Sufragistas: mujeres que cambiaron la sociedad
Por si os apetece leer este verano, Carmen Sánchez Gijón, acaba de publicar Sufragistas: mujeres que cambiaron la sociedad, en la editorial Algorfa.
La obra se ubica en el género de narrativa histórica, se compone de diecisiete biografías noveladas, cuyas protagonistas son algunas de las principales sufragistas que desempeñaron un papel fundamental en la obtención del voto femenino en sus respectivos países. En Estados Unidos: Elizabeth Cady Stanton, Lucretia Mott, Susan B. Anthony y Sojourner Truth. En Inglaterra: Harriet Taylor, Millicent Garret Fawcett, Emily Davison y Emmeline Pankhurst. En España: Clara Campoamor, Amalia Carvia y María de la O Léjarraga. En Nueva Zelanda: Meri Te Tai Mangakāhia y Kate Sheppard. En Latinoamérica: Matilde Hidalgo, Paulina Luisi, Marta Vergara, y Elvia Carrillo Puerto y en Finlandia: Mina Silanpää.
Si hoy las mujeres ocupamos el espacio público, estudiamos, trabajamos y vivimos de forma independiente, se lo debemos a ellas.
Los datos recogidos detallan en su contexto hechos verosímiles narrados por sufragistas destacadas en primera persona y por otras protagonistas de ficción que interaccionan con ellas. Estas últimas son una alegoría de mujeres desconocidas que podrían ser nuestras bisabuelas, abuelas, madres…y que no aparecen ni en los libros ni en internet.
Todas ellas abogaban por el sufragio femenino como prioridad inmediata, porque sabían que, una vez logrado el voto, todos aquellos obstáculos que nos impedía a las mujeres ser libres empezaría a caer uno a uno, como si se tratase de un castillo de naipes, porque tras el voto llegarían otros grandes logros como: el reconocimiento del divorcio, el derecho a la propiedad de negocios y tierras, el acceso a una educación de calidad, la independencia económica, etc.
Este libro surgió de la necesidad de contar algunos de los acontecimientos más destacados que tuvieron lugar en la historia del sufragismo femenino y que todas las personas deberían de conocer, sucesos que, a pesar de su relevancia siguen siendo bastante desconocidos para la mayoría. Algunos historiadores equiparan la trascendencia del momento con la Segunda Revolución Industrial. Estos hechos se deberían estudiar en los libros de texto, del mismo modo que se estudian las guerras y sistemas políticos del mundo. Pero por desgracia parece que todo lo relacionado con las batallas que las mujeres han librado a lo largo de la historia por la conquista de sus derechos, a los diseñadores de los planes de estudio les sigue pareciendo irrelevante. Batallas en las que como dice la célebre sufragista británica Millicent Garret Fawcett, se conquistaron derechos sin necesidad de volar edificios, de matar a nadie y de otras de esas cosas estúpidas que hacen los hombres cuando quieren cambiar las leyes.
En la actualidad, todavía hay países en los que las mujeres no pueden votar, como es el caso de Ciudad del Vaticano. En Oriente Medio como Arabia Saudita, Emiratos Árabes, Irán, Afganistán…, existen graves limitaciones, sobre todo en algunas zonas rurales en las que millones de mujeres viven prácticamente confinadas y en donde cualquier decisión que tomen necesitan del permiso de un hombre de la familia o del marido. A este problema se añade el hecho de que en dichos países muchas de ellas, no suelen poseer los documentos necesarios para inscribirse en el censo electoral, por lo que el derecho al voto queda en la práctica limitado o anulado.
No hay que perder de vista que estos derechos de los que disfrutamos a día de hoy y que han costado tanto sacrificio, como diría Tierno Galván, en cualquier momento nos pueden ser arrebatados. Debemos velar por ellos, porque encontramos ejemplos espantosos en la historia en los que se han producido grandes retrocesos.
Como dijo la actriz Meryl Streep con respecto al film “Sufragistas” que ella misma protagonizó “todas las niñas deberían conocer estos hechos y todos los niños deberían grabárselos en su corazón” porque expresan la lucha continua de las mujeres por sus derechos en muchos países del mundo.
Por ello, es muy necesario que conozcamos a todas las mujeres que los propiciaron, porque no cabe duda de que sin la lucha pertinaz de estas grandes heroínas que pelearon por cada una de nosotras, sin la lucha incansable de todas ellas, estos derechos de los que hablamos, hoy no existirían y nuestra voz seguiría siendo “otra voz clamando en el desierto”.
He aquí un fragmento de uno de los relatos:
Hechos, no palabras. Emily Davison
Emily Davison (Epsom, junio 2013)
partir del día que me subí a la reja y me arrojé desde diez metros de altura por las escaleras de la cárcel en donde me tenían presa, los dolores y secuelas producidos por el accidente me impiden conciliar el sueño. En las noches de insomnio me invaden la inquietud y el nerviosismo, pero aprovecho para maquinar estrategias. Esta noche terminé de trazar el plan secreto que hoy llevaré a cabo. Desde pequeña he tenido un fuerte carácter. La naturaleza me ha dotado de gran vitalidad y tenacidad. Soy apasionada e impetuosa. Todo lo que emprendo lo abordo con entusiasmo, a veces con impulsividad, y eso me ha acarreado más de un problema a lo largo de mi vida.
