Más o menos Mujer
Es común esperar que la extirpación de los senos, parte del cuerpo asociada a lo femenino y Angelina Jolie se practicó una doble mastectomía luego de enterarse que poseía una mutación en el gen BRCA1, que incrementaba un 87% las probabilidades de desarrollar cáncer de mama y 50% de cáncer de ovarios. Fue una intervención preventiva, ya que Jolie no padecía la enfermedad que causó la muerte de su madre a los 56 años.
En su libro El género en disputa: el feminismo y la subversión de la identidad (1990), Judith Butler parte del famoso postulado de Simone de Beauvoir, que no se nace mujer sino que se llega a serlo, para formular su tesis sobre el género como acto performativo. De acuerdo con la filósofa norteamericana, los sujetos encarnan ideales históricos de masculinidad y feminidad y es su iteración lo que otorga apariencia de estabilidad y naturalidad al género. Sobre esta base podría pensarse que el sufrimiento de las mujeres con mastectomía por la pérdida de un órgano tiene que ver con la dificultad de ‘representar’ adecuadamente una norma de género anclada en el cuerpo.
Carolina Franch, antropóloga social y directora del Centro Interdisciplinario de Estudios de Género (CIEG), señala el carácter excluyente de una norma corporal vinculada a valores racistas. Rige un modelo de delgadez, altura, colores de pelo y piel que, para ser alcanzados, requieren de un alto costo físico y emocional. Para la profesional, la estética se constituye en referente del placer visual como promesa de acceso a los valores de la cultura occidental.
Ejemplos de ello son las cirugías que se practican las mujeres judías para reducir el tamaño de sus narices y “pasar” así por mujeres arias; las blefaroplastias estéticas a las que acuden mujeres asiáticas con el fin de "occidentalizar” sus párpados; así como los tratamientos de blanqueamiento de piel, como fue abordado en otro reportaje del CLAM.
La antropóloga aclara que si bien el ser mujer no es algo que resida sólo en algunas partes del cuerpo de las personas, “es cierto que cuando nos sacan un órgano algo le pasa a nuestro cuerpo y a nuestro imaginario sobre el mismo, que pasa de verse completo a incompleto”. Explica que la construcción moderna del cuerpo ha privilegiado los pechos y el útero como símbolos de feminidad, entre otras posibilidades. “En la publicidad son los pechos; en lo médico es el útero”, explica la experta, y cuestiona que si bien el útero es necesario para la procreación, en las histerectomías se vean comprometidos la feminidad y el placer.
Si la difusión del caso Jolie revela cómo los discursos hegemónicos de belleza sujetan la autoimagen corporal de las mujeres; al mismo tiempo permite cuestionar que la feminidad de las mujeres se vea determinada por la posesión y características de determinados órganos, formas y volúmenes.
Son conocidas las historias de mujeres que deformaron sus pies para ajustarse al modelo de atractivo sexual en China, donde los pies debían ser pequeños y asemejar flores de loto. En Japón la región femenina que concita interés sexual es la nuca y en algunas partes de África, las nalgas. En Occidente los pechos han ido renovando, desde la era moderna, su lugar de ícono femenino por excelencia.
En su libro Historia del pecho, Marilyn Yalomen describe tres vectores a partir de los cuales, privilegiando la perspectiva masculina, el pecho femenino ha sido representado en Occidente: el “pecho erótico” como referencia al placer y campo de juegos de los deseos masculinos; el “pecho nutritivo” de la función materna; y el “pecho patológico”, destructor de la vida.
En una investigación sobre las implicancias de la mastectomía en mujeres chilenas, Jimena Silva Segovia, Leyla Méndez Caro, Beatriz Pereira Cuitiño y Eileen Flores Hernández analizaron los efectos de la pérdida del ‘pecho erótico’. El estudio chileno reveló un quiebre con respecto a las posibilidades de placer, erotismo y seducción. Con posterioridad a la mastectomía, constató la investigación, con frecuencia las mujeres entrevistadas hablaron de la sensación de quedar en un lugar de “mujeres deserotizadas”, cuyo cuerpo no sería objeto de miradas deseosas, por lo tanto no “merecedoras de experimentar placer”. Ciertas “prácticas de ocultamiento del cuerpo eclipsan en ellas el disfrute y goce en el encuentro con el otro”, consignaron las autoras.
