agosto 13, 2019

Maquillaje y apartheid de género en Arabia Saudita

La nueva legislación saudí al fin permite viajar a las mujeres sin permiso de su tutor. La politóloga Carolina Bracco, Maestra y Doctora en Culturas Árabe y Hebrea, describe como "el movimiento por los derechos de las mujeres saudíes —pequeño y limitado como es— ha demostrado ser el actor político más organizado y ha dejado en evidencia el fracaso del modelo saudí".

Fotos:MS SAFAA

Desde el ascenso del príncipe Muhammad Bin Salman a las altas esferas del poder, se comenzaron a tomar nuevas medidas en pos de la expansión de derechos para las mujeres enmarcadas en el proyecto “2030”, año para el cual se espera aumentar la fuerza de trabajo femenina en el reino. 

El ingreso de las saudíes al mercado laboral data de la década del 60, predominantemente en los sectores de servicio social y educación. La tasa fue aumentando con el ingreso a las universidades y llegó a ser casi del 40% en medicina, enfermería y farmacia. Las cifras son mucho más altas que el resto de los países del Golfo. Sin embargo ocultan que, dado el sistema de segregación de género vigente en el país, sólo una médica puede atender a una mujer y sólo una profesora puede estar al frente de una clase de niñas. 

Este sistema se volvió especialmente riguroso en la década del 80 y se consolidó a partir de dos elementos: la figura del tutor legal y la obligatoriedad del uso del velo. El sistema de tutelaje masculino implica que todas las saudíes tienen un guardián legal o tutor que decide sobre los aspectos cruciales de su vida. Bajo este artilugio legal discriminatorio, las mujeres del reino son tratadas desde su nacimiento hasta su muerte como menores de edad. A este sistema de segregación la feminista egipcia Mona El Tahawy lo llama con razón “apartheid de género”.

Ambas imposiciones, que limitan terriblemente la vida de las mujeres, fueron la reacción de un régimen totalitario a una serie de acontecimientos políticos internos y externos que desafiaron su poder. Entre los más significativos se destacan dos sucesos ocurridos en 1979: la toma por parte de un grupo extremista de La Meca –lugar santo del islam bajo la custodia de los Saud- y el triunfo de la revolución islámica de Irán. 

En la década del 90, en el contexto de la segunda Guerra del Golfo el reino sufrió nuevamente un fuerte cuestionamiento interno y externo por permitir la presencia de tropas extranjeras en territorio sagrado musulmán. Para recuperar la legitimidad perdida, se reforzó el control masculino sobre las mujeres. Nuevas políticas restrictivas y de conducta en público se impusieron a la población femenina, entre ellas la prohibición de conducir. Para justificar la medida, se sostenía que manejar “degrada la dignidad de las mujeres” o “es malo para sus ovarios” y otros argumentos igual de bizarros con los que seguramente se sentiría identificado el titular de la UTA de Rosario que manifestó el año pasado que “la mujer no está preparada para manejar un colectivo”. Ni Saddam Hussein se atrevió a tanto. El líder iraquí era conocido por su política de incorporación de las mujeres a la fuerza de trabajo y en su país llegó a haber ingenieras y camioneras. ¿Era Saddam Hussein feminista? Claro que no, más bien tenía el mismo proyecto del príncipe Muhammad Bin Salam; incorporar a las mujeres a la fuerza de trabajo para no depender del trabajo extranjero. 

Las autoridades saudíes han utilizado una y otra vez los derechos de las mujeres para satisfacer sus fines políticos y para mostrarse como promotoras del desarrollo y el progreso o para ganar legitimidad a nivel internacional. En pos de este objetivo y el de mostrarse como el gran modernizador del reino –y no hay nada más moderno que conceder derechos a las mujeres- es que el príncipe viene impulsando desde el año pasado una serie de medidas largamente demandadas por las activistas saudíes. 

Entre las primeras concesiones, el año pasado se levantó la restricción que prohibía a las mujeres asistir a los partidos de fútbol y conducir. La semana pasada fue el turno del decreto real de la anulación de la restricción que no les permitía viajar sin el permiso de su guardián legal. Si bien a primera vista estas medidas en su conjunto pueden ser vistas como una ampliación de libertades, tienen un claro carácter clasista, ya que están dirigidas aquellas que ya gozan de privilegios. 

Las reglas que aún existen –y que definen las posibilidades reales de las mujeres- son la necesidad del permiso para casarse, trabajar, vivir solas, salir de la cárcel o de instituciones sanitarias. Una mujer que está en un refugio víctima de violencia doméstica o encerrada en las llamadas “casas de protección” (Dar al Reaya) donde se vive en condiciones infra-humanas debe conseguir que su guardián legal (probablemente su abusador; padre o marido) firme un permiso para poder salir. 

Pero hay más: las activistas que han estado luchando estos últimos años por estos y otros derechos para las saudíes y que son las verdaderas responsables de estos logros no pueden celebrar los anuncios y medidas ya que están presas o fuera del país. Este es el caso de Lujain Hathoul, una de las feministas que más luchó por el derecho a conducir para las saudíes y actualmente es víctima de torturas físicas y psicológicas en la cárcel. Entre las que escaparon a están la periodista Omaina Al Najjar y la artista Safaa Hassanein, autora del diseño que ilustra la portada de esta nota. Cada una de ellas tiene una historia de lucha tan fervorosa como silenciada. 

El movimiento por los derechos de las mujeres saudíes —pequeño y limitado como es— ha demostrado ser el actor político más organizado y ha dejado en evidencia el fracaso del modelo saudí. Hacia adentro logrando sus objetivos e instalando el discurso de la demanda de los derechos humanos; hacia afuera tejiendo redes con activistas de otros países que están recibiendo a las que buscan asilo y haciendo campaña por la liberación de las presas. Gracias a esas campañas, algunas, como Hatoon al Fassi, han sido liberadas. 

La persistencia de estas mujeres que se enfrentan a la cárcel, la tortura y la muerte debe ser un ejemplo no de sumisión como suele presentarse en los medios occidentales, sino de resiliencia, fortaleza y convicción. La reivindicación es una sola: “Yo soy mi propia guardiana” como declama la imagen de Safaa. Este grito, que sale de las cárceles, los aeropuertos, las redes sociales y se expande como la pólvora por todo el reino no podrá ser acallado con tibias concesiones que como hilos invisibles tejen el ropaje del rey Saud.

Fuente: Latfem

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