Hace cinco días recordábamos que el 14 de julio se convirtió en la jornada nacional de Francia y explicábamos la necesidad que tienen los estados de organizar conmemoraciones simbólicas para preservar su existencia, dotarse de sentido y demostrar que tienen historia. Como si esto garantizara su pervivencia de manera eterna.

Maniestación feminista contra la ley trans.

Uno de los problemas que tienen los movimientos alternativos es que, al no disfrutar de estructuras de poder oficial, es muy difícil que se conozca su historia. Esto a veces da la sensación de que surgen de la nada. Actualmente ocurre con el feminismo. Muchos creen que es algo reciente y se atreven a reducirlo a una moda pasajera. Esta percepción sería completamente diferente si se conocieran fechas como la de hoy, que tienen un lugar de honor en el calendario de la lucha feminista. El 19 y el 20 de julio de 1848, en la localidad norteamericana de Seneca Falls, se celebró la primera convención de los derechos de las mujeres.

Todo comenzó ocho años antes. Cuando Lucretia Coffin Mott y Elizabeth Cady Stanton fueron excluidas de la Convención Mundial Anti-Esclavista, celebrada en Londres en 1840. Según los organizadores, la presencia femenina podía provocar que los gobiernos no les tomaran en serio. Tras las presiones de una parte de la delegación norteamericana, se dio permiso para que las mujeres asistieran solo como oyentes.

Se repetía lo que había pasado al principio del movimiento abolicionista de EEUU, cuando no se dejaba que las mujeres formaran parte de las asociaciones. Esto hizo que ellas fundaran sus propias entidades, que se demostraron más eficientes que las masculinas por su capacidad de movilización. Finalmente, la American Antislavery Society las incorporó, sobre todo porque aceptaban ocuparse de las tareas más tediosas.

Entre las líderes más destacadas estaba Mott, fundadora de la asociación de Filadelfia, y que se había ganado el respeto de sus compañeros de lucha. Por eso le habían reservado un lugar destacado en el encuentro de Londres, pero por culpa de la discriminación de las mujeres no pudo intervenir.

Ni Mott ni Stanton olvidaron el humillante episodio inglés. En 1848 se reunieron con otras activistas y, a través de un anuncio en el Seneca County Courier, convocaron a quien estuviera interesado en el papel de la mujer en la sociedad para encontrarse en la iglesia metodista de la localidad los días 19 y 20 de julio. La propuesta fue recibida con entusiasmo y hubo 300 inscripciones: 260 mujeres y 40 hombres.

Como conclusión de aquellas jornadas redactaron la Declaración de Sentimientos y Resoluciones, imitando el formato de la declaración de independencia del EEUU, que tenía como principio fundamental la igualdad entre los hombres. Ellas defendían que esta igualdad también era entre hombres y mujeres. Entre sus reclamaciones estaban la igualdad al derecho a la educación, el acceso a las profesiones, en el seno de las relaciones matrimoniales... reclamaban también que las mujeres pudieran tener la custodia de los hijos, hablar en público, poseer propiedades privadas a su nombre, firmar contratos y testificar en un juicio. Cosas que hasta ese momento les estaban vetadas.

Tensar la cuerda

Todos estos puntos fueron acordados unánimemente. Lo único que generó debate fue el derecho al voto. Solo fue apoyado por 68 mujeres y 32 hombres de los 40 que había. Las contrarias temían tensar la cuerda y que fuera visto como una demanda radical por la opinión pública.

Ahora bien, la prensa no necesitaba la cuestión del voto para atacar la Convención de Seneca Falls. Ridiculizaron el encuentro y criticaron la declaración, acusándola de deshonrar la Declaración de Independencia. La presión fue tan grande que 100 personas retiraron su firma.

Sin embargo, la semilla ya estaba plantada y se organizaron encuentros en otros puntos del país. La lucha fue larga y culminó en 1920, cuando se reconoció el derecho al voto de las mujeres en EEUU. Como decía el pensador Séneca, «no nos atrevemos a muchas cosas porque son difíciles, pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas».

Xavier Carmaniu Mainadé
Fuente: El Día.es