Desde el campo de la salud, Sílvio Éder Dias da Silva y colegas, de la Universidad Federal del Pará, abordaron las implicancias de la mastectomía con relación al autocuidado. Para ellos, el adquirir una enfermedad que elimina los senos atenta contra la posibilidad de “simbolización de la mujer como hembra”. La extirpación de la mama, suele provocar “en las mujeres una sensación de mutilación y una conmoción […] en la imagen corporal”, similar al “proceso de elaboración de duelo”, precisan los investigadores.
La imagen de un “cuerpo mutilado” fuera de los cánones de belleza impuestos del cuerpo perfecto, se repite en los testimonios de ambos estudios. Algunas de las mujeres contaron que después de la operación, por vergüenza, dejaron de mirarse en el espejo.
La imagen de la mujer como madre también se ve afectada por estas cirugías. En ambas investigaciones emerge la representación social de los pechos como símbolo de la fertilidad. Las mamas están relacionadas con la capacidad de amamantar y la maternidad. Es el “pecho nutritivo” referido a la función materna que describe Yalomen.
Las investigadoras chilenas señalan que, frente a ese vacío simbólico, es frecuente que surja la necesidad de validar el ser mujer. Se observó de este modo entre las entrevistadas la exacerbación de un “ser para otros compensatorio”, evidente en la intensificación del rol de madre frente a una autoimagen corporal femenina decaída. Este rol les permite recuperar reconocimiento como sujetos que han perdido atributos, belleza y salud. La publicación enfatiza que la díada “mujer/madre hace referencia a un ser mujer construido desde [la] función reproductiva, [que da especial valor a] la entrega a otros/as, [y que se traduce] en ternura, abnegación y sacrificio”.
La investigación brasileña, por su parte, reveló la importancia del papel de los senos como órgano con relación a la lactancia materna. “[Al amamantar,] el pecho es la enfermera de nuestros hijos”, consigna una de las entrevistadas.
Pero los hallazgos del equipo paraense también contribuyen a complejizar el compromiso de ideales de belleza en estos procesos. La pérdida del cabello efecto de los tratamientos de radioterapia y quimioterapia es otra preocupación femenina. El pelo largo y hermoso de las mujeres es signo de salud y belleza. “El peor momento para mí fue cuando empezó a caerse el pelo. Después de la radioterapia mi cabello comenzó a caerse a los 15 días…, entonces entré en pánico. Lloré y me retiré. Casi caigo en depresión”, reveló una de las entrevistadas. “La pérdida de cabello social es más difícil de ocultar, incluso cuando se utilizan dispositivos para mejorar la imagen corporal, como bufandas o pelucas”, señalan los investigadores brasileños. Muchas veces estos accesorios realzan los efectos de la enfermedad y facilitan que el sujeto afectado sea reconocido como enfermo de cáncer. Sumado a ello, los tratamientos pueden provocar menstruación irregular e infertilidad, lo que debilita aún más la identidad femenina.
En los casos de cáncer de mama se suma otra imagen, la de receptáculo de enfermedad y muerte. A las representaciones deficitarias con respecto al erotismo y la maternidad se acopla lo que Yalomen llamó “pecho patológico”, como destructor de la vida. El estudio chileno revela la complicidad de los modelos médicos clásicos, junto con los medios de comunicación y el mercado, que “cultivan discursos que sobrevaloran la juventud, soslayando las transformaciones asociadas al paso del tiempo y las degradaciones del cuerpo”. Estas dinámicas contribuyen a la segregación entre cuerpo sano y cuerpo enfermo, que “recaen con fuerza sobre el cuerpo femenino intervenido por el cáncer mamario”, precisa el estudio.
Cuerpos y placeres fragmentados
El lugar privilegiado de los senos como símbolo erótico en Occidente ha conducido a una atomización de los cuerpos, afirma la antropóloga Carolina Franch. La experta señala que en nuestra sociedad, la construcción del cuerpo y el deseo varía en hombres y mujeres, no obstante, comparten como rasgo común la marcada fragmentación de los mismos. Esto conlleva a que “en términos de identidad me voy construyendo en zonas y no completamente. Entonces, me pierdo. Y al final, cuando me miro a un espejo, no me puedo reconocer en la completitud de lo que significo yo y mi cuerpo, yo y mi sexualidad”, explica. Lo paradójico, señala la experta, es que pese a que nuestra sociedad cuenta con una diversidad de insumos para hacerlo, “hemos reducido nuestra sexualidad a una anatomía muy acotada”.
