Los primeros seis meses de Xiomara Castro
En enero de 2022, Honduras recuperó su democracia electoral después de doce años de dictadura y Xiomara Castro se convirtió en la primera mujer presidenta del país. Su gobierno tiene la inmensa tarea de desmantelar las estructuras del narcoestado legadas por la dictadura y avanzar hacia una refundación popular.
En enero de 2022, Honduras recuperó su democracia electoral después de doce años de dictadura. Xiomara Castro, esposa del expresidente Manuel Zelaya derrocado por el golpe militar de 2009, se convirtió en la primera mujer presidente del país. Como candidata del Partido de Libertad y Refundación (LIBRE), su elección también rompe con el bipartidismo centenario que mantenía el poder secuestrado entre las élites del partido Liberal y el partido Nacional. El gobierno de Castro tiene la inmensa tarea de desmantelar a las estructuras del narcoestado que construyó el régimen golpista y avanzar hacia la refundación nacional y popular prometida por el nombre de su partido.
A sus treinta y siete años, el vicecanciller Gerardo Torres es uno de los integrantes más jóvenes del gabinete de la presidenta Castro. Periodista por formación, Torres ya tiene una larga trayectoria de militancia y organización popular. Como uno de los fundadores de la organización marxista Los Necios, luchó contra la ofensiva neoliberal de la década de 2000, movimiento que se convirtió en el frente popular de resistencia contra el posterior golpe de Estado. Además de su cargo oficial, también funge como Secretario de Relaciones Internacionales del partido LIBRE. Hilary Goodfriend, colaboradora de Revista Jacobin, conversó con él sobre la larga lucha por la autodeterminación hondureña, los desafíos de transitar de la oposición al gobierno y los ideales del gobierno solidario de Xiomara Castro.
—La elección de la presidenta Xiomara Castro se ha visto como una restauración (en el sentido de revertir el golpe de 2009 y reestablecer las mínimas condiciones de la democracia electoral), pero también representa una ruptura, en tanto rompe con el bipartidismo histórico hondureño y propone la “refundación” nacional. ¿Qué significa esta refundación para el gobierno?
—Para no alargarme tanto, haré solo un breve recorrido: Honduras tiene una convulsionada historia política, relacionada con los intereses comerciales internacionales y con una región que por mucho tiempo ha estado en guerra. Con la ruptura de los gobiernos militares en 1980, se abre una oportunidad, que es la de la Constitución de 1981. Ahí es cuando empieza la aspiración democrática y de desarrollo económico del país.
Honduras ha sido “tutelada” y “acompañada” en los sesenta y setenta. Fue presentada como “el país estable de Centroamérica” y eso tuvo como consecuencia la poca agitación social, o al menos una agitación social no tan bien registrada. Salvo la huelga de 1954 y algunos movimientos campesinos y levantamientos político-militares, Honduras perecía un país en el que no pasaba mayor cosa. Y en los ochenta fue más de lo mismo. Tuvimos nuestro Comité de Familiares de Detenidos y Desaparecidos, pero por haber tenido muchos menos secuestrados que la vecina Guatemala u otros países de América Latina, a menudo fue desconocido o relegado.
Con la llegada de los noventa se nos vende que, por haber sido el país “mejor portado”, el país más “amigo” de los Estados Unidos, más amigo de esa lógica neoliberal que avanzaba en el mundo, íbamos a ser el país con más desarrollo económico.
El huracán Mitch fue para nosotros lo que la pandemia para el mundo. Vino a botarnos las carretas, a hacernos notar súbitamente que desmontar el gobierno, desmontar el Estado, desmontar la asistencia pública, no eran buenas ideas. Porque el sector privado, al final, antepone siempre la generación de riquezas a la tarea de velar por los más vulnerables. Por aquel entonces, ya teníamos los primeros brotes de maras y empezábamos a convertirnos aceleradamente en un país pobre. El huracán vino a mostrar que el Estado hondureño tenía poca o nula capacidad de reacción ante ese tipo de situaciones.
