Laura Freixas: Lolita es un pretexto para hablar de cómo la cultura está creada por hombres
Laura Freixas: Lolita es un pretexto para hablar de cómo la cultura está creada por hombres
María G. de Montis | Madrid - 29 marzo, 2022
Cuando la escritora y crítica literaria Laura Freixas llegó a Madrid en 1991 «dispuesta a emprender una carrera literaria» se encontró con el anuncio de un evento internacional sobre la novela en Europa en el que solo participaban hombres. «Después vi que pasaba lo mismo con ciclos de conferencias, festivales literarios… y empecé a reflexionar sobre esto, a informarme», rememora. Treinta años después, ha sintetizado lo aprendido en «¿Qué hacemos con Lolita?», un ensayo editado en Huso en el que cuestiona y crítica, con socarronería, la pretendida neutralidad de la cultura.
«Tomé Lolita como un pretexto para hablar de lo que me preocupa, que es cómo esta cultura dominante está elaborada y creada por hombres», explica la autora (Barcelona, 1958) en una entrevista con Efeminista. «Es una cultura que casi inevitablemente refuerza la desigualdad y legitima el patriarcado, concretamente la violación».
«La cultura es el último reducto de la ideología patriarcal, es intocable: hay toda una ideología de la calidad y la libertad artística y del arte, y una serie de personajes que son como héroes patriarcales». «Es un héroe culto, refinado, inteligente, que provoca admiración e identificación por parte de muchos hombres y que justifica muchas conductas que serían muy difíciles de justificar de forma racional».
Contra los argumentos de siempre, planteamientos nuevos
PREGUNTA.- ¿De dónde nace el libro? ¿De la columna que publicó en El País en 2018?
RESPUESTA.- No, viene de muy atrás, por lo menos de 1991, que es cuando yo llego a Madrid dispuesta a emprender una carrera literaria y me doy cuenta de algo de lo que no me había dado cuenta antes: que en un congreso de novela todos los participantes son hombres. Y veo que pasa lo mismo con ciclos de conferencias, festivales literarios, etcétera. A partir de ahí, empiezo a reflexionar sobre esto, a informarme, y de ahí van naciendo todas las reflexiones que al final componen el libro.
Si me preguntas por el artículo de Lolita, te diré que a mí me gusta mucho la polémica. Tomé Lolita como un pretexto para hablar de lo que me preocupa, que es cómo esta cultura dominante está elaborada y creada por hombres. Es una cultura que casi inevitablemente refuerza la desigualdad y legitima el patriarcado, concretamente la violación. Sabía que éste sería un ejemplo polémico porque todo el mundo lo conoce. Y lo que quería era preguntarme cómo puede ser que un libro que cuenta cómo un hombre de 40 años rapta, viola y agrede físicamente durante mucho tiempo a una niña de 13 años, fuera descrito una y otra vez como una historia de amor.
Me gustó mucho lo que pasó con el artículo, que sé que fue muy polémico, ¡me contestó incluso Vargas Llosa! Pero eso es lo que yo quiero, que haya polémica. No intercambio de insultos en Twitter, sino polémica con argumentos: quiero que nos planteemos cosas que no nos solemos plantear.
P.- Con esa columna sobre “Lolita” tuvo una respuesta muy emocional ¿no? ¿Por qué cree que ocurre?
R.- Hay una parte muy visceral, efectivamente, porque la cultura es el último reducto de la ideología patriarcal, es intocable: hay toda una ideología de la calidad y la libertad artística y del arte y una serie de personajes que son como héroes patriarcales. En vez del héroe pistolero de las películas del oeste, este es un héroe culto, refinado, inteligente, que provoca admiración e identificación por parte de muchos hombres y que justifica muchas conductas que serían muy difíciles de justificar de forma racional.
El problema es que pensamos unas cosas y las ponemos en las leyes, en la Constitución, supuestamente las enseñamos en la escuela, pero luego, a través del arte, de las historias, de las películas, de los cuadros, de la literatura infantil, de los vídeos o las películas de Disney decimos todo lo contrario. Y esa es una contradicción que creo que tiene que salir a la luz.
¿Otro ejemplo, no? La canción de Chanel para Eurovisión, Slomo. Creo que está promoviendo un modelo para las jóvenes que es el de resolver los problemas monetarios -como ella dice, “si tengo un problema, no es monetary”- prostituyéndose, de alguna manera. Resolverlos a través del sexo y de los hombres. Estamos promoviendo unos valores con la razón y otros, completamente opuestos, mediante las emociones.
Yo creo que la cultura provoca estas respuestas tan viscerales porque apela a las emociones, a unas emociones que muchas veces nos hacen sentir mal, en el sentido de que no las podemos justificar racionalmente y que, es más, sabemos que contradicen nuestros valores, pero no queremos renunciar a ellas.