A la par de esta fragmentación ha tenido lugar una normalización del deseo de hombres y mujeres, que como a una “especie de robot”, se les indica en qué zona deben sentir placer y cómo, indica Franch. “El placer se experimenta al entender que tengo un cuerpo completo que se mueve y que siente. La sexualidad es el desborde, pero hoy, contrariamente, vemos una sexualidad estructurada, ordenada y acotada”, advierte.
Los franceses hablaban de la relación sexual como una ‘pequeña muerte’, donde residen el caos y el eros. Y es ese espacio el que se quiere ordenar. A juicio de la experta, la forma en la que se ha definido el erotismo actualmente es vacía, ya que en lo profundo no existe placer ni goce genuino. “Creo que nuestros cuerpos han sido muy maltratados y la explosión contemporánea de erotización se queda sólo en el envoltorio, está carente de contenido”, afirma.
Relegadas al lugar de objeto de deseo, las mujeres se ven obligadas a cumplir con estándares de belleza impuestos para ser queridas, valoradas y deseadas por otro; realidad que no se cumple cuando la mujer ha sido sometida a una mastectomía. El desafío entonces es lograr que este cuerpo –con y sin senos–, pueda abrirse a lo placentero y que las mujeres sean capaces de decidir qué hacer con sus cuerpos y con sus deseos. “El cuerpo debiese ser el primer territorio de ciudadanía donde puedo ejercer toda mi posibilidad de derecho a educarme, comer, convivir, relacionarme con otros, sentir placer, etc. Y por el contrario, se ha transformado en el primer territorio de dominio, donde todo el tiempo nos están diciendo qué hacer, qué sentir y cómo hacerlo”, aclara la directora de CIEG.
Los ideales de belleza, capacidad reproductiva y placer erótico, así como el ejercicio de la sexualidad, lejos de circunscribirse a la esfera privada, son temas de interés masivo, que competen a las diferentes instancias del poder público. Entender los contextos en los que las personas se entregan a interacciones amorosas o sexuales es fundamental para el impulso de políticas destinadas a respetar y garantizar una menor vulnerabilidad de las personas en lo que concierne a la integridad de sus cuerpos o a su capacidad de decidir.
Cuando se habla de estos temas en términos de calidad de vida y de calidades emocionales también se está hablando de libertades. “Creo que hay que darle lugar en el discurso político a que las construcciones de belleza y corporales se realicen desde otros lugares. Uno puede partir del caso de Angelina Jolie, pero creo que hay que dar una reflexión más profunda”, concluye Franch.
En su libro El género en disputa: el feminismo y la subversión de la identidad (1990), Judith Butler parte del famoso postulado de Simone de Beauvoir, que no se nace mujer sino que se llega a serlo, para formular su tesis sobre el género como acto performativo. De acuerdo con la filósofa norteamericana, los sujetos encarnan ideales históricos de masculinidad y feminidad y es su iteración lo que otorga apariencia de estabilidad y naturalidad al género. Sobre esta base podría pensarse que el sufrimiento de las mujeres con mastectomía por la pérdida de un órgano tiene que ver con la dificultad de ‘representar’ adecuadamente una norma de género anclada en el cuerpo.
Carolina Franch, antropóloga social y directora del Centro Interdisciplinario de Estudios de Género (CIEG), señala el carácter excluyente de una norma corporal vinculada a valores racistas. Rige un modelo de delgadez, altura, colores de pelo y piel que, para ser alcanzados, requieren de un alto costo físico y emocional. Para la profesional, la estética se constituye en referente del placer visual como promesa de acceso a los valores de la cultura occidental.
Ejemplos de ello son las cirugías que se practican las mujeres judías para reducir el tamaño de sus narices y “pasar” así por mujeres arias; las blefaroplastias estéticas a las que acuden mujeres asiáticas con el fin de "occidentalizar” sus párpados; así como los tratamientos de blanqueamiento de piel, como fue abordado en otro reportaje del CLAM.
La antropóloga aclara que si bien el ser mujer no es algo que resida sólo en algunas partes del cuerpo de las personas, “es cierto que cuando nos sacan un órgano algo le pasa a nuestro cuerpo y a nuestro imaginario sobre el mismo, que pasa de verse completo a incompleto”. Explica que la construcción moderna del cuerpo ha privilegiado los pechos y el útero como símbolos de feminidad, entre otras posibilidades. “En la publicidad son los pechos; en lo médico es el útero”, explica la experta, y cuestiona que si bien el útero es necesario para la procreación, en las histerectomías se vean comprometidos la feminidad y el placer.