A mi generación le tocó vivir intensamente ese momento. En 1999, yo tenía quince años y los jóvenes empezábamos a señalar el fracaso del Estado, que prácticamente nos había dejado solos. Entonces aparecieron Bill Clinton y el primer ministro de Japón, como tratando de sostener un país que se estaba cayendo a pedazos. A propósito del huracán, nos otorgan, por ejemplo, el TPS (estatus temporal migratorio). Pero el germen antineoliberal ya había surgido. Antes de ser socialistas o antimperialistas, lo que recorre a Honduras por aquel momento es un sentimiento antiprivatizador, de negarnos a entregarle el Estado al capital privado. En el año 2000, en las calles, ya como dirigentes estudiantiles, coreábamos: “No puede ser privatizado lo que al pueblo le ha costado”. Era nuestro principal canto de guerra.
Estamos hablando de una América Latina que está promoviendo el ALCA (Área de Libre Comercio para las Américas), el Plan Puebla Panamá y el libre comercio de CAFTA. En noviembre de 1999, fundamos la organización política Los Necios, de corte marxista (toma el nombre de una canción de Silvio Rodríguez que habla de la necesidad de seguir luchando incluso cuando parece que no tiene sentido).
El primero de mayo del año 2000, junto con las centrales obreras, los movimientos campesinos y los movimientos indígenas, se funda en Tegucigalpa el Bloque Popular. El Bloque Popular es una estructura social y política antineoliberal, antiprivatizaciones, es como nuestra gran sombrilla. El 26 de agosto de 2003, el presidente Ricardo Maduro firmaba el acuerdo de privatización del agua. Había habido revueltas en Bolivia y nosotros hicimos por primera vez una movilización en Tegucigalpa, después de casi treinta años, en la que nos tomamos la capital, nos tomamos el Congreso y no permitimos que hubiera la sesión. Ese día nació la Coordinadora Nacional de Resistencia Popular.
Después llega a Zelaya al poder. Inicialmente lo enfrentamos, porque venía del Partido Liberal, un partido neoliberal, pero después comenzamos a acompañarlo. Ya para 2008, él había abandonado la lógica neoliberal y empezaba a acompañar al proceso de rescate de las empresas públicas. Nosotros y nosotras, que teníamos el no a las privatizaciones y al libre comercio como banderas principales, vimos en Zelaya una oportunidad importante, además de un compañero con el que cada vez teníamos más coincidencias. Luego del golpe de Estado de 2009, se forma el Frente Nacional Contra el Golpe de Estado, pero una semana después (cuando ya Zelaya no puede aterrizar, el 5 de julio) se crea el Frente Nacional de Resistencia Popular. Antes se llamaba “coordinadora”; pues cambiamos una letra y seguimos organizados.
Tanto Zelaya y los liberales en resistencia como nosotros, que venimos del movimiento social, tenemos algo claro: la Constitución del 81 fue una mentira. La lógica según la cual, si los ricos se hacían más ricos, todos íbamos a dejar de ser pobres, no se sostuvo. Era mentira: los banqueros se volvieron absurdamente ricos, el sector financiero creció desproporcionadamente y los sectores productivos se fueron desmontando. No tenía sentido trabajar cultivando maíz si el maíz venía de Estados Unidos. No tenía sentido cultivar los frijoles si los frijoles venían de otra parte. Empezamos a padecer hambre, pobreza, miseria y a sufrir el desmonte de nuestras capacidades productivas. Cuando Zelaya quiere parar ese tren que viene con violencia, que es el tren de la privatización neoliberal, el pueblo lo acompaña. Pero esa velocidad que trae genera el golpe de Estado.
El gran protector armado de ese proceso económico son los Estados Unidos. Sería mentira decir que solo los Estados Unidos promueven el neoliberalismo. No, aquí hay grandes corporaciones de Canadá, Italia, Francia, de todas partes, que se aprovechen del modelo. El control político y militar de los Estados Unidos era puesto a servicio de estas empresas, entonces el poder militar hondureño hace lo mismo y nos da un golpe de Estado.
