México: Mujeres indígenas tejen territorios de vida en medio del fuego cruzado
México: Mujeres indígenas tejen territorios de vida en medio del fuego cruzado
El andar zapatista ha marcado la vida de los pueblos indígenas y las comunidades campesinas con sus enseñanzas de autonomía y sus sueños de otros mundos posibles. Sin embargo, el sureste de México continúa atravesado por la pobreza extrema y las violencias generadas por las economías criminales. En este marco, la colectiva Fases de la Luna impulsa procesos educativos de formación política para erradicar la violencia contra las mujeres y promover las autonomías.
Chiapas: mujeres indígenas tejen territorios de vida en medio del fuego cruzado
Al sur de México, la luz que nos entregaron las zapatistas durante el Primer Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan sigue encendida e intenta multiplicarse. Si bien hay vientos fuertes que pretenden apagarla, la colectiva Fases de la Luna es una de las tantas experiencias de mujeres organizadas que mantienen encendida esa llama y buscan proyectarla en sus territorios. Ubicada en el corredor migratorio Chiapas-Guatemala, la organización no puede explicarse sin la lucha de las comunidades y pueblos zapatistas.
Muchas de las organizaciones de mujeres que construyen tramas comunitarias en las comunidades y pueblos de Chiapas vienen de los ecos zapatistas, de la esperanza de edificar autonomías y de las ideas revolucionarias que impulsa la Teología de la Liberación. El estado del sureste mexicano se ha caracterizado por ser un lugar de resistencia y de sueños de construir mundos muy otros, pero también, es uno de los estados mexicanos con más controversias políticas.
Pobreza extrema y violencia en Chiapas
Ya han pasado 28 años del levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN): el movimiento social que marcó la historia del país por el atrevimiento de caminar, desde el pensamiento indígena, un proyecto político e ideológico emancipatorio. A pesar de la guerra de baja intensidad que impulsan los gobiernos estatal y federal, el movimiento insurgente sigue vivo. En este proceso histórico, las mujeres han ocupado un lugar clave y es notable su presencia en todas las áreas de trabajo: promotoras de educación, salud, agroecología, insurgentas, milicianas, subcomandantas y choferas.
Después de dos años de pandemia, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) informa que Chiapas es el Estado que tiene mayor índice de población en situación de pobreza extrema. Aunado a su situación de precariedad, en Chiapas convergen diversos procesos marcados por la violencia: la ruta de migrantes, las economías criminales que tienden a controlar el territorio, el narcotráfico, la militarización y los desplazamientos forzados. El fuego cruzado trastorna la vida cotidiana de las comunidades y, en estos escenarios de terror, las mujeres adultas y jóvenas son las más afectadas por su condición de género.
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Desde mediados de 2021, en el corredor fronterizo de Comitán-Huehuetenango se comenzaron a atestiguar diversos enfrentamientos con armas de fuego en los municipios de Frontera Comalapa y La Trinitaria. Aunque las instancias gubernamentales no han mencionado la identidad y procedencia de los grupos delictivos, las personas que habitan la zona mencionan que la violencia se da por la disputa del territorio entre el Cártel Jalisco Nueva Generación y el Cártel de Sinaloa.
Los ataques han ido en aumento y desde enero de 2022 se comenzó a hablar del cobro de piso para personas que tienen negocios y el aumento de personas desaparecidas en el municipio, sobre todo de hombres y mujeres jóvenes. “Familias enteras están acercándose a pedir ayuda y están siendo desplazadas por la violencia. Las que pueden se mudan hasta Comitán, pero otras se van a Trinitaria porque la vida es más barata”, comenta Timo, un defensor de derechos humanos de la región fronteriza.
Mujeres reunidas bajo la luz de la luna
La colectiva Fases de la Luna se organizó en 2016 con la finalidad de construir espacios con mujeres indígenas, campesinas y rurales. La organización impulsa procesos educativos de formación política que ayuden a frenar la violencia hacia las mujeres y que posibiliten otras formas de reproducir la vida campesina e indígena. Está integrada por mujeres de origen tojolabal y de la urbe marginal que forman parte de las filas de las Comunidades Eclesiales de Base en el municipio de Margaritas.
