España "El triste balance de 2022: solas"
El año 2022 no presenta un balance positivo para las mujeres y sus derechos. Como dice el Partido Feministas al Congreso en una campaña al respecto » El 2022 no ha tratado bien a las mujeres«. En dicha campaña se ofrecen los datos que avalan tal afirmación. Información que os invito a consultar (van por la tercera entrega de cinco en total) ya que está siendo objeto de difusión en redes. ¡Ay la necesidad de las estadísticas, que luego detallaremos!
2022 ha ido terriblemente mal por la cifra escalofriante de asesinadas; aunque el escalofrío se limite a las mujeres, ya que -paradójicamente- el incesante goteo de crímenes machistas, lejos de alarmar a la población, consigue normalizar esa inasumible realidad, insensibilizando a la ciudadanía. Y eso ocurre con la inestimable colaboración de medios de comunicación que suavizan («aparece muerta» es un clásico), o romantizan («mató al amor de su vida» es un titular que ha escandalizado hace pocos días a las feministas) estos execrables crímenes.
2022 también ha ido mal en materia de violencia de género y sexual. No podemos olvidar que las cifras de asesinatos de mujeres constituyen la punta del iceberg de la violencia machista; porque por debajo existe una increíble cifra de mujeres maltratadas, algunas de las cuales se encuentran, mientras redacto este artículo «en el corredor de la muerte».
Y, a pesar de ello, muchas de ellas no denunciarán porque no son conscientes del riesgo que corren y aun confían en que su agresor cambiará. Otras mujeres no denuncian por sentir vergüenza, al percibir rechazo social y de su entorno hacia aquellas que «se dejan maltratar». Algunas mujeres denunciarán para luego arrepentirse y retirar la denuncia porque su agresor no es un desconocido sino alguien a quien aman o han amado o también porque reciben presiones del entorno cercano para que la retiren. Otras saben que corren más peligro si le denuncian porque lo conocen y esa denuncia, con seguridad, le volverá más violento. Otras más no denuncian porque infravaloran el riesgo personal frente al riesgo -que consideran más probable- de ser revictimizadas (no creídas, cuestionadas, no respetadas…) por el sistema policial y/o el judicial. Otras porque saben que -ante el incremento del riesgo que pueden correr por denunciar- no serán adecuadamente protegidas.
No se puede pedir a las víctimas que denuncien si los poderes públicos no hacen nada para remover las causas de la ausencia de denuncias. Y no basta con atacar esas concretas causas, sino aquellas que, a su vez, las originan. Me refiero, sobre todo, a una socialización y educación patriarcal que poco o nada han cambiado en este tema. Es urgente y necesario emprender un proyecto coeducativo integral y obligatorio que erradique la misoginia naturalizada y ponga en valor a las mujeres.
Por su parte, el sistema VioGén falla estrepitosamente una y otra vez. Y los fallos se deben a que es una herramienta que requiere una mejora en profundidad al resultar evidente que infravalora los riesgos que corren las mujeres denunciantes. Pero también porque mucho me temo que la falta de recursos lleve a rebajar -consciente o inconscientemente- el índice de riesgo de las víctimas, para no dejar en evidencia lo que a todas luces ocurre: que no hay recursos suficientes para proteger a todas las mujeres en peligro. Pero miren, si de derechos humanos hablamos en un gobierno que dice defenderlos a ultranza, el más elemental es el derecho a la vida. Y los recursos del Estado deberían contemplar obligatoriamente esa prioridad elemental en su asignación.
Lo bien cierto es que -a pesar de que todo lo que afirmo es más que conocido- la sociedad en general y el machismo en particular, se empeñan en poner el acento en las escasísimas denuncias falsas. Cuando lo que resulta clamoroso es la falta de denuncias, la mayor parte por las razones arriba apuntadas y que -como decía- sería urgente atacar.
Como triste corolario de esta reflexión sobre la patente -pero increíblemente siempre cuestionada- violencia machista, se puede afirmar que las víctimas se saben y sienten solas ante su potencial asesino. A mi parecer, no cabe mayor y más terrible indefensión.
