julio 24, 2022

Repensar la ciudad desde la perspectiva feminista

Desde el siglo XIX diversas experiencias confirman que es posible pensar una ciudad con otros parámetros.


Vivimos como podemos nuestras ciudades, asumimos incomodidades, distancias, espacios públicos escasos –en algunos barrios– y excesivos –en otros–, barrios que se va­cían o llenan según los horarios laborales, calles en las que las personas son avasalladas por los coches. En estas ciudades las personas que se encuentran en ­extremos vitales no son autónomas, todas perdemos tiempo, y vida, en desplazamientos que tal vez no serían necesarios.

¿A qué se deben esas disfunciones? ¿No pueden hacerse las ciudades pensando en las personas? ¿No pueden ser amables y vitales? Sí que es posible, pero las ciudades han sido pensadas y construidas siguiendo los patrones y valores imperantes en la sociedad patriarcal y capitalista. Se han aplicado criterios considerados abstractos, neutrales y normales que, sin embargo, obedecen a experiencias bien concretas: la de una minoría masculina, de mediana edad, heterosexual, con trabajo estable, y con las tareas de la reproducción resueltas de manera invisible.

Como resultado tenemos ciudades que devoran el territorio en un modelo de extensión insostenible, tanto en términos energéticos como vitales. Ciudades en las que las actividades cotidianas se encuentran separadas y esparcidas por el territorio, unidas por vías rápidas de circulación para el vehículo privado. Este modelo de crecimiento urbano es el paradigma desarrollista, que valora solo lo productivo y remunerado menospreciando las tareas reproductivas y de cuidados, que se basa en la falsa dicotomía que asocia la esfera productiva con el ámbito público y la reproductiva con el ámbito de lo privado. Estos preceptos han dado lugar a espacios urbanos donde al priorizar esa experiencia particular, otras realidades y subjetividades han quedado invisibilizadas.

Desde el feminismo como propuesta trasformadora de los estereotipos y mandatos de género se puede construir otro tipo de ciudades, otros barrios que nos incluyan a todas las personas. Analizando la influencia del género en la construcción y uso de los espacios desde su interseccionalidad, relacionándolo con otras variables como edad, condición socioeconómica, etnicidad, identidad sexual a partir de las que también se construyen relaciones de desigualdad… Actuando desde las experiencias micro como fuente de conocimiento real y tangible. Experiencias subjetivas, ya que desde las múltiples subjetividades en sus particularidades y sus necesidades es como se puede construir una ciudad realmente inclusiva.

Para ello es necesario cambiar la forma de mirar, escuchar, preguntar y preguntarse, desarrollando metodologías de análisis, participación, propuestas y construcción que permitan recoger la complejidad social poniendo en el centro la vida cotidiana, reconociendo y poniendo en valor las tareas reproductivas y de cuidados, valorando la proximidad como cualidad urbana e integrando la realidad de tener un cuerpo sexuado femenino como usuario de pleno derecho del espacio público.


Tenemos ciudades que devoran el territorio en un modelo de extensión insostenible, tanto en términos energéticos como vitales


Por ello frente al modelo dominante de ciudad funcionalista y segregada, la ciudad de distancias próximas y compacta con mezcla de usos y actividades, en la que se otorgue prioridad a los recorridos peatonales y el transporte público es la que mejora las condiciones vitales de las personas en el espacio urbano, genera entornos más seguros, promueve la interacción social y enfatiza las relaciones entre las personas gracias a la proximidad y la diversidad de funciones.

Una ciudad feminista debe garantizar el derecho a la ciudad a todo tipo de personas, entendido como la libertad de utilizar y disfrutar cualquier espacio de la ciudad tanto por las cuestiones perceptivas de seguridad como por cuestiones de autonomía y accesibilidad (económica y motriz), de tener espacios que sirvan para el desarrollo de las actividades cotidianas y que permita compatibilizar las diferentes esferas de la vida (productiva, reproductiva, personal, comunitaria-política). Desde la escala más pequeña como la vivienda, a espacios públicos o equipamientos.

Donde las mujeres no tengan que ser las proveedoras de cuidados familiares como mandato de género pero que las personas que eligen cuidar puedan hacerlo con espacios que sirvan como apoyo físico y puedan ampliar los espacios de cuidado fuera del espacio doméstico-familiar, con espacios de crianza y cuidado colectivo. En la que las esferas y los tiempos de la vida cotidiana estén delimitados o compaginados según las necesidades de cada persona y no porque así lo delimita el espacio.

Esta ciudad es posible, hay experiencias que nos lo muestran desde mediados del siglo XIX. Experiencias feministas de transformación urbana que no sólo incluyen la reconstrucción física, ya que el paradigma de que toda mejora pasa por hacer tabla rasa es una visión profundamente capitalista y patriarcal que no tiene en cuenta el carácter limitado de los recursos y la posibilidad de impulsar mejoras a partir de cambios en la gestión y organización de lo existente, aprovechando los recursos y haciendo un uso colectivo.
Desigualdades espaciales

Hay diferentes experiencias dentro de la práctica urbana que funcionan, pero hay muchas otras propuestas anónimas, organizadas desde la base y sustentadas en el apoyo mutuo y la solidaridad que suceden en nuestros barrios día a día para resolver las diferentes actividades de la vida cotidiana y mejorar nuestra calidad de vida. Propuestas que van desde la transformación a partir del diseño urbano, como el proyecto de las Frauen-Werk-Stadt en Viena, un conjunto habitacional diseñado por la arquitecta Franziska Ullman con perspectiva de género, o los proyectos del colectivo Matrix en Inglaterra en los años 80, o las pequeñas reformas para mejorar la vida cotidiana en el barrio de Mariahilferstrasse, también en Viena, a proyectos impulsados por colectivos feministas para visibilizar el acoso callejero perpetuo que sufrimos las mujeres en los espacios públicos y que condiciona nuestra libertad y autonomía como la plataforma No Me Llamo Nena o el Observatorio Contra el Acoso Callejero Colombia.

Sería ingenuo pensar que la configuración espacial va a modificar comportamientos y relaciones de poder profundamente arraigados en la sociedad, sin embargo, el entorno ­físico no es solo escenario de la de­sigualdad sino que también actúa como reproductor de valores y principios que promueven las desigualdades económicas, étnicas, de género, por eso es importante intervenir en el territorio no solo para tener mejores hábitats, sino también para que el espacio deje de reproducir y reforzar estas desigualdades.

Texto de Blanca Gutiérrez-Valdivia, Zaida Muxí y Adriana Ciocoletto, del Col·lectiu Punt 6.
Fuente: Diagonal Periódico

Sí a la Diversidad Familiar!
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