Consultemos a la gente y llegamos a la conclusión de que necesitábamos una nueva Constitución. Porque remendar la Constitución del 81 es absurdo, no tiene sentido. Su filosofía es otra: el Estado, los valores, las instituciones solo sirven si protegen la empresa privada, no están al servicio de la población, no están al servicio de los hondureños más pobres. Los hondureños acá somos expulsados del país y después son nuestras remesas las que sostienen al país que nos expulsó. El exilio de miles de los compatriotas es evidencia del fracaso del modelo. Cuando me dicen: “Cuidado con ser de izquierda, porque los socialistas empobrecen a la gente”, yo digo: “Hermano, ¿y los capitalistas qué hacen?”. Porque en este país, cuando yo era niño, había un 34% de pobreza y ahora tenemos un 75%. El modelo no funciona.
Por eso, hablamos de una refundación. Como ciudadanía logramos ponerle un alto a los gobiernos militares. ¿Qué fue lo que hicimos? Una Constitución, porque no podíamos pretender un Estado moderno, democrático, capitalista con la Constitución de los militares. No, había que hacer una nueva Constitución. La Constitución neoliberal, la Constitución de los banqueros, de las privatizaciones, la Constitución en la que el Estado no se mete —solo “acompaña”—, en la que los bienes son de quien los puede pagar (y no derechos), esa Constitución no da para más. La refundación de la que hablamos es la de un Estado de bienestar, no de un Estado comercial. Un Estado donde haya derechos y no solo mercancías. Un Estado donde la libre competencia y la libre empresa se desarrollen sin pasar por encima de los derechos más elementales de la población, de los territorios y de la soberanía nacional.
Obviamente, como dice nuestro Coordinador General (del partido LIBRE), el expresidente Zelaya, el tema está tan polarizado que no podemos hablar de una Constituyente todavía. Pero al menos debemos hablar de un proceso de información, de discusión, de entender que no queremos una Constitución nueva o un nuevo Estado para quedarnos para siempre en poder, sino porque el Estado que tenemos tiene un marco general que no nos sirve. La presidenta ha hablado de dos acciones simultáneas: desmantelar lo que nos dejó la dictadura de doce años, el narco-régimen que tuvimos, y construir las bases del gobierno solidario. Para avanzar a fondo con eso, es necesario emprender cambios estructurales, refundar el Estado.
—Uno de los aparentes detonantes del golpe contra Zelaya fue su acercamiento al bloque antineoliberal del Sur, incluyendo la integración con el ALBA. ¿Qué relaciones busca este gobierno con el nuevo bloque progresista en América Latina?
—Cuando en (la Cumbre de) Mar del Plata de 2003, Lula, Chávez y Kirchner le pararon el proyecto del ALCA a Bush, plantearon un proyecto alternativo, que era el ALBA. El problema del ALBA —con el respeto que se debe a esa generación, que yo admiro tanto— era que dependía demasiado de lo político. Y cuando comenzaron a cambiar los gobiernos, el ALBA se desmontó. Son cosas que ahora hemos aprendido. Aunque yo no estoy de acuerdo con los gobiernos de América Latina que son de derecha, tengo que pensar en proyectos de integración económica que nos incluyan a todos y a todas.
Por otra parte, seguir creyendo que mi relación económica es bilateral con los Estados Unidos, pero no puede ser bilateral con Guatemala, es algo que no tiene sentido. Nosotros creemos mucho en cambiar la filosofía de la OEA, creemos mucho en fortalecer la CELAC, estamos trabajando para robustecer el SICA (Sistema de la Integración Centroamericana). Actualmente, presido a la Comisión de Desarrollo Económico y Cooperación de la Asociación de Estados del Caribe. En Honduras, solo sabemos del Caribe cuando tenemos eliminatorias para el mundial. Tenemos relaciones con Cuba y con República Dominicana, pero las posibilidades que existen entre Centroamérica y el Caribe son gigantescas.
