba en la universidad actualmente trabaja a su vez como asesora del hogar para colaborar con su familia.

El mes de enero el presidente de la CUT (Central Unitaria de Trabajadores) denunciaba la salvaje explotación laboral que viven los peruanos considerando que se trata de una situación a la que se agrega el hacinamiento y las malas condiciones de vida en la que están. Los empresarios aprovechándose de la calidad de indocumentados les pagan verdaderas miserias. En algunos casos según las denuncias de la CUT son alojados en pésimas condiciones en el interior de las mismas bodegas donde laboran. Es así como Chile se ve enfrentado cada vez a un fenómeno que hasta aquí no había tenido características tan masivas. La tan conocida canción Si vas para Chile que se tararea en el extranjero y que afirma “como quieren en Chile al amigo cuando es forastero” parece broma de mal gusto. En los últimos meses se han repetido acciones abiertamente racistas y pueden observarse en diversas calles de la capital los rallados que les exigen un viaje de retorno.

Pero sepa usted que yo he tenido suerte, más suerte que otros de mis compatriotas, y aquí hay mucha gente sin trabajo, por eso cuando uno esta en un país ajeno, uno tiene que hacer lo que hay, no puede estar eligiendo y diciendo esto me gusta y esto no me gusta.

Para esta profesora las cosas parecen claras después de haber pasado por esta experiencia cuando nos expresa que no desea vivir nunca más en Chile, ni tampoco en Perú, y que únicamente ambiciona partir a un país europeo. “Quisiera irme para nunca más volver” afirma con fuerza. Haber llegado a Chile y no conocer a nadie ha sido una experiencia muy dura: “es tan difícil conseguir que la gente tenga confianza y crea en una, y sobre todo que se den cuenta que somos honrados”.

Segundina, de 48 años vive hace dos años en Chile y trabaja como asesora del hogar en la comuna de Las Condes: “Tuve que venirme porque en Perú no hay trabajo, hay muchos problemas y tenía que trabajar”. Aunque trabaja puertas adentro, comparte el alquiler de una pieza con su hija, su cuñada y otras amigas en condiciones de hacinamiento que ella vive como algo “normal”. Madre de nueve hijos, declara que ocho de ellos aguantan en Perú junto al padre. Cuando algo extrañados preguntamos por esta decisión nos dice: “Está bien que ellos estén allá porque todos juntos no podemos venirnos, entonces es él que se queda con los hijos”. La hija de 26 años que estudiaba en la universidad actualmente trabaja a su vez como asesora del hogar para colaborar con su familia.

El mes de enero el presidente de la CUT (Central Unitaria de Trabajadores) denunciaba la salvaje explotación laboral que viven los peruanos considerando que se trata de una situación a la que se agrega el hacinamiento y las malas condiciones de vida en la que están. Los empresarios aprovechándose de la calidad de indocumentados les pagan verdaderas miserias. En algunos casos según las denuncias de la CUT son alojados en pésimas condiciones en el interior de las mismas bodegas donde laboran. Es así como Chile se ve enfrentado cada vez a un fenómeno que hasta aquí no había tenido características tan masivas. La tan conocida canción Si vas para Chile que se tararea en el extranjero y que afirma “como quieren en Chile al amigo cuando es forastero” parece broma de mal gusto. En los últimos meses se han repetido acciones abiertamente racistas y pueden observarse en diversas calles de la capital los rallados que les exigen un viaje de retorno.

Asustados, muchos se encierran en piezas que arriendan por poco dinero. Malolientes, pequeñas, sin servicios básicos, y muchas veces en peligro de derrumbarse, estos espacios miserables vuelven a reinar ahora después de haberlo hecho hace cincuenta años, cuando albergaban a las familias de chilenos que se instalaban. Sólo que esta vez con miedo de salir a la calle algunos prefieren no mezclarse en problemas. Las piezas o “casas” como ellos las denominan, se ubican principalmente en barrios aledaños al centro como Independencia, Recoleta, Estación Central o Plaza Brasil, otrora céntricos lugares de la capital que, en su tiempo, albergaron a tantos chilenos que buscaban trabajo, entre los cuales muchas familias con niños viven en muy malas condiciones. Casas grandes, con piezas altas y de mucho espacio, heladas en invierno y calurosas en verano, han llevado a algunos propietarios a hacerse de dinero arrendando y subarrendando. En las cercanías de la Estación Central y en Santiago Centro se puede encontrar arriendo de grandes piezas desde 20 mil hasta 60 mil pesos al mes9. Pero la nostalgia puede más y las ganas de salir adelante también. Comienzan a llegar los parientes y los amigos que se van allegando internamente a los demás en estas piezas compartiendo los gastos de la vida diaria: el agua, la luz, el gas, la comida, la locomoción y otros con el fin de abaratar gastos y darse la mano solidaria que se precisa.