Humbert, Humbert de calle
P.- Su columna se enmarca en un momento en el que no pocas personas utilizaron la crítica a Lolita para denunciar a sus Humbert particulares.
R.- Por supuesto, porque la representación cultural es indispensable no solo para legitimar nuestras experiencias y decir que son relevantes y que deben tener una dimensión colectiva y pública, también sirve para entender nuestras experiencias, contextualizarlas y saber que forman parte de algo que tiene un sentido.
Necesitamos que aparezcan. Yo recuerdo que, cuando Cristina Fallarás creó el hashtag #Cuéntalo, que fue la versión española y latinoamericana del Me Too, tuvo tres millones de tweets, es decir, que hubo tres millones de personas, de mujeres, contando sus experiencias. En ese momento, yo misma yo conté como a los 13 años me habían intentado violar y cómo a los 18, un exnovio al que había dejado me intentó apuñalar. Hasta entonces, era algo de lo que no hablaba nunca y no era realmente consciente de hasta qué punto nos pasan cosas así. No sé si a todas, pero a muchas, e incluso a las que no les ha pasado, también les condiciona, porque todas evitamos las calles oscuras, evitamos vivir solas, viajar por ciertos países sin compañía masculina…
Pero no podemos ser conscientes de la dimensión del problema y de su sentido si eso no sale a la luz. Y esto sale a la luz mediante la cultura, en un sentido amplio que incluye las redes sociales, las novelas y todos esos libros que están saliendo últimamente contando cosas que las mujeres nunca antes habían contado.
P.- No sé si equipara esa crítica a Lolita con la que supuestamente se está haciendo a autores rusos.
R.- No, no lo había pensado, aunque evidentemente estoy en contra de la cancelación de la cultura rusa. Otra cosa es que, si hemos decidido sancionar a Rusia suspendiendo el comercio, se tenga que aplicar a todo tipo de comercio, pero no por eso vamos a dejar de leer a Dostoyevski.
De todas formas, al hilo de esto, me gustaría decir que, siempre que criticamos una obra de arte nos atribuyen la intención de censurar, de prohibir o hasta de quemar y hacer piras de cuadros o de libros. Evidentemente, ni yo ni creo que ninguna de las que piensan y actúan como yo en el mundo de la cultura hemos propuesto jamás prohibir nada, y de hecho mi respuesta al título de la columna, “¿Qué hacemos con Lolita”, es leerla, porque es una gran novela. Y después criticarla lo que nos parezca, porque creo que la actitud ante la cultura no debe ser la de la adoración, arrodillarnos en silencio y recibir pasivamente, sino que el respeto y el interés hacia la cultura exige dialogar con ella.
Evolución progresiva
P.- El sector literario y el columnismo han sido espacios tradicionalmente hostiles para la mujer. ¿Cómo lo ha percibido usted estos años? ¿Observa algún progreso?
R.- A mí me encanta ser escritora, ser feminista, ser columnista y me encanta la polémica, siempre que sea inteligente y me haga pensar, que me lo ponga difícil. Yo lo disfruto, no tengo ningún problema. A la otra pregunta de si he visto algún avance, creo que sí lo hay, aunque solo sea uno e indudable: el avance en la conciencia de que hay desigualdad en la cultura y que esta desigualdad no es natural.
Cuando yo empecé esta conciencia no existía. Me empecé a preguntar cómo podía ser que ahí solo hubiera hombres; en una conferencia, el 80 o el 90 por ciento eran hombres y, cuando lo contaba, la gente se quedaba muy sorprendida y me decía que nunca lo había notado. Y me lo creo, porque ni siquiera yo me había dado cuenta. Esto ya no pasa. No creo que la sociedad progrese de forma natural, pero hay un progreso en cuanto a conciencia. Y se debe claramente a la acción de una serie de asociaciones que se han fundado en España, al igual que en otros países, en los últimos veinte años de mujeres de la ciencia, de la tecnología, del cine, de la historia de las artes plásticas y de la cultura en general. Estas mujeres que, por nuestra propia experiencia, nos hemos dado cuenta de esa desigualdad y hemos empezado a protestar y a llamar la atención sobre ella.
Hay otros progresos, como por ejemplo que estos últimos años se concedan más premios culturales o institucionales a mujeres, que pueden ser una cosa temporal. De hecho, tenemos la experiencia de décadas en las que se ha premiado muy poco a mujeres seguidas de décadas con muchas premiadas. Te hablo de pasar de una proporción del cinco al treinta por ciento, pero después ha vuelto a bajar. Pocas frases son más pertinentes últimamente que esa de Simone de Beauvoir que dice que las mujeres siempre tenemos que estar vigilantes, que nunca podemos dormirnos en los laureles, porque cualquier crisis económica, política o militar va a ser el pretexto para un retroceso en nuestros derechos.
