Kristen Ghodsee: “El capitalismo no respeta a las madres, pero nos necesita, ¿quién va a comprar iPhone si dejamos de tener bebés?”
La antropóloga estadounidense Kristen Ghodsee nos propone un análisis sobre lo nocivo que es el capitalismo para las mujeres bajo una premisa clara y directa: gozamos más del sexo bajo el socialismo.
Esta entrevista con Kristen Ghodsee (Estados Unidos, 1970) se ha retrasado dos años. Su libro fue publicado en 2019 y la pandemia imposibilitó una conversación que muchos periodistas esperábamos con ansias. Y no es para menos, con el título que puso a su libro: Por qué las mujeres disfrutan más del sexo bajo el socialismo (Capitán Swing). Tras esta premisa provocativa se halla una defensa de cómo el capitalismo, en pocas palabras, nos chupa la sangre. Y las ganas de tener sexo, también. Una relación sexual esconde muchas cosas: más allá del placer, puede ser la antesala a una maternidad (querida o desastrosa, según para quién), puede ser una moneda de cambio, de chantaje o el billete hacia un matrimonio oneroso que nos sacará de la pobreza. El sexo es muchas cosas y el capitalismo lo sabe. Por eso se mete en la cama con nosotras.
La primera pregunta es un poco obvia, pero obligada. El título del libro es Por qué las mujeres disfrutan más del sexo bajo el socialismo. ¿Es esta una manera más larga y atractiva de decir que el capitalismo es nefasto para nosotras?
Exacto. Lo primero que hay que decir es que el título no es mío. Publiqué un artículo en el New York Times y lo titularon así. Y cuando me propusieron hacer el libro, me pidieron conservar el título. Básicamente, lo que cuento es que el capitalismo es muy malo para nuestras relaciones personales y es así porque cada interacción es algo de lo que el capitalismo quiere sacar dinero. Y creo que cuando una relación, ya sea con compañeros, hermanos, madres, padres, parejas o hijos se convierte en algo comercializable, se reduce la calidad de esta relación.
Uno de los capítulos del libro se titula Mujeres, igual que los hombres, pero más baratas. En los últimos siglos el capitalismo ha desarrollado la necesidad de que las mujeres trabajemos. Podría pensarse que este trabajo nos haría más independientes, que es lo que dices en el libro que necesitamos. Pero somos más baratas. ¿Por qué?
Esto se llama “discriminación estadística”. Cuando un empleador busca a un trabajador, nunca tiene información sobre cuán productivo será. Así que se fija en los promedios. Y las mujeres somos más propensas a dejar el mercado laboral porque tenemos responsabilidades en los hogares. Por eso, generalmente, las mujeres somos trabajadoras menos confiables que los hombres, así que si se tiene que escoger entre un hombre y una mujer, la única razón para contratarla a ella es porque es más barata.
Tenemos un problema estructural en las sociedades capitalistas y de mercado libre, porque crean incentivos para que las mujeres dejen sus trabajos. Cuando una pareja heterosexual tiene un bebé, las 16 semanas de baja por maternidad no son suficientes. Alguien tiene que quedarse en casa o reducir sus horas de trabajo. ¿Quién va a ser? Pues la persona que cobra menos. Así que, cada vez que dejamos un trabajo, reforzamos el estereotipo de que somos menos confiables y, por ende, nos seguirán pagando menos. Es un círculo imposible de romper bajo el capitalismo.
Claro que había machismo en la URSS, pero las mujeres tenían más independencia económica y no tenían que casarse por dinero
¿Esto no era así bajo el socialismo soviético?
No. A las mujeres se les daba entre uno y dos años enteros de baja por maternidad. Y, después de eso, se les garantizaba acceso a una guardería pública. Las mujeres tenían hijos muy jóvenes: ellas estudiaban y, cuando al bebé le tocaba ir a la guardería, ellas entraban al mercado laboral. Como no hablamos de un mercado capitalista, los empleadores contrataban mujeres por estar cualificadas, no por ser más baratas. Claro que en estos países había machismo y discriminación contra la mujer. Y todavía existe. Pero era mucho menor: las mujeres tenían mucha más independencia económica y no tenían que casarse por dinero, algo que pasa todo el tiempo en Estados Unidos.
