Las mujeres afro de Colombia en busca de justicia.
Charo Mina-Rojas, 53 años de edad, es la Coordinadora Nacional de Cabildeo del Proceso de Comunidades Negras (PCN) en Colombia. Crédito: ONU Mujeres
Crecí en una comunidad afrodescendiente en Cali, Colombia, rodeada de mujeres fuertes y capaces. Sin embargo, los hombres dictaban sobre sus vidas lo que estaba bien o mal.
Cuenta su historia en primera persona Charo Mina-Rojas, quien ha trabajado por varios años para educar a las comunidades afrodescendientes de Colombia sobre la Ley 70 de 1993, que reconoce sus derechos culturales, territoriales y políticos.
Las mujeres afrodescendientes como yo, sigue, enfrentamos una doble discriminación, por nuestra raza y género, y una discriminación adicional, por la pobreza. En la escuela, recibía miradas de desprecio de algunas personas, mientras que otras eran sobreprotectoras, como si no pudiera lograr nada por mí misma. Más tarde, en mi vida, la discriminación continuó, y cuando trabajaba en el Ministerio, quienes eran asistentes rara vez me apoyaban.
Además de estas formas sutiles de discriminación, muchas de las aproximadamente 5 millones de personas afrodescendientes en Colombia viven en áreas afectadas por la violencia. Las mujeres son vistas como objetos sexuales; la violencia doméstica y sexual va en aumento.
El espacio que han dejado vacante los grupos rebeldes desde el acuerdo de paz está siendo ocupado por otros grupos armados, forzando a las personas a dejar sus hogares. La violencia sexual, secuestros y tortura están siendo utilizados como armas políticas, y están afectando a niñas y mujeres, a veces incluso a bebés. La violencia crea un estigma terrible para las mujeres.
También sufrimos de violencia económica, ambiental y cultural. Por ejemplo, las políticas económicas neoliberales que no corresponden con nuestras tradiciones están siendo impuestas en nuestras comunidades, y esto no fue discutido en lo absoluto durante las negociaciones de paz.
Las mujeres afrodescendientes no estuvimos en la mesa de las negociaciones desde el principio, pero al final logramos incluir un capítulo específico sobre perspectiva étnica.
¿Pienso que el acuerdo de paz será implementado? Yo creo que sí. Pero necesita ser implementado de una manera en la que reconozca la diversidad de la gente colombiana y de las mujeres, y que respete sus derechos. Esto significa proveerles de acceso a la tierra y a la propiedad que puedan usar de acuerdo a sus propias prácticas culturales y tradiciones, y consultando a las comunidades locales antes de que los proyectos de infraestructura sean desarrollados.
Siguiendo el histórico acuerdo de paz que puso fin al conflicto de más de 50 años entre el Gobierno de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), Mina-Rojas aboga por la justicia e igualdad para las mujeres afrodescendientes del país.
Remedios Pinto y su ruta del cacao
Nuestra travesía, que no es solo mía o la de mi familia, sino la de mi pueblo, viene desde muy atrás y comienza con la historia oral que nos han dejado nuestros ancestros y que es fielmente resguardada en las familias generalmente por nosotras donde lo más importante surge a partir del respeto: a nuestra cultura, a la vida comunitaria y a la naturaleza.
La productora de cacao colombiana Remedios Pinto en plena faena
Desde niña yo, Remedios Pinto, soñé con salir adelante y con las enseñanzas de mi abuela, mi madre y las tías. Aquí estoy, recuerdo el tiempo de recolectar cacao, coca o cítricos con mis hermanas, yo sabía muy poco, aprendí con el tiempo y así me hice parte de mi espacio, mi Yungas.
Para entonces el mejor remedio, el mejor desayuno y lo más reconfortante durante el día era tomarse una taza de chocolate con agua, calientito… El tiempo pasó y la demanda de cacao se mantuvo hasta mediados de 1980. El cacao se quedaba en la comunidad, pero con la aparición de las grandes cooperativas esa situación cambió: Se aumentó la producción y quedaba muy poco para el uso diario o para la pequeña empresa.
Una de las más grandes cooperativas de la región logró adquirir y llevarse la totalidad de la producción, los productores ahora están vetados de vender cacao a pequeñas empresas, a riesgo de perder el contrato con la cooperativa.
Tengo cuatro hermanas y cuatro hijas, y dadas las dificultades para mantener económicamente a la familia, muchas de nosotras tuvimos que migrar a las ciudades. En esta aventura, yo escogí Cochabamba. Al principio fue un caos y sentí de cerca la discriminación, fue difícil porque no conseguía un trabajo estable y porque la gente no conocía a los afros.
Estaba sola con mis cuatros hijas y debía mantenerlas. Fue entonces que hace como quince años fundamos con la familia una microempresa de transformación de cacao. Empezamos con poco porque teníamos que comprar el cacao a escondidas de la cooperativa.
Con el tiempo y el duro trabajo, nuestro chocolate Silverias, en memoria de mi mamita, hemos llegado hasta una feria internacional. Toda la familia trabaja: tías primas, sobrinas, hijas y todas sabemos hacer de todo un poco, desde la producción hasta la venta.
Para lo primero recolectamos de la comunidad pequeñas cantidades, producidas una o dos veces al año, separamos las habas y realizamos la fermentación, secado, tostado y molienda, todo está hecho artesanalmente.
Para la venta antes hacíamos bolas, lo más tradicional, pero por lo delicado del chocolate decidimos hacer tabletas empaquetadas en hojas de plátano. Esto nos permite exportar el producto a ciudades y ferias.