Para Giovanni, de 30 años las cosas no han sido fáciles. Hace seis años que vive en Chile trabajando en condición intermitente, aunque suele pasar meses cesante y debe arreglárselas para subsistir: “hago pololos10esporádicamente”. Junto a su esposa comparte una pieza en el centro. Nos dice que a veces el trato ha sido duro por parte de los chilenos pero “ya está acostumbrado”. Como obrero de la construcción ha tenido más suerte que otros amigos que buscan alguna ocupación. Su esposa es asesora del hogar y debió pasar por malas experiencias cuando recién llegó al país. Ahora decidió trabajar “puertas afuera”, lo que le permite estar junto a su esposo:

Tengo dos hijos pero ellos están en el Perú; vamos una vez al año a verlos y de ahí volvemos más relajados, pero allá las cosas están malas y no hay trabajo. Yo he sufrido mucho, mucho más por mis niños que los dejé pequeños y después tener que entrar en un trabajo donde me trataban mal es mucho sufrimiento, ahora que estoy con él (el marido) ya tengo más ayuda …Viviendo aquí se extraña mucho a la familia y pasé por muchos dolores cuando vine por la primera vez, ahora ya es más fácil.

El matrimonio anhela regresar cuando las cosas se arreglen para estar con sus hijos. Por ahora tratan de progresar y de salir adelante, a pesar de las ofensas que deben soportar en el trabajo:

Ellos nos dicen que nosotros venimos a quitarle el trabajo, pero eso no es así, hemos venido a trabajar por lo mal que estamos. La diferencia entre un peruano y un chileno es que el chileno tiene todo aquí, tiene a su familia, si tiene algún problema tiene al hermano o al cuñado, puede ir a verlos, en cambio el peruano no, tiene que trabajar no más porque está solo. Y es cierto que a veces se trabaja por menos cuando se está indocumentado y no se puede exigir, entonces el patrón se aprovecha y al peruano le pagan menos, pero tiene que aceptar porque si se va a poner exquisito y decir que no, entonces no hay trabajo. Aquí hay mucha gente sin regularizar su situación y van de un lado a otro, eso es muy duro porque no hay estabilidad, entonces viven muy marginados y con mucho temor”. “A un amigo mío un chileno le dijo ¿porqué no te vas a tu país? Y lo trató muy mal, y yo le dije pero no se sabe nunca, a lo mejor usted nunca ha salido de aquí pero, a lo mejor sus hijos saldrán algún día y vivirán algo parecido a lo vivimos nosotros. A usted no le gustaría entonces que trataran así a sus hijos, pero ahí se metieron otros chilenos y nos defendieron. Cuando pasa eso es preferible ignorarlos.

Lindor tiene 32 años y vive en Chile desde 1998. En la actualidad trabaja en una fábrica metalúrgica de La Cisterna donde gana 160 mil pesos por mes. En esa misma comuna arrienda una pieza con su pareja. Para ambos vivir en una casa aparece como un sueño. Cuando le preguntamos por Chile nos dice:

Yo considero que Chile esta bien y gracias a Dios que tenemos estos trabajitos los que venimos de afuera, aunque algunos también no lo tienen; está mejor que otros países que están mal, por eso la gente viene más para acá.

Solos, alejados de su gente que ha quedado en el país, y alejados además por la ubicación de sus lugares de trabajo, se reúnen en el centro de Santiago, punto equidistante marcado por la Plaza de Armas que les permite acudir fácilmente al encuentro. Para ellos no es cuestión de clubes privados o centros cerrados que les permitan la recreación. Es todo este centro santiaguino que se ha convertido en su mejor espacio de encuentro. El sector se ha armado de una infraestructura que les permite acudir a diversos centros de llamadas telefónicas, y a los “courriers”, desde los que envían dinero a sus familiares. Para mandar ropa -nos dicen- es más costoso y cuesta 6 dólares el kilo, lo que ha desanimado a muchos a continuar. Reunidos en gran número se les puede encontrar agrupados, hacia las calles Catedral y Puente, conversando, hablando con sus teléfonos celulares o leyendo los dos periódicos que ahora se venden por cien pesos.

Sentados en una orilla de la Catedral dos sonrientes muchachas de 22 y 27 años afirman que la idea de venir a Chile fue simplemente para conocer el país. Nos damos cuenta al comienzo de una cierta reticencia a conversar, pero que se esfuma rápidamente:

Vinimos a trabajar siempre con la esperanza de un futuro mejor y con la ilusión de salir adelante por las condiciones personales que uno allá siempre tiene. Yo, estudié computación e informática pero no pude terminar todo por la falta de dinero que teníamos.