En 2011, Roy Baumeister, padre de la teoría de la economía sexual, publicó un artículo que tituló ¿Por qué los hombres pagan la cena?. Has dicho en alguna ocasión que no estás completamente de acuerdo con esta teoría. ¿Cuál es la diferencia entre lo que dice Baumeister y lo que dices tú?
Creo que es una teoría muy específica para el capitalismo y tiene problemas desde el punto de vista sociológico y psicológico, porque confía en la premisa de que a las mujeres les gusta menos el sexo que a los hombres. Pero, de hecho, sabemos que en sociedades en que a las mujeres no se las estigmatiza por disfrutar del sexo, tienen mucho más deseo que en aquellos países como Estados Unidos, España o Italia, en los que se premia llegar virgen al matrimonio.
Países católicos.
Sí, o con sociedades muy patriarcales. En estos casos, Baumeister tiene razón: allí a las mujeres les gusta menos el sexo. Pero cuando tienen libertad para acceder a la educación y a un buen trabajo, el precio del sexo es muy bajo. Las mujeres que no tienen estas oportunidades ni derechos, pagan un precio muy alto por el sexo: el matrimonio. Es la única manera que tienen de mantenerse porque lo único que tienen para comerciar es su virginidad y su sexualidad. El capitalismo comercia con la sexualidad de las mujeres y esto afecta a cómo concebimos el sexo. Se ha descubierto que en países socialistas como Suecia las mujeres no solo tienen más sexo, sino que empiezan a edades más tempranas y tienen más parejas.
Nos estamos centrando en cuestiones económicas, pero ¿qué papel tienen las políticas conservadoras en la sexualidad de la mujer? Cuando te dicen que tienes que mantenerte virgen, no piensas en el sexo como un bien de mercado, sino que te remites a la moral. ¿Qué pasaba en los países soviéticos conservadores?
¿Como Polonia? Este es uno de los ejemplos más interesantes. Las mujeres polacas tenían una de las mejores educaciones sexuales del mundo. El aborto fue legal hasta 1999. El partido comunista fue capaz de resistir el peso de la Iglesia Católica y consiguió dotar de independencia a las mujeres aunque siguiera siendo un país muy conservador, con roles de género muy marcados. Actualmente, muchas de mis colegas polacas escriben artículos sobre algo que mucha gente creería inviable: sus madres y abuelas tenían mucha más libertad bajo el socialismo que ellas bajo una democracia.
¿Como va a ser libre un sistema económico que me niega la posibilidad de separarme de mi marido aunque me pegue?
Pero la democracia polaca no es una democracia cualquiera...
Muy conservadora, sí. Y esto nos muestra cómo se ha tergiversado el concepto de libertad. Si no soy libre de dejar mi trabajo porque mi jefe es idiota o no puedo dejar a mi marido porque me pega, ¿cómo voy a ser libre? ¿Cómo va a ser libre un sistema económico que nos ha negado la posibilidad de tomar decisiones y que nos niegan ser personas independientes?
El concepto de libertad es interesante. Mucha gente negaría que hubiera libertad bajo el socialismo porque el Estado tenía capacidad de decidir cuestiones como cuántos hijos se podían tener. Pero bajo el capitalismo yo me veo como una potencial fábrica de bebés/trabajadores. ¿Qué opinión tenían las mujeres sobre la maternidad en el socialismo?
Esto es muy interesante, porque en el capitalismo la vida no es tan mala si no tienes hijos. Muchas amigas de mi edad en Estados Unidos tienen unas vidas geniales, porque no tienen que pagar universidades, ni preocuparse por la crianza o por si no se podrán jubilar por no tener un buen trabajo, tienen casa... Cuando hablo sobre mi libro con ellas me dicen que el capitalismo no es tan malo y, entonces, las miro y les digo “esto es porque no tienes hijos”. Es importante aclarar que en los países socialistas había muchas cosas malas, no digo que fueran el paraíso, pero realmente respetaban la maternidad.
