El problema que tiene nombre. La carga mental de las mujeres
No hace mucho tiempo que los roles atribuídos a ambos sexos respecto al cuidado del hogar y la crianza se aceptaban sin mayor cuestionamiento. Y es que, hasta los años cincuenta, era el marido quien proveía los recursos económicos al tiempo que ocupaba el puesto de la dirección del mismo bajo el nombre “cabeza de familia”, una distinción reconocida por la ley que le dotaba de ciertas responsabilidades, así como de potestad para ejercer la autoridad que considerara sobre sus hijos/as y esposa. La mujer, por su parte, y sin potestad alguna, se encargaba de la cohesión afectiva del grupo doméstico, del cuidado de la casa y la educación de los/as hijos/as. Solo ellas se consagraban a las tareas domésticas, hasta tal punto que llegaba a resultar incluso deshonroso para el hombre ser él quien cuidase de las crianzas o se hiciese cargo de la casa.
Con la llegada de la revolución feminista que supuso la segunda ola, junto a los nuevos planteamientos y análisis que trajo con ella, “el problema que no tiene nombre” (como decía Betty Friedan) puso de manifiesto el malestar social que supuso para las mujeres el haber aceptado desempeñar un papel secundario y pasivo para poder ajustarse a los roles de género, llevando a muchas de ellas a sufrir depresiones, insomnio, ansiedad o incluso a suicidarse.
- 60 años más tarde de la publicación de “La mística de la feminidad” se impone otra dinámica de pareja, en un momento en que el trabajo femenino se considera un valor activo y necesario para la sociedad
60 años más tarde de la publicación de “La mística de la feminidad” se impone otra dinámica de pareja, en un momento en que el trabajo femenino se considera un valor activo y necesario para la sociedad y en el que el principio de subordinación de la mujer al hombre ha dejado de ser legítimo (sobre el papel). Mientras que el hombre fue apartado de la posición de «cabeza de familia», la mujer ha conseguido disponer de recursos materiales y económicos fruto de su propio trabajo, así como del poder de decisión dentro de la pareja y del hogar. Todo esto se produjo en gran parte gracias al movimiento feminista y a su empeño en erradicar de la sociedad los comportamientos machistas, en promover el acceso de las mujeres a los estudios superiores así como a la emancipación económica que vino aparejada, lo que ha contribuído a construir un nuevo modelo social marcado por la autonomía femenina.
Sin embargo, de puertas para adentro, el peso de la gestión de la vida cotidiana sigue siendo portado por las mujeres. Si bien los hombres participan más en las tareas del hogar, en absoluto se han hecho cargo ni de la responsabilidad principal de las crianzas ni tampoco de organizar la ejecución de las tareas, siendo su participación puntual y en muy raras ocasiones estructural (como puede ser en los casos de las familias monoparentales) y si contribuyen al trabajo doméstico lo hacen bajo el rol de “ayudantes”, cuya participación se resume en “echar una mano” obteniendo como recompensa el aplauso de una parte de la sociedad que vive anclada en dinámicas a superar. Esas tareas olvidadas por ellos continúan recayendo sobre los hombros de las mujeres y constituyen lo que se conoce como “carga mental femenina”.
- Prever las actividades extraescolares a realizar de las/os hijas/os, planificar los tiempos de desplazamientos, las comidas, las compras, los recados, los controles pediátricos, así como todas las tareas que componen esta carga mental, sigue siendo responsabilidad principalmente de las mujeres.
Prever las actividades extraescolares a realizar de las/os hijas/os, planificar los tiempos de desplazamientos, las comidas, las compras, los recados, los controles pediátricos, así como todas las tareas que componen esta carga mental, sigue siendo responsabilidad principalmente de las mujeres. Puede que el avance del feminismo haya logrado erradicar la asociación del hombre como fuente de autoridad en la pareja, sin embargo, la respuesta patriarcal ha conseguido que se siga perpetuando la asociación de la mujer con las responsabilidades domésticas.
Una “solución” a este conflicto ha sido la delegación de esas tareas en terceras personas (en su gran mayoría mujeres también), de empresas de limpieza, asociaciones o instituciones públicas. Sin embargo, esa alternativa sólo libera a las mujeres en apariencia, ya que, a pesar de emplear menos tiempo en realizar las tareas del hogar, siguen empleando el mismo tiempo en llevar a cabo las gestiones pertinentes, los contactos con los organismos, la búsqueda de información, la planificación de turnos, los pagos y demás. La carga física decrece mientras la carga mental se incrementa.
La dinámica capitalista y posmoderna en la que se ha visto envuelta la emancipación femenina conlleva la persistencia del rol de género impuesto sobre la mujer en la esfera doméstica, combinado a día de hoy, con las nuevas exigencias de autonomía individual, por ende, no es exagerado afirmar que la desigualdad sexual existente en los puestos de poder más elevados del mundo económico y político se va a seguir manteniendo, ya que, a pesar de estar asistiendo a una explosión del emprendimiento femenino, su origen viene derivado más de un deseo de independencia, desahogo material, realización personal y un mejor control de los horarios que de una obtención de poder. En este aspecto, España se encuentre a la cabeza de emprendimiento femenino respecto a Europa, siendo las mujeres situadas en la franja de edad comprendida entre los 25-34 años quienes más emprenden. Por otra parte, las políticas sociales orientadas a la conciliación entre las exigencias del trabajo y la familia pueden suponer un respiro temporal para las mujeres, pero en su causa no se encuentra solventar la desventaja que constituyen las responsabilidades familiares.
“El problema que no tiene nombre” en nuestra sociedad se traduce en una insatisfacción dicotómica derivada de la inmensa dificultad que supone para las mujeres compaginar el terreno laboral con la vida privada. Son muchas las que se quejan de esa “doble jornada” y desean una equidad real en cuanto a las tareas, pero solo unas pocas consideran fastidioso o desagradable ocuparse de las crianzas, alimentarlas, bañarlas o educarlas, anhelando poder dedicarles más tiempo. Esta situación ocasiona, al igual que antaño, problemas para la salud mental de las mujeres que se traduce en insatisfacción y en problemas como el estrés crónico, la ansiedad o la depresión.
Puede que la época en la que las mujeres estaban relegadas al espacio doméstico y apartadas de la sociedad política está definitivamente superada. Ahora bien, eso no significa de modo alguno que los hombres hayan abandonado sus privilegios aceptando así asumir su parte de responsabilidad en el ámbito privado. A primera vista, y bajo un halo de modernidad, pareciese que impera la reversibilidad de los roles impuestos, pero en realidad, sigue existiendo la misma desigualdad sexual en los espacios privados y públicos, esta vez con doble carga para nosotras. Que nadie se engañe.