Su hermana Sonia también es técnica en computación y secretaria contable:

En Chile hacemos lo que todas, somos asesoras del hogar, ganamos 150 mil, y ha sido difícil, hemos sido discriminadas por ser peruanas y es cada día más fuerte. Siempre a veces cuando subimos al bus hay miradas de odio, hay insultos, pero ya eso es algo que pasa todos los días. Yo creo que cuando los chilenos van al Perú los miran como personas y no como cosa extraña, no les andan diciendo que es un chileno, y que puede ser malo por que es chileno. Creo que somos más acogedores. Aquí es cierto que estamos un poco mejor económicamente pero no psicológicamente, extrañamos nuestro país, la familia, el hogar. Aquí todo cambia, cambia la manera de vivir, hasta cambia la manera de pensar. Aquí no podemos tener el lujo de arrendar una pieza, trabajamos puertas adentro para juntar el dinero, por eso no podemos estar arrendando piezas, ni nada. Hay un solo día libre que venimos aquí al centro a encontrarnos con los amigos... De los patrones podemos decir que hemos encontrado muy poca gente consciente, pero una gran mayoría, no sé, será porque somos peruanos, nos tratan mal y hay que aguantarse y no tenemos donde ir, no podemos decir nada, entonces debemos mordernos la lengua y salir adelante. Yo creo que no le estamos quitando trabajo a nadie, sólo que hay gente aquí que no le gusta hacer ese trabajo y nosotras lo hacemos. Los patrones nos dicen que ahorran con nosotras porque las chilenas reclaman y, por ejemplo, dicen que a mí me han contratado para el planchado, para la cocina o para los niños. Nosotras hacemos de todo, y mientras las nanas chilenas trabajan puertas afuera, nosotras nos quedamos todo el tiempo en la casa, nos levantamos más temprano y nos acostamos más tarde. No podemos irnos por nuestros trámites y los papeles. Eso ya me pasó de cambiarme tres veces de un trabajo y tuve problemas porque migraciones me preguntaba qué es lo que hice mal y por qué me cambié, o porque que me desenvolví mal para que no me quedara. Ellos no se imaginan que a veces a uno la echan y punto. Entonces ahora me callo y aguanto.

Las chicas terminan preguntándonos como nos sentiríamos nosotros si las cosas fueran al revés, y nos trataran mal, y nos discriminaran todo el tiempo. Me siento tentada de contarle algunas de mis experiencias como exiliada en Francia, pero tengo que enfrentar las fallas de una entrevista que “se ha dado vueltas” y que nos ha convertido en “observadores observados”, como lo afirma Bourdieu. Decido volver el próximo domingo a la Plaza de Armas para responderles desde una conversación sin grabadora. Al momento de terminar, y ante nuestro silencio, una de las hermanas responde la pregunta:

Sería muy difícil vivir con eso todo el tiempo, claro que sí, ¿sabe? Todos somos seres humanos, nosotros sentimos. Por eso aquí nos juntamos y hablamos entre nosotros de lo que nos pasa en la semana en los trabajos, de lo que les pasa a los que no tienen nada y de cómo ayudarles con datos, direcciones, teléfonos de gente que busca trabajadores; hablamos de lo que vivimos todos los días u lo que le pasa a cada uno, y en general nos damos cuenta que la gente piensa que somos de palo. Yo les aseguro que somos seres humanos, sentimos, comemos, dormimos, somos como ustedes.

Estamos conversando en la esquina de Catedral con Ahumada cuando una familia chilena pasa riendo. La más joven grita con ganas: “Váyanse para sus casas, váyanse de aquí”. Le pregunto a quién le dice eso y me responde que no es a mí sino a los peruanos. Ante el insulto, Lindor advierte con aire resignado:

Eso está mal que nos digan esas cosas, la gente nunca puede saber con que esfuerzo y sacrificio uno vino a buscarse algo. Debe ser porque esas personas nunca han salido ni sufrido; hablan por hablar y discriminan a las personas, es así, en todo país hay gente mala y gente buena. Esto ofende mucho a las personas, pero cuando me hablan así me hago la idea que no escucho, aunque en el fondo me siento ofendido, es lógico pero así, así la pasamos, tenemos que trabajar y por eso debemos callarnos. Cuando nos viene un enojo grande pensamos en la familia y en los problemas y nos callamos... Por suerte, en el trabajo al principio no me trataban muy bien pero ahora se han ido ambientando también a mí, y ya, soy un trabajador más, ahora ya no me discriminan, pero antes sí, cuando era nuevo me discriminaban.

Víctor es ingeniero comercial en Perú, y en Chile trabaja en una industria. Razones económicas lo obligaron a venir a Chile. Nos habla con pasión de su experiencia y nos entrega interesantes puntos de vista sobre lo que acontece:

