¿Aún eres virgen?
Mónica Quesada Juan, sexóloga de Pikara Magazine, cuestiona el concepto de "la primera vez" y los mitos que lo rodean.
“¡Hola Mónica! Te escribo porque hace poco tuve una conversación con una amiga que aseguraba que toda mujer que no ha sido penetrada es virgen y que perder la virginidad es perder el himen. Me temo que es algo demasiado extendido, ¿tú qué piensas? Mireia”.
¡Hola Mireia! Efectivamente, la virginidad es un mito muy extendido y con muchísimas implicaciones. Para empezar, lo que entendemos por virginidad es lo que define la estructura de lo que equivocadamente se llaman las “relaciones sexuales completas”, esas a las que hay que llegar para sentirse “normal”. En torno a este concepto giran unos cuantos mitos, como son:
Si eres mujer y todas tus prácticas sexuales han sido con chicas, ¿siempre serás virgen? Si has realizado una amplia gama de prácticas sexuales pero no el coito vaginal, ¿eres virgen?
- Virgen, según la RAE, es la persona que no ha tenido relaciones sexuales. No explicita qué tipo de prácticas engloba pero, por la mala educación sexual recibida, la inmensa mayoría de la gente lo asocia al coito (introducción del pene en la vagina). Y aquí me surgen algunas dudas: Si eres mujer y todas tus relaciones y prácticas sexuales han sido con chicas, ¿siempre serás virgen?
Si has realizado una amplia gama de prácticas sexuales pero no el coito vaginal, ¿eres virgen? ¡Preguntas que me atormentan, oiga!
Fíjate cómo podría cambiar la significación social del concepto ‘virgen’ si tomásemos la acepción de “lo inexplorado”. Todas las partes del cuerpo como terreno virgen a explorar desde la curiosidad y no desde la meta a batir: mis manos, mi nariz, mis orejas, mi vulva, el hueco de mis pechos, mi pene, mi ano, etc. son zonas vírgenes por descubrir y disfrutar, ya sea en pareja o en solitario, y siempre desde la curiosidad del paseo más que desde la presión de la carrera.
- Cuando una mujer “pierde” la virginidad se le rompe el himen. Ya sólo los verbos utilizados, como son perder, romper, etc. dan una idea de cómo socialmente equivalen a un cambio de ciclo. Ésta es una de las mayores y más dañinas mentiras existentes y equivocada de base, puesto que la rotura del himen no depende sólo del encuentro con un pene sino que puede romperse de otras muchas maneras… ¡o mantenerse intacto toda la vida!
El himen es un tabique membranoso que recubre parcialmente el orificio vaginal. Este tejido puede ser de diversas maneras: puede rasgarse ya sea por montar en bici o similares, por hacer ejercicio físico, por la introducción de copa menstrual, tampones, dildos, dedos, etc. Así pues, si lo tomamos como prueba para valorar si ha habido coito vaginal, corremos un alto riesgo de errar. Este hecho fuera del control de la mujer es lo que se utiliza para valorar el “honor” de su poseedora. Otro truquito de esta sociedad patriarcal para mantener a raya la libertad individual. De ahí que existan las himenoplastias (reconstrucciones de himen) o las ventas de “hímenes artificiales” (que no son otra cosa que un sobre que se introduce en la vagina para simular el sangrado que puede producirse por la rotura del himen)… ¡Y aún nos extrañamos de porqué no es fácil centrarse en el placer!
Este dolor es, en gran parte, aprendido y hace la función de profecía autocumplida
- Cuando se pierde la virginidad, se sangra y duele. Otra mentira más. Es cierto que hay mujeres que sangran…y otras tantas no lo hacen. Al igual que hay mujeres que la primera vez que se introducen en la vagina un dildo, los dedos, un pene, un tampón, etc. puede dolerles, hay otras tantas a las que no. Este dolor es, en gran parte, aprendido y hace la función de profecía autocumplida… ¡y quién no va a ir con cierto miedo (con la consecuente tensión en los músculos vaginales) a “desflorarse” tras los dimes y diretes que ha escuchado durante toda su vida!
¿Y si dejamos de ponernos la excusa de “es que todo el mundo lo hace” y pasamos a “¿realmente qué quiero hacer yo con mis plantas?”
Todas estas creencias sobre la virginidad estructuran y son la base de la actual educación sexual. Toda la vida infantil y adolescente es una especie de “preparación” para este momento. A los hombres se les educa para que la pierdan lo antes posible y a las mujeres para que la mantengan… ¡raro es que aún así lleguemos a entendernos!
Imaginémonos nuestro cuerpo como nuestra casa. La buhardilla, el lugar dónde guardamos todos los trastos acumulados, es nuestra cabeza. El primer y segundo piso (¡aunque cada cual es libre de poner los pisos que quiera!) son nuestro cuerpo. Y el jardín allí donde plantamos aquello que queramos. Si traemos el tema de la virginidad a este barrio de casas grandiosas, en el caso del género femenino, sería el equivalente a que alguien quiere entrar en nuestro patio a intentar arrancarnos una flor y nuestra función es defenderla continuamente, en vez de dedicarnos a disfrutar del resto de las flores, plantar otras diferentes (o no plantar ninguna), hacer nuestro pequeño huerto, disfrutar del sillón de la primera planta o de la bañera de la segunda, tumbarnos a tomar la vida… En definitiva, ¡a hacer de nuestra casa lo que queramos!
En el caso de las casas del género masculino, la atención está centrada en robar esa flor lo antes posible, por tanto la casa tiende a estar más abandonada porque su dueño está fuera buscando flores… ¡cuando a lo mejor le gustan más los arbustos o quedarse tranquilamente tumbado en el césped!
¿Qué tal si empezamos a considerar la posibilidad de que estas casas son realmente ‘nuestras’ casas y somos las dueñas/os de todo lo que acontece dentro de ellas? ¿Y si empezamos a empoderarnos desde la libertad y no desde la defensa de nuestras tierras o el ataque al resto? ¿Y si contemplamos la posibilidad de hacer huertos compartidos en vez de sentirme obligada u obligado a que (se) planten en mi jardín? ¿Qué tal si dejamos de pasar tanto tiempo en la buhardilla ensimismadas/os mirando el tocho de libros acumulados y nos vamos a revolcar en nuestro jardín? Y por último: ¿Y si dejamos de ponernos la excusa de “es que todo el mundo lo hace” y pasamos a “¿realmente qué quiero hacer yo con mis plantas?”
Imagen: Sonia R. Arjonilla
Fuente: Pikara Magazine