Pero no solo ha ido mal 2022 por la cifra de asesinatos de mujeres y por el incremento de las cifras de violencia de género, sexual y machista. Es que, además, -sin hacer nada por remediar los crímenes y violencias que sufren las mujeres- el gobierno menos feminista de la historia sí ha dado impulso, en cambio ¡y por la vía de urgencia! a un proyecto de Ley -la Ley Trans- que da la espalda a los malestares, inseguridades y riesgos que las previsiones normativas contenidas en el mismo implicarán para las mujeres si llegara a aprobarse; dejándolas solas ante la inseguridad o el miedo y también ante la pérdida de derechos deportivos, políticos, culturales, etc.
¿Imaginan lo que pensará una mujer a la que se niega su condición de campeona porque se la arrebata en competición injusta alguien que se ha declarado mujer?
¿Imaginan lo que pensará una mujer a la que se niega su condición de campeona porque se la arrebata en competición injusta alguien que se ha declarado mujer? ¿Se imaginan la sensación de quien ni siquiera subirá al podio por el mismo motivo? ¿Imaginan -por ejemplo- que una mujer agredida física o sexualmente por algún hombre, tenga que convivir en casas de acogida con personas que declaran sentirse mujeres sin necesidad de prueba alguna, pero con todos sus atributos biológicos de hombre y la mayoría de sus comportamientos claramente masculinos? ¿Imaginan a mujeres y niñas desnudas en vestuarios conviviendo con hombres biológicos que dicen que son mujeres pero son, controlan y se mueven en esos espacios como hombres? ¿Imaginan que esa situación se produce encontrándose una mujer sola? Nos han socializado en el miedo a los hombres, y ahora nos dicen que nos lo traguemos cuando esos hombres se declaran mujeres. Hagan por favor ejercicio de empatía, en lugar de criminalizarnos por denunciar esos y otros muchos malestares que provocará la ley trans si resultara finalmente aprobada.
Y no solo me refiero al sentimiento de vulnerabilidad o incluso de peligro de mujeres y niñas que puede implicar la presencia en espacios de intimidad de las personas trans (convendrán conmigo en que, por el hecho de serlo, no todas ellas son automáticamente seres de luz, sobre todo porque no están exentas de haber recibido una socialización masculina que naturaliza la prepotencia y violencia masculina hacia las mujeres); sino también porque, si la condición trans no requiere prueba alguna, agresores sexuales -que por eso mismo no tienen ningún escrúpulo- podrán aprovechar la ocasión, para declararse «trans». No digo «falsamente» porque, con el proyecto de Ley en la mano, eso no es posible al requerirse, únicamente, la mera declaración de un sentimiento «íntimo». De esta manera, esos agresores verán facilitada la comisión de sus delitos. La puerta se la habrá abierto el mismísimo Estado y el precio lo pagarán las mujeres, de nuevo solas ante semejante disparate.
un gobierno que no se ha molestado en reunirse con el movimiento feminista, ni ha incorporado ninguna de las enmiendas que se han presentado desde el Feminismo y que, finalmente, ha rechazado que se oiga a voces expertas
Pues bien, además de este gravísimo aspecto que -por otra parte- no parece preocupar a un gobierno que no se ha molestado en reunirse con el movimiento feminista, ni ha incorporado ninguna de las enmiendas que se han presentado desde el Feminismo y que, finalmente, ha rechazado que se oiga a voces expertas, hay otros dos aspectos en la Ley Trans muy preocupantes: el borrado de las mujeres en el lenguaje y el creciente borrado de la variable sexo en las estadísticas ¿Y por qué son tan relevantes estos dos aspectos? Veámoslo.
En materia de lenguaje, el borrado es relevante porque, como se ha demostrado hasta la saciedad, «lo que no se nombra, no existe». Eso lo sabe bien el entramado patriarcal (me refiero a medios de comunicación, empresas, instituciones, etc.) que han incorporado con inusitada rapidez el lenguaje inclusivo de la diversidad, en fuerte contraste con la lentitud y enormes resistencias cuando de lo que se trataba era de incorporar el lenguaje inclusivo de la igualdad. Está claro que esa acogida entusiasta se debe a que el lenguaje inclusivo de la diversidad excluye a las mujeres.
Y es que, a estas alturas, poca gente puede negar que se está borrando del lenguaje -y a toda velocidad- la palabra «mujer»…excepto en el caso de las personas transfemeninas. Porque -paradójicamente- resulta que, como repiten hasta la saciedad, las mujeres trans…(esas sí) son mujeres.