Yo y mis compatriotas nos encontramos aquí por los problemas que ha pasado mi país. Es una etapa muy crucial en realidad y debido a ese antagonismo tan fuerte dentro de la política que repercute también en la economía,... es que una gran parte de peruanos decidió venirse a Chile para buscar mejores horizontes de vida… Yo he sido discriminado como todos, siempre hay complejos en la gente, son complejos estúpidos porque tratándose de Chile un país latino como en el mío donde hay todo tipo de razas, de etnias me parece algo ridículo que se pueda pensar de esa forma... Me gustaría seguir estudiando acá pero tengo la impresión de que en Chile es tan caro que los estudios acá sólo están destinados a las grandes esferas sociales, a la gente más pudiente que tienen buena solvencia económica. En mi país no es así, la educación es para todos hasta para las esferas más bajas. Lo más fundamental es tener allá dedicación al estudio y tener cualidades para estudiar, no es cuestión de dinero. Estudié en la Universidad Nacional de San Agustín, pero la falta de recursos en mi familia me obligaron a trabajar… Ahora vivo en Recoleta, conozco buenas personas y si algún día me voy tendré muy buenos recuerdos. Ya hace dos años que estoy acá pero ya está bueno y hay que regresar para estar con la familia. Para mí, Chile es un país diverso, está claro que no existe las sociedades perfectas, es un país en formación como el mío. Por eso las malas experiencias hay que olvidarlas y mirarlas desde un animo positivo, Chile está de pie y con Perú podrían unirse contra la pobreza y no entrar en antagonismos absurdos, como todos esos grupos que dicen ser xenófobos y que hablan de racismo cuando en este país no se puede hablar de racismo, aquí no hay una raza bien determinada, este es un país mestizo con una población algo más clara que nosotros tal vez, pero no como para decir o hablar de racismo. No hay nada más asqueroso y detestable en el ser humano que el racismo. Para mí el hombre debe diferenciarse de los demás en la forma de pensar con su forma de actuar, de ser creativo diferente a otros, pero si no es así no hablamos de nada, son puras cosas vacías. El racismo es puro odio cuando acá la única lucha que debería haber en nuestra Latinoamérica es la lucha contra la pobreza.

Michel vive sólo hace unos meses en Chile, le ha ido algo mal con el trabajo y gana únicamente 120 mil pesos en la construcción; cantidad que no le permite cubrir gastos: el alquiler de su pieza (compartida con varios más), la comida y la locomoción, le significan 100 mil pesos. Con los 20 mil que le quedan no puede girar dinero a su familia, por eso anhela volver:

¿Qué puedo hacer aquí con esa miseria de dinero? Sólo sobrevivir, sólo lo mínimo. Allá al menos estoy en mi casa con mi gente. Cuando uno sale de un lugar es para cambiar la vida para estar mejor con otras expectativas. Antes de venir, la gente dice que Chile está mejor, que esto y que lo otro, pero viviendo la realidad las cosas son distintas. Para los varones es más problemático ya que más de 120 mil no se gana. Soy recauchador de neumáticos, y allá era mecánico y ganaba más. Acá en mecánica lo que deberían pagarme nadie me lo paga con la profesión que yo tengo por eso uno viene con ideas e ilusiones pero la realidad es distinta. Ahora con la crisis que hay en todas partes es pero aún. El sueldo básico del Perú y de Chile es casi lo mismo. Un extranjero que venga a trabajar tiene que ganar mínimo 200 mil para arriba para ahorrar algo para la familia… Además es duro, aquí somos discriminados y eso usted lo puede ver todo el tiempo. Hay racismo contra nuestras costumbres, no nos aceptan, cuando yo no veo cuáles pueden ser las grandes diferencias que podemos tener, en qué podemos ser tan distintos. Allá y acá hay pobres, sólo que allá como hay más población hay más pobreza, eso es lo único distinto.


Llama la atención la gran cantidad de mujeres que deciden venir a trabajar solas, más aun cuando tienen más de 40 años. No podemos sino conmovernos por la valentía de estas peruanas, quienes sin equipaje y sin dinero, a veces con lo justo para sobrevivir sólo algunos días, se las ingeniaron en un país extraño donde el color de su piel, el acento, y las vestimentas las hacen sospechosas. No es raro ver cómo la gente se aparta de su lado cuando pasan en grupos riendo y conversando.

Es domingo cuando nos instalamos en el escaño de la Plaza de Armas que se encuentra ubicada al frente de la puerta principal de la Catedral de Santiago. Un hombre que vende globos y juguetes de plástico nos mira frunciendo el ceño. Puedo adivinar el enojo que se esconde en su mirada y de pronto lo sorprendo mirándome fijamente hasta comprender que el odio que se le escapa está dirigido hacia mí por el hecho de conversar con estas mujeres. Desde este lugar puedo observar la calle Catedral, ubicada en el costado del templo, repleta de peruanos que alegres conversan, se ríen e intercambian direcciones y teléfonos para trabajar. Junto a mí, en el escaño una mujer me acoge con una gran sonrisa amable. De cabello algo cano, ojos negros muy vivos y las manos cruzadas en su vientre cuida dos grandes bolsas plásticas que descansan a sus pies. Son las 10.30 de la mañana y el calor parece disminuir en este primer domingo de marzo. Su falda gris y su sweater color naranja fuerte, sus sandalias blancas y su cartera de colores muestran una vestimenta que podría ser la misma que muchas mujeres de las poblaciones de Santiago. Sin embargo se puede adivinar su nacionalidad desde su modo de sentarse y conversar, lo que se acentúa cuando se la escucha hablar. Un castellano perfecto y de impecable pronunciación me hace recordar la entrevista de una chilena que estaba feliz con sus nanas peruanas que podían enseñar a hablar correctamente a sus hijos. Al verla algo intrigada por mi presencia paso a presentarme de inmediato, para darle luego la mano y contarle que me interesa conocer su experiencia en Chile. Con la sonrisa pegada en el rostro mira quieta hacia arriba mientras me da su nombre: “Me llamo Gladys y soy peruana”. Al mismo tiempo, como si hubiesen estado esperando este momento otras tres mujeres se acercan, me saludan y se instalan a conversar.

