La activista de la Marcha Mundial de las Mujeres, Míriam Nobre, afirma que con la actual crisis se refuerza la “ideología de la maternidad”
“Aunque invisibilizada, la mujer campesina es un agente económico de primer orden”
Hay en el mundo más de 1.600 millones de mujeres rurales, la mayoría agricultoras. Según la FAO, organismo de las Naciones Unidas para la agricultura y la alimentación, las mujeres producen entre el 60 y el 80% de los alimentos en los países del sur, y la mitad de todo el mundo, pero no poseen siquiera el 2% de la tierra. Trabajan en el campo, producen los alimentos y los distribuyen, muchas veces sin remuneración, lo que se añade a las tareas domésticas de las que también se ocupan.
La activista brasileña y coordinadora del Secretariado Internacional de la Marcha Mundial de las Mujeres, Miriam Nobre, ha tomado estas cifras como punto de partida para reivindicar la soberanía alimentaria desde una perspectiva feminista, en un acto organizado en Valencia por la ONG Sodepau.
La Marcha Mundial de las Mujeres es un movimiento mundial que reúne a organizaciones y grupos que trabajan en la eliminación de las causas de la pobreza y la violencia que sufren las mujeres. Desde el año 2000 se movilizan, en acciones internacionales, nacionales y regionales, para pedir justicia económica, un cambio político y social, y que se garanticen los derechos reproductivos de las mujeres, incluida la despenalización del aborto.
Uno de los ejes del trabajo de la Marcha es la soberanía alimentaria, punto que afecta de lleno a la vida de muchas mujeres. Por ejemplo, reivindican la labor de las mujeres agricultoras, que se reconozca su trabajo, pues en muchas ocasiones son invisibilizadas (lo mismo que ocurre con las trabajadoras domésticas). Sin embargo, matiza Miriam Nobre, este reconocimiento “no pretende en ningún caso limitarlas a su condición de campesinas”.
Las mujeres agricultoras gestionan huertos familiares que muchas veces garantizan la supervivencia de la economía doméstica. Esta labor, a menudo invisibilizada, implica otras tareas no menos decisivas, por ejemplo, la selección de semillas según los gustos y tradiciones de la comunidad. O el intercambio de éstas con los vecinos, con lo que se contribuye a preservar la biodiversidad. Estas prácticas se oponen radicalmente a las de la agroindustria, que, bajo la coartada de una sedicente modernidad, comercializa plaguicidas y semillas transgénicas.
Pero la reivindicación del aporte de la mujer rural no se para en la producción. En la defensa de la soberanía alimentaria la Marcha Mundial de las Mujeres va un punto más allá. “Han de tener acceso a recursos y dinero; poder invertir en la producción y diversificarla”, explica Nobre. Sin embargo, todavía hay que sortear grandes dificultades. De entrada, el acceso al crédito de las mujeres, a escala global, es mínimo. Además, “a veces se presentan como intereses familiares en la unidad de producción agrícola los del esposo, aunque la mujer manifieste otros diferentes”.
En el trabajo rural de la población femenina existe mucho saber acumulado. Y muy poco reconocido. La activista brasileña recuerda el caso de una ONG que impartía cursos para mejorar la producción de café, pero sin resultados. El caso es que los talleres se impartían a hombres, cuando eran las mujeres de la comunidad quienes se dedicaban al secado y elaboración de este producto. Además, la agroecología plantea (en oposición al agronegocio) una producción de alimentos armónica con el medio natural. Pero esta obtención de alimentos respetuosa, explica Míriam Nobre, “no debería darse por un incremento en el tiempo de trabajo de las mujeres”. Éste es otro de los retos a los que se enfrenta la soberanía alimentaria.