Para la delirante propuesta queer nosotras, en cambio, hemos pasado a ser una subclase de mujer: «cismujer», «útero-portante», «persona con vagina», persona sangrante», etc. También se impone la omisión de los procesos y las enfermedades vinculadas a la biología femenina para no ofender o excluir a quienes, sintiéndose mujeres, tienen biología masculina. Palabras como «madre» o viuda», se están sustituyendo por eufemismos tales como «persona gestante» o cónyuge supérstite» respectivamente. Pregúntense ahora cuántas veces han oído hablar de «personas pene-colgantes», «eyaculadores», «cishombres» o «personas inseminantes». Pregúntense si las personas transmasculinas han exigido suprimir del lenguaje la próstata y sus disfunciones para no sentirse ofendidas porque ellas carecen de tal órgano. Claro que no. Porque -como sostengo- a quien se pretende borrar en el lenguaje es a las mujeres y solo a ellas.
Para la delirante propuesta queer nosotras, en cambio, hemos pasado a ser una subclase de mujer:
En cuanto a las estadísticas, el proyecto de ley produce una significativa distorsión de las mismas por dos vías: 1) al incluir a personas del otro sexo en el correspondiente al de las mujeres y 2) al admitir un tercer campo para una variable que es biológicamente binaria (personas no binarias o que, simplemente, no desean declarar su sexo).
Pero además, en última instancia, lo que se pretende es el borrado estadístico de la variable «sexo» si, como ha ocurrido ya en otros países con leyes trans de mayor antigüedad -véase el caso argentino- se sustituye el sexo por la variable «género». Variable, por cierto, no definida por el proyecto de Ley Trans debido a un motivo evidente: si el género es el instrumento patriarcal para oprimir a las mujeres ¿cómo vamos a dar carta de naturaleza a que la gente pueda identificarse con ese mecanismo de opresión? Pues no se define el género, y asunto arreglado.
Esa distorsión y el posterior borrado de la variable «sexo» tiene evidentes ventajas para el Patriarcado y los hombres a los que sirve, al suponer -en la práctica- que se dificulte o impida la medición de la opresión por razón de sexo. Porque, cuando todo se basaba en opiniones, y no disponíamos de datos, bastaba con negar la opresión de las mujeres mencionando la igualdad legal y diciendo que éramos unas exageradas. Y con ello se pretendía tapar la boca al Feminismo.
Pero, frente a las opiniones ideologizadas, son justamente los datos, sobre todo a partir de la Ley orgánica 3/2007 de igualdad de hombres y mujeres -que sistematizó la obligación de las Administraciones Públicas de ofrecer información desagregada por sexo- los que han permitido establecer que las leyes de igualdad y contra la violencia machista, siendo instrumentos necesarios no son, en cambio, suficientes para remover la desigualdad. Los datos estadísticos son pues, el medio necesario que nos proporciona la posibilidad de medir y objetivar el grado de consecución de la igualdad real y efectiva de las mujeres o, por el contrario, la persistencia de la desigualdad. Y también es esa información estadística la que, de manera determinante, legitima posteriormente las acciones positivas para superar la desigualdad detectada. ¿Cómo lo haremos si esa información está distorsionada o, en última instancia, borrada?
Por eso, muy al contrario de lo que nos han vendido, queda claro que la Ley no va de personas trans, porque afecta a toda la población española, ni tampoco de derechos humanos, porque las personas trans ya los tienen todos (prueben, si no, a preguntar a alguno que los reivindique, cuáles son esos derechos humanos de los que carece).
De lo que va la Ley Trans es de redefinir el concepto «mujer» y de borrar los derechos a él vinculados. En cambio, la redefinición del concepto «hombre» es meramente cosmética (resultaría inadmisible -hasta para un gobierno y un Parlamento que adoptan acríticamente el dogma queer- que la redefinición solo afectara a las mujeres). Pero lo bien cierto es que -en la práctica y como ya he explicado- se han apresurado a borrar lo que nos nombra a nosotras sin tocar lo que nombra a los hombres.