¿Sabe?, me han tratado mal -dice Gladys-, muy mal, pero peor que eso, lo peor de todo es la indiferencia. En el primer trabajo que tuve la señora nunca hablaba conmigo y nunca me preguntaba nada, fue después de un año que me echó sin pagarme, y como yo no sabía lo de los contratos pensaba que era como en Perú, que después me llamarían y me avisarían de un finiquito. Tiempo después fui a ver a los abogados que nos atienden aquí en el centro, pero no pude hacer nada, ella me había contratado por el sueldo mínimo. Lo que más me duele cuando lo pienso es el odio que me tenía la otra nana chilena que trabajaba allí, fue por ella que no pude seguir trabajando, pero ahora tengo un trabajo mejor, salgo una vez cada quince días. Estoy en La Dehesa11 y ahí no hay buses ni nada, entonces debo caminar mucho para salir o tomar un taxi que cuesta muy caro.

Gladys partió hace cuatro años de su casa en Tacna. Allí dejó a sus hijos y a sus padres ya ancianos. A los 54 años sólo desea juntar dinero para que sus hijos “no se sacrifiquen tanto”. Cuando habla de ellos llora silenciosamente y se enjuga las lágrimas para repetir varias veces que nunca quiso salir de su país y que los problemas económicos la hicieron atreverse. Como las otras, Gladys es una mujer valiente que agarró lo mínimo para llegar hasta Santiago. Actualmente con sus papeles en regla trabaja “puertas adentro”12 como asesora del hogar con una familia extranjera que vive en uno de los barrios más residenciales de la ciudad y viene cada quince días a la Plaza de Armas: “Aquí me encuentro con mis amigas y otra gente como yo, siempre trato de ayudar a otros sobre todo a las señoras de más edad y que les cuesta encontrar trabajo”.

En el momento de nuestra conversación aparece un peruano muy joven que no aparenta más de 17 años. Saluda cabizbajo a las señoras y les dice que le ha ido muy mal: “Señito, no me ido bien como pensamos, no puedo quedarme en la pieza del señor que me dejaba y estoy sin nada”. Gladys se separa de nosotros y parte a conversar con un hombre al frente del lugar en que nos encontramos. Luego vuelve diciendo que le consiguió un lugar para dormir. El chico está ilegal y no tiene familia. Luego nos cuenta que muchas veces consigue algo de comida o del pan duro que algunoshabitués de la plaza juntan para alimentar a las palomas.

Pilar es pequeña, delgada y de grandes ojos negros, tiene 32 años y estudió turismo en Perú Viste con ropas sencillas que combinan: pantalón azul oscuro, blusa blanca impecable y un chaleco azul cubre sus hombros. Sus piernas cruzadas dejan ver sus zapatos negros con tacos muy altos. Cuando llegó a Sernatur13 a pedir consejo trayendo en sus manos la carpeta que justificaba de sus conocimientos, consiguió risas y desprecio por parte del encargado que le pidió que ejerciera en su país, que resultaría ridículo que una peruana como ella le diera indicaciones a los turistas. Afortunadamente Pilar logró conseguir un trabajo en La Dehesa con una familia árabe que la trata bien. Como otras, debió soportar el cambio y hacer frente a su nueva ocupación:

Yo nunca había trabajado así, en esto, haciendo las cosas y limpiando en otra casa. Yo estudié para tener una profesión, pero la vida es así, las cosas en Perú se pusieron muy difíciles y tuve que venir a Chile. En la casa donde estuve la primera vez no me acostumbraba y lloraba todas las noches, pasé mucho tiempo llorando. Ahora tengo claro que dentro de un año volveré a Lima, lo único que quiero es estar en mi país. He tenido unos pocos y buenos amigos chilenos, pero hay que decir que algunos nos han tratado muy mal. Hay que vivir esto, vivirlo realmente para saber lo difícil que es dejar todo cuando uno tiene allá sus raíces, su familia, todo.

Ester está hace algún rato inquieta por hablar, ya nos ha interrumpido más de una vez, conformándose ante mi silencio. Lleva una cadena de oro que cuelga descuidadamente mostrando la imagen de una virgen y algunas figuras de animales, una pulsera de oro en su mano derecha, aros colgantes y tres anillos también de oro la adornan. Se muestra agradecida de Chile, y reitera una y otra vez lo bien que se encuentra aquí. (Demasiado, pienso). Esta mujer que no aparenta los 52 años que tiene, confiesa con su carnet de identidad en mano orgullosamente que se cuida de una alimentación pesada, y que el gran secreto de su aspecto físico y buena salud es que no tiene vicios. Es esporádicamente cuando viene a la Plaza los domingos -una vez cada quince días- que se “sale de la dieta” y come algo diferente, con un poco de picante y aliños de su tierra. Aquí en la plaza, puede pensar en otra cosa, encontrarse con sus amigas, almorzar y dar unas cuantas vueltas por el centro:

Claro, eso es todo lo que podemos hacer, no hay tiempo para otra cosa. Llevo cuatro años acá y he trabajado todo el tiempo; trabajo puertas adentro todo el día, trabajo planchando los sábados por la tarde y a veces cuando consigo plancho en otras casas. En La Florida14 han sido muy buenos conmigo, y fue esa misma señora que me recomendó trabajar con los norteamericanos. Ellos me quieren mucho, pero lo que tengo que decir es que todo está en el trato, en cómo uno obedece y los trata y que hay que trabajar, tratar a las personas, no sólo hay que ser una nana, hay que tener conocimiento y saber tratar bien.

