La maternidad ¿un feliz acontecimiento?
María Castejón Leorza recomienda una película francesa que se acerca a la experiencia materna sin eludir los miedos y la soledad que marcan el embarazo y la crianza, ni reproducir la habitual dicotomía de la buena y la mala madre
El personaje de la madre es una representación poco habitual en el cine. No sólo en el cine. Para Laura Freixas el personaje de la madre ha estado poco presente en las representaciones culturales.Freixas observa dos principales referentes para representar este modelo, el de la buena y mala madre, dos prototipos antagónicos que reproducen los mismos códigos de la santa y la puta tan habituales en el orden de representación patriarcal. Éstos, además, han estado representados desde el punto de vista masculino.
La relevancia de Un feliz acontecimiento (Rémi Bezançon, Francia, 2011, que adapta la novela homónima de Eliette Abeccassis), una película protagonizada por un personaje femenino que se centra en la experiencia materna desde su propio punto de vista, es por lo tanto un acontecimiento cinematográfico más que destacable. La película gira en torno a las experiencias de una madre y un padre primerizo que ven sus vidas alteradas por la llegada de su hija. “Éramos felices y estábamos enamorados. No había nadie más en el mundo”. Así vivían Bárbara ( Louise Bourgoin) y Nicolás (Pio Marmaï) hasta la llegada de su hija Lía, a la que engendran como consecuencia sublime y lógica de su amor.
La película se estructura en tres etapas, que coinciden con las fases de la maternidad: embarazo, parto y primera crianza o enfrentamiento a un nuevo universo vital. El embarazo y sus molestias lógicas se tratan con humor y comicidad en el cine, yUn feliz acontecimiento no es una excepción. Comparte lugares comunes como los vómitos, la resistencia al cambio físico, las alteraciones y los bruscos cambios de humor. Además, visibiliza la voracidad sexual que le provoca el embarazo y la sensación de no controlar su cuerpo, que siente dominado:”Un desconocido que modificaba mi cuerpo y lo dominaba. Un ser que tenía sus propios gustos y me los imponía desde dentro”.
Bárbara, la joven universitaria aspirante a doctora, muestra su miedo y se rebela a su manera contra el tipo de vida de embarazada que impera en el imaginario social. Se niega a ser una futura madre anónima más volcada en aprender a respirar y, por eso, en lugar de asistir a las clases de preparación al parto se dedica a jugar al pímbal en un bar cercano. Ésta pequeña rebeldía muestra un rechazo a esa homogenización y despersonalización de la mujer embarazada que se define en tanto que futura madre y no mujer, más allá de un miedo inconsciente y visceral ante tanto cambio y ante una existencia llena de incertidumbres que se centra en esperar, esperar y esperar en soledad.
La soledad que implica la maternidad que ya se apunta en el embarazo, se muestran de forma sobresaliente en el parto y en los meses posteriores. El parto se presenta como una situación extrema y dura, brutal. Bárbara se enfrenta a un dolor desconocido, del que nadie le ha hablado ni avisado. El dolor forma parte del proceso de desgarro y vacío que supone un parto, pero es un dolor que se olvida, que te cosen con aguja e hilo, que se diluye en cuanto ves la cara de tu criatura.
Del mismo modo, esta soledad deviene en miedo. Bárbara tiene miedo de no sentirse preparada para afrontar la situación, tiene miedo al desconocimiento, a la posible tiranía del pecho, al sueño, al cansancio, a las dificultades, a la falta de autoestima y a esa profunda sensación de que nada ya será como antes, de que todo lo aprendido hasta el momento no sirve para enfrentarte a la nueva mujer dependiente en la que te has convertido.
La maternidad es un estadio lleno de problemas emocionales. Exige ubicarse en una vida en la que el bebé es el centro. Los problemas físicos que la película desnuda sin pudor no son pocos: estrías, problemas con el perineo, hemorroides, dificultades a la hora de mantener relaciones sexuales. El amor absoluto, la fusión con otro ser, de la que Bárbara habla, no son suficientes para llenar el vacío que le ha producido el nacimiento de su hija. Tampoco son suficientes para renunciar a tu proyección profesional.
