Del consentimiento de las mujeres
El consentimiento es una aprobación, un sí, una aceptación. Se puede dar el consentimiento ante una prueba médica o en el momento previo al matrimonio. No obstante, profundizando algo más en esta forma de ceder se trata de saber quiénes consienten y cuál es el contexto del consentimiento. Veámoslo con algunos ejemplos.
Según datos de Unicef en los siguientes países la práctica del llamado matrimonio infantil, una forma de matrimonio forzado, es más común: Bangladesh, Burkina Faso, Etiopía, Ghana, India, Mozambique, Nepal, Níger, Sierra Leona, Uganda, Yemen y Zambia. En 2016 esta agencia de las Naciones Unidas puso en marcha en dichos países un programa mundial para hacer frente a esta violación de los derechos humanos de las niñas que son casadas con hombres mayores y dejan de ir a la escuela siendo privadas del derecho a la educación y alejadas de su entorno familiar. Se podría decir que las niñas no están de acuerdo pero “consienten” esta práctica donde sus familias creen que es la mejor opción debido a la pobreza económica que viven y también por la desigualdad entre los sexos donde esas niñas son relegadas al papel de esposas y madres, asumiendo los roles de género propios de la sociedad patriarcal. El matrimonio forzado es condenado por las Naciones Unidas y cuenta con la Declaración de los Derechos del Niño y con la CEDAW como instrumentos internacionales para impulsar las medidas necesarias que acaben con su práctica.
Desde las Naciones Unidas se adoptaron 17 objetivos conocidos como Objetivos de Desarrollo Sostenible con 169 metas que nos lleven a alcanzarlos. El objetivo 5 es el de Igualdad entre los sexos y en la meta 5.3 se recoge: «Eliminar todas las prácticas nocivas, como el matrimonio infantil, precoz, forzado y las mutilaciones genitales femeninas».
Siguiendo con otra realidad del consentimiento llegamos al consentimiento que se da en los prostíbulos. Las mujeres prostituidas “consienten” que hombres a quienes no desean paguen para acceder a sus cuerpos y hagan lo que les plazca con ellas porque han comprado el consentimiento. Por lo tanto, tal consentimiento no existe ya que se trataría de un consentimiento viciado, es decir, el sí producido en una situación de vulnerabilidad donde impera una relación de poder y autoridad por parte del hombre como el único sujeto que decide. En este sentido el Protocolo para Prevenir, Reprimir y Sancionar la Trata de Personas, especialmente mujeres, niñas y niños, conocido como el Protocolo de Palermo, ante la definición de trata deja establecido en su artículo 3 que cuando se dan circunstancias tales como amenaza, uso de la fuerza u otras formas de coacción, rapto, fraude, engaño o abuso de poder (entre otras) el consentimiento queda anulado.
Por seguir clarificando conceptos recordar que la trata es el medio y la prostitución el fin, siendo ambas dos realidades indisociables.
El consentimiento ha estado presente en el relato del cristianismo. La filósofa feminista Ana de Miguel lo expone en su libro Ética para Celia. Contra la doble verdad:
«Este dios cristiano no las va a violar ni a ellas ni a sus madres. Fíjate si era humilde Dios que, cuando tuvo el deseo de encarnarse y bajar a la tierra, decidió buscar a una mujer que accediera, mediante el consentimiento, a ser la madre de su hijo». Y sigue: «Es cierto que si Dios te pide “el consentimiento” y tú eres una niña de doce o trece años, se plantea un problema filosófico en cuanto a desnivel de poder. Se trata del desnivel típico entre el creador y la criatura que puede llevarnos a cuestionar el propio concepto de “consentimiento”. ¿Cómo puede tomarse nadie en serio la posibilidad de que María conteste “No” a su creador? Que le diga algo así: “Gracias, Dios, por haber pensado en mí, pero acabo de casarme con un carpintero, José. Bueno, qué estoy diciendo, si tú eres omnisciente, lo sabes todo”. También podemos pensar que precisamente en este relato ha quedado sellado, es decir, meridianamente claro, lo que se entiende por el consentimiento de una mujer».