Si la difusión del caso Jolie revela cómo los discursos hegemónicos de belleza sujetan la autoimagen corporal de las mujeres; al mismo tiempo permite cuestionar que la feminidad de las mujeres se vea determinada por la posesión y características de determinados órganos, formas y volúmenes.
Son conocidas las historias de mujeres que deformaron sus pies para ajustarse al modelo de atractivo sexual en China, donde los pies debían ser pequeños y asemejar flores de loto. En Japón la región femenina que concita interés sexual es la nuca y en algunas partes de África, las nalgas. En Occidente los pechos han ido renovando, desde la era moderna, su lugar de ícono femenino por excelencia.
En su libro Historia del pecho, Marilyn Yalomen describe tres vectores a partir de los cuales, privilegiando la perspectiva masculina, el pecho femenino ha sido representado en Occidente: el “pecho erótico” como referencia al placer y campo de juegos de los deseos masculinos; el “pecho nutritivo” de la función materna; y el “pecho patológico”, destructor de la vida.
En una investigación sobre las implicancias de la mastectomía en mujeres chilenas, Jimena Silva Segovia, Leyla Méndez Caro, Beatriz Pereira Cuitiño y Eileen Flores Hernández analizaron los efectos de la pérdida del ‘pecho erótico’. El estudio chileno reveló un quiebre con respecto a las posibilidades de placer, erotismo y seducción. Con posterioridad a la mastectomía, constató la investigación, con frecuencia las mujeres entrevistadas hablaron de la sensación de quedar en un lugar de “mujeres deserotizadas”, cuyo cuerpo no sería objeto de miradas deseosas, por lo tanto no “merecedoras de experimentar placer”. Ciertas “prácticas de ocultamiento del cuerpo eclipsan en ellas el disfrute y goce en el encuentro con el otro”, consignaron las autoras.
Desde el campo de la salud, Sílvio Éder Dias da Silva y colegas, de la Universidad Federal del Pará, abordaron las implicancias de la mastectomía con relación al autocuidado. Para ellos, el adquirir una enfermedad que elimina los senos atenta contra la posibilidad de “simbolización de la mujer como hembra”. La extirpación de la mama, suele provocar “en las mujeres una sensación de mutilación y una conmoción […] en la imagen corporal”, similar al “proceso de elaboración de duelo”, precisan los investigadores.
La imagen de un “cuerpo mutilado” fuera de los cánones de belleza impuestos del cuerpo perfecto, se repite en los testimonios de ambos estudios. Algunas de las mujeres contaron que después de la operación, por vergüenza, dejaron de mirarse en el espejo.
La imagen de la mujer como madre también se ve afectada por estas cirugías. En ambas investigaciones emerge la representación social de los pechos como símbolo de la fertilidad. Las mamas están relacionadas con la capacidad de amamantar y la maternidad. Es el “pecho nutritivo” referido a la función materna que describe Yalomen.
Las investigadoras chilenas señalan que, frente a ese vacío simbólico, es frecuente que surja la necesidad de validar el ser mujer. Se observó de este modo entre las entrevistadas la exacerbación de un “ser para otros compensatorio”, evidente en la intensificación del rol de madre frente a una autoimagen corporal femenina decaída. Este rol les permite recuperar reconocimiento como sujetos que han perdido atributos, belleza y salud. La publicación enfatiza que la díada “mujer/madre hace referencia a un ser mujer construido desde [la] función reproductiva, [que da especial valor a] la entrega a otros/as, [y que se traduce] en ternura, abnegación y sacrificio”.
La investigación brasileña, por su parte, reveló la importancia del papel de los senos como órgano con relación a la lactancia materna. “[Al amamantar,] el pecho es la enfermera de nuestros hijos”, consigna una de las entrevistadas.
Pero los hallazgos del equipo paraense también contribuyen a complejizar el compromiso de ideales de belleza en estos procesos. La pérdida del cabello efecto de los tratamientos de radioterapia y quimioterapia es otra preocupación femenina. El pelo largo y hermoso de las mujeres es signo de salud y belleza. “El peor momento para mí fue cuando empezó a caerse el pelo. Después de la radioterapia mi cabello comenzó a caerse a los 15 días…, entonces entré en pánico. Lloré y me retiré. Casi caigo en depresión”, reveló una de las entrevistadas. “La pérdida de cabello social es más difícil de ocultar, incluso cuando se utilizan dispositivos para mejorar la imagen corporal, como bufandas o pelucas”, señalan los investigadores brasileños. Muchas veces estos accesorios realzan los efectos de la enfermedad y facilitan que el sujeto afectado sea reconocido como enfermo de cáncer. Sumado a ello, los tratamientos pueden provocar menstruación irregular e infertilidad, lo que debilita aún más la identidad femenina.