La defensa de estos principios incluye, a juicio de Míriam Nobre, la denuncia de determinados procesos de alienación, no siempre fáciles de percibir. Por ejemplo, la alienación del propio cuerpo: “Cuando se le otorga a los médicos el poder para qué digan qué alimentos son funcionales para nuestro organismo; los discursos en relación con el colesterol y las pastillas milagrosas”, explica la activista. “Hemos de rechazar la medicalización de nuestras vidas”. En sentido contrario, el principio de la soberanía alimentaria implica “escuchar” las necesidades de nuestro cuerpo, recuperar los alimentos de temporada y los productos naturales, locales y obtenidos directamente del campo.
Hay toda una ideología de rechazo a lo humano y natural. Que exhibe una consideración maquinal de la personas. Que pretende seres humanos con perfiles de autómata, enajenados de sus emociones y que vivan de espaldas a sus sentimientos. Afirma Míriam Nobre que se niegan “las fases de la vida y sentimientos como la tristeza; ¿por qué? No resultan funcionales al sistema; la anorexia, la bulimia…No son enfermedades individuales sino síntomas de una sociedad enferma, además, con una marca de género muy clara”. Precisamente por ello, subraya la activista, uno de los grandes desafíos de los movimientos sociales es plantear la batalla a la “bioindustria”. En toda su extensión. Enfrentarse a las transnacionales que producen desde agrotóxicos hasta fármacos. “Es como un pulpo con numerosas ramificaciones”.
Otro eje en el que opera la Marcha Mundial de las Mujeres es el trabajo doméstico. Es bien conocido que de las tareas del hogar, el cuidado de otros miembros de la familia (incluidas las personas dependientes) y la preparación de los alimentos se encargan básicamente las mujeres. En época de crisis, resalta Míriam Nobre, se refuerza esta tendencia. Forzadas por el desempleo, “Todavía hacen más cosas en el hogar y emplean más tiempo en las tareas domésticas”. ¿Cómo se legitima esta multiplicación de la actividad femenina? Según la coordinadora de la Marcha, “no es casual el resurgimiento, en este contexto de crisis económica, de la ideología de la maternidad. Según estos principios, el trabajo en casa se convierte en una supuesta manifestación del amor que la mujer profesa a la familia; se considera, incluso, que es la expresión de su identidad”.
La economía feminista explica el nexo que vincula el trabajo productivo y el reproductivo. El mercado y el estado transfieren las cargas a las mujeres para que el proceso de producción capitalista continúe su desarrollo. Con ejemplos recurrentes y sencillos puede entenderse la idea. Una empresa decide reducir sus costes y que ya no se encargará de la limpieza de la ropa de los trabajadores. Presumiblemente, esta tarea terminarán por realizarla las mujeres en casa. Si es el estado el que recorta gastos, en la sanidad pública o en guarderías, también serán las mujeres quienes seguramente aumentarán el tiempo que dedican a los cuidados familiares.
“El cuidado y la reproducción son esenciales para la humanidad y los llevan a cabo las mujeres; hace falta un reconocimiento expreso; ahora bien, queremos compartir con los hombres estas tareas, que, además, no pueden constituir nuestra primera identidad. Entre otras razones, porque esto les viene muy bien a los estados (como ocurre con el voluntariado) para ahorrarse inversiones necesarias”, explica la coordinadora de la Marcha.
El principio de soberanía alimentaria pretende superar estas dicotomías. Entre otras. En Europa se entiende como parte del pasado el confinamiento de la mujer a los roles de madre y ama de casa. Pero las mujeres de América Latina han otorgado a estas funciones, a veces, un sentido político. Recuerda la coordinadora del Secretariado Internacional de la Marcha Mundial de Mujeres “la lucha de las compañeras peruanas, cuando no podían comprar la leche al vecino porque se importaba de Europa la leche en polvo”. En Argentina, durante los cortes de ruta, las mujeres se encargaban de la preparación de la comida y a este menester le concedían relevancia política. Realizaban un trabajo esencial en las protestas. “No queremos desempeñar los roles de siempre, la casa y la cocina; pero también hemos de luchar por su reconocimiento y, más aún, cuando las mujeres los introducen en la batalla política”, resume Nobre. “Son muchas contradicciones que deberemos resolver en la práctica”, concluye la activista.
Por Enric Llopis
Fuente: Rebelión