Creemos en la integración latinoamericana y del Caribe, y queremos invitar a Estados Unidos a que se sume también a eso, desde otra filosofía. Lastimosamente, desde Estados Unidos, tanto el gobierno demócrata de Obama como el republicano de Trump respaldaron el golpe de Estado en Honduras. Ahora, con Biden y Kamala Harris esperamos que el tema de la migración no sea visto desde la coerción y la violencia, sino de la generación de oportunidades. Ahí esperamos tener un punto de confluencia, aunque existan otras varias cosas en las que no estamos de acuerdo. Debemos entender que en la región hay que fomentar el desarrollo económico en lugar de la militarización y el uso de la violencia. Si no se permite el desarrollo económico integral de América Latina, los problemas más estructurales de la violencia y la militarización, que de una manera u otra afectan a todo el continente, no se van a resolver.
En Honduras, tenemos dos millones de niños que no tuvieron una educación de calidad o que no tuvieron educación en absoluto, porque no hay internet. No hay escuela virtual, porque en este país nunca se les ocurrió que eso era un bien para todos y todas. La pandemia nos reveló duramente que solo en Tegucigalpa, San Pedro Sula, la Ceiba y dos ciudades más el acceso a internet alcanza al 60% de la población. En el resto de Honduras no hay internet. Entonces el derecho a la educación pública es una mentira, porque, ¿quiénes pudimos mantener nuestros hijos en la escuela durante la pandemia? Aquellos que pagamos la educación privada. Esto es esencialmente injusto. Hay una gran poeta hondureña que se llama Clementina Suarez que dice: “No quiero nada para mí nada que los pobres no tengan”. ¿Será tan difícil meter a gente que piensa así en una oficina de un funcionario público?
—Una de las luchas y desafíos más destacados de los últimos años tiene que ver con el tema de la justicia y la impunidad. Su gobierno autorizó la extradición del expresidente Juan Orlando Hernández a Estados Unidos, país que le respaldó a lo largo de su mandato. Por otra parte, se está negociando la instalación de una nueva Comisión Internacional Contra la Impunidad en Honduras (CICIH) con la ONU. ¿Qué desafíos presenta este escenario a la soberanía hondureña?
—Es que no hay soberanía hondureña, sino que la estamos construyendo. La estamos construyendo con las Fuerzas Armadas que dieron un golpe de Estado, la estamos construyendo con un gobierno que se ha plantado distinto, la estamos construyendo con los Estados Unidos, con quienes ahora tenemos una relación muy respetuosa.
Este país, el apodo de “república bananera”, banana republic, se lo ganó a pulso. Aquí a los presidentes los nombraba o la Standard Fruit Company o la Chiquita Banana. Cuando Manuel Zelaya Rosales —él mismo cuenta la historia— se convierte en presidente de Honduras, la embajada de Estados Unidos le manda un listado con tres nombres por ministerio y le dice: “Escoja uno para que sea su gabinete”. Y él dice: “No, no lo voy a hacer”. Romper esa lógica generó una crisis política en este país.
A mí me tocó ser vocero del Frente Nacional de Resistencia en los Estados Unidos durante los doce años que estuvimos en resistencia; y cuando hablaba con alguna gente muy conservadora, les decía: “Ahí en Honduras hay un narcoestado, matan gente. Las cosas por las que ustedes dicen estar preocupados en Venezuela, en Nicaragua y otros países, en Honduras pasan multiplicadas por mil. Y pasan a las tres de la tarde, a las diez de la mañana. ¿Por qué no hacen algo?”. La respuesta era: “Pero, ¡es que ustedes son comunistas, socialistas, ustedes son amigos de Chávez!”.