En otro orden de cosas, si analizamos las diferencias entre personas transfemeninas y personas transmasculinas, nos encontramos con nuevas fuentes de desigualdad que, ¡oh, sorpresa! están vinculados al sexo biológico y no al «género sentido». Y es que resulta evidente que las personas transmasculinas (mujeres biológicas) salen perdiendo -por goleada- respecto de las transfemeninas (hombres biológicos). En efecto, las primeras no osan plantear exigencias al grupo al que pretenden incorporarse, y por eso lo hacen casi a hurtadillas, sin meter demasiado ruido (con una única excepción: que se queden «embarazadOs»).
También es casi «obligatorio» para las mujeres que se siente hombres, desprenderse del símbolo por excelencia de la cosificación, las «tetas». Bien por voluntad personal -las que huyen de la hipersexualización padecida como mujeres- o bien por fuerza: saben bien que no sería tolerable llamarse «hombre» y llevar uno de los símbolos o señales más evidentes de la sexualización femenina. En cambio, las personas transfemeninas adultas es habitual que conserven intactos sus «atributos masculinos» incluso haciendo ostentación de ellos. Porque eso de la disforia o el sufrimiento con el cuerpo «equivocado» se lo dejan a la subclase de las personas transexuales, a quienes utilizaron como tapadera para conseguir la simpatía social, pero que -al parecer- ya no les hacen falta.
Tampoco veo a las personas transmasculinas demasiado deseosas de invadir los espacios de hombres (deportivos, cárceles, camas de hospital, vestuarios, cuotas políticas, premios, etc.), porque eso -por lo general- solo podría entrañar una eventual desventaja o incluso un eventual peligro, real o percibido, para ellas. Y como los hombres no necesitan acciones positivas respecto de las mujeres, nada tienen que rascar ahí las personas transmasculinas.
Todo lo contrario, como se ve, de lo que ocurre con la ocupación de los espacios físicos y simbólicos de las mujeres. Porque las personas transfemeninas lo primero que se apresuran a reclamar son esos espacios de seguridad e intimidad, las cuotas políticas e institucionales, los méritos deportivos, las acciones positivas, etc. de las mujeres. Así es que no, la ley que se pretende «perpetrar» en el Congreso no borra ni perjudica a los hombres, sino exclusivamente a las mujeres.
De lo que va la Ley Trans es de redefinir el concepto «mujer» y de borrar los derechos a él vinculados.
Finalmente querría compartir con quien lea estas líneas, mi indignación con el hecho de que esta agresión frontal a los derechos y el bienestar de las mujeres pretenda -cínicamente- venderse en nombre del Feminismo. Porque, muy al contrario, el Feminismo se opone con firmeza a este atropello legislativo. Y si alguien se atreve a decirme que la posición feminista coincide con la derecha o la ultraderecha, les recuerdo que no somos precisamente las feministas sino todos los parlamentos autonómicos, quienes han coincidido ideológicamente con los postulados queer del actual gobierno mediante sus respectivas leyes trans autonómicas.
A ese respecto llama la atención que, tanto el PP como Vox al acceder a gobiernos autonómicos, se han apresurado a cuestionar las leyes y derechos feministas; pero no han movido ni una ceja en relación con las leyes trans aprobadas en sus concretos ámbitos geográficos, a menudo con votaciones unánimes de izquierda (si aún se puede hablar de esa posición ideológica en el arco parlamentario) y derecha. Por lo que mucho me temo que la motivación del PP y Vox para votar en contra del Proyecto de Ley Trans estatal en tramitación se deba mucho antes a sus respectivas estrategias partidistas de asfixia de cualquier iniciativa gubernamental, que a proteger los derechos de las mujeres.
Lo que está claro es que frente al Patriarcado (incluida su variante transpatriarcal), las mujeres no estamos en plano de igualdad, ya q seguimos siendo la alteridad a oprimir. Y también está claro que nos encontramos solas frente a todo el peso de instituciones diseñadas por y para mayor gloria de los hombres.
Solas ante la violencia machista, solas ante las instituciones, solas en la lucha por la igualdad, solas ante la pérdida de derechos.
Bueno, solas del todo, no. Tenemos la razón y la justicia de nuestro lado…y a algunos ¡tan pocos! hombres buenos que nos acompañan en esta andadura. Nuestra convicción feminista de que un mundo igualitario es posible -y mejor- y esos excelentes compañeros de viaje son motivo más que suficiente para no rendirnos jamás.
Psicóloga por la Universitat de València. Feminista. Agenda del Feminismo: Abolición del género
Fuente: Tribuna Feminista