La soledad (que continúa) aumenta por el sentimiento de confinamiento en el espacio doméstico, la pérdida de la oportunidad de ascender con su investigación, que no abandona pero a la que no puede dedicar el tiempo que necesita, y la sensación de que nadie la cuida ni se ocupa de ella. Y aquí podemos situar la gran ruptura de la película, en deconstruir la maternidad como estado idílico, como plenitud de la feminidad y en exhibir en toda su crudeza la feroz y desesperante soledad del momento. La maternidad es gozosa, sí, te llena de sensaciones, sentimientos y amor, pero te vacía como persona, te vacía como mujer.
Nicolás admite una paternidad responsable. Asume el papel de cabeza de familia; cambia de trabajo y amplía su jornada laboral. La película evidencia los fuertes conflictos que surgen en la pareja a raíz del nacimiento de Lea. Nicolás se refugia en su madre y en el espacio público para hacer frente a su nueva realidad. No entiende el cambio de actitud de su pareja a quien reprocha su actitud en lugar de ofrecer comprensión y complicidad. La tensión llegará a ser insoportable, tanto que Bárbara decide alejarse de su familia y tomarse un tiempo para llenarse y descubrir su camino. Su decisión, que no todas las mujeres se podrían permitir, es un acto de valentía para consigo misma y su familia, para asumir el difícil reto vital de sentir que el mundo tal y como lo concebía se ha desmontado.
En ese proceso de enfrentarse a la maternidad, al embarazo, al parto o a la crianza, existen diversos referentes que vienen desde los medios de comunicación y desde los feminismos. Los medios, desde el fundacional y reivindicativo desnudo de Demi Moore, han institucionalizado la práctica y no hay actriz, modelo o cantante famosa que se precie que no haya presumido de embarazo sin ropa. También muestran las maternidades de diversas políticas. Estas prácticas, más allá de visibilizar la realidad de la maternidad la adscriben a modelos irreales que se relacionan con una belleza cuasi inalcanzable y con una realidad laboral que obvia la dimensión de clase.
Los feminismos han denunciado históricamente que el hecho de ser madres como único modelo de identidad femenina nos ha condenado a la sumisión y a garantiza la pervivencia de un sistema discriminatorio ad infinitum. Se ha puesto el acento en la denuncia de la naturalización de un modelo que obedece a una construcción social, ideológica y política que coloca a la familia heterosexual y cristiana como eje de la sociedad. Esta necesaria crítica desmonta la idea preconcebida de que las mujeres de forma natural poseemos un instinto que nos hace desear ser madres y desenmascara la organización social e ideológica que se basa en la eficaz separación de espacios que considera que el trabajo productivo –que otorga ingresos, prestigio y dominio- es cosa de hombres y el trabajo reproductivo –que se invisibiliza, no tiene remuneración ni reconocimiento- es cosa de mujeres. La maternidad justifica la separación de esferas y está en la base misma de la construcción desigualitaria de la sociedad. Como dice el personaje de Bárbara parafraseando a Simone de Beauvoir, “no se nace madre, se llega a serlo”.
Todo lo que el feminismo aporta al debate social y político es cierto, pero esta postura obvia por completo la parte animal e instintiva de la maternidad, la parte mamífera que hace a las mujeres tener una conexión brutal y única con su criatura. Además, crea un referente exigente, que olvida la imposibilidad de combinar la vida personal-sentimental (de sentimiento) y profesional, y es un modelo que acepta pocos matices y fisuras.
Tampoco admite matices y fisuras otra de las corrientes feministas que interpreta la maternidad como algo inherente a la naturaleza femenina, que se vincula con la relación que mantienen las mujeres con la naturaleza. En la película se relacionan con “El club de la leche” una forma de vivir la maternidad vinculada al eterno femenino.. Nos referimos a esa visión, que en la actualidad tiene grandes adeptas, que define la maternidad como un estado natural gozoso, cuasi místico, que exige prácticas como el colecho, el portabebés y define al biberón y la leche artificial como enemigos a batir. Este modelo de maternidad coloca al bebé como eje de la vida de las mujeres y difumina de forma clara la presencia de los padres en el proceso.
En definitiva, se trata de posturas rígidas, en ocasiones extremas y alejadas de la realidad de las mujeres, que nos hacen concluir que las problemáticas de la maternidad, de forma especial las vinculadas a la maternidad y al mundo laboral, no son una prioridad en la agenda feminista. A pesar de que todas y todos asumamos que lo personal es político, la maternidad en la actualidad tiene, todavía, mucho más de personal que de político. Es una suerte que existan películas como Un feliz acontecimiento, que exponen la realidad de la maternidad desde múltiples puntos de vista, aunque sólo sean una gota en el océano.
Fuente: Pikara