Sus amigas la interrumpen para expresar su desacuerdo asegurando que otras han sufrido mucho, pero Ester insiste:

Les digo que todo depende de uno, adonde yo he ido, ellos (los patrones) han cambiado, jamás he tenido problemas y soy muy feliz en mi trabajo, con eso he podido educar a mis hijos, mi hija ya está haciendo la práctica, ella es médico y desde aquí yo la he podido ayudar”, asegura con firmeza. Pero esa firmeza se esfuma cuando se emociona al recordar a los suyos para repetirme que nunca quiso salir de Perú: “lo que nos ha pasado es sólo cosa del destino, y ya sabe usted que al destino no se lo pude cambiar.

Durante largo rato nos ha estado escuchando en silencio la señora Rosaria que recuerda que no tuvo los 2500 dólares que les piden en Chile para autorizarlos a ingresar, pero que se las arregló. A veces la carta de invitación hecha por el familiar no logra tampoco convencer a las autoridades. Rosaria es mujer que ya tiene 69 años cumplidos y partió en búsqueda de su nieta de 20 que hace casi un año no les da noticias. Es una mujer vestida muy pobremente, de manos ajadas y partidas en donde se advierten dos o tres heridas, como esas causadas por el uso de cloro y detergente. Una blusa negra desteñida y zurcida en la parte trasera, una falda gruesa de invierno muy gastada y un par de zapatos en mal estado la diferencian de las demás amigas. No puedo dejar de sorprenderme que a su edad haya osado venir por diversos pueblitos hasta llegar a Chile y a mi pregunta, contesta:

No hay edad para hacer estas cosas. Yo siempre he trabajado en el Perú durante 25 años como obrera; tengo muy buen salud y nunca me enfermo, y eso mis patrones lo saben porque nunca descanso, pero todavía no me hacen contrato. Yo confío en que son buenas personas y lo van a hacer… Lo que pasa es que me vine desesperada a Chile, casi sin nada, sin equipaje a buscar a mi nieta que nos ha hecho tanto sufrir. Fui hasta la iglesia donde está la madre Fresia y estuve un tiempo trabajando en La Florida y después partí a Perú de nuevo. Pero no podía dejar de pensar en mi nieta. Parece que está en Temuco pero no la he visto, y hemos sufrido mucho por ella. Ahora tengo un trabajo en Las Condes, me levanto a las 5 y media para preparar el desayuno del señor que parte a las 6 y media de la casa. Ahí yo hago todo, todo, cocino, limpio, lavo, plancho, ordeno. Me pagan 130 mil por todo y tengo un día libre cada quince.

Gladys, con rostro preocupado, interviene para decirle que pronto podrá optar por un trabajo mejor y bien pagado porque conoce a una amiga que tiene una dirección donde solicitan una persona de edad para cuidar a una enferma. La joven que trabajaba ahí se aburrió. Al escucharlas me doy cuenta que Rosario no tiene documentos y que a su edad no encontrará trabajo tan fácilmente. Queda claro que su situación le impide manifestar algún desacuerdo o algún reclamo.

Cirila está a punto de conversar con nosotros cuando llega su amiga Hilda. Ambas se abrazan. Asesora del hogar de 42 años dice que le ha ido pésimo: “es porque la situación es difícil en Perú que he debido venir a Chile”. Para ella los chilenos son racistas y los discriminan porque son peruanos. Está sin trabajo desde hace un mes; no tiene familiares en Chile, pero afortunadamente tiene amigos que conoció acá y que la ayudan. En San Bernardo arrienda una pieza con esta amiga que la está apoyando. Ella quiere lograr más pero ha sido muy complicado. Madre de 4 hijos que permanecen en Perú junto al padre, vino sola a Chile con el fin de ayudarlos para que puedan estudiar. Pero no piensa en la posibilidad que el marido se venga: la dificultad de conseguir papeles y las políticas que ponen freno a la migración impedirían un proyecto de este tipo para su familia.

Alicia, Mary y Matilde son tres amigas que siempre se reúnen en la Plaza de Armas durante sus breves momentos de descanso. Todas vinieron hasta Chile a causa de sus dificultades económicas. Para Alicia, química de laboratorio en Perú, la vida le ha jugado duro. Después de haber estudiado varios años en la universidad optó por partir y ayudar a su familia. Asesora del hogar en Chile ha encontrado una familia que la acepta. Los viajes que ha hecho a su país natal le demuestran que las cosas no han cambiado y no han mejorado. Para ella, vivir en Chile no significa que sea una buena vida a pesar que han conseguido trabajo: “se sufre mucho” dice, a pesar de lo cual encuentra a Chile muy adelantado con relación a Perú y, como sus amigas, no se queja del trato que ha tenido. Sin embargo hay que tomar en cuenta que son trabajadoras que rara vez salen de las casas donde trabajan y sólo acuden a este céntrico lugar para tener algunas horas de conversación y encuentro con sus compatriotas.