En los casos de cáncer de mama se suma otra imagen, la de receptáculo de enfermedad y muerte. A las representaciones deficitarias con respecto al erotismo y la maternidad se acopla lo que Yalomen llamó “pecho patológico”, como destructor de la vida. El estudio chileno revela la complicidad de los modelos médicos clásicos, junto con los medios de comunicación y el mercado, que “cultivan discursos que sobrevaloran la juventud, soslayando las transformaciones asociadas al paso del tiempo y las degradaciones del cuerpo”. Estas dinámicas contribuyen a la segregación entre cuerpo sano y cuerpo enfermo, que “recaen con fuerza sobre el cuerpo femenino intervenido por el cáncer mamario”, precisa el estudio.
Cuerpos y placeres fragmentados
El lugar privilegiado de los senos como símbolo erótico en Occidente ha conducido a una atomización de los cuerpos, afirma la antropóloga Carolina Franch. La experta señala que en nuestra sociedad, la construcción del cuerpo y el deseo varía en hombres y mujeres, no obstante, comparten como rasgo común la marcada fragmentación de los mismos. Esto conlleva a que “en términos de identidad me voy construyendo en zonas y no completamente. Entonces, me pierdo. Y al final, cuando me miro a un espejo, no me puedo reconocer en la completitud de lo que significo yo y mi cuerpo, yo y mi sexualidad”, explica. Lo paradójico, señala la experta, es que pese a que nuestra sociedad cuenta con una diversidad de insumos para hacerlo, “hemos reducido nuestra sexualidad a una anatomía muy acotada”.
A la par de esta fragmentación ha tenido lugar una normalización del deseo de hombres y mujeres, que como a una “especie de robot”, se les indica en qué zona deben sentir placer y cómo, indica Franch. “El placer se experimenta al entender que tengo un cuerpo completo que se mueve y que siente. La sexualidad es el desborde, pero hoy, contrariamente, vemos una sexualidad estructurada, ordenada y acotada”, advierte.
Los franceses hablaban de la relación sexual como una ‘pequeña muerte’, donde residen el caos y el eros. Y es ese espacio el que se quiere ordenar. A juicio de la experta, la forma en la que se ha definido el erotismo actualmente es vacía, ya que en lo profundo no existe placer ni goce genuino. “Creo que nuestros cuerpos han sido muy maltratados y la explosión contemporánea de erotización se queda sólo en el envoltorio, está carente de contenido”, afirma.
Relegadas al lugar de objeto de deseo, las mujeres se ven obligadas a cumplir con estándares de belleza impuestos para ser queridas, valoradas y deseadas por otro; realidad que no se cumple cuando la mujer ha sido sometida a una mastectomía. El desafío entonces es lograr que este cuerpo –con y sin senos–, pueda abrirse a lo placentero y que las mujeres sean capaces de decidir qué hacer con sus cuerpos y con sus deseos. “El cuerpo debiese ser el primer territorio de ciudadanía donde puedo ejercer toda mi posibilidad de derecho a educarme, comer, convivir, relacionarme con otros, sentir placer, etc. Y por el contrario, se ha transformado en el primer territorio de dominio, donde todo el tiempo nos están diciendo qué hacer, qué sentir y cómo hacerlo”, aclara la directora de CIEG.
Los ideales de belleza, capacidad reproductiva y placer erótico, así como el ejercicio de la sexualidad, lejos de circunscribirse a la esfera privada, son temas de interés masivo, que competen a las diferentes instancias del poder público. Entender los contextos en los que las personas se entregan a interacciones amorosas o sexuales es fundamental para el impulso de políticas destinadas a respetar y garantizar una menor vulnerabilidad de las personas en lo que concierne a la integridad de sus cuerpos o a su capacidad de decidir.
Cuando se habla de estos temas en términos de calidad de vida y de calidades emocionales también se está hablando de libertades. “Creo que hay que darle lugar en el discurso político a que las construcciones de belleza y corporales se realicen desde otros lugares. Uno puede partir del caso de Angelina Jolie, pero creo que hay que dar una reflexión más profunda”, concluye Franch.
Por Pilar Pezoa Navarro
Fuente: Clam