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Mis compañeras y yo nos fuimos radicalizando. La sociedad nos trata como si fuésemos incapaces y los políticos escupen sin disimulo sobre nuestras pazguatas peticiones. A mí nunca me parecía suficiente nuestra pesada verborrea a la que los señores, si es que alguna vez nos escuchaban, reaccionaban con bostezos. Yo proponía emprender acciones cada vez más agresivas. Si no nos miraban, si no nos oían, debíamos hacernos notar. Las compañeras de la organización admiraban mi osadía, sobre todo nuestra líder Emmeline Pankhurst, pero tras mi accidente empezaron a marginarme y a dejarme de lado. Eso me duele porque ellas son mi gente y yo me he involucrado de lleno en cuerpo y alma en la causa. Es cierto que algunas veces las demás desaprobaban algunas de mis acciones, pero siempre lo hacían de forma sutil. Ahora me reprueban y recriminan de manera explícita. No dudo de sus buenas intenciones, pero sus comentarios me afectan y acabo sintiéndome insignificante e inútil en este mundo. Termino arañando mis brazos hasta dejarme marcas y apretando los dientes hasta que se me queda paralizada la mandíbula, tal es la impotencia que acumulo.
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La sociedad nos trataba con burlas y desprecio. Nos llamaban sufraggettes en tono despectivo. Decían de nosotras que éramos feas, desaliñadas y que no nos aseábamos. Para desmentir estos rumores, en nuestras marchas empezamos a vestir de blanco, elegantemente uniformadas. Caminábamos alineadas en hileras perfectas, con la insignia verde, morada y blanca del sufragismo prendida orgullosa sobre el pecho. En 1908 organizamos una manifestación en la que congregamos a más de trescientos mil asistentes. Mientras desfilábamos, veíamos las caras de las personas que nos miraban con asombro. Fue una marcha impresionante donde mostramos músculo. Queríamos que los poderosos fuesen conscientes de nuestra fuerza.
Nuestros actos de acción directa llamaban la atención y pronto asumimos con orgullo el nombre de sufraggettes, con el que nos designaban como insulto por nuestros medios radicales. Al principio las acciones de nuestra organización eran pacíficas, como las de las sufragistas más moderadas, pero, en vista de que no obteníamos ningún resultado, comenzamos a plantearnos acciones violentas de insumisión que decidimos llevar a cabo, como arrojar piedras a los parlamentarios, romper cristales, quemar buzones de correos…
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Yo sufrí terribles dolores debido a las secuelas producidas por la sonda gástrica que me introdujeron por la boca hasta en cuarenta y nueve ocasiones.
Siempre me ofrecía para hacer lo que ninguna se atrevía, como pasarme toda la noche escondida en el palacio de Westminster y así a la mañana siguiente colarme en el Parlamento.
Hoy es 4 de junio de 1913 y estoy más inquieta que de costumbre. Lo tengo todo planeado. He comprado los billetes del tren, de ida y de vuelta. Este año, como todos, se va a celebrar el Derby de Epsom de caballos purasangre, y van a asistir el rey Jorge V y la reina, en un evento que congregará a miles de personas. Cuando lo leí en el periódico, pensé que era una oportunidad de oro para realizar algún tipo de acción que nos diera visibilidad. No he consultado a Emmeline Pankhurst ni a las demás compañeras del movimiento. Sé que lo habrían desaprobado. Si ellas no están dispuestas a dar un paso más, lo daré yo sola. Es la única manera de despertar al pueblo aletargado y de acelerar el proceso del voto, que ya se está demorando mucho más de la cuenta.
Me he despertado más temprano de lo habitual y me he acercado a la sede de la organización y he recogido dos banderas sufragistas que porto bajo el brazo. Me siento orgullosa de nuestra bandera porque representa lucha, libertad, dignidad y derecho al voto. El blanco hace alegoría a la honradez, el verde a la esperanza y el morado a la sangre real que corre por las venas de cada sufragista. Después del Derby se celebrará un baile y ayer me compré la entrada. Me he vestido con mis mejores galas, incluyendo nuestra insignia morada, verde y blanca que llevo en el pecho. Me he lavado y peinado con esmero para este gran día, y me he puesto dos gotitas de perfume encima de las muñecas como me enseñó mi madre. Salí de casa muy emocionada y ahora voy en el tren. Cuando llegue, me encaminaré hacia el hipódromo de Epson Downs. Hoy brilla el sol y de pronto me han desaparecido todos los dolores.
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El día que Emily Davison fue arrollada por un caballo, había más de 500.000 personas alrededor de la pista de Epson Downs. El 14 de junio de 1913, el cuerpo de Emily fue trasladado a Londres. Su ataúd tenía la inscripción: «Sigue luchando. Dios dará la victoria».
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Fuente: Tribuna Feminista