María tiene 46 años, es casada y ha dejado a sus cinco hijos y su marido para venir a trabajar a Chile. Ha llegado hace poco tiempo y todo ha sido duro para ella. Recibe sólo 60 mil pesos al mes y con eso se las arregla. No siempre ha sido bien tratada y debe cumplir con todo lo que los patrones le piden. Ilegal por el momento, no ha logrado juntar el dinero que le prestaron en Perú para poder ingresar a Chile. Busca todos los días diferentes posibilidades para mejorar su situación sin éxito. Ha sido discriminada sobre todo en la agencia de empleos donde se presenta. Hace dos semanas que asiste a la agencia ubicada en el cuarto piso de la calle Catedral y le responden que buscan empleadas chilenas. Las peruanas están siendo rechazadas, pero no por el trabajo que hacen sino porque el aumento del número de recién llegadas produce desconfianza en los patrones. Temerosa, afirma que no viene mucho al centro porque la gente les grita cosas y se siente mal con eso.

Prefiero encerrarme en Peñalolén15. Allá hemos alquilado un cuartito con mi hermana y pasamos este tiempo juntas. Mi hermana trabaja muy duro pero le pagan un poco mejor que yo. Yo me vine porque para las mujeres acá es más fácil encontrar trabajo, los hombres dan vueltas y vueltas y no encuentran nada, por eso de acuerdo con mi esposo fui yo la que me vine. Cuando llegó mi hermana, antes que yo, ella estuvo un largo tiempo sin trabajo y sin plata. Cuando no hay trabajo y no hay plata no se come, eso nos ha pasado casi a todos; hemos pasado días enteros sin comer y sin tener nada hasta que encontramos un trabajo.


Las diversas situaciones a las que nos hemos referido provienen de relatos que nos han sido entregados por peruanos que hoy día viven en Santiago. Ellas se repiten en distintas ciudades del país. No cabe duda que sería necesario explorar más acerca de este sufrimiento. Al estudiar estas situaciones no hay que buscar únicamente diagnosticar el estado de las personas afectadas. Como las mismas son claramente el resultado de procesos en los que subyace una lógica, hay que buscar dicha lógica por fuera de las situaciones que hemos podido conocer, y que escapa del control de los individuos que sufren las consecuencias.

Son las personas de sectores populares las que más violentamente reaccionan contra la presencia de los peruanos. Su propia dificultad de existencia pareciera reflejarse en la miseria que caracteriza a sus vecinos quienes, a su vez, nos dicen entender la situación hasta resignarse a aceptar no solamente las malas ofertas de trabajo sino también los insultos. La gran preocupación de todas estas personas de origen peruano es encontrar y permanecer en un trabajo como única salvación para lograr la subsistencia familiar. No se trata meramente de ser reconocido gracias al ejercicio de una actividad laboral que los integra, ya que a pesar de trabajar regularmente y con los papeles al día, no están integrados; están tal vez sólo insertos en alguna fábrica o en una casa particular. Tampoco es el sentimiento de sentirse útiles a la comunidad chilena, la cual no valora este sentimiento. La meta es sobrevivir, y ello sólo puede hacerse en la legalidad, cuando han podido demostrar administrativamente que tienen derecho de permanecer en el país.

Los indocumentados experimentan un problema mayor al vivir con el temor de ser sorprendidos. Pudimos percibir ese recelo cuando nos acercábamos: miran a un lado y otro, se alejan de los desconocidos, se refugian en los grupos de amigos y dan vuelta el rostro para no ser reconocidos, como si hubieran cometido algún delito o estuviesen buscados como criminales. El miedo se convierte es el compañero de todos sus instantes16. El miedo a la policía o al chileno que lo sorprende y lo denuncia. Es el comienzo de la angustia, como cualquier sans-papiers de Europa. Su vida queda reducida a la pieza triste o a trayectos marcados que le den alguna seguridad. Cualquier acto común se vuelve peligroso: caminar por la calle, entrar a un edificio, subir al bus o al metro, conversar en voz alta. El indocumentado es un clandestino que se oculta en una terrible soledad.