Nosotros ganamos esta elección porque el pueblo de Honduras exigió un cambio… yo creo que Estados Unidos entendió muy bien eso. Entiende que debe de haber un cambio incluso en la relación entre los Estados. Hay cosas en las que no estamos de acuerdo. Por ejemplo, la presidente dijo que si no estaban todos los países en la Cumbre de las Américas, ella no iba… y no fue. Aquí, los medios de comunicación, malacostumbrados a esa política servil histórica de Honduras, estaban escandalizados. Dijeron: “¡Van a dar otro golpe de Estado, se va a caer la relación, Estados Unidos nos va a bloquear!”. Pero Estados Unidos, que entiende que los tiempos son otros, dijo: “Respetamos la decisión de la presidenta, nos hubiera encantado que estuviera aquí, qué lástima que no se pudo, seguimos avanzando”. Esto en mi país era impensado hace dos años o hace veinte o hace cincuenta o hace cien.
Así que la soberanía hondureña está en proceso de construcción. Sacar a Juan Orlando Hernández era importante. Es la cabeza de un régimen profundamente violento. ¿Qué hizo nuestro sistema de justicia en los doce años que se consolidó el narco-régimen para frenarlo? Cinco mil compañeros fueron judicializados y perseguidos por defender los ríos, por defender las montañas, por defender las selvas, por defender las playas. ¿Por qué no hubo un solo político hondureño señalado por corrupción, por narcotráfico? Si no viene la MACCIH (Misión de Apoyo Contra la Corrupción y la Impunidad en Honduras) con el apoyo de la OEA y si no entra la DEA a extraditar corruptos o criminales y asesinos, aquí no se toca a nadie en doce años. Entonces, cuando sale la extradición a Juan Orlando… ¡que se lo lleven!
Es un proceso que recién inicia. Nosotros tenemos que aspirar a construir un Poder Judicial digno, como dice usted; soberano, independiente, que responda a los intereses de la población. Pero creer que porque la Constitución dice que el Poder Judicial de Honduras es independiente es realmente así, es ingenuo. Estamos en un proceso de construir la Corte Suprema de Justicia y el Ministerio Público. Tenemos que hacerlo bien y eso empieza el otro año (con las elecciones de magistrados y fiscal en el Congreso). Si lo hacemos bien, la gente no va a ver colores políticos, va a ver aplicarse la justicia que tanto falta.
La CICIH es un proceso necesario para tener un acompañamiento, porque en este país solo ganamos el gobierno. El poder establecido históricamente y fortalecido en estos doce años está intacto. Tiene capacidades militares, económicas, mediáticas. La CICIH es un acompañamiento a la voluntad de la presidenta de construir justicia. La presidenta le ha dicho a la CICIH: “Ustedes son bienvenidos siempre y cuando su presencia nos ayude a fortalecer nuestro Poder Judicial, nuestra capacidad investigativa y de aplicar justicia”.
—Para terminar: además de ser funcionario, usted también es militante del Partido LIBRE y tiene una larga trayectoria en la organización social. ¿Cómo entiende esta relación entre la militancia y el servicio público? ¿Cómo es la relación entre los movimientos y el gobierno?
—Yo no creo que las fuerzas progresistas sean una sola cosa. En Honduras, existe el movimiento social, que es el movimiento gremialista. Son los sindicatos, las centrales obreras, las organizaciones campesinas. El movimiento social tiene una responsabilidad. Tiene que mantener esa independencia para salvaguardar los derechos de la gente que representa. Después está el movimiento popular, que es el que en otros países llaman la “primera línea”. Son los defensores y defensoras del territorio, las feministas, la comunidad LGBTI. Están hablando de derechos más universales. Entonces el movimiento social y el movimiento popular en Honduras son bastante distintos.
En el movimiento social, el régimen tuvo penetraciones importantes. Hubo dirigentes sindicalistas o de otros rubros que tenían una muy buena relación con el gobierno, y le permitía cosas (como el empleo por hora, el desmontaje de los derechos del magisterio…). Se confabularon. El movimiento popular tuvo cero penetración. El movimiento popular fue frontal desde el primero hasta el último día y son frontales también con nosotros.