Empezar fue duro, pero con el tiempo la venta se incrementó. Por su sabor y calidad, pero sobre todo porque la venta es un espacio de trueque de aprendizajes: el comprador aprende un poco de nuestra cultura y yo aprendo y me empodero, sabiendo que cada mujer puede crear la capacidad y la fortaleza de salir adelante por sí misma, por su familia, por su comunidad, y cuidando la naturaleza.
Mi lucha es de cada día y cada mujer puede tener esta oportunidad si busca sus raíces, que tal vez no se ven, pero se sienten y se huelen estas características únicas que me permiten seguir adelante, no sólo ante la discriminación racial e histórica de nuestro pueblo, sino por todas las mujeres.
Ser mujer negra significa estar conectada con tu espacio, tus raíces, tu tierra y con tu comunidad. Soy orgullosa de ser afroboliviana.
Invisibles nunca más
Las desigualdades que todavía pesan sobre las vidas de las mujeres afrodescendientes son producto de siglos de abusos y exclusión. Tanto es así que, en el imaginario social actual, se las suele asociar con la pobreza, la falta de instrucción y la incapacidad de inserción en el mundo laboral.
En otros escenarios, igual de violentos, las mujeres afro simplemente no existen. Ni en las estadísticas ni en los países ni en las regiones donde residen.
Vanilda Vital y su hija Daiane, productoras de café en el distrito de Ferreiras, estado de Minas Gerais, en Brasil. Crédito: Vanilda Vital
Pero no se trata de un destino ya escrito.
Porque las mujeres afrodescendientes de América Latina, aunque continúan siendo vulneradas por diversos mecanismos de opresión y discriminación, llevan en sus luchas cotidianas las lecciones de la historia y una inmensa riqueza cultural y ancestral.
De esta forma, las organizaciones de mujeres afrodescendientes tienen una voz propia y se rebelan contra las injusticias y desigualdades en el campo y la ciudad.
De acuerdo con la CEPAL, durante las últimas décadas, la lucha de los movimientos afrodescendientes y de mujeres afrodescendientes, ha impulsado la generación de institucionalidad estatal con presupuestos públicos para la promoción de la igualdad racial en 14 países de América Latina.
Sin embargo, en algunos casos estos mecanismos tienen un carácter casi simbólico. En ocasiones no llegan a funcionar de forma oficial y algunos otros que lo hacen, no logran constituirse efectivamente como autoridades sociales ni reúnen las condiciones para influir sobre las políticas.
Incluso, algunas de estas instancias no cuentan con la presencia de mujeres afrodescendientes en sus directivas, lo que pone en duda su legitimidad.
Por ésta y muchas otras razones, las voces de las mujeres afro, tan diversas como lo son los países de América Latina y el Caribe, coinciden en un mensaje urgente a lo largo y ancho de la región:
Ahora es el momento de visibilizar el rol fundamental que las mujeres afro han tenido en distintos procesos de conformación nacional. Y también es el momento de que ocupen el espacio que les corresponde en el camino hacia el desarrollo sostenible.
Ocultas entre números y folios
Conocer la cantidad de personas afrodescendientes en América Latina continúa siendo un desafío: Resulta difícil dar una cifra acertada debido a los problemas relacionados con la identificación étnico-racial en las fuentes de datos, que van desde la falta de inclusión de preguntas pertinentes hasta la calidad de la información recogida.
Luiza Cavalcante, mujer afrobrasileña. Tracunhaém, estado de Pernambuco, Brasil. Crédito: Luiza Cavalcant
- El desarrollo de información estadística en cantidad y calidad sobre personas afrodescendientes en la región es una deuda de los Estados que impide el avance de políticas públicas de igualdad, en particular de igualdad de género.
- 130 millones de personas afrodescendientes vivían en la región hasta 2015, según una estimación, mínima, a partir de la última ronda censal de 16 países de América Latina.
- El incipiente avance en la producción estadística sobre mujeres negras y afrodescendientes ha sido resultado de movilizaciones en denuncia de la discriminación y negación cultural que implica la invisibilidad estadística.
- Sólo recientemente, y de manera lenta y heterogénea, la variable étnico-racial se ha ido incorporando a las estadísticas nacionales de los distintos países, tanto en los censos de población como en las encuestas de hogares y registros administrativos.
- Debido a la discriminación racial existente, en los censos y encuestas las personas afrodescendientes pueden no declararse como tales, lo que genera un subregistro de esta población.
Fuente: CEPAL. 2018. Mujeres afrodescendientes en América Latina y el Caribe: Deudas de igualdad.
Qué sigan sonando las voces
Como señala la CEPAL, contar con estadísticas sistemáticas y confiables sobre la población afrodescendiente y, en especial, sobre las mujeres afrodescendientes, es de extrema importancia, no sólo para posibilitar un mejor conocimiento de la realidad social latinoamericana, sino principalmente para contribuir a una mejor formulación e implementación de políticas públicas que, desde una perspectiva de derechos, permitan avanzar en la lucha contra el racismo y la discriminación racial hacia un horizonte de desarrollo con igualdad.
Mientras tanto, las mujeres afro se siguen movilizando y levantan la voz ante las injusticias.
Tal es el caso de la Red de Mujeres Afrolatinoamericanas, Afrocaribeñas y de la Diáspora, un espacio de articulación y empoderamiento que, desde su trinchera, busca aportar a la construcción de sociedades democráticas, equitativas, justas, multiculturales, libres de racismo, sexismo y de exclusión.
Al final, las mujeres afro, al igual que las mujeres indígenas y rurales tienen un mensaje simple y profundo para la sociedad, los gobiernos y los organismos internacionales: Nada sobre nosotras, sin nosotras.
Este artículo fue publicado originalmente por la Oficina Regional de la FAO para América Latina y el Caribe, en el marco de la campaña regional #MujeresRurales, mujeres con derechos. IPS lo distribuye por un acuerdo especial de difusión con esta oficina regional de la FAO.