El problema es la falta de relato desde el nosotras, las mujeres. No tener en cuenta quién solicita, quién acepta y las propias circunstancias.
En estos momentos se habla mucho del consentimiento tras la “ley del sólo sí es sí” vertebrada en varios puntos entre los que se encuentra el consentimiento como el eje de dicha ley para acometer la violencia sexual.
En el texto de la Ley Orgánica Integral de la Libertad Sexual se señala que:
«Solo se entenderá que hay consentimiento cuando se haya manifestado libremente mediante actos que, en atención a las circunstancias del caso, expresen de manera clara la voluntad de la persona».
El consentimiento entraña algunos peligros, sobre todo cuando desde el Ministerio de Igualdad se frivoliza con este aspecto tan serio creando campañas como la de la “fiesta del consentimiento, “el verano del consentimiento”, o tal como lo lanzan en Twitter el #SíEsSíFest”, acompañadas de eslóganes tales como “el consentimiento es sexy”.
¿Qué significa que el consentimiento es sexy? ¿Es sexy que una mujer sea prostituida por un hombre porque ha dado su consentimiento a cambio de un dinero que necesita para comer? Resulta grave que se pongan en marcha campañas tan superficiales que no se hagan cargo de lo que estamos hablando. Para ello es necesario conocer todo el cuerpo del consentimiento.
La filósofa Geneviève Fraisse aporta una definición de consentimiento en su libro Del consentimiento (2012) tomada del diccionario de filosofía de Paul Foulquié:
«Acto por el cual alguien da a una decisión, de la cual otro ha tenido la iniciativa, la adhesión personal necesaria para pasar a la ejecución».
Me parece pertinente aportar algunas reflexiones de la filósofa extraídas del citado libro:
¿Qué es el consentimiento mutuo en un contexto patriarcal? Porque dice, no tiene el mismo valor el consentimiento de un hombre que de una mujer. El hombre que consiente parece decidir, declarar. La mujer que consiente elige, pero en un espacio de dependencia a la autoridad. No hay consentimiento de las mujeres porque no hay reciprocidad. Y otra afirmación clave de Fraisse: «El término consentimiento excusa al dominante, lo libera de su responsabilidad y pasa el peso de la carga al contrario, al dominado».
Escribe la filósofa que aceptar es adherirse. Permitir es soportar. Las mujeres, continúa, han sido tratadas como mercancía en el estado matrimonial. El consentimiento se entrelaza con las relaciones de dominación. Y se hace varias preguntas:
«¿La adhesión es una aprobación, una aceptación o una sumisión? ¿Puede una escaparse? ¿Consentir significa ser libre? ¿Existen las víctimas consintientes? ¿Una víctima consintiente es una persona dominada o es un estratega de la supervivencia?»
Podemos llegar a la conclusión de que la existencia del consentimiento no implica la ausencia de una relación de poder o de una estructura de dominación. Con el #MeToo vimos una oleada de testimonios de mujeres que denunciaron esas situaciones de abuso y de dependencia a la autoridad, y que “consintieron” en algunos casos para no perder sus trabajos.
Es importante ir a la raíz para tener claro cómo actuar y hacia dónde nos dirigimos. Y esto no se consigue con frases vacías sino analizando la sociedad en la que vivimos y abordando las causas de la violencia sexual con una pregunta que Mónica Alario, doctora en Estudios Interdisciplinares de Género y autora de Política sexual de la pornografía, mantiene para constatar que la pornografía es violencia sexual, y que se puede aplicar al escenario que actualmente presenciamos con las agresiones sexuales y los casos de sumisión química que desde algún medio han llamado “un misterio”: «¿Por qué a tantos hombres les parece excitante realizar prácticas «sexuales» con una mujer que no desea realizar esas prácticas con ellos?»
Y ante el grito de “no todos los hombres” insisto, no todos los hombres pero sí demasiados. Y demasiada connivencia para mantener el dominio y la jerarquía sexual donde el consentimiento se convierte en la apropiación del sí del sujeto que cede bajo el mito de la libre elección.
Periodista y activista feminista. Máster en Cultura de Paz, Conflictos, Educación y Derechos Humanos.
Fuente: Tribuna Feminista