Son países en los que el 99% de mujeres fértiles tenían, al menos, un hijo. Y lo tenían muy jóvenes. Y esto tiene muchas ventajas: que no haya tanta diferencia de edad genera vínculos mucho más fuertes de los que tenemos nosotras, sobre todo cuando puedes pasar tiempo de calidad con tu hijo porque no tienes que preocuparte de no poder darle de comer. Mi exmarido estudió en el Berlin comunista y contaba que tenía dos compañeras de clase que tenían hijos. Y no lo supo hasta que se graduaron porque estudiaban y se iban de fiesta igual que cualquier otro. Garantizar que un hijo no va a interrumpir tu vida es respeto por la maternidad. En cambio, aunque el capitalismo no respeta a las madres, las necesita porque necesita trabajadores, pagadores de impuestos, consumidores... ¿Quién va a comprar el próximo iPhone si las mujeres dejamos de tener bebés? El capitalismo espera que las mujeres produzcamos algo muy valioso, pero gratis.
Si tienes dinero para ir a la universidad, inviertes en tu capacidad intelectual para venderte por mas dinero en el mercado laboral. Si no tienes dinero, no tienes más remedio que invertir en tu sexualidad
Volviendo al matrimonio por dinero: cuentas en el libro que, cuando cae la URSS, en Rusia pasa algo interesante. Aparecen academias de cazafortunas.
Rusia en los 90 fue un lugar horrible. La economía colapsa y si eres una mujer joven, sin dinero y sin posibilidades ir a la universidad ni de encontrar trabajo en un capitalismo incipiente, ¿qué haces? Pues inscribirte a una academia de cazafortunas, donde te enseñarán a conseguir un marido rico. Esta es una decisión muy racional en un sistema capitalista, especialmente si eres joven y bonita. Esos activos no van a durar siempre. En la Rusia postsoviética, en la que pocas personas eran muy ricas y el resto era muy pobre, convertirse en cazafortunas era como ir a la universidad. Estudiar, al final, es invertir en tu capacidad intelectual, para poder vender tu fuerza de trabajo por un precio más alto. Al ir a estas academias invertías en tu sexualidad. Eso es lo que consiguió hacer, en pocos meses, el capitalismo a unas mujeres que eran económica y sexualmente independientes. Afortunadamente, parece que esto ha mejorado algo.
Bueno, en 2015 estuve en Ucrania y conocí a mujeres que iban a estas academias y que estaban inscritas en páginas web en las que se vendían como esposas a hombres occidentales. Es cierto que eso coincidió con la guerra con Rusia, pero estas cosas siguen pasando.
Cierto. Odio hablar de esto, pero las mujeres jóvenes en Ucrania son las más baratas del mundo para la gestación subrogada. Si quiero tener un bebé, por 38.000 dólares envío mi óvulo fecundado a una mujer que me entregará un hijo en nueve meses y cobrará menos de 10.000 dólares (8.500 euros). Esto ha sido así durante toda una década, pero no hemos hablado de esto hasta que llegó la pandemia: durante el confinamiento nacieron un montón de bebés a los que sus padres no pudieron ir a buscar y a los que sus madres biológicas, por supuesto, no querían. El estado tuvo que intervenir y Rusia ya ha ilegalizado la maternidad subrogada. Todo esto en un país donde las mujeres iban a la universidad y ahora alquilan su vientre y se venden por internet. Eso es el capitalismo.
El libro salió en 2019 y, desde entonces, la pandemia nos ha descubierto que hay muchos más factores, además del económico, que afectan a nuestra independencia. Con el confinamiento nos dimos cuenta de hasta qué punto muchas mujeres estaban atadas a sus maridos por la violencia o por la depresión. ¿Habrías cambiado algo del libro si lo hubieras escrito hoy?
¡Por supuesto! La pandemia nos demuestra que la teoría del libro es más acertada todavía. Las mujeres estaban realmente atrapadas. Cuando las escuelas cerraron y todo el mundo se quedó en casa, ¿quién cuidó? No fueron los hombres. De nuevo, vemos que el capitalismo se sustenta en el trabajo no remunerado de las mujeres. Si escribiera ahora el libro, añadiría un capítulo sobre todas las maneras en que la pandemia nos ha dado pruebas de que vivimos en un sistema totalmente incompatible con la independencia de las mujeres.
Fuente: El Salto