P.- El interés del sector editorial en las mujeres, ¿también es una tendencia o ha llegado para quedarse?
R.- No lo sé, pero me gustaría mucho saberlo. ¿Dónde está exactamente el corazón de la igualdad en el mundo de la cultura? Te voy a poner un ejemplo: a mí me invitan a menudo a dar conferencias en institutos de enseñanza media, sobre todo en torno al 8 de marzo, para hablar de, por ejemplo, las escritoras del 27. Cuando yo llego a los institutos, me los encuentro llenos de unas cartulinas muy monas, con fotos de María Teresa León, de Rosa Chacel, de Maruja Mallo… Y me parece que todo está muy bien, pero luego pido un libro de texto y apenas salen. Tenemos que acceder a los libros de texto, eso es muy importante.
Primero hay que tener leyes que nos amparen, y ya las tenemos. En el caso español, la Ley de Igualdad de 2007 tiene un artículo, el artículo 26, que es específico sobre cultura. El problema es que no se cumple, o que se cumplen algunas cosas, pero no muchas.
El siguiente paso es examinar exactamente por qué no se cumplen estas leyes, presionar, organizar seminarios y explicar que no es una cuestión de poner más mujeres, sino de rehacer el relato, es decir, de hacer crítica, y autocrítica, sobre cómo estamos contando la historia. Porque si la historia del arte, o la historia en general, es la historia de los grandes hombres, desaparecemos del relato. Hay que contar una historia mucho más social.
«Dioses intocables» de la cultura
P.- En el libro habla de autores que son “dioses intocables”. ¿Hay alguna diosa?
R.- Hay una, Virginia Woolf. Ella se ha convertido en una diosa intocable porque su obra es buenísima, pero además es muy ambigua. Por ejemplo, en su libro «Una habitación propia» hay cosas contradictorias: si tú piensas que no hay una literatura característica escrita por mujeres, puedes encontrar una frase que te de la razón, y si piensas que sí la hay, también. No lo digo como crítica, pero creo que eso contribuye a explicarlo.
P.- ¿Qué hacemos con Lolita? tiene una voz muy socarrona. ¿Es parte de su registro cotidiano o una herramienta, un ejercicio deliberado para este ensayo?
R.- A lo largo de mi vida he pasado por muchas fases: pasé por la fase de sorpresa y decepción, porque durante mucho tiempo creí que la cultura era algo completamente igualitario, meritocrático. Me llevé una gran decepción cuando comprobé que no y luego pasé por una etapa de furia, de impotencia, porque ves aquello y nadie te hace caso, a nadie le parece importante.
Pero después me asocié para crear Clásicas y modernas (la asociación que trabaja por la igualdad de género de la que fue presidenta), empecé a leer mucho y descubrí toda una bibliografía en inglés y en francés que no estaba traducida y me pareció interesantísima. Y ahora me lo paso muy bien, porque es un desafío intelectual, me surgen constantemente nuevas preguntas, nuevos temas de investigación… es un placer.
Eso me ha resarcido un poco de esa sensación de furia impotente ante la injusticia. Sigue habiendo injusticia y sigue enfureciendo, pero al mismo tiempo me río de lo bueno, de esa injusticia tan de brocha gorda, tan evidente… y creo que eso se nota en lo que escribo.
P.- ¿Qué sensaciones le gustaría que tuviesen sus lectores al acabar el libro?
R.- Me gustaría que se diese por aludido ese establishment literario y cultural masculino que primero no nos hizo ni caso y después empezó a reaccionar, pero de una forma elitista y despectiva. Como diciendo “nosotros tenemos la calidad y las que no llegan será porque no son buenas” o, “a ver, vosotras, con vuestra ideología, no manchéis las altas cumbres etéreas de la de la calidad artístico-literaria que ni siquiera entendéis”.
Bueno, muy bien. Nosotros ahí seguimos, explicando y argumentando con bibliografía. Y, además, cuando nos contestan repiten siempre los mismos tópicos: no nos leen, no leen nada, mientras que nosotros tenemos unas bibliografías larguísimas. Una vez, un señor muy culto y conocido me escribió una carta muy despectiva. Estuve a punto de responderle con una lista de tres páginas de libros: “querido, cuando te leas esto, que es tan solo una parte de lo que he leído yo, hablamos, porque seguro eres una persona muy culta e inteligente, seguro que puedes decir cosas inteligentes, pero te tienes que molestar en escuchar y en no hacer una caricatura de lo que decimos». Al final no le respondí.
Fuente: Efeminista