El movimiento feminista nos exige a nosotros y a nosotras que avancemos lo más rápido que podamos con la agenda, y está bien. La relación ahí es una y con el movimiento social es otra, porque sabemos que también hay otros intereses allá, que se mueven más por política. Esa relación es más como una negociación. Esta otra es la agenda de la que nosotros somos parte y que, como Estado, no podemos avanzar siempre tan rápido.
Decía Álvaro García Linera en uno de sus primeros libros, cuando era vicepresidente de Bolivia: “Cuando yo logro avanzar en lo que estos me están pidiendo, yo siento que eso es una garantía de que el proceso va bien, porque estos piden lo imposible, estas piden lo imposible y lo piden ya”. Cuando yo logro avanzar ahí, yo estoy manteniéndome cerca de la agenda que me tiene a mí acá.
El tercer elemento es la militancia en el partido. Hay gente de los dos sectores y hay otra gente que no es de ninguno de los dos sectores, solo es militante del partido. La gente militante en el partido a veces incluso entra en contradicción con los otros sectores. Entonces nos movemos entre las tres.
En lo personal, espero siempre seguir siendo militante. Me encantaría seguir haciéndolo, es lo que he hecho toda mi vida. Esto que yo estoy haciendo ahora es lo nuevo para mí; aquí solo llevo cinco meses. Pero entiendo la responsabilidad que implica. La presidenta Xiomara Castro lo tiene en claro y nos lo repite todo el tiempo. Nos dice: “Cada decisión diplomática que tomen deben orientarla pensando en cómo eso beneficia a los hondureños más pobres”. El hondureño más pobre no necesariamente es militante de LIBRE ni está organizado, ni le caigo bien, ni está de acuerdo conmigo… pero es el más pobre. Y como dice la presidenta, en un gobierno solidario, hay que ponernos siempre del lado del que más necesita.
Cuando yo empecé a trabajar en política, jamás me imaginé que íbamos a llegar al gobierno de Honduras. Eso era casi un absurdo. Nosotros éramos como dos mil personas en todo el país —estoy hablando de hace veinte años—… Después, con el respaldo del presidente Zelaya y su liderazgo y capacidad, se produce una suerte de quiebre en la cabeza de los sectores conservadores de este país y nos empiezan a acompañar. En ese proceso de lucha, aparece la presidenta Xiomara Castro, que además siempre se reivindicó alejada de ese liberalismo y nacionalismo conservador. Ella siempre asumió que debería haber algo más propio de la población. Entonces estamos aquí, como decimos en Honduras, en una camisa de once varas. Estamos en problemas, porque tenemos que dar respuestas a la población. Ya no somos oposición, no ocupamos el lugar más cómodo de quienes critican… Ahora estamos aquí para dar respuestas y debemos darlas pronto. Es un cambio emocionante.
Tenemos mucha gente en América que nos dice cosas como: “No dejen al partido, no abandonen la calle, no se olviden de dónde vienen. Nosotros estuvimos ahí: perdimos el control del gobierno porque nos olvidamos de dónde venimos. No se olviden. Hagan su trabajo como funcionarios, pero acuérdense de mantener la organización, de mantener la formación”. Y en eso estamos.
Por ejemplo, este viernes, voy para Tocoa, que es la zona de la Aguan, a hablar con la población campesina sobre qué es la CICIH. Vamos a contarles qué es la CICIH y cómo la CICIH les va a beneficiar a ellos de alguna manera, porque el mundo de ellos es bien particular. Están rodeados de terratenientes, de militarización, de violencia. Esa comunicación y ese contacto es necesario mantenerlo, pero lo más importante es dar respuestas concretas a la gente: reducir pobreza, reducir el hambre, reducir la violencia, dar acceso a la educación, a la salud, a los derechos individuales. Esta es la tarea y tenemos que hacerla, pero pronto y para todos y todas.
Por Hilary Goodfriend para JACOBIN / Imagen de portada: Aphotografia / Getty Images.