“Nosotras vemos que la violencia es la primera semilla de muerte que daña el territorio, es como si fuera una semilla transgénica. Para nosotras, defender el territorio es eliminar la violencia en general, de mera raíz. Pero sobre todo la que hace daño a las mujeres, jóvenes y niñas”, enfatiza Lourdes durante una de las asambleas que tienen mensualmente con los consejos de barrios parroquiales. Las mujeres asisten cotidianamente para que su voz sea escuchada y tomada en cuenta para crear estrategias colegiadas de erradicación de la violencia en sus barrios y comunidades.
Las integrantes de Fases de la Luna han impulsado tres grupos de mujeres en la cabecera municipal de Margaritas, inciden en los consejos de los barrios y promueven estrategias educativas junto a otras mujeres y hombres del corredor fronterizo de Chiapas. Durante la implementación de este proceso educativo por la defensa de sus territorios identificaron algunos retos: la necesidad de articularse con mujeres organizadas de otros territorios para tejer un entramado comunitario de mujeres interesadas en formarse para la prevención de la violencia. De este modo, en 2017 comenzaron a juntarse con mujeres adultas organizadas de los municipios aledaños de Comitán y Trinitaria.
Al observar cómo la violencia feminicida se incrementaba en la región, se vieron en la necesidad de pensar que para erradicar la violencia de raíz es necesario (re)aprender nuevas formas de relacionamiento. Por ello, decidieron articularse con un grupo de hombres de la urbe marginal de Comitán, los Hombres G, que están construyendo espacios con hombres indígenas y rurales para repensar las masculinidades hegemónicas, campesinas e indígenas. El objetivo de esta articulación es que las autoridades políticas, religiosas y morales puedan asistir a los encuentros entre hombres y comenzar a contar con aliados que las apoyen a seguir educando para erradicar la violencia en el territorio.
Si bien, las protagonistas del cambio y el motor de la lucha son las mujeres, la colectiva Fases de la Luna comprendió que para pensar una transformación radical de la comunidad es necesario repensar la relación entre mujeres y hombres.
Las luciérnagas de Chiapas
Las integrantes de Fases de la Luna observan que las juventudes están siendo amenazadas, debido al incremento de la migración en la zona y por la delincuencia organizada. “Cuando salgo de mi casa, solo pienso que no quiero ser la siguiente”, confiesan las mujeres jóvenas en los diagnósticos comunitarios organizados por Fases de la Luna.
Las causas del aumento de la violencia son varias. Por un lado, el tejido comunitario que las sostiene está roto y es necesario volver a tejerlo. Por otro lado, las juventudes se están quedando sin la posibilidad de construir proyectos de vida a corto y mediano plazo. Por ello, con la creatividad organizativa que las caracteriza, están emprendiendo una serie de conversatorios entre mujeres y hombres adultos y jóvenes para proyectar espacios formativos a mayor escala en donde la voz de las juventudes esté presente.
En los diagnósticos que realizaron en la cabecera municipal de Margaritas con integrantes de tres comunidades aledañas, desde una mirada feminista y comunitaria, analizaron la importancia de organizarse, pero sobre todo de recordar la cultura campesina e indígena de la no violencia. Así desempolvaron de sus memorias, un principio zapatista: “Convencer y no vencer”. Con esta clave, impulsan procesos formativos para la despatriarcalización de las relaciones y la recuperación del tejido social con el fin de defender y construir otras formas de hacer y vivir los territorios.
Como luciérnagas en la oscuridad, las mujeres organizadas en el corredor fronterizo caminan arando el territorio para hacer pedagogías muy otras, con el fin de encontrar frenos que detengan la violencia, que asola nuestros cuerpos-territorios, día con día.
Por Delmy Tania Cruz Hernández es investigadora y docente del Programa de Estudios e Intervención Feminista en el Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica (CESMECA-UNICACH). Militante feminista antirracista y educadora popular.
Fuente: Red Latina sin fronteras