La actitud de las mujeres no ha dejado de sorprendernos. Visto que en Chile es más fácil que sean ellas quienes consigan un trabajo como domésticas, toman la decisión de partir solas. Suele suceder que una hermana traiga a otra, o que una madre llegue con su hija, o que simplemente sola se atreva a atravesar la frontera para desafiar al país desconocido. Profesionales, estudiantes, amas de casa, jóvenes recién egresadas del liceo, mujeres de diversas edades llegan para cumplir con todos los servicios que les solicitan en los hogares chilenos que las contratan: “empleadas de casa particular”, “asesoras del hogar”, “nanas”, “domésticas”; en realidad poco importa el apelativo cuando su domesticación la deben demostrar desde el primer día. En Perú han dejado al marido y los hijos. Provenientes de familias numerosas; con hijos pequeños y adolescentes; hijas que han dejado a sus padres; han quedado casi definitivamente encerradas en el ajeno mundo de “los señores” que las tratan bien y no tanto, que les exigen y que a veces las apartan de la mirada de visitantes y familiares, especialmente cuando se trata de profesionales que no corresponden a la imagen de una empleada común. Rechazada por las de su misma condición en Chile, permanecen casi ocultas enseñando castellano a los niños y cumpliendo las múltiples funciones a las que se niegan las chilenas, cuestión de reunir algún día el dinero que les permita regresar.

Podríamos afirmar sin arriesgarnos que hay racismo en Chile. Sin embargo la afirmación no es suficiente para hacer frente a un fenómeno que produce dolor y engendra un sufrimiento cuya peor consecuencia es que se haga banal y se convierta en costumbre. Frente a eso las Ciencias Sociales no pueden permanecer indiferentes, ni tampoco pueden continuar solamente diagnosticando situaciones y caracterizando a las poblaciones. La búsqueda de las lógicas racistas que afectan a personas venidas de otros países en razón de la pobreza, obliga a una reflexión mayor, a buscar más profundamente en las estructuras más objetivas que llevan hasta estas condiciones, así como también en las subjetividades individuales que se arman frente a esta problemática. Quizás desde un esfuerzo más comprometido de este tipo podamos comprender la desolación, la resignación, la violencia racista y la indiferencia.

Hanna Arendt lo explica muy bien en el prefacio de su Antisemitismo,cuando afirma que comprender no significa negar lo que nos choca, ni deducir lo que no tiene precedentes, a lo que agrega que no basta tampoco la explicación por analogías y desde generalidades con el fin de suprimir el choque de la realidad. Estamos de acuerdo con ella en la necesidad de examinar conscientemente el fardo impuesto por los acontecimientos, sin negar su existencia ni aceptar pasivamente su peso, tal como si lo que sucede fatalmente debiese suceder17.

Notas
1 Este ensayo fue realizado con la colaboración de Waldo Fariña quien realizó parte de las entrevistas.
2 La CASEN es la Encuesta de caracterización socioeconómica nacional, Ministerio de Planificación y Cooperación. La CASEN referencia aquí es la VII, realizada en 1998.
3 Entre los oficios más comunes podemos citar: cuidadores de autos, vendedores ambulantes en la locomoción colectiva, vendedores informales en las calles céntricas, comercio ilegal de distinto tipo.
4 Desde hace algún tiempo se pueden ver en la ciudad diversos rallados dirigidos contra los peruanos: “sea ecologista, limpie la ciudad, deshágase de los peruanos”; o bien “no se acerque la los peruanos, cuidado con la tuberculosis”; “hasta cuando nos dejamos invadir por estos cholos”, etc.
5 Mammi, Albert, Le racisme, Gallimard, París, 1994.
6 Mammi, op cit. p. 40. Traducción de la autora.
7 Entrevista a Gladys, Santiago, marzo 2002.
8 Empleada doméstica, llamadas comúnmente “nanas” en Chile.
9 1 dólar =656 pesos chilenos.
10 Nombre que se les da en Chile a pequeños trabajos generalmente de corta duración y que “sacan de apuros”.
11 Barrrio alto de la capital, ubicada en los faldeos cordilleranos y donde habita la clase alta acomodada. Hasta este sector no llega la locomoción colectiva, sólo se transita en vehículos particulares. Muchas empleadas de casa chilenas tienen sus propios vehículos. El lugar está vigilado por guardias especiales y no se puede entrar si no se vive en el lugar o no se entregan las referencias de la persona visitada.
12 Este es el trabajo preferido de las mujeres peruanas, ya que al contar con techo y comida pueden más fácilmente juntar algo de dinero que regularmente envían a sus hogares. Los arriendos son caros, y muchas pensiones de mala muerte suelen cobrarles hasta 5000 pesos por noche. Como vimos, otros han conseguido arrendar colectivamente piezas grandes ubicadas en los viejos barrios de la capital y que pueden fluctuar entre los 20 mil y los 50 o 60 mil pesos. Allí hacinados viven precariamente.
13 Servicio Nacional de Turismo de Chile.
14 Comuna del sur de Santiago, altamente poblada en donde se reúnen diversos sectores sociales, principalmente la clase media.
15 Comuna del sector cordillerano de Santiago.
16 Perrin Evelyne, “ Précarité, point de vue du mouvement social ”, en Données et arguments, tomo 3, París, Syllepse, 2001.
17 Arendt, Hanna : Sur l’antisémitisme. Les origines du totalitarisme, Points, París, 1973.



Por María Emilia Tijoux , « “Morderse la lengua y salir adelante”: », Amérique Latine Histoire et Mémoire. Les Cahiers ALHIM, 5 | 2002, [En línea], Puesto en línea el 23 juin 2006. URL : http://alhim.revues.org/index639.html